‘Anatomía de un escándalo’ o cómo perder seis horas esperando más de la cuenta
ATENCIÓN: este artículo contiene spoilers de Anatomía de un escándalo
Hace tiempo que Netflix y el universo streaming encontraron en las series limitadas la horma perfecta de su zapato. Y todo gracias a un puñado de predecesoras que dejaron el listón bien alto (Mare of Easttown, Gambito de dama o El ferrocarril subterráneo) y a un formato centrado en historias breves pero tan intensas que hacen que el enganche esté asegurado. Por eso cuando supimos del estreno de Anatomía de un escándalo el 15 de abril, muchos no tardamos en apuntarla como visionado obligatorio de Semana Santa. Después de todo, quién puede resistirse a un drama judicial con toques de thriller desarrollado por un experto en el género como David E. Kelley (Big Little Lies, Boston Legal, Ally McBeal, Nueve perfectos desconocidos y un largo etcétera). Sin embargo, estoy convencida que pocos esperábamos ser testigos de la anatomía de una serie sin esqueleto alguno.
Bienvenidos a la crónica de cómo perder seis horas viendo una serie esperando más de la cuenta continuamente.
A lo largo de seis episodios, esta serie basada en la novela homónima de Sarah Vaughan relata el proceso judicial que involucra a un miembro del Parlamento británico, su esposa y la fiscal. En la historia conocemos a James Whitehouse (Rupert Friend), un político exitoso, en pleno ascenso profesional, que disfruta del favor de la opinión pública y del propio Primer Ministro, que de repente se ve inmerso en un escándalo al ser acusado de abuso sexual.
Y es que lejos de su imagen de esposo ideal, el hombre llevaba cinco meses viviendo una relación extramarital con una empleada pública que lo acusa de violarla tras la ruptura en un ascensor del Parlamento. De esta manera, la historia se ramifica en esa esposa (Sienna Miller) que elige creerle y defenderlo ante la opinión pública, hasta que comienza a dudar cuando aparece un rumor que lo señala como culpable de otro posible abuso durante la etapa universitaria. Mientras también se ramifica en esa fiscal (Michelle Dockery), una abogada exitosa que esconde su verdadera identidad al estar relacionada directamente con aquel abuso del pasado.
Es decir, si bien Anatomía de un escándalo nos vende una propuesta interesante, tanto en el tráiler como en el arranque del primer episodio, prometiendo un drama judicial inteligente y afilado jugando con temáticas que van desde el privilegio, abuso de poder, consentimiento sexual, luz de gas y manipulación de la opinión pública, no termina de posicionarse en un mensaje claro, contundente y efectivo. Y en consecuencia, a medida que avanza cada capítulo, va decayendo en un camino de incongruencias con tantos tintes telenoveleros que la credibilidad brilla por su ausencia, derivando en la exasperación de aquellos que esperábamos un buen drama judicial en toda regla.
Es decir, la serie quiere abarcar tantos mensajes y temáticas que resulta inevitable pasar las seis horas esperando que al menos acierte con alguno. Por un lado con el arco de la esposa. Un personaje capaz de hacernos perder la paciencia con su complacencia externa y sufrimiento interno, tan arropada en el privilegio que le rodea que no abre los ojos hasta que toda la trama resulta evidente, derivando en un final que huele más a venganza personal que a justicia divina.
Así como el tratamiento ligero que le dan al propio abuso sexual en plena era post #MeToo; la sombra secundaria que cumple el rol de la amante o con el arco de la batalla legal y personal entre el político y la fiscal. Si tenemos en cuenta que a estas alturas han pasado infinidad de dramas judiciales por nuestras retinas seriéfilas, ¿cómo esperan los guionistas que demos credibilidad a una trama donde una fiscal liderando un juicio tan importante pueda ser capaz de mantener su identidad en secreto y tener semejante conflicto de intereses con el acusado?
Que esa abogada, que representan como una mujer inteligente, trabajadora y profesional, arriesgue su carrera y credibilidad por sed de venganza, sin pensar en las consecuencias definitivas de su implicación en el juicio, son para tirar la toalla. Además que no tiene sentido alguno que ni el político ni su esposa, excompañeros de universidad de ella, no la reconozcan al verla en el juicio. Y mucho menos que un político con el favor del Primer Ministro no sepa quién es esta mujer, sin hacer ningún tipo de investigación o preparación alguna sobre los testigos e implicados antes del comienzo del juicio.
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A su vez, que el final se centre en destapar un escándalo de drogas y homicidio involuntario de hace varias décadas con políticos involucrados, no tiene sentido alguno. Sin dudas sería un escándalo, pero se trata de una acusación basada en un testimonio sin pruebas y de algo que sucedió hace más de 20 años. ¿Y la ley de prescripción de delitos (o estatus de limitaciones)?
Anatomía de un escándalo tiene tantos frentes abiertos que llegamos al final esperando que de la estocada con alguno. Sin embargo es todo lo que hacemos: esperar. Desde el posible análisis sobre el abuso de poder en la política, a una crítica sobre el privilegio entre ricos nacidos en cuna de oro. A una historia profunda sobre manipulación e infidelidad en la pareja, o sobre la misoginia encubierta en la justicia, corrupción o clasismo. Había temas suficientes como para que la serie diera la nota con creces, no obstante, da la sensación que sus responsables han preferido tratarlos sin arriesgarse de lleno con ninguno, manteniéndose en el perfil seguro de la ficción novelesca.
Y, en resumen, en lugar de ver un drama judicial inteligente y adictivo terminamos siendo testigos de una serie que no sabe escoger la batalla que quiere ganar.