Cazador blanco, corazón negro: cuando la maldición de La reina africana recayó sobre Clint Eastwood

A la hora de hablar de rodajes legendarios de Hollywood, el de La reina africana tiene un lugar de privilegio. En esta misma sección repasamos los detalles de la intensa aventura que Katharine Hepburn, protagonista de esa película de John Huston con Humphrey Bogart, narró con mucho detalle en un libro titulado El rodaje de La reina africana o cómo fui a África con Bogart, Bacall y Huston y casi pierdo la razón. Y contamos también cómo Peter Viertel, guionista de la película, le dedicó una novela a aquella travesía en la que un director de cine se obsesiona con la caza de un elefante en el corazón de la selva: Cazador blanco, corazón negro, llevada al cine por Clint Eastwood en 1990 después de otro rodaje cargado de alternativas, idas y vueltas cuya historia vale la pena reconstruir.

El propio Eastwood interpreta a ese cazador furtivo y director altanero que fue un ícono indiscutido de aquel cine que apostaba a las grandes odiseas en las que había que poner el cuerpo porque no existía el respaldo de los efectos digitales para resolver secuencias complicadas.

Cazador blanco, corazón negro es una crónica muy efectiva de los acontecimientos que precedieron al rodaje de La reina africana, cuando Huston viajó con el objetivo inicial de localizar los exteriores de la película para después empezar el rodaje. Pero una vez instalado temporalmente en la selva africana, se obstinó con la caza de un elefante en lugar de dedicarse de lleno a cumplir con el objetivo principal de ese periplo, financiado en buena parte por la Warner. La película es muy buena -eso naturalmente es materia opinable, pero el paso de los años la ha colocado en el lugar que merece dentro de la filmografía de Eastwood-, pero su rendimiento comercial fue pésimo: costó 24 millones de dólares y recaudó 2.300.000.

Tráiler de "Cazador blanco, corazón negro"Tráiler de "Cazador blanco, corazón negro"

Para peor, Eastwood venía del peor fracaso de su carrera, El cadillac rosa (1989), donde además de dirigir también asumía el rol protagónico -un cazarrecompensas dedicado perseguir deudores morosos- y aparecía Jim Carrey como imitador de Elvis Presley.

La preproducción de Cazador blanco, corazón negro empezó en los primeros meses de 1989 y ya de entrada hubo problemas: tanto los responsables de Rastar Pictures, otra compañía asociada en la financiación de la película, como el productor neoyorquino Stanley Rubin querían pedirle a Eastwood unos cambios en el guion antes de que se inicie la filmación, pero Clint estaba atravesando serios problemas personales y claramente los evitaba. Quien filtraba todos los llamados era David Valdes, empleado de Malpaso, la productora de Eastwood, quien finalmente terminó viajando al lugar del rodaje sin avisarle a casi nadie ni responder a ninguna convocatoria de los productores.

De nuevo: no era un buen momento personal para el cineasta. Con 60 años recién cumplidos, estaba en pleno proceso de divorcio con la actriz y directora Sondra Locke, su pareja desde 1975. Locke le reclamaba setenta millones de dólares para dejar la mansión en la que vivían juntos y había filtrado a la prensa algunos datos sobre el comportamiento de Eastwood que no lo dejaban muy bien parado: lo definió como un hombre distante, manipulador, imprevisible y ocasionalmente violento que la había exhortado a abortar dos veces. Ante la Justicia, Clint definió a Locke como "una amante más", al tiempo que se empezaba a hacer pública su relación con otra actriz, Frances Fisher, un amorío que aparentemente ya llevaba un buen tiempo de desarrollo.

En esa época de tanta convulsión interna, Eastwood protagonizó Cazador blanco, corazón negro, una de las películas que más exigencias le plantearon como actor: tenía que encarnar nada menos que a John Huston, un pope del cine de Hollywood y una especie de Charlie Parker de la industria del cine (una analogía útil si se toma en cuenta que Clint venía de estrenar Bird, su biopic sobre el genial saxofonista fallecido en 1955), un músico temperamental, egocéntrico, indisciplinado y talentoso como el director de El halcón maltés y El tesoro de Sierra Madre.

Aun cuando Eastwood insistió en varias entrevistas previas al inicio del rodaje con que su personaje (al que Vernier bautizó John Wilson) no se parecía mucho al verdadero Huston, las similitudes eran evidentes, sobre todo en lo que tenía que ver con el deseo de transformar cada filmación en una aventura. La de Cazador blanco, corazón negro se llevó a cabo básicamente en Zimbabwe durante el verano africano de 1989. Uno de los colaboradores habituales de Eastwood, el experimentado director de arte Edward Carfagno, fue víctima colateral de los problemas entre Clint y Sondra Locke: había trabajado y hecho buenas migas con ella en el film Ratboy, lo que fue determinante en la decisión de Clint de ignorarlo de ahí en más.

