Anuncios

Alan Parker, un cineasta ecléctico, meticuloso y obsesionado con Eva Perón

Si se lo midiera solo por su cantidad, el cine de Alan Parker podría reducirse a unas pocas líneas. Murió a los 76 años dejando apenas una filmografía de 14 títulos, el último de los cuales se estrenó en 2003 y resultó un completo fracaso. Pero son muy pocos los directores capaces de lograr con tan escueta filmografía una repercusión tan notable como la que alcanzaron algunos de sus títulos más exitosos. En ese puñado de obras están Fama, Expreso de medianoche, Mississippi en llamas y Pink Floyd: The Wall. Y también, por supuesto, Evita, la adaptación del famoso musical que lo trajo a la Argentina junto con su elenco de estrellas.

Esa película, que para muchos resultaba imposible de hacer, llevó a la fuerza a Parker a participar, con bastante disgusto, de discusiones políticas de vuelo muy bajo que envolvieron un rodaje bastante accidentado. Con Madonna como protagonista (y como parte también de los costados más controvertidos del proyecto), Parker se fue de la Argentina con cierto sabor amargo que en posteriores conversaciones se ocupó de revelar.

En la Argentina. Alan Parker, el director de Evita, la película protagonizada por Madonna, Jonathan Pryce y Antonio Banderas

No fue el director que acaba de morir en Londres una persona esquiva a los grandes debates. Más bien creía en lo contrario. Su cine se caracterizó por abordar algunas temáticas ligadas al humanismo y a la injusticia social en varias de sus formas desde una perspectiva impactante y alegórica. No confiaba tanto en el poder de la narración clásica, sino en el efecto poderoso de ciertas imágenes con las que trataba de acentuar sus ideas y opiniones sobre el estado del mundo. El castigo social, la falta de libertad, la pena de muerte, los autoritarismos, los abusos del encierro y el racismo fueron algunos de sus temas predilectos.

Esa propensión a la alegoría lo llevó a incursionar con bastante frecuencia (y éxito) en el terreno del musical desde su muy aplaudida ópera prima, Bugsy Malone (1976), un curioso musical ambientado en tiempos de la Ley Seca, cuyos personajes (incluyendo criminales, gángsteres y mujeres fatales) fueron interpretados por adolescentes.

Nacido en Islington, muy cerca de Londres, el 14 de febrero de 1944, Parker comenzó su carrera en el mundo de la publicidad, al que llegó apenas terminada la escuela secundaria. Esa actividad lo llevó de a poco a incursionar en la escritura audiovisual y el feliz encuentro con el astuto productor británico David Puttnam, que también tenía un trabajo como ejecutivo publicitario, le abrió la puerta de su primer trabajo para el cine, el guion del delicioso musical Melody, recordado hasta hoy por las canciones de los Bee Gees.

Era inevitable con esa formación que Parker iniciara su carrera como director de avisos publicitarios para la TV, y de allí fue encontrando espacios para empezar sus incursiones en el mundo del cine. Primero a través de algunos cortos y luego, ya avanzada la década del 70, con largometrajes que rápidamente hicieron que su nombre llamara la atención. La audacia de Bugsy Malone y el talento de Parker para manejar a un excelente elenco infanto-juvenil encabezado por Jodie Foster le dieron a la película un lugar en la competencia oficial del Festival de Cannes. Parker se había convertido en una figura muy prometedora.

Dos años después llegó Expreso de medianoche, descarnada crónica de las condiciones inhumanas que enfrentaba un joven estadounidense encerrado en una cárcel de Turquía por cuestiones de drogas. Tan convincente y poderoso resultó ese alegato que llegó a convertirse con el tiempo en símbolo y bandera de la lucha contra la brutalidad y los abusos en las prisiones. El guion de la película (escrito por Oliver Stone) ganó el Oscar. El film y Parker, como director, lograron sendas nominaciones. Era la primera vez que el director lograba, de un modo deliberado, sacudir conciencias.

Lo volvería a hacer más tarde en películas como Mississippi en llamas (1988), con todo un dispositivo visual y narrativo destinado a mostrar los horrores del racismo y a defender la lucha por los derechos civiles, y La vida de David Gale (2003), un fuerte discurso en contra de la pena de muerte. La primera fue uno de los éxitos más grande de la carrera de Parker. La segunda pasó completamente inadvertida.

Entre Expreso de medianoche y Mississippi en llamas, Parker dirigió tres películas que también lograron gran repercusión por distintas razones. Fama (1980) resultó seguramente su película de mayor impacto comercial y tuvo un profundo efecto en la cultura popular. A partir de allí se abrieron para el cine y la TV toda clase de historias sobre chicos y chicas dispuestas a ganarse un lugar en el mundo del arte y del espectáculo, luchando contra las adversidades y mostrando complicadas historias de vida. Fama inauguró todo un género que sigue hoy funcionando de manera muy floreciente.

En 1982 llegó Pink Floyd: The Wall, suerte de gigantesco videoclip con forma de largometraje que logró reflejar en imágenes de fuerte impacto alegórico las tesis del álbum más popular del grupo de rock encabezado por David Gilmour y Roger Waters. Con el tiempo, el efecto de ese planteo se tornó redundante y explícito, pero nadie negará que Parker le impuso una mirada muy original para su tiempo a la transcripción visual de las letras del álbum. Y en 1985 dirigió Alas de libertad, que llevó casi al extremo la mirada alegórica de Parker, en este caso representada en un excombatiente de Vietnam que sufría alucinaciones conectadas con su deseo de volar.

