Cómo podemos despedir y recibir cada etapa en la crianza

Todos los seres humanos vivimos crisis de transición o de desarrollo que conllevan estrés, duelo por la pérdida de lo que dejamos atrás/Getty Images.
Todos los seres humanos vivimos crisis de transición o de desarrollo que conllevan estrés, duelo por la pérdida de lo que dejamos atrás/Getty Images.

Probablemente exista una sola cosa segura y es el cambio constante. Cada segundo, la vida y también las personas cambiamos, nos transformamos aunque no nos demos cuenta. Nadie se baña dos veces en el mismo río, sentenció Heráclito (palabras más, palabras menos) porque ni el río es el mismo cuando se entra de nuevo en él ni la persona que se baña tampoco.

Estos cambios constantes suceden también en las dinámicas de las relaciones de la crianza con nuestra pareja y nuestros hijos e hijas. Dejar de ser solo una pareja de novios o esposos para convertirnos en progenitores, el paso de nuestros hijos por sus distintas etapas madurativas, los divorcios o separaciones parentales. Todos los seres humanos vivimos crisis de transición o de desarrollo que conllevan estrés, duelo por la pérdida de lo que dejamos atrás junto a la incertidumbre de lo nuevo o desconocido por venir, y en resumen, la necesidad ineludible de reacomodarnos para comenzar un nuevo orden vital.

Aunque estresantes, estas crisis de cambio o de desarrollo no deberían convertirse en un trauma para los progenitores y por añadidura para los hijos. Salir fortalecidos precisa de un esfuerzo de madurez por nuestra parte para gestionarlas con consciencia, capacidad reflexiva y buena regulación emocional.

No es lo mismo saber o suponer que un hijo nos cambiará la vida que vivirlo

Cuando pasamos de ser solo una pareja a ser padres, cambian radicalmente las prioridades. La pareja pierde protagonismo frente al niño o niña que requiere mucha inversión de tiempo, cuidados, esfuerzo parental físico y emocional. La imposibilidad de hacer conciencia de este cambio causa conflictos que nunca se cierran ni se resuelven y muchas veces terminan con el quiebre de la relación.

Hay sin duda un duelo que necesitamos detectar y vivir conscientemente. El duelo por la pérdida de control de libertades, de privilegios, comodidades, el duelo por la persona que dejamos de ser y el miedo a las responsabilidades y a lo desconocido que está por venir, la incertidumbre de no saber cómo afrontarlo. Entender y reflexionar sobre lo que sentimos, lo que estamos perdiendo, aceptarlo, vivirlo conscientemente con todas las emociones desagradables sin reprimirlas, darle una identidad a lo que nos pasa hasta elaborar el cambio, es el primer paso para reacomodarnos fortalecidos en la nueva etapa vital de la maternidad y la paternidad.

Ritos de paso

Los ritos de paso son un conjunto de actividades o celebraciones que pueden ser íntimas o sociales y que marcan la transición de un estado o etapa de la vida a otra. Proporcionan un relato o referencia que nos hace conscientes de dichos cambios (bodas, celebración de nacimientos, bautizos, primera comunión, concluir los estudios y comenzar a trabajar…). Aunque existen, en nuestras sociedades occidentales poco se hacen rituales de paso realmente significativos para la integración individual y social consciente de los cambios. Por lo general tienden a ser celebraciones orientadas por el consumo y los encuentros superficiales con escasos espacios para conectar profundamente con nosotros mismos y nuestras redes de apoyo, familia, amigos, comunidad en el proceso.

Para concienciar la transformación real, profunda e importante que supone la transición tanto de la madre como del padre con la llegada de un hijo o hija, un baby shower se queda bastante corto. Podríamos repensar en conjunto otras formas de ritualizar que aporten un relato con más sentido y significado.

