No repitas con tus hijos los errores de tus padres: cómo cambiar los patrones insanos de crianza

Se habla mucho de sanar las heridas de la infancia. Hay un montón de ofertas de cursos y de terapias que proponen sanar al niño o niña herida, sanar la herida infantil, recuperarnos de nuestras propias infancias, pero yo no creo que exista tal posibilidad.

La impronta primal una vez tornamos adultos difícilmente remite. Al menos yo no conozco ningún caso que se haya podido librar completamente. Creo que sí que podemos, en el mejor de los escenarios, con valentía y con la ayuda de terapias y terapeutas adecuados, entre otras prácticas transformadoras, hacernos conscientes de nuestra vivencia o experiencia real infantil, ordenarla en nuestra consciencia, reconocerla y aprender a vivir con ella procurando no hacernos ni hacer más daño, comprometiéndonos con acciones concretas para dejar un mundo mejor que el que encontramos, esforzándonos por amar y cuidar a nuestros hijos y a los niños todos, tal y como ellos esperan y necesitan, para que las nuevas generaciones no necesiten recuperarse de sus propias infancias.

(Getty Creative)
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Los patrones insanos de crianza se heredan. Repetimos las conductas y prácticas parentales de nuestros padres, estos a su vez de nuestros abuelos y estos a su vez de nuestros bisabuelos en una cadena interminable de transmisión de malos tratos. Un aprendizaje que se va inscribiendo en las interconexiones de nuestro cerebro más primitivo y se establece como patrón básico que orientará nuestras emociones, creencias y conductas a lo largo de la vida, hasta que en el mejor de los casos llega una crisis, como el nacimiento de un hijo o hija, que nos obliga a cuestionarnos todo en nuestras vidas y buscar los cambios necesarios para hacerlo mejor y detener la cadena intergeneracional de malos tratos.

Darnos cuenta siempre es el primer paso para cambiar, y ya nos hemos dado cuenta de que pegar, gritar, castigar, imponernos, forzar, culpabilizar, transmitir miedo, estallar y desquitarnos con nuestros hijos e hijas no está bien, hace daño, no es lo que queremos. Entonces nos proponemos hacerlo diferente de ahora en adelante. Aparece la famosa frase, “no quiero ser con mis hijos como mi mamá o como mi papá ha sido conmigo", pero a pesar de tanta buena voluntad y esfuerzo, cuando sobreviene un momento de estrés, todo se va al traste, nos damos cuenta de que nuestros buenos propósitos y esfuerzos de cambio no son suficientes.

Desde las neurociencias esto tiene una explicación. El doctor en biología, investigador y director de la Cátedra de Neuroeducación de la Universidad de Barcelona, David Bueno I Torrens advierte que nuestro cerebro lo tiene muy fácil para aprender, pero muy difícil para desaprender. Esto debido a que desaprender significa físicamente que hay que romper con conexiones neuronales que ya están hechas. El cerebro aprende y registra las cosas que interpreta como importantes en su momento y esto es muy difícil de borrar. No importa que se trate de conocimientos erróneos o conocimientos correctos. Al cerebro le da igual, dice Bueno I Torrens. Por eso se alojan y siguen activándose como un patrón definido a lo largo de la vida y no se desaprenden.

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Pero no te desalientes, esto no quiere decir que no podamos hacer nada para cambiar nuestras creencias, reacciones emocionales y conductas. El truco, según explica David Bueno, no es desaprender los aprendizajes erróneos, “sino crear conexiones nuevas de aprendizajes correctos encima de los incorrectos, crear las suficientes conexiones para que sean mayoritarias y tengan más peso respecto a las interconexiones antiguas que soportan el aprendizaje incorrecto, y que seguirán ahí, pero que se usarán cada vez menos hasta que finalmente no las usemos cuando logremos suficientes interconexiones nuevas que reemplacen las anteriores”.

Pero nos advierte el doctor Bueno I Torrens que “ante situaciones de estrés el cerebro tiende a utilizar los primeros conocimientos adquiridos porque están más enraizados en su base”. Esto quiere decir que en esos momentos donde el estrés nos domina, a pesar de todos los conocimientos “correctos” que hayamos sobrepuesto sobre los “incorrectos” en nuestra experiencia de vida, la tendencia sin duda es a que aparezcan aquellos más primitivos, alojados en la base de las interconexiones neuronales que se establecieron durante nuestras experiencias más tempranas.

El peso de los aprendizajes tempranos es tan importante que la doctora Alinson Gopnik, investigadora y catedrática de la Universidad de Berkeley, California, refiere el interesante fenómeno de las personas con lesiones cerebrales graves que pueden olvidar lo que ocurrió antes de sufrir la lesión, pero sin embargo el daño cerebral no hace que olviden su vida anterior, como en la enfermedad de Alzheimer en la que tal vez los recuerdos lejanos sean lo único que quede, incluso cuando la persona parece haberse consumido completamente.

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Por esta razón, explica el profesor e investigador de la Universidad de Barcelona, que los padres y educadores a pesar de que a menudo sabemos o entendemos que las formas o mecanismos o métodos que usaron con nosotros hace cuarenta años atrás no son los mejores, y aun cuando nos hemos formado para hacerlo diferente, en el momento de la práctica tendemos a usar los primeros aprendizajes. “Esto se debe también al hecho de que no aprendimos solo lo que nuestros educadores nos explicaban, sino cómo nos lo explicaban… aprendimos las estrategias que usaban para explicárnoslo, y eso queda enraizado dentro de nuestro cerebro, en estructuras más antiguas que cualquier curso o formación que hayamos hecho, y la tendencia del ser humano es a utilizar las formas antiguas antes que las nuevas”, zanja David Bueno.

¿Entonces qué podemos hacer para que el cambio que nos hemos planteado alcanzar en nuestro ejercicio como padres y educadores sea sostenible? En primer lugar como explicó David Torrens, formarnos para sobre escribir nuevos aprendizajes sanos por encima de los patrones insanos recibidos en nuestra infancia para que los nuevos tengan un mayor peso. Un desafío que se nos presenta en este punto es saber discernir entre tantas propuestas de formación para el ejercicio sano de la parentalidad, tanta oferta de cursos, conferencias, libros sobre crianza y educación. Usemos nuestro sentido común para elegir apropiadamente y decantarnos por los espacios y contenidos privilegiados orientados a construir cultura de infancia, a educarnos sobre la realidad de lo que es un niño y sus necesidades, que ayuden eficientemente a superar las lagunas, mitos y creencias falsas que tanto circulan en nuestras sociedades sobre los niños y cómo deben ser educados.

En segundo lugar es importante participar en grupos de apoyo, redes de acompañamiento en la crianza y educación para compartir experiencias, reflexiones, para renovar nuestros votos cada día, refrescar la consciencia de lo que queremos hacer en el presente, reforzar nuestro compromiso de criar con amor y buenos tratos. Esto es imprescindible para atajar o mitigar las reacciones automáticas de nuestros aprendizajes más primitivos.

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