Alla Zabolotnya o cuando un misil balístico destruye tu jardín de flores

Járkov (Ucrania), 27 jun (EFE).- El abismo entre la vida y la muerte suele ser difícil de medir, pero en el caso de Alla Zabolotnya, existe una distancia más o menos exacta, los diez metros que separan su casa del lugar en el que explotó en Járkov el misil balístico ruso que arrasó su huerto de parras y margaritas.

La guerra de Ucrania tiene muchas imágenes que producen perplejidad y el enorme cráter de 15 metros de diámetro que dejó el impacto en plena calle es una de ellas. Pese a la explosión -en el barrio de Shevchenkivskyi- no se produjeron heridos porque el proyectil no impactó en ninguna vivienda.

Lo que causó semejante agujero fue un misil, probablemente Iskander, un caro artefacto que vuela a velocidad hipersónica, y que se empleó para destruir, entre otros objetivos estratégicos, el jardín de flores de una profesora de música jubilada.

Alla, de 68 años, dice tras santiguarse que salvó la vida "gracias a Dios", y más en concreto, gracias al dintel de una vieja puerta que la protegió de la potente onda expansiva.

"Si no fuera por esta puerta no estaría viva, porque ya ves que está todo destruido", explica. Zabolotnya cuenta que estaba en el salón, sentada en el sofá justo enfrente de donde cayó el misil la madrugada del domingo.

"Es un milagro que no haya muerto nadie", resume.

Alla comparte la casa con su tío, Leonid Romanov, de 84 años, un ingeniero jubilado que dice haber participado en el desarrollo de los cohetes que llevaron al espacio las primeras naves Soyuz.

Incluso cuenta que vio hace 17 o 18 años -no se acuerda muy bien- al presidente de Rusia, Vladímir Putin, en una reunión de veteranos del programa espacial soviético en el cosmódromo de Baikonur.

"Este es el regalo que me ha mandado ahora Putin", señala Leonid el enorme cráter abierto por el misil. El jubilado no pasó la noche en la casa pero llegó a las cinco de la mañana, cuando ya estaban en el lugar los equipos de emergencia.

MÁS BOMBARDEOS

Rusia ha intensificado sus ataques contra la ciudad y la región de Járkov. Además de viviendas, el domingo destruyó un centro médico en unos bombardeos "caóticos" para "aterrorizar" a la población, según el gobernador regional Oleh Synehubov.

En la región una mujer de 79 años murió en un ataque en una localidad norteña cerca del frente. Según las autoridades ucranianas, Rusia ha destruido en la región de Járkov más de 4.000 edificios residenciales, casi un centenar de centros médicos y unas 430 instituciones educativas.

La mayoría de los habitantes de Jarkov, entre ellos Leonid y Alla, son rusoparlantes, justo las personas que Putin dijo que iba a defender con su invasión pero que son, precisamente, los que más sufren las bombas rusas.

Tanto Leonid como Alla no tienen muy buena opinión de su supuesto "liberador", Putin, al que califican de "criminal de guerra" y "fascista" que debería ser juzgado en La Haya por bombardear a civiles.

"¿Cuánta gente ha matado Putin? En Chechenia, en Georgia, en Ucrania. Jóvenes rusos y ucranianos. Todo por sus ambiciones imperiales. Todo por sus ideas fascistas de crear un gran imperio", critica Leonid, que muestra orgulloso una foto suya en el móvil con todas sus condecoración de su época de ingeniero en la URSS.

Alla tercia en la conversación y dice que espera que la comunidad internacional cree un tribunal para juzgarle. "Esto es un crimen de guerra", dice mirando al jardín.

"Es un horror que ataquen civiles en el siglo XXI", agrega Alla, que se siente muy afectada por los bombardeos de centros educativos porque antes era profesora de música en colegios.

Leonid encuentra un pequeño trozo del misil en el jardín y cuenta que se lo entregará a la policía por si puede ser una prueba de algo.

Después de la conversación ambos se ponen a limpiar y organizar reparaciones en la casa con esa determinación y fortaleza que muestran tantos ucranianos después de los bombardeos. Un grupo de vecinos han sacado las escobas y ya están limpiando la calle.

"Lo más importante por ahora es reparar el techo para que no entre agua de la lluvia", explica Leonid.

Alla empieza a recoger los cristales del suelo y a tirar trastos rotos por la explosión. Su mayor preocupación ahora es encontrar a uno de sus dos gatos. Uno volvió tras la explosión pero el otro está desaparecido desde anoche.

La profesora jubilada no termina de decir lo que sus ojos expresan cuando ven el cráter, que quizá el gato ausente no vuelva. Se queda un rato mirando su jardín y explica que tenía tomates, pepinos, parras, margaritas, flores de saúco y cactus.

"Esto es todo una pena", dice con un suspiro.

Luis Lidón, enviado especial

(c) Agencia EFE