Ni ‘Ben-Hur’, ni ‘Quo Vadis’: mi película de Semana Santa favorita es ‘El príncipe de Egipto’
Con la pandemia todavía condicionando nuestras vidas, la Semana Santa 2021 se presenta otra vez limitada por las restricciones sanitarias. Pero aunque no podamos celebrarla como antes, hay una tradición que no va a faltar, precisamente porque la mayoría pasaremos más tiempo en casa. Sí, estoy hablando de volver a ver algunas de nuestras películas de Semana Santa favoritas. Aunque lo hayamos hecho mil veces ya.
Y lo mejor es que no hace falta ser religioso o creyente, sino que simplemente es necesario disfrutar del buen cine y de las grandes historias imperecederas que nos ha dejado a lo largo de las décadas. Obras monumentales como Ben-Hur, Los diez mandamientos o Quo Vadis, que se convierten en revisionado obligatorio todos los años por estas fechas y reúnen a millones de espectadores delante del televisor. Sin embargo, por muy míticos que sean, mi película favorita de Semana Santa no se encuentra entre esos títulos.
La película que más me gusta revisitar en esta época es un clásico moderno de la animación, El príncipe de Egipto, que a finales de los 90 convertía el Éxodo en un espectáculo épico musical inolvidable para todos los públicos. Estas son mis razones para volver siempre a ella.
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El cine de Semana Santa me retrotrae automáticamente a la infancia, a esas tardes ociosas en las que las televisiones programaban (y siguen haciéndolo como manda la tradición) clásicos del cine histórico y religioso que mis padres devoraban, sin importar las muchísimas veces que las hubieran visto. Recuerdo esas lujosas y ambiciosas superproducciones de estudio que captaban mi atención por sus imágenes espectaculares y ese sentido de la épica y la grandilocuencia que te invadía por completo cuando alguno de estos films volvía a la programación.
Mis padres no quitaban ojo de la pantalla cuando se emitían clásicos como Espartaco, Quo Vadis, Jesús de Nazaret o Ben-Hur. Se las sabían de memoria como yo me sabía La Sirenita, Dentro del Laberinto o El Rey León. Sin embargo, mi déficit de atención hacía pronto acto de presencia y no tardaba en cansarme de sus largos metrajes y sus historias demasiado complejas para mi mente infantil, abandonándolas siempre a medias para centrarme en otras cosas. Estas películas forman parte de nuestra infancia, pero nunca consiguieron hacer que la temática bíblica fuera interesante para mí. Hasta que llegó El príncipe de Egipto.
Como niño de los 80/90, este clásico de DreamWorks es mi punto de entrada básico a la Biblia. Sí, al hacerme mayor fui descubriendo muchas obras del género que me mostraron facetas distintas del cine y me hicieron empezar a entender mejor el gusto por el péplum y el cine histórico-religioso; los clásicos ya mencionados, apuestas más originales (y blasfemas) como La vida de Brian y el musical Jesucristo Superstar; obras provocadoras y menos ortodoxas como La última tentación de Cristo de Martin Scorsese o Noé de Darren Aronofsky; y por supuesto la violenta y polémica La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Pero ninguna la he visto tantas veces como El príncipe de Egipto.
Y esto es por una razón sencilla. DreamWorks convirtió la Biblia en una superproducción de animación siguiendo los pasos de los musicales de Disney que nos obsesionaban de pequeños (y de mayores, por qué no decirlo), elevando el nivel de épica a lo más alto para trasladar a la gran pantalla el Éxodo, una de las historias más fascinantes de la Biblia, con un poderío visual arrebatador.
Como decía, no hace falta ser religioso para disfrutar de estas películas. Quien esto escribe es 100% ateo y no comulga con la religión católica ni con la Iglesia, pero sé perfectamente cómo reconocer una buena historia y una película de calidad. Y la Biblia representará muchos ideales contrarios a mí, pero está llena de relatos que piden ser contados una y otra vez, como hemos visto a lo largo de la historia del cine.
Detrás de El príncipe de Egipto se encuentran los directores Brenda Chapman (Brave), Steve Hickner (Bee Movie) y Simon Wells (Balto. La leyenda del perro esquimal). La película adapta el Éxodo, segundo libro de la Biblia, que relata la esclavitud de los hebreos en el antiguo Egipto y la liberación de su pueblo gracias a Moisés, que los llevó en una odisea imposible hacia la Tierra prometida. Se trata de la segunda película animada del estudio (tras Antz) y la primera realizada en animación tradicional. Aunque en ella se dan la mano la artesanía de la animación hecha a mano con las nuevas tecnologías que se usaron para animar digitalmente muchas partes y elementos del film, siendo considerada a menudo un híbrido tradicional-CGI.
La película está inspirada en el clásico de 1956 Los Diez Mandamientos de Cecil B. DeMille y es un proyecto muy personal. El productor Jeffrey Katzenberg propuso varias veces la idea a Walt Disney Studios, donde trabajó como ejecutivo entre los 80 y los 90, atribuyéndose a él la recuperación de la compañía tras su era oscura con algunas de sus películas más exitosas y míticas, como La Sirenita, La Bella y la Bestia, Aladdin o El Rey León -además de ser una figura clave en la adquisición de Pixar por parte de Disney. La idea de adaptar el Éxodo en Disney no cristalizó y Katzenberg se la llevó consigo a DreamWorks cuando fundó el nuevo estudio en 1994 junto a Steven Spielberg y David Geffen. Así, El príncipe de Egipto se convirtió en su proyecto inaugural (aunque Antz se acabó adelantando y se estrenó antes).
