Chucky: la vigencia y los secretos detrás del muñeco diabólico que fue salvado por Steven Spielberg

Chucky: la vigencia y los secretos detrás del muñeco diabólico que fue salvado por Steven Spielberg
Prensa Disney+

El cine de terror de los años ochenta dejó un generosa cantidad de franquicias rentables, como las protagonizadas por Freddy Krueger, los Critters, Jason y los Gremlins. De esa lista, sin lugar a dudas, Chucky es uno de los más importantes.

El muñeco diabólico tuvo su debut en el cine en 1988, en plena efervescencia del slasher (subgénero cuya principal característica, a grosso modo, es la presencia de un sanguinario asesino serial). Y la llegada de una serie de televisión anclada en el universo de este peligroso juguete es la excusa perfecta para repasar su recorrido en el cine y en la fórmula con la que Don Mancini, su creador, hizo de Chucky un símbolo relevante de los tiempos que corren.

La perversa maquinaria infantil

Don Mancini era un joven estudiante de cine cuando pensó en retratar de un modo perverso la lógica (también perversa) de los productos de consumo apuntados al público infantil. Su padre trabajaba en publicidad, y Mancini conocía los mecanismos destinados a generar demanda en los más pequeños. Por esos años, los Cabbage Patch Kids eran una verdadera fiebre en Estados Unidos, y la obsesión de los padres y madres por conseguir uno de esos artículos para las navidades dejaban postales brutales de adultos agolpándose en todas las jugueterías (como es sabido, el film El regalo prometido no salió de un repollo). “Mi intención era la de escribir una sátira muy oscura, sobre cómo el marketing podía llegar a afectar a un niño. Los Cabbaje Patch era muy populares en ese momento, y por eso decidí unir esos dos mundos” , contó Mancini en una entrevista. Bajo esa premisa, nacía el germen de Chucky.

El futuro director era una licuadora de influencia y de pasiones cinéfilas que intentaba coser (como el rostro de Chucky) para unir en una historia atípica. En un plano más íntimo, Mancini también buscaba curar las heridas de una relación muy compleja con su padre, un homofóbico que rechazaba la orientación sexual de su hijo y que convirtió su adolescencia en una pesadilla. De esa manera nació Batteries Not Included, la historia de un niño sin padre, que se compraba un popular muñeco. Cuando la sangre del pequeño caía sobre el chiche, este cobraba vida y daba inicio a un sangriento raid. Mancini consideraba que la violencia del juguete representaba la furia contenida del chico, y el final de la trama era decididamente ambiguo, sin definir si realmente el verdadero asesino era el muñeco o si se trataba de una fantasía del niño, el verdadero responsable de todas las muertes.

United Artist compró el guion, cuyo nuevo nombre era Blood Buddy. En ese momento, aparece en escena el guionista John Lafia, que reelaboró algunos aspectos de la historia, como recordó en una entrevista: “Creo que mi contribución más grande, fue la de darle al personaje una historia de trasfondo, acerca de un humano que terminaba en el cuerpo de un juguete. En mi borrador, apareció de ese modo Charles Lee Ray. Y luego de eso, acuñé el nombre Chucky”. El Charles Lee Ray hacía referencia a Charles Manson, Lee Harvey Oswald (acusado del asesinato de JFK) y James Earl Ray (responsable del homicidio de Martin Luther King). Para Lafia era clave cambiar el enfoque de la historia, despojar al niño de ese tono ambiguo que lo señalaba como presunto homicida para convertirlo en un inocente, que encima carga con la sospecha de los actos cometidos por el muñeco.

David Kirschner era un productor muy joven, que comenzaba a dar sus pasos iniciales en la industria: “Venía de hacer mi primera película junto a Steven Spielberg, Un cuento americano. Y mientras pasaba unos días en Londres, me compré un libro llamado The Dollhouse Murders. Lo leí, y cuando volví a mi casa comencé a buscar un proyecto que tuviera algo que ver con muñecos”. Cuando Kirschner se cruzó con el guion de Chucky, fue amor a primera vista. Ahí reaparece nuevamente la figura de Spielberg, cuando le recomienda al equipo contratar a Tom Holland, un realizador con el que había trabajado en Cuentos Asombrosos y que tenía el perfil indicado para dirigir Chucky. De ese modo, se formó el equipo creativo que le dio vida a un personaje destinado a la grandeza.