La evolución de su filmografía y el reconocimiento hacia una obra llena de instancias provocativas y estímulo para la discusión extracinematográfica de temas sensibles para la opinión pública reveló al mismo tiempo a Parker como un cineasta metódico, pulcro, escrupuloso y diestro para ganarse la confianza de sus actores. Ese hombre de contextura más bien pequeña se hacía inconfundible a partir de una larga cabellera siempre peinada con raya al medio. Un rasgo que nunca cambió, ni siquiera cuando el paso del tiempo hizo que su pelo se volviera totalmente blanco.

Con ese aspecto, y una expresión que a primera vista se veía afable y tierna, y en la charla se demostraba digna de la más pura flema inglesa, Parker llegó a Buenos Aires en febrero de 1996 para filmar Evita, uno de los grandes desafíos de su carrera. Iba a volver al musical, un terreno en que se movía con mucha comodidad, pero ahora desde otra perspectiva. La obra de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice estaba plagada de complejidades y su voluntad de filmarla en Buenos Aires, en medio de varias hostilidades, agregaba una complicación más al proyecto.

Alan Parker se encontró con varios obstáculos durante la filmación de Evita, en nuestro país

Parker encontró en el entonces presidente Carlos Menem un aliado inesperado, que le posibilitó inclusive sortear uno de los desafíos más grandes del rodaje: pudo filmar una noche en la mismísima Casa Rosada y poner a Madonna en uno de sus balcones. Pero al mismo tiempo debió responder a los fuertes cuestionamientos de algunos sectores del peronismo, que llegaron a transformarse en amenazas. El propio vicepresidente Carlos Ruckauf llamó a un boicot público de la película, al igual que Nilda Garré, Alberto Brito Lima y otras figuras políticas del peronismo.

"Estamos seguros de que se va a respetar a los actores. Sabemos que el de Evita es un tema muy difícil y esperamos hacer una excelente película. No somos políticos, sino artistas, pero no somos tampoco unos ingenuos. Hay pequeños grupos que se oponen a esta película y nos hacen las cosas más difíciles. Todo lo que pedimos es que nos permitan ser libres y expresarnos como artistas porque esta libertad la tenemos en la sociedad de la que provenimos. No estamos aquí para denigrar la figura de Eva Perón, sino para hacer lo que vinimos a hacer", dijo en su primera aparición pública en medio del rodaje.

Poco después, con la película ya terminada, revelaría muchas diferencias con Madonna (dijo que era "una pesada" que se quejaba de todo, aunque elogió su comportamiento profesional en el set), contó que tardó un año en conseguir que le prestaran el balcón de la Casa Rosada, y admitió la hostilidad "de grupos reducidos" contra la película, cuyas amenazas iniciales nunca llegaron a transformarse en hechos.

"Creo que mi retrato de Evita, en la película, es bastante justo y aproximado. No se podía perder de vista el corazón de la ópera rock original, que también está presente en la película. Mi experiencia es frustrante porque me encontré con que nadie conocía la verdad. Me gustaría saberla pero siento que no hay una biografía definitiva", reconoció en una entrevista con LA NACION de 1997. Allí confesó que no sabe con certeza quién fue Eva Perón. Algunos conjeturan que esa duda que mantuvo hasta el final quedó impresa en una película que terminó más cerca del fracaso que del éxito. En la filmografía de Parker, Evita aparece como una rotunda decepción.

Evita: la obsesión de Madonna, Carlos Menem y un rodaje marcado por el glamour y el enojo

En ese tiempo también dejó definiciones sobre su mirada del cine y su actitud como realizador. Le daba mucho valor al cine político, pero al mismo tiempo decía que debía escapar del dogmatismo. "Aún cuando intente dar un determinado mensaje, el cine también apunta a entretener y eso lo vuelve muy efectivo en su llegada al público", señaló. En el fondo, su propósito confeso era el de "entretener con alguna sustancia".

Parker sin duda logró ese efecto gracias a los títulos más exitosos de su carrera, que todavía hoy mantienen atracción y sostienen el interés por conocer su historia artística, pero habrá que detenerse a lo largo de ese recorrido en sus obras menos conocidas, como Donde hay cenizas... (1981), crónica de la ruptura de una pareja muy bien interpretada por Diane Keaton y Albert Finney; el inquietante thriller Corazón satánico (1987), con Robert de Niro y Mickey Rourke, y el poco valorado musical Camino a la fama (The Commitments) de 1991.

Tras el fracaso de La vida de David Gale, Parker no volvió a filmar. Participó de proyectos ligados a la memoria del cine británico, recibió varios reconocimientos y hasta fue convocado para tomar parte de iniciativas, como cuando lo llamaron desde el Festival de Cine de Amazonas para tomar parte un año de sus celebraciones. Siempre risueño y amable, pasó sus últimos años sin proyectos a la vista, seguramente convencido de que en sus películas previas había dicho todo lo que tenía para decir. De muchas de ellas se seguirá hablando durante mucho tiempo, así como de los vaivenes de su carrera y el eclecticismo de su mirada. El tiempo parece haberle dado la razón.