Carlos Núñez, el Hendrix de la gaita

Su primer concierto se celebró en una aldea de Galicia hace 40 años. "¡No pares, Carlinhos!", le decían los adultos al pequeño. Eran apenas dos piezas interpretadas en bucle, una espiral mágica que imantó a ese grupo de almas hasta el amanecer. Aún toca aquella alborada y muiñeira en sus recitales. "Lo importante no es el repertorio, sino la energía". Aparece por primera vez la palabra, el concepto, el conjuro y el secreto que posee este Hamelin posmoderno. Carlos Núñez no es solo músico, el "Hendrix de la gaita", como lo apodaron sus colegas, y un exquisito flautista. Es un arqueólogo de sonidos. Un encantador de oyentes. Energía, energía, energía. Conversa sin mirar el reloj, en un mantra de sensaciones y cuando la cadencia atraviesa una velocidad crucero irrumpe con un adjetivo, con una onomatopeya. Se aleja de aquel salón del bar, donde una radio transmite los últimos hits de la música melódica. "Absorbe energía", asegura y escoge un sitio luminoso junto a un ventanal, silencioso, una mesa con mantel blanco.

-¿Dónde reside el poder de la gaita?

-Tiene un secreto: tiene una energía positiva que hace feliz a la gente.

Durante años, este egresado del Conservatorio Nacional español se dedicó a estudiar la música celta, y sus hallazgos se plasmaron en el libro La hermandad de los celtas (Espasa) que ya va por su cuarta edición. La península ibérica era el punto de enlace entre el Mediterráneo y las islas británicas, y a lo largo de los siglos ese instrumento y sus partituras se fueron legando de generación en generación hasta que un niño de Vigo, una noche, advirtió que tenía un don. "A los 13 años ya tocaba como ahora. Pero tenía un problema: era demasiado pequeño, en Galicia no me daban las oportunidades". Años después, Núñez tocaría en el Carnegie Hall, sería adoptado por The Chieftains en sus giras internacionales, grabaría discos y compondría bandas de sonido, como la de Mar adentro, de Alejandro Amenábar.

-¿Qué conocemos en particular de los músicos celtas, de su arte, de su ejecución?

-La música celta es como la música electrónica de su época. Hay en ellos una voluntad de crear un trance. Estos artistas estaban en un estado alterado de conciencia, no sabemos aún si con plantas o con música. Está la idea de dejarse ir, de estar pletórico. Eran músicos y poetas, no eran dos facetas diferentes. Eran bardos.

-Además de la gaita, tocás la flauta. ¿Cuál es la diferencia que existe entre ambas en materia de energía?

-Soy como un pintor que tiene dos paletas diferentes: la gaita, un amor aristotélico, carnal y pasional; y la flauta, un amor platónico.

-Sin referirnos a la composición, ¿qué diferencia a la música celta de otros géneros musicales?

-Creo que todo lo celta es about connections. Si tienes que definir lo celta de algún modo, es siempre el esfuerzo por conectar. Hay géneros que basan su seducción en todo lo contrario, en la exclusividad. El flamenco dice que nadie va a poder sentir como lo hace un gitano. El músico clásico dice que hay que pasar por el conservatorio para ejecutar. El celta siempre hace el esfuerzo contrario. Es una filosofía milenaria que busca conectar con el otro. Quienes tocamos música celta, lo hacemos con respeto a la tradición, pero no con reverencialidad. Creemos que la música nunca está terminada y la reescribimos cada día.

-¿Aún hay prejuicios hacia la música celta?

-Todo lo celta iba siempre rodeado de un halo de misterio, magia, bruma y de muy poca cosa científica. A la universidad siempre le ha interesado el Mediterráneo: Grecia y Roma. Pero el oeste celta pareciera que estaba habitado por unos salvajes y unos atrasados. Además, la universidad le da prioridad al mundo escrito y, en lo celta, predomina lo oral. La pieza clave de toda mi investigación de tres años han sido los arqueólogos, como Barry Cunliffe, de la Universidad de Oxford, y Martín Almagro, de la Universidad Complutense de Madrid. Mientras escribía el libro se sucedieron descubrimientos en tiempo real, por ejemplo, la primera representación en un petroglifo galaico de una lira, instrumento asociado a los bardos celtas.

-¿De qué modo lo celta también viajó a América?

-En la Conquista, el instrumento que se impuso fue la guitarra. Era el Renacimiento y la gaita pertenecía al pasado. Esas gaitas que llegaron a América desaparecieron, pero sus almas y su música se transformaron en acordeón, en guitarra. En el sur de Brasil al acordeón se le llama gaita. El chamamé, con un swing propio de latinoamericana, tiene los mismos ritmos que encontramos en Irlanda o en Escocia. Cuando invitamos al Chango Spasiuk a Irlanda, no podía creer las semejanzas.