El éxito de una trilogía inicial

Para Mancini, el éxito de Freddy Krueger y la saga Pesadilla impulsó el interés por Chucky: “ El proyecto empezó poco después de esa película, que fue clave en la construcción del slasher. Freddy era un villano con un sentido del humor muy retorcido, era alguien que se burlaba de sus víctimas. Y esa influencia fue clave en Chucky, y en la idea de un muñeco de mirada inocente, que tenía la boca más sucia del mundo”.

Con Brad Dourif a bordo como la voz del muñecote, el rodaje comenzó en enero de 1988, y en noviembre de ese mismo año, Chucky: el muñeco diabólico [disponible en Apple TV+] llegó a los cines de Estados Unidos. A pesar de algunas discusiones en lo referido al film (el productor insistía con que Chucky debía aparecer poco en pantalla, emulando la fórmula de Alien: el octavo pasajero y Tiburón), la película fue un éxito inmediato. De un presupuesto de nueve millones, el largometraje recaudó 44 millones, convirtiéndose en el segundo título de terror más exitoso de 1988 (luego de Pesadilla 4) .

Aunque Chucky: el muñeco maldito era una mina de oro, United Artist, la productora responsable del film, inesperadamente dio marcha atrás en la idea de una secuela. “El estudio había anunciado una segunda parte muy rápido”, recordó Mancini en una nota, y agregó: “Entonces me senté con Lafia a escribir un guión en las navidades de 1988, con la idea de empezar a producir la película para el segundo trimestre de 1989. Pero United Artist fue comprada por el grupo Qintex, que era conocido por producir entretenimiento para toda la familia. Y de golpe, todo quedó en la nada”. Por tercera vez, y ya como una suerte de padrino, Spielberg reapareció nuevamente para persuadir a los grandes jefes de Universal de comprar los derechos de Chucky. Y gracias a esa intervención, la secuela del film se puso en marcha .

En 1990 llegó a las pantallas Chucky: el muñeco diabólico 2 [disponible en Netflix], que pronto se consolidó como otro gran éxito (recaudó casi 40 millones, de una inversión de 13), que a su vez dio pie a una tercera parte estrenada en 1991 [también disponible en Netflix]. Pero el lado amargo de ese triunfo tuvo que ver con una sonada polémica: numerosos grupos pidieron por la prohibición de estos largometrajes, alegando que incitaban a la violencia infantil. Esas acusaciones cobraron mucho peso en los medios cuando, en diciembre de 1992 y en febrero de 1993, un muchacho de 16 años mató a dos personas repitiendo la frase “Mi nombre es Chucky, ¿quieres jugar conmigo?”. Frente a esa controversia, el director Tom Holland aseguró que ningún aficionado al cine de terror pensaría en matar a alguien, si no tuviera “algún desequilibrio de base”.

En esta trilogía inicial de Chucky, el humor no abunda, y el terror surge a partir de eso que no se ve, mientras que las muertes apuestan más por un espectáculo truculento que por un despliegue de efectos visuales. Se trata de un horror seco, que aunque no recibió críticas favorables, no impidió que el juguete maldito se convirtiera en uno de los grandes monstruos del cine de terror.

Plástico perdurable

El paso del tiempo no hizo más que acrecentar el mito de Chucky, y mientras el cine de terror probaba nuevos caminos, los asesinos de ficción, como atestiguaba la saga Scream, no perdían vigencia. Y aunque parecía que Chucky juntaba polvo en el imaginario cinéfilo, en realidad solo se preparaba para un poderoso regreso. Mancini y su productor, David Kirschner, cocinaron con paciencia la vuelta del pequeño pelirrojo, que finalmente se concretó en 1998. La novia de Chucky se convirtió en la cuarta entrega de la saga, y marcó el debut de Tiffany (Jennifer Tilly), la muñeca asesina pareja del protagonista. A través de ella, la saga encontró un impulso para llevar su registro hacia la comedia brutal, una fórmula que le permitió pisar con fuerza en los albores del nuevo milenio. Y en El hijo de Chucky, lanzada en 2004, se confirmó el magnetismo de la pareja central, ambos asesinos por naturaleza.

