La comedia loca de los 90 que me hizo amar a Lisa Kudrow más allá de ‘Friends’
La década de los 90 está llena de clásicos y cintas de culto que han pasado a la historia como símbolos generacionales y taquillazos que cambiaron el rumbo del cine. Títulos míticos como Parque Jurásico, Titanic, Scream o Matrix, por citar solo unas pocas, despertaron los sueños cinéfilos de miles de espectadores e influyeron a la siguiente generación de cineastas y amantes del Séptimo Arte.
Pues bien, la película de la que voy a hablar no entra dentro de esa lista, aunque sí guarda un lugar muy especial en mi corazón noventero, y estoy seguro de que también en el de más personas: Romy y Michele, comedia absurda protagonizada por Mira Sorvino y Lisa Kudrow que, sin esperarlo, me regaló una de mis amistades favoritas del cine, y dio lugar a un clásico de culto -aunque sea solo para unos cuantos- al que volver de vez en cuando en busca de confort y unas buenas risas.
Corría el año 1997. Friends se encontraba en la cima de su popularidad, y seguiría estándolo en los próximos años. Para aprovechar el fenómeno desatado por la mítica comedia de NBC, sus seis protagonistas dieron el salto al cine con diferentes grados de éxito. Jennifer Aniston se convirtió en la nueva novia de América y princesa de la comedia romántica (Novio de alquiler, Mucho más que amigos), Courteney Cox ingresó en una saga fílmica de éxito con Scream y los chicos corrieron peor suerte, con varios fracasos sonados y carreras que no terminaron de despegar en la gran pantalla.
En el caso de Lisa Kudrow, la genial Phoebe Buffay, la comedia fue siempre el camino a seguir. Aunque también hizo sus pinitos en el drama, su perfil era más abiertamente cercano al del humorista que el resto de sus compañeros, como indican los proyectos que eligió durante la emisión de la serie. En los 90 compartió cartel con Robert De Niro y Billy Crystal en Una terapia peligrosa y coqueteó con el indie en Esperando la hora y Lo opuesto al sexo, tras lo cual se dio unos cuantos batacazos en taquilla (Combinación ganadora, Marci X) y más tarde volvió a su hábitat natural, la televisión, donde volvió a encontrar el aplauso gracias a The Comeback.
Volviendo a 1997, este fue el año en el que se estrenó la que, en mi opinión, es su mejor película en paralelo a la andadura de Friends en televisión. Pero también quizá la más incomprendida, al menos en su día. Dirigida por David Mirkin (Búscate la vida, Las seductoras), Romy y Michele está basada en la obra de teatro Ladies Room, escrita por Robin Schiff, que también se encarga del guion de su adaptación al cine. Y es, a su particular manera, una película muy única.
La historia gira en torno a dos mujeres de 28 años emocionalmente inmaduras y sin preocupaciones que siguen siendo inseparables desde que forjaron su amistad como parias en el instituto. Ahora viven juntas en Los Ángeles, donde ven pasar el tiempo entre conversaciones superficiales y salidas nocturnas al club y comparten soltería y pasión por Pretty Woman. A pesar de su energía y actitud optimista, la realidad es que no han conseguido nada en la vida, pero se conforman con lo poco que tienen y se apoyan siempre la una a la otra, viviendo como uña y carne, aunque sea en el mundo de fantasía que se han creado como refugio.
Cuando Heather, otra inadaptada del instituto (interpretada por la institución de los 90 Janeane Garofalo), les avisa de que está a punto de celebrarse la reunión de diez años del instituto, las dos se dan cuenta de que no tienen nada de qué presumir y se inventan una carrera de éxito para impresionar a sus antiguos compañeros, asegurando que son las inventoras del Post-It y han amasado una gran fortuna gracias a ello. Claro que, la mentira no tarda en hacerse cada vez más grande y difícil de mantener, poniendo en peligro su amistad mientras reconectan con un pasado que han querido olvidar y un grupo de personas que las obligaron a cerrarse en sí mismas.
Acompañando a Kudrow en el extravagante dúo protagonista nos encontramos a Mira Sorvino, que por aquel entonces también disfrutaba del reconocimiento masivo, después de ganar el Oscar por Poderosa Afrodita, de Woody Allen, y poco antes de que Harvey Weinstein truncara su carrera tras convertirla en una de sus supuestas víctimas sexuales. En la película, Kudrow y Sorvino forman una pareja irresistiblemente marciana y divertida que rebosa química por los cuatro costados. Compenetradas al cien por cien, tanto en la sintonía cómica como en la carga emocional de la película, las dos construyen una amistad tronchante y real a partes iguales. Una en la que muchos incluso nos vimos reflejados.