La ambiciosa producción contó con un equipo internacional de más de 350 personas, procedentes de una treintena de países diferentes, y entre los que se encontraban numerosos artistas que habían trabajado para Disney. Entre las voces originales del film hay estrellas de la talla de Ralph Fiennes, Michelle Pfeiffer, Val Kilmer, Jeff Goldblum, Danny Glover, Patrick Stewart, Helen Mirren, Sandra Bullock, Steve Martin y Martin Short. Y las película cuenta con majestuosas canciones originales escritas por Stephen Schwartz y una impresionante banda sonora compuesta por Hans Zimmer.
La música sin duda es uno de los elementos cruciales que la convirtieron en un éxito, especialmente el sobrecogedor tema principal When You Believe, interpretado por las divas de la canción Mariah Carey y Whitney Houston, que recibió el Oscar a Mejor Canción Original en la edición de 1999, donde también estaba nominada a Mejor Banda Sonora. Todavía siento escalofríos cada vez que escucho When You Believe, un tema redondo en el que dos de las mejores voces de la historia se unieron (acallando rumores de rivalidad) en un dueto que pasó a la historia del cine y la industria discográfica.
Pero sus canciones no fueron lo único que llamó la atención del público, que acudió a las salas en masa para volver a vivir el Éxodo desde otra perspectiva, a través del arte de la animación. Su lujoso estilo visual, su sentido de la épica y sus impresionantes imágenes dejaron huella. DreamWorks subió el listón de la animación con escenas como la de las plagas o Moisés separando las aguas del Mar Rojo, alcanzando cotas de espectacularidad por aquel entonces solo posibles en el mundo de los dibujos animados.
El príncipe de Egipto también se desmarcó por su tono, más adulto y solemne que la mayoría de producciones animadas de la época, con escenas verdaderamente oscuras y dramáticas. Y es que el Éxodo no se podía contar como si fuera una comedia o una ligera aventura infantil, sino que requería una adaptación seria, con una extensa labor de documentación detrás y respeto por el material. De ahí también que la campaña promocional del film se dirigiera especialmente al público adulto, y que su merchandising fuera reducido, limitándose a una modesta línea de figuras, libros y promociones en supermercados.
La película se estrenó a finales de 1998, convirtiéndose en todo un éxito de taquilla en la temporada navideña. Las críticas fueron generalmente positivas y su recaudación mundial en taquilla ascendió a los $218,6 millones (€185,8 millones, sin contar inflación, BoxOfficeMojo), lo que la situaban como la película de animación no perteneciente a Disney más taquillera en ese momento, superada en 2000 por Chicken Run (también distribuida por DreamWorks). El éxito de El príncipe de Egipto dio lugar a una precuela directa a vídeo en 2000, Joseph: Rey de los sueños, que aunque no gozara de la fama de su predecesora también se ganó muchos fans. Y como prueba de su repercusión duradera, el film original tuvo su adaptación musical de teatro en 2017, con una obra que debutó en California y llegó al West End de Londres, donde estaba representándose hasta que llegó la pandemia.
El fenómeno comercial que fue la película también tuvo su reverso oscuro, ya que como era de esperar, fue censurada en varios países musulmanes (Maldivas, Malasia y Egipto), donde las representaciones de profetas islámicos (entre ellos Moisés) están prohibidas en los medios, y fue objeto de controversia y debate sobre su rigor histórico y su representación de la Biblia. Aunque lo cierto es que, por la mayor parte, la polémica no fue más allá y no afectó a su rendimiento comercial, como tampoco a su legado, que sigue vivo hoy en día.
El príncipe de Egipto representa una época efímera pero muy importante para el cine de animación, una etapa de transición en la que los estudios estaban dando el salto progresivamente del 2D a la animación por ordenador y Disney se enfrentaba a un nuevo estudio emergente que amenazaba con acabar con su monopolio. En mayor o menor medida, las películas de animación tradicional de DreamWorks ocupan un lugar muy especial en el corazón de toda una generación, largometrajes como La ruta hacia El Dorado, Spirit, Simbad o la protagonista de hoy, que son recordados con cariño y nostalgia y mucho más queridos y reivindicados de lo que podría parecer a simple vista en un mundo dominado por Disney.
Por todo esto, ni Ben-Hur ni Quo Vadis son mi película de Semana Santa favorita, sino El príncipe de Egipto, una obra de arte cuyas imágenes se quedaron grabadas en mi retina y cuyas canciones nunca han dejado de sonar en mi cabeza. No suelo conectar con las películas religiosas porque, como decía al comienzo, soy ateo convencido, pero las hay que trascienden su etiqueta y género para ser algo más, películas que se viven y se disfrutan sin importar tu procedencia, tu identidad o tus creencias, porque cuentan una historia infalible de forma apasionante y saben hacer llegar su mensaje universal.
Eso es El príncipe de Egipto para mí, un vestigio de una de las mejores épocas para la animación, un espectáculo audiovisual sin parangón y una potentísima historia que nunca pierde su efecto. En Semana Santa no suelo ver cine religioso como la mayoría, pero El príncipe de Egipto es una de esas obras a las que siempre volveré una y otra vez, una joya que bien merece un revisionado periódico y que conserva intacto su poder para asombrar y conmover. Sí, incluso para los que tenemos un pie en el Infierno.