Tanto La novia de Chucky como El hijo de Chucky [disponible en Netflix y HBO Max] presentaban un festival de matanzas ingeniosas, con toques de humor grotescos y una consciencia plena sobre lo absurdo que resultaba el hecho que un muñeco fuera un homicida imparable. La sensibilidad de esas películas era la de divertirse sin culpas, proponiendo un ejercicio basado en destruir los límites del buen gusto y jugando siempre al festival de excesos (coronado por el cameo del rey en esa materia, el director John Waters).

Por otra parte, Mancini convierte al hijo de Chucky y Tiffany, cuyo nombre es Glen/ Glenda (en obvia referencia al film de Ed Wood), en un llamado a reflexionar sobre la identidad de género, en una época en que la incorrección política sabía poner en agenda temas que el resto de Hollywood ignoraba. De ese modo, a través del humor y el terror, Mancini renovó el universo de Chucky hacia un lugar de riqueza e inclusión.

En 2013 y 2017, Mancini realizó dos nuevas piezas basadas en el popular muñeco, La maldición de Chucky [disponible en Netflix] y Culto a Chucky. En esos largometrajes, el director volvió a las raíces de su historia, abandonando el humor y proponiendo relatos oscuros de grandes caserones y heroínas oprimidas. Sin embargo, la popularidad del personaje comenzaba a mermar: la taquilla ya no era tan auspiciosa y una nueva generación de espectadores parecía poco interesada en el personaje. Poco a poco, Chucky entraba en una pesadilla digna de Toy Story, la de convertirse en un juguete olvidado, que ya había dejado atrás sus años de gloria.

El regreso en formato chico

Un vacío legal permitió que, en 2019, Chucky tuviera una remake de su primer film. Como productora de la primera película, MGM tenía los derechos sobre ese largometraje (aunque no sobre sus secuelas). Por ese motivo, lanzó una reversión que, entre sus hallazgos más interesantes, estuvo el de contar con Mark Hamill como la voz del juguete. En la vereda opuesta, y sin participar de esa remake, Don Mancini no dejaba de pensar en una nueva continuación de Chucky.

Don Mancini, creador de Chucky, junto a Jennifer Tilly.
Don Mancini, creador de Chucky, junto a Jennifer Tilly.


Don Mancini, creador de Chucky, junto a Jennifer Tilly.

“Quería contar la historia definitiva no de una niña, sino de un niño”, explicó Mancini sobre Jake Wheeler (Zackary Arthur), el joven de 14 años que es el protagonista de la serie televisiva Chucky. En buena medida, la ficción gira alrededor del muñeco diábolico, pero más posa su mirada en Jake, su devenir sexual y la discriminación que sufre al reconocerse gay. Y aunque la trama promete vueltas de tuerca, Chucky se revela quizá como una pesadilla para quienes hostigan a su nuevo dueño. Una vez más, Mancini vuelca en una ficción temas muy sensibles vinculados a su propia historia. En una escena del primer capítulo, el padre de Jake tiene una violenta reacción con su hijo debido a su sexualidad, y para el guionista, esas son formas de procesar dolores aún presentes: “ El elenco y el equipo sabían que filmar ese momento era algo muy personal para mí, y fue realmente catártico plasmarlo en pantalla. Amo a Chucky y jamás voy a cansarme de él, pero para mantenerlo vivo necesito que sea algo más que un muñeco asesino”.

La historia de Jake Wheeler y su relación con el juguete maldito es una puesta a punto en el cosmos de un monstruo que, en estos tiempos, podría alzarse como un inesperado antihéroe. Y la astucia de Mancini tiene que ver con que, a lo largo de las muchas películas que escribió, mantuvo un discurso fiel a su mirada y adelantado a su tiempo. De ese modo, Chucky no llegó a la televisión, sino que la televisión llegó a Chucky, y el resultado como es habitual, no deja de ser fascinante.