Recuerdo descubrir la película junto a mi mejor amiga y sentir cómo nos abordaba un sentimiento familiar al verla. “¡Somos nosotros dentro de 10 años!”, decíamos. La amistad profunda, sincera y un tanto disfuncional de Romy y Michele es la de muchas personas que nos negamos a crecer y asumir la realidad de que, tarde o temprano, cada uno tiene que tomar su propio camino. Romy y Michele representaban ese sueño utópico de mantener lo mejor de la adolescencia, esa amistad que te protege y te refugia mientras buscas tu identidad y tu lugar en el mundo. Pero la realidad es que el tiempo pasa y, aunque acabes manteniendo esa amistad (yo lo hago, y pretendo hacerlo hasta el final), la vida te obliga a hacer otros planes.
Pero dejemos de divagar. Volviendo a Romy y Michele, en su día, la película fue definida como una versión alternativa y alocada de Thelma y Louise y lo cierto es que no obtuvo mala recepción por parte de la crítica (cuenta con un respetable 73% de críticas positivas en la web agregadora Rotten Tomatoes). Incluso se puede decir que tampoco fue un fracaso de taquilla, recuperando su discreto presupuesto de 20 millones de dólares con 29,2 millones recaudados en Estados Unidos (BoxOfficeMojo). Sin embargo, no todo el mundo conectó con su muy especial propuesta cómica.
Es posible que muchos fueran a verla por Kudrow, esperando un humor en la línea de Friends, y quedaran desconcertados por su tono satírico, extravagante y a ratos surrealista, y una historia que es recomendable no tomarse en serio. La película no tardó en caer en el olvido. Pero con el tiempo empezó a ganar estatus de culto gracias a una segunda vida en vídeo y en televisión, lo que la llevó a ser reivindicada por muchos por su sentido del humor, sus carismáticas protagonistas y, sobre todo, la preciosa amistad que bombea su estrambótico corazón. Porque al fin y al cabo, eso es lo que diferencia una gran comedia de otras, que sea capaz de hacernos reír, pero también conectar con sus personajes y reconocer en ellos algo real, por muy estúpido que sea todo lo demás.
Hoy en día, no hay vez que suene Time After Time que no me acuerde del clímax, donde Romy y Michele se reconcilian y dan una lección a sus odiosos compañeros que tan mal las trataron, realizando una danza interpretativa del tema de Cyndi Lauper en un momento tan ridículo como hermoso que se queda grabado en la retina, lo quieras o no (como dato curioso, $240.000 del ajustado presupuesto fueron a parar a conseguir los derechos de la canción, y desde luego mereció la pena el desembolso).
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Pero la película está llena de momentos memorables, como los esperpénticos flashbacks en el instituto o el baile de Mira Sorvino con su peligrosa coleta kilométrica girando como un helicóptero, así como diálogos engañosamente afilados (hay que tener mucho talento para escribir comedia tonta de forma inteligente) que han pasado a la posteridad -aunque algún que otro detalle haya envejecido regular-, y un mensaje sobre la presión social y el bullying que sigue siendo potente y tristemente oportuno. Por no hablar de los coloridos estilismos y los peinados de finales de los 90, absolutamente icónicos.
A través de su amistad femenina y su trasfondo feminista, Romy y Michele le dio un interesante giro a la comedia de colegas en los 90, influyendo más de lo que creemos en las siguientes dos décadas. Quizá sin saberlo, Enid y Rebecca de Ghost World -otra película de culto sobre dos amigas inseparables que se distancian ante la llegada del futuro- tenían bastante en común con Romy y Michele. Y más recientemente, hemos podido ver a sus herederas directas en Súper empollonas de Olivia Wilde, en la mucho más disparatada Barb y Star van a Vista del Mar, que bien podría ser su secuela espiritual, o en la serie Broad City, donde Ilana Glazer y Abbi Jacobson son la reencarnación millennial de Romy y Michele.
Antes que todas ellas, aquellas dos rubias dicharacheras y atolondradas nos enseñaron lo divertida que podía ser una comedia de amigas. Sorvino demostró con ella que su talento para el humor era multifacético, lo cual hace que, en retrospectiva, su infierno vivido con Weinstein y sus años perdidos por ello duelan incluso más. Y que Kudrow es una gran actriz cómica ya lo sabíamos, pero en esta película consiguió lo que creía imposible: hacerme amar a uno de sus personajes tanto como a Phoebe.
A pesar de pasar sin pena ni gloria por el cine, el tiempo le dio la razón y Romy y Michele acabó ocupando el lugar que merecía. La película incluso generó una precuela para televisión en 2005 y una adaptación teatral musical en 2017. Pero algo me dice que no se va a quedar ahí y en el futuro seguirá siendo descubierta y celebrada como el clásico noventero que es. Desde luego, yo seguiré propagando mi amor por ella. Ahora, gracias al streaming la tenemos al alcance de un click en Disney+, donde estas dos grandes amigas nos esperan con los brazos abiertos en su personal universo de colores chillones, Post-Its y coreografías estrafalarias.
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