Núñez se presentó por primera vez en Buenos Aires a los 24 años. León Gieco y Mercedes Sosa asistieron al concierto y esa misma noche ella lo invitó a cenar a su casa. La velada transcurrió entre risas, brindis y canciones. Cuando ya estaban muchos comensales en la puerta, a punto de marcharse, Mercedes pronunció:

-Quietos ahí, señores. No se van a ir así como así- dijo ella.

Entonces, comenzó a sonar a modo de primicia y suvenir el nuevo disco de La Voz de América Latina. "El disco tenía dos caras y nadie se movió. Nadie dijo ni pío. Sentí que estaba en un momento mágico ante una jefa tribal Los creadores en América Latina tienen orgullo por sus raíces: Juanes, Gustavo Santaolalla, León Gieco. En España, por una necesidad de una modernidad mal entendida, esto no ocurre".

La banda de música celta más famosa de todos los tiempos, The Chieftains, reparó en el talento de un muchacho gallego de 18 años y, poco después, él partió con ellos de gira por Estados Unidos y Australia, grabaría un disco que ganaría un Grammy, y acumularía un tesoro de anécdotas. Juntos grabaron la banda de sonido de La isla del tesoro (1990), con Charlton Heston. En The Long Black Veil (1996), The Chieftains y Núñez grabaron con Sting, Mick Jagger, The Rolling Stones, Sinéad O' Connor, Van Morrison y Tom Jones, entre otros.

-¿Qué recuerdo tenés de Bob Dylan?

-Tocamos con él en Japón. Sentí que aquel saludo entre Dylan y The Chieftains [traducido como los jefes tribales] era también una cumbre de jefes. Dylan representaba la parte del bardo poeta y The Chietains, los bardos músicos, instrumentales. Fue un encuentro de jeques indios. Cuando ganó el Nobel, Dylan proclamó que uno tenía que conocer y cantar a su tradición antes que cantar la música del momento. Después de tocar, hicimos una fiesta en la habitación de hotel de su guardaespaldas.

Faltan minutos para la medianoche. Cuatro mil almas, en unas coordenadas de aquella ciudad turística que alguna vez fue capital del imperio, asisten a la inauguración de un parque temático que recorre la historia de Toledo, y con ella, la de España. Acaban de presenciar en Puy Du Fou un espectáculo exuberante, en un escenario al aire libre, con un lago artificial donde transcurre parte de la acción, animales, carruajes, trajes fastuoso, bailarines, actores, juegos lumínicos, fuegos artificiales. Sin embargo, la verdadera celebración ocurre cuando irrumpe en un escenario Carlos Núñez. Ocurre la magia. Suena su versión del bolero de Maurice Ravel. Los mozos detienen sus bandejas para mirarlo, la espuma de la cerveza detiene su efervescencia.

Cada vez que Núñez sale al escenario lleva a su público a un viaje etimológico y estético por la historia de una península, por sus laberintos, por sus artistas más renombrados y también por los desconocidos.

-¿Cómo te cuidás físicamente?

-Ser músico es querer experimentar los límites. Estudié música clásica porque quería experimentar los límites del virtuosismo, de llevar los tempos hasta el límite. Eso te lleva a que seas como un deportista de elite. Tengo 48 años y debo mantenerme en forma. Es un muy importante una vida sana. Procuro hacer natación y pilates porque todos los instrumentos tienen posturas desiguales. Tiene que haber una preparación y necesitas mucha disciplina. La gente se hace fantasmas que no son tales. Un músico, para que pueda darlo todo, tiene que estar en forma.

-¿Cómo se lleva la música clásica con la celta?

-Nos han vendido muy bien que la música clásica es la mejor del mundo, un imaginario que sigue existiendo. Responde a leyes cerebrales.

-¿Cómo fue llegar al Conservatorio y a Madrid en plena época de la movida?

-La movida fue un fenómeno muy patrocinado desde las intuiciones públicas que en ese momento buscaban la modernidad tras salir de la dictadura. Los que tocábamos música clásica éramos marcianos. Y hoy digo: "Gracias por haber sido un marciano". Mis compañeros, los que estábamos tocando la gaita, no nos dedicamos a beber ni a salir. Con la gaita no ligabas. Todos esos primeros años eran como un gran invierno, pero allí pude recibir una gran cantidad de información y educación.

-Y en la actualidad, ¿cómo son esos jóvenes músicos en España?

-Hoy estamos hablando de "la España vaciada" [el abandono de las zonas rurales y el traslado a las grandes urbes genera una crisis de despoblación en determinadas áreas]. Los jóvenes de hoy son diferentes a los de aquellos años de la movida, pero, si no espabilamos, España va a pasar a ser un Miami más y se va perder mucho en cuestión de diez años. Veo a la gente joven más conciente de su tradición. Mira a Rosalía, que quiere hacer pop desde el flamenco, por ejemplo, o a Amaia, de Operación Triunfo. O acabo de grabar con Amaral una cantiga medieval. La Argentina tienen mucho que enseñarnos, porque ojalá nosotros podamos recuperar el orgullo por lo nuestro.