Adiós a Ian Holm, un actor colosal que brilló como Bilbo en El señor de los anillos

Ian Holm, que murió hoy, a los 88 años, a causa de complicaciones del Parkinson que sufría, hizo realidad esa frase convertida en lugar común acerca de las figuras de escasa estatura que logran agigantarse en el ejercicio pleno de la vocación elegida. Fue un actor que alcanzó alturas colosales. Londres se prepara para despedirlo con los honores que le corresponden a todo intérprete de formación shakesperiana capaz, como él, de alcanzar la perfección en los escenarios teatrales con ese repertorio.

El resto del mundo lo recordará de inmediato como el rostro de Bilbo Baggins (o Bolsón, según las traducciones españolas), uno de los personajes centrales de la adaptación al cine de El señor de los anillos, papel luego retomado en El hobbit. A través de la presencia casi excluyente de Holm en sus primeros tramos (destacada sobre todo en La comunidad del anillo, primera parte de la triilogía), el mundo mítico creado por J. R. R. Tolkien y llevado al cine por Peter Jackson logra de a poco adquirir toda su plenitud.

Tal vez esa referencia lleve a muchos a recorrer todo lo que Holm hizo para la pantalla grande. Descubrirán que cada una de sus apariciones tiene un toque o algún detalle que las hace primero dignas de atención y más tarde imposibles de olvidar. Era uno de esos actores que entendía a sus personajes y lograba extraer de ellos lo mejor, lo que más podía interesar, sin el mínimo énfasis. No necesitaba hacerse notar. Hacía lo más difícil y eso no parecía costarle el menor esfuerzo.

No deja de ser curioso que un actor que desembarcó en el cine después de escapar literalmente del teatro en 1976 por culpa de un ataque de pánico haya construido desde allí en la pantalla una carrera extraordinaria basada en personajes que acometía con una rara y virtuosa mezcla de audacia, curiosidad, preparación y desprejuicio.

Holm conservó en la memoria con dolor aquélla huida del escenario en medio de una representación de The Iceman Cometh, de Eugene O'Neill. "Es una cicatriz en mi carrera que nunca desaparecerá", reconoció una vez. Con ese episodio entraba en un limbo una carrera teatral muy promisoria que se había iniciado a mediados de la década de 1950 y continuó en la década siguiente en la Royal Shakespeare Company (que integró desde su fundación). Durante ese tiempo también trabajó con Harold Pinter en una puesta de Retorno al hogar (The Homecoming).

Había nacido como Ian Holm Cuthbert en Goodmayes, al noreste de Londres, el 12 de septiembre de 1931. Pasó su infancia en un "hogar ilídico", criado por un padre que trabajaba como superintendente de un hospital psiquiátrico y descubrió muy rápido su vocación actoral. Educaado en la Royal Academy of Dramatic Arts recorrió Europa en los años 50 junto a la compañía de Laurence Olivier con Tito Andrónico y dedicó los siguientes años a perfeccionar el repertorio de Shakespeare.

Cuando decidió volcarse definitivamente al cine ya tenía ganado un probado prestigio en ese terreno con la nominación al Bafta que tuvo su debut en la pantalla grande, The Bofors Gun (1968). Le siguieron apariciones en El hombre de Kiev, ¡Oh, qué bella guerra!,Nicolás y Alejandra, María Estuardo reina de Escocia, El león joven (sobre los primeros años públicos de Churchill) y Robin y Marian. Títulos con historias de época y visibles referencias literarias o teatrales.

Su carrera en el cine adquirió otro valor a partir de una doble (y memorable) aparición entre 1979 y 1981. Primero como el androide Ash en Alien, el octavo pasajero. Y dos años después con su papel del entrenador olímpico Sam Mussabini en Carrozas de fuego, película que le dio su única nominación al Oscar como actor secundario.

De allí en más trabajó casi sin pausas con directores de nota. Fue Polonio en el Hamlet dirigido por Franco Zeffirelli y protagonizado por Mel Gibson, y también Napoleón en Los aventureros del tiempo, de Terry Gilliam (con quien luego hizo Brazil). Trabajó para Mike Newell (Bailar con un extraño), Woody Allen (La otra mujer), Kenneth Branagh (Enrique V y Frankenstein, de Mary Shelley), Steven Soderbergh (Kafka), David Cronenberg (El almuerzo desnudo y eXistenZ), Sidney Lumet (El lado oscuro de la justicia), Danny Boyle (Vidas sin reglas) y Martin Scorsese (El aviador). Tal vez su papel de mayor lucimiento haya sido el del persuasivo abogado que interpreta en El dulce porvenir, de Atom Egoyan, seguramente el rol protagónico más destacado de toda una filmografía marcada en general por apariciones episódicas y papeles de reparto. También llegó a esa altura con una gran película independiente, Big Night, de Stanley Tucci.

Llegó al mundo de El señor de los anillos convocado por Peter Jackson, que debió haber tenido en cuenta para la elección el poco conocido dato de que Holm ya había participado en 1981 de una versión previa de la monumental trilogía de Tolkien, pero para la radio. Ese compromiso prosiguió años después con una constante presencia de Holm como narrador en muchos destacados documentales. Y también como actor de voz, muy celebrado sobre todo por su aparición en Ratatouille, una de las grandes películas animadas de Pixar. Allí es la voz del villano chef Skinner.

Junto a su triunfal aparición en la trilogía de Jackson, que continuó con El hobbit, Holm había logrado volver con gloria al teatro. Y también se dio el gusto de ganar por sus trabajos televisivos un par de premios Emmy. Los medios ingleses se solazaron en las últimas horas con el recuerdo de que Holm, consagrado caballero por la reina Isabel II, había decidido revelar en su autobiografía publicada en 2004 toda clase de confesiones sobre sus cuatro matrimonios y las constantes infidelidades que marcaron esas experiencias. El mal de Parkinson fue restringiendo de a poco su actividad y en sus últimas apariciones se lo veía ya muy debilitado y casi inmóvil en una silla de ruedas junto a su última esposa, la destacada artista plástica Sophie de Stempel. Ayer, The Guardian reveló que Stempel pintó varios retratos con el registro de los últimos días de un actor extraordinario.