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Los 60 años de Psicosis, la obra maestra de Hitchcock

Una de las pocas cosas que nos faltaba descubrir de una película revisada hasta el último detalle, del principio y del revés, a lo largo de los últimos 60 años arranca con un malentendido. "Un fascinante malentendido", según nos lo cuenta Angel Faretta en su libro Hitchcock en obra. "Hay que recordar que Psicosis es un film hecho con mucho sentido de la diversión en lo que a mí respecta. Para mí es una película divertida. Los procesos a través de los cuales hacemos pasar a los espectadores, vea usted, son algo así como el recorrido por la casa de sustos de una feria", anota el crítico argentino citando al "Maestro del Suspenso".

Psicosis (Psycho) tuvo su estreno mundial en la ciudad de Nueva York un día como hoy de 1960. Llegó bastante después a los cines de la Argentina, el 14 de enero de 1961, cuando ya daba la vuelta al mundo la repercusión extraordinaria de una película que, como nunca, definió para el gran público el perfil como director de Alfred Hitchcock. Los críticos nunca se pondrán de acuerdo respecto del lugar que ocupa Psicosis en el orden de mérito de su filmografía, así como su presencia y su valor dentro del canon hitchcockiano. Pero de lo que no cabe duda es que Psicosis fue una de sus películas de mayor convocatoria y la sensación experimentada de manera colectiva por el público dentro de una sala frente a sus imágenes probablemente nunca haya sido alcanzada por otra de las grandes películas (algunas de ellas, obras maestras absolutas) del realizador británico.

"Todo el film es un juego hasta develar una identidad falsa o trucada, que resulta muerta y hueca cuando finalmente la contemplamos", continúa Faretta. Y todavía hoy, a seis décadas de la aparición de Psicosis, aunque la hayamos visto muchas veces y se haya mencionado hasta el cansancio la revelación final en el personaje interpretado por Anthony Perkins que altera todo lo que habíamos visto hasta ese momento, muchos se resisten a contar ese desenlace y quitarle al espectador la posibilidad de seguir en vilo acompañando al personaje de Marion Crane (Janet Leigh) en el Bates Motel y estremeciéndose frente al horror que aparece frente a sus ojos.

Esa sensación llega al climax, sin duda, con la celebérrima escena de la ducha, una de las más estudiadas y diseccionadas de toda la historia del cine. Hitchcock le cuenta a Francois Truffaut en el libro que recopila las entrevistas entre ambos que le llevó una semana entera filmar esa escena y que recurrió a setenta ángulos de cámara diferentes para llevar a cabo algo que duraba dentro de la película apenas 45 segundos. 45 interminables segundos, podríamos agregar.

Hitchcock contó que recurrió allí a una mujer como doble de cuerpo. Lo que vemos de Janet Leigh no es su torso desnudo expuesto al arma blanca de su atacante que la apuñala una y otra vez, sino las manos, los hombros y la cabeza. "Naturalmente -le cuenta Hitchcock a Truffaut- el cuchillo jamás toca el cuerpo, todo está hecho en el montaje posterior. Y rodé buena parte de la secuencia en cámara lenta para cubrir los senos de la actriz". Ni hace falta recordar que estamos en 1960 y todo lo que puede mostrarse hoy era imposible de hacer entonces. De hecho, fue muy laboriosa la gestión del director y del estudio frente a los censores del Código de Producción que todavía regía en Hollywood y que finalmente, tras un largo análisis, le dieron el visto bueno a la película tal como la conocemos.

En esa conversación, Hitchcock admite también ante una pregunta de Truffaut que muy posiblemente Psicosis tenga las características de una película experimental. "Mi mayor satisfacción es el efecto que la película tuvo entre el público, algo que considero muy importante", explica. Y dice que no importan tanto el tema de la película y las actuaciones. Lo que verdaderamente consigue la reacción del público, dice Hitchcock, es la unión entre las diferentes piezas de la trama, la fotografía, la banda de sonido (un leit motiv inolvidable de Bernard Herrmann, compositor además de las filosas líneas de instrumentos de cuerda que acompañan la escena de la ducha) y el resto de los componentes técnicos. "Eso es lo que lleva al público a gritar", destaca el director. No hay mensajes en el argumento ni grandes interpretaciones lo que conmueve al espectador. Es la contemplación de un ejercicio de cine puro. Lo dice con esas palabras.

"Psicosis es una de las obras clave de nuestra época", escribe el inglés Robin Wood, uno de los críticos que con más rigor estudió la filmografía de Hitchcock. Wood conecta esta película con obras como el Macbeth de Shakespeare y El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. El propio Hitchcock hizo otra conexión, pero cinematográfica. Las diabólicas, de Henri-Georges Clouzot, fue uno de sus puntos de referencia. Más cerca de la psicología que del análisis estrictamente cinematográfico, Wood conectó esta obra con temas por entonces de intenso debate en el mundo intelectual como las tesis freudianas y los efectos en el comportamiento humano de la experiencia de los campos de concentración nazis.

Mientras estos asuntos se siguen estudiando, hay otros aspectos de Psicosis que todavía apasionan. La iconografía del Bates Motel, verdadero monumento de la ambientación cinematográfica en la historia de las películas de suspenso. La decisión del director de que el personaje interpretado por su estrella femenina principal (Janet Leigh) esté muy poco tiempo en la pantalla. El prodigio técnico de la escena de la ducha que prosigue con otro momento extraordinario, el que muestra al detective encarnado por Martin Balsam precipitándose hacia atrás mientras pierde el equilibrio sobre una escalera y la cámara lo toma desde arriba. La fotografía en blanco y negro de John L. Russell. Los títulos de crédito de Saul Bass. Y el rostro de Anthony Perkins en ese plano fijo del final, que debió cerrar una historia pero que terminó alimentando algunas secuelas que sería preferible no recordar.

Mientras tanto, Psicosis sigue dejando abiertas cuestiones para descubrir. Una de ellas la deja a la vista Truffaut al señalar en la conversación con Hitchcock, casi al pasar, que la mitad de la película no tiene diálogos. Allí también radica el poder del cine puro en una obra que podríamos ver decenas de veces y siempre nos seguirá asombrando. Y estremeciendo.