El niño me mintió

El que diga que su hijo jamás le ha dicho una mentira seguramente miente. Incluso, yo lo hice con mis padres (esa fue mi primera y última vez), ante su negativa constante, cuando quería salir hasta altas horas de la noche. Mentí y un día la verdad salió a la luz, lo que trajo de la mano unas cuantas represalias. Ahí comprendí que era cierto aquello de “la mentira tiene patas cortas”.

El niño me mintió / iStockphoto
El niño me mintió / iStockphoto

Pero no siempre para los papás son tan cortas esas patas. Nos preocupa que nuestros hijos puedan estar pasando por alguna situación de peligro y nosotros ni siquiera lo imaginemos. Por eso, en ocasiones nos volvemos demasiado herméticos con ellos. ¿Cómo podemos evitar que nos mientan? Y si no se puede, ¿cuál es la mejor manera de reaccionar? Porque después de todo la idea no es otra que convertir una trasgresión en una lección de vida, sin llegar a problemas mayores.

La licenciada en psicología infantil Rosina Duarte, que además es Directora del Curso Integral de Consultoría en Crianza de la Asociación Civil Argentina de Puericultura, nos regala algunos consejos para aprender a manejarnos con los chicos cuando nos encontramos desorientados.

¿Cambian las mentiras de acuerdo con las edades?

“Sí, claro. Durante la primera infancia, entre los 3 y los 5 años, confunden mentira con fantasía. La mentira forma parte de un elemento lúdico. Es esperable, salvo que se extienda a un comportamiento habitual y constante. Pero en general, pasada esa edad, ya comienzan a armar su personalidad y las mentiras que dicen son sin maldad: por ejemplo, cuando ocultan que los reprendieron en la escuela.

Ya en el momento de la preadolescencia, la mentira está absolutamente relacionada con el vínculo que tiene el niño con los padres”.

¿De qué manera influye el vínculo?

“Por empezar, el ejemplo es muy importante, hasta en las cosas más pequeñas. Si suena el teléfono y les ordenamos que digan que no estamos, les estamos enseñando que está bien mentir. Los chicos están en estado de pureza y no tienen las mismas herramientas con que contamos los adultos para distinguir cuáles son las que hacen daño y cuáles no. Por eso a veces es bueno explicarles estas diferencias.

Por otra parte, cuando llega a la preadolescencia es fundamental que haya formado un fuerte vínculo de comunicación y confianza con sus padres, en el que esté instaurado el diálogo. No, sólo en los momentos que los papás desean, sino que tiene que salir naturalmente del niño: a través del juego, en una salida o haciendo algo que a él le guste. No tiene que sentir miedo de contarles abiertamente lo que le pasa, debe estar tranquilo de que no va a ser criticado o castigado. No se trata de controlarlos, sino de contenerlos y acompañarlos. Pero para eso, los padres debemos tomarnos el tiempo necesario para escucharlos. Un tiempo que cada vez escasea más, porque vivimos a las corridas. Así nos vamos perdiendo lo que les sucede a nuestros hijos”.

De todas maneras, hay una edad en que los chicos se van haciendo más grandes y comienzan a mentir ¿Es normal?

“Hay una edad en la que ellos ven a sus padres y lo que menos quieren es parecerse. Ahí es donde vienen las mentiras. Pero hay una cuestión fundamental con respecto a este tema. Hay que hacer una división entre las mentiras que no los perjudican y otras que realmente los ponen en riesgo. Por eso digo que es importante el vínculo fuerte desde que nacen, que sepan que pueden hablar con sus padres”.

¿Cómo les enseñamos a no mentir en un mundo tan mentiroso?

“Son valores y principios que se trasmiten en la familia. Lo más valioso es enseñar con el ejemplo. El clima del hogar siempre debe favorecer la verdad y nunca tomar a la ligera o como un chiste cuando se dice una mentira, porque de esa manera la estaríamos estimulando, siendo cómplices. Así como jamás debemos ser cómplices de las mentiras de ellos. Es bueno que sepan que no hay que tener miedo a decir la verdad”.

¿Cómo tenemos que reaccionar cuando los descubrimos en algo? ¿Sirve prohibir?

“Cuando tu prohíbes, el niño va a buscar la vuelta para hacerlo igual; y esa vuelta seguramente va a ser la mentira. Con prohibir generamos el efecto contrario, el efecto rebote. Negar, limitarlo, atrasarlo con respecto a la sociedad tampoco sirve. Hay que reaccionar con calma y poner los límites necesarios. Pero es muy importante escuchar a los preadolescentes. Tenemos que recibir lo que tienen para contarnos. Por más razones que tengamos los adultos, no sirve imponer nuestra opinión por la fuerza.

De todas maneras, lo ideal es la prevención para que no suceda, por eso remarco tanto lo de los vínculos y el diálogo abierto. Y si sucede, que sea de la manera menos grave posible. Es bueno generarles confianza, seguridad y calma. Asimismo, aunque no hay que llenarlos de miedo, tenemos que contarles los peligros existen en el mundo exterior. Tienen que ser conscientes de ello”.

¿Está bien revisarles sus cosas cuando sospechamos que están ocultando?

“No, estaríamos invadiendo su intimidad. Eso no se hace. Como padres debemos hacernos un replanteo y pensar por qué sucedió aquello que no queríamos. Nos tiene que servir para estar alertas sin llegar a ponernos paranoicos.

Por otra parte, también tenemos que crecer y comenzar a aceptar lo diferente, no podemos dejar a nuestros hijos afuera. Por ejemplo, cuando quieren jugar con la computadora en vez agarrar los autitos. Es bueno reconocer las distintas épocas (no fue igual nuestra infancia que la de ellos) y sus diferentes etapas, sus cambios a medida que van creciendo. Debemos ser coherentes con nuestra forma de proceder; si vivimos en una ciudad, es lógico que se acostumbren a usar la computadora. Si no, entonces habría que optar por un estilo de vida diferente. Por eso hay que aprender a adaptarse a lo nuevo y seguir el ritmo del mundo en la medida de lo posible. Es un trabajo difícil pero por ellos vale la pena hacerlo”.

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