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Brassiere sin relleno, por favor

Este fin de semana quise aprovechar las rebajas para renovar mi ropa interior. Fui a la tienda departamental donde, hasta entonces, sin dar muchas vueltas y a precios relativamente razonables, siempre había encontrado el modelo a mi gusto. Particularmente el brassiere, si es de buena calidad —si no se le salen las varillas, si los broches y los elásticos aguantan la tercera lavada y si la tela no pica—, suele ser una prenda cara. Pero hay que invertirle, al menos una vez al año, tiempo, dinero y esfuerzo.

¿Tan difícil es encontrar un brassiere sin relleno? - iStockphoto
¿Tan difícil es encontrar un brassiere sin relleno? - iStockphoto

Ahí estaba buscando, en cuclillas, hincada, en puntas de pie, hurgando hasta el fondo del rack... Nada. Para mi sorpresa, t-o-d-o-s los brassieres tenían relleno y mucho. Por abajo, por arriba, por un lado, por el otro, por los dos, relleno y más relleno. "Debo estar buscando mal", pensé, así que me acerqué al mostrador y le pregunté a una señorita dónde estaban los sostenes sin relleno. Su respuesta fue completamente vaga, esa forma de decirle a uno que NO sin decirle que no.

Decidí dar un segundo recorrido. Elegí algunos ejemplares con poco relleno y entré al probador. Uno, otro y otro más; ajusté todo lo ajustable, tirantes, presillas, ganchitos, pero el resultado era siempre el mismo. No lograba reconocer mi escote con semejantes bultos. Definitivamente esa no era yo. Mis senos son pequeños, siempre lo han sido y me encuentro satisfecha con su forma, tamaño, peso y apariencia. Simplemente porque son míos, así son, así me gustan. No me siento acomplejada porque al mirarme en conjunto me encuentro bien en mi cuerpo, armoniosa y feliz con las decisiones de la naturaleza. Aunque debo confesar que no siempre fue así...

Resulta que cuando inicié mi vida sexual pensaba que mis senos no eran bellos porque todas las mujeres que veía en el cine o en las revistas de moda tenían senos con forma de cereza: redonditos, tamaño mediano tirándole a grande, pezones firmes mirando siempre a la cámara, turgentes, casi de porcelana, sin una estría, como mandados a hacer por un artesano en el Olimpo. Mi novio, también primerizo, no supo de mi complejo pero tampoco reportó ninguna inconformidad, al contrario.

Thinkstockphotos
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Tiempo después pasé unas vacaciones en una playa llena de turistas europeos. La etiqueta: mujeres en topless. Los senos que vi entonces no se parecían en nada a los que había visto antes. Tamaños, formas, colores... todos eran distintos y había tanta libertad en esa diferencia, que poco a poco aprendí a valorar mis formas y a disfrutar de la desnudez. Perdí el miedo, me asoleé topless y me metí al mar sin ningún falso pudor. Sobre todo, recuerdo que no sentí la presión de la "perfección" o la agresión de una mirada lasciva. Ese verano entendí que cuando hay libertad y espacio para la diferencia, la mirada propia y la ajena dejan de concentrarse en las ideas retorcidas sobre el cuerpo.

...Por eso, mientras miraba la forma en que el relleno deformaba mis senos, me preguntaba qué carambas estaba pasando por la cabeza de los almacenistas. ¿Por qué habían eliminado esas magníficas piezas de ingeniería y diseño que respetaban, en la medida de lo posible, la diversidad de formas y tamaños?

Salí del probador y fui directamente con la señorita que me estaba atendiendo. Le dije que me parecía una grave equivocación el que sus gerentes hubiesen eliminado las opciones sin relleno. La señorita me miró incrédula y respondió: "Eso es lo que piden las clientas, ya no estamos surtiendo lo otro", y cuando dijo lo otro torció nariz y boca como si hablara de un calcetín apestoso. ¿La señorita había sido entrenada para responder de esa manera o es que realmente las clientas estaban pidiendo SOLO ESO? En cualquier caso, me sentí agraviada. Obviamente cambié de tienda, pero no encontré nada a mi gusto.

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En el camino de regreso a casa pensaba en cómo el mercado puede moldear nuestra idea del cuerpo. ¿Acaso pretenden que todas las mujeres tengamos un par de bolas redondas, grandes, firmes, presionadas por cojines y plásticos para dar la impresión de que, en cualquier momento, van a saltar del escote —directamente a los ojos, la mano, la boca de un tercero—?

Muchas mujeres consideran que el relleno del brassiere es una gran idea y no tengo nada en contra de ello. Lo que no me parece es que de pronto esa sea la ÚNICA opción.

Como ocurre con las porciones de comida en el mundo consumista, el mercado nos presenta una idea dominante: más es mejor, aunque sea falso. Y aunque todos participen de la farsa. Porque cuando llega la hora de la verdad, no hay cojines ni algodones ni push up que sostengan la mentira.(A menos que usted esté a favor de la cirugía y tenga dinero para hacérsela, entonces el asunto del sostén es secundario.)

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Los estímulos visuales, los prejuicios y los estereotipos han colonizado la idea de lo que es o debe ser un cuerpo "femenino", "deseable", "bello" y "perfecto". La idea que a últimas fechas nos han vendido, está construida con los parámetros del gusto masculino mediatizado, donde la forma de cereza superdotada se impone como el modelo a seguir, tanto así que prácticamente todas las copas de los sostenes están diseñadas para dar esa apariencia.

Me parece muy bien que haya mujeres que se sienten más sexys y seguras usando relleno. ¿Pero qué hay de las demás? ¿Acaso la tendencia es eliminar la opción sin relleno? Sé que no soy la única chica que considera que la diversidad de formas y dimensiones del cuerpo femenino deben ser incluidas. Y así como se ha peleado por el ajuste de las tallas de ropa exterior para evitar la dismorfia, la bulimia y la anorexia, me parece que también se debe iniciar una discusión en torno a la ropa interior para pedir que la cadena productiva (desde el diseñador hasta el almacén) tengan presente la diversidad de formas de nuestros cuerpos.

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