Sí tuvo un rol determinante Jack Green, quien pasó a reemplazar al director de fotografía favorito de Eastwood en los 70 (Bruce Surtees) y también se convirtió muy pronto en una especie de mano derecha del director durante años (fue el DF de grandes películas como Los imperdonables, Un mundo perfecto y Jinetes del espacio). Green fue desde ese entonces una de los poquísimos colaboradores a los que Eastwood escuchaba con real atención.

En la elección del elenco también estaba marcada por las esquirlas de la pelea con Sondra: aparecían Marisa Berenson como Kay Gibson (el extraordinario personaje de Katharine Hepburn en La reina africana), Ricchar Vanstone como Phil Duncan (el rol de Humphrey Bogart), Goerge Dzundza como Paul Landers (Sam Spiegel) y, la curiosidad del reparto, Jeff Fahey como Peter Verrill (el Peter Viertel de la ficción). La elección de Fahey fue curiosa. Tanto él como Dzundza habían sido parte de Impulso, otra película de la expareja de Eastwood, pero su elección parecía más arbitraria, dado que era entonces apenas un exbailarín casi sin experiencia actoral. Lo más retorcido de todo, si lo que declaró públicamente Locke fuera cierto, es que Clint se había enojado cuando Sondra llamó a Fahey para Impulso, aludiendo que no era actor y encima era muy apuesto. ¿Una venganza rebuscada de un hombre celoso? Muy probable.

Uno de los pocos invitados al rodaje fue el novelista Peter Viertel, quien había conocido de cerca las extravagancias de Huston y quedó gratamente sorprendido por la mesura y la seriedad para trabajar de Eastwood. Una de las paradojas de Cazador blanco, corazón negro es justamente esa: un director conocido por la rigidez de su esquema de control en los rodajes se dedicaba a recrear una filmación completamente alocada y por momentos anárquica en la que el director (Huston) y uno de los protagonistas (Bogart) consumieron una cantidad de alcohol digna de una larga celebración entre amigos. "Conmigo fue un caballero -explicó Viertel años más tarde-, aunque como todos los actores y directores famosos estaba rodeado de gente que le dice que sí a todo lo que ordena con un temor reverencial".

Si bien había decisiones de Eastwood sobre el guion definitivo (retocado por James Bridges y Burt Kennedy a instancias del director) que Viertel no compartía, quedó muy impresionado por la convicción y la seguridad con las que Clint se movía en un rodaje y sobre todo por su gran trabajo de interpretación como John Wilson, a quien supo dotar de la gesticulación artificiosa, el paternalismo y la suficiencia que eran características de Huston.

Viertel decía, además, que Eastwood había plasmado muy bien el destello de locura de Huston en la escena de Cazador blanco, corazón negro en la que su personaje enuncia su propio credo como cineasta: "Somos pequeños dioses repugnantes que controlan la vida de la gente que crean". Y también que había dado en la tecla con la escena en la que Wilson humilla a un snob que se queja de los judíos en Londres.

De todos modos, la adaptación de la novela de Viertel fue bastante fiel al original, salvo por la escena final, que en el libro era una crítica muy explícita al deseo obsesivo de matar un elefante con el que Wilson parecía poseído. En pleno rodaje, Eastwood, quien había respetado inicialmente esa idea, charló largamente con el escritor para decidirse por mantenerla o cambiarla (en la novela efectivamente hay disparos contra el animal), dado que el propio Huston había confesado en su libro de memorias que se había arrepentido de dispararle a un elefante. Clint le dijo a Viertel que había llegado a la conclusión de que ni siquiera quería involucrarse en una escena de ese tipo aun si fuera trucada. Es posible, se dijo un tiempo después, que Jane Brolin, una de sus amantes, lo haya persuadido: defensora de los animales, criaba chimpancés en su rancho de Dover Canyon, estaba frontalmente en contra de esa parte del guion y se encargó de repetírselo con insistencia a Eastwood.

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Lo cierto es que la decisión es digna de celebrar también en términos cinematográficos: en el momento culminante, Wilson resuelve bajar su rifle, atemorizado y también conmovido por el salvaje bramido del elefante y la huida de la manada que lo acompañaba. La fatal consecuencia de su absurda obstinación, de todos modos, es trágica, la nota más amarga de una película cargada de humor corrosivo. Pero para Eastwood no fue fácil sostenerla durante el rodaje (los productores pretendían algo "más espectacular") ni tampoco en el momento de la post-producción (en esa instancia los que habían financiado el film le pidieron "más emoción"). Deliberadamente, el director había rodado una sola buena toma de esa escena decisiva, algo que le sirvió como argumento sólido como para mantenerla a su gusto en la edición definitiva.

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