El paso de la primera infancia a la infancia intermedia (7-8 años aproximadamente) representa un cambio importante para la dinámica de los vínculos familiares y sociales/Getty Images.
El paso de la primera infancia a la infancia intermedia (7-8 años aproximadamente) representa un cambio importante para la dinámica de los vínculos familiares y sociales/Getty Images.

De peque a niño grande

El paso de la primera infancia a la infancia intermedia (7-8 años aproximadamente) representa un cambio importante para la dinámica de los vínculos familiares y sociales. Los niños alcanzan madurez para reconocer el espacio tiempo y la realidad. Entienden la diferencia entre verdad y mentira (Santa y los Reyes no existen), la noción del ayer, hoy y mañana. Comienza la socialización y escolarización propiamente dicha, desarrollan mejor capacidad de adaptación a las exigencias adultas razonables. Dejan de ser peques y se convierten en niños más grandes.

En la religión católica, la primera comunión es un ritual de paso basado en el reconocimiento empírico de que el niño o niña comienza a entender la diferencia entre fantasía y realidad, verdad y mentira, el bien o el mal. Sin embargo, al margen de la religión, las familias pueden crear otras formas conscientes y significativas de ritualizar el cambio y elaborar el duelo propio y de nuestros hijos que dejan de ser peques y dar la bienvenida al niño grande en el que se ha convertido.

La pubertad representa la muerte simbólica de la infancia

Lamentablemente como el resto de los cambios vitales, este paso tiende hacerse en solitario sin relato que lo organice consciente y significativamente. En algunas culturas se acostumbra todavía hoy a hacer ritos de paso para el reconocimiento social a partir de los marcajes físicos de la pubertad (primera regla o menarquia en la mujer, eyaculaciones nocturnas en los varones). Sin embargo, salvo excepciones, en muchas de ellas los rituales responden a un conjunto de valores patriarcales donde la masculinidad se asocia con la fuerza y la violencia y la feminidad con la obediencia al mandato masculino.

En el caso de occidente a los varones se los presiona para tener su primera relación sexual con prostitutas, por ejemplo. A las chicas se las llena de miedo porque ya están en condiciones de procrear o se las hipersexualiza. Todo lo que se relaciona con la sexualidad sigue oscilando del tabú a los valores deformados sin encontrar el sano equilibrio.

Es importante cambiar la forma en que se marca este paso. En el caso de los muchachos una opción podría ser proponer encuentro de varones con sus coetáneos de confianza y adultos cercanos de la familia, tal vez en torno a una expedición o acampada en el río, la montaña, sentarse alrededor de una fogata, compartir las experiencias vividas por los adultos en su pubertad, los miedos, aventuras, expectativas, escuchar al que hasta hace pocos días fue niño y ahora comienza su travesía hacia la adolescencia… Generar un relato que ordene y otorgue identidad a lo que nos pasa física, psicológica y socialmente frente a este cambio.

En el caso de los muchachos una opción podría ser proponer encuentro de varones con sus coetáneos de confianza y adultos cercanos/Getty Images.
En el caso de los muchachos una opción podría ser proponer encuentro de varones con sus coetáneos de confianza y adultos cercanos/Getty Images.

Con las muchachas también podría proponerse un círculo de mujeres tanto con sus coetáneas como con sus adultas significativas de la familia o circulo social, tías, madrinas, amigas, hermanas, comadres… Hacer un ritual que nos conecte con el cuerpo y la naturaleza cíclica, flores, danzar, andar descalzas, cambios de ropa del color blanco al rojo, baños en el mar o un medio acuático para simbolizar el paso de niña a mujer. Sentarse en torno a una comida o alrededor del fuego y entrelazar vivencias sobre lo que nos pasó o cómo lo vivimos las adultas, nuestros miedos, soledad con la que hemos atravesado esta experiencia. Escuchar a la joven, ayudarla a construir un relato que organice conscientemente su transición. Puede significar mucho que el padre o el abuelo le regale flores, una cadena con su medalla especial, unos pendientes o una joya significativa que puede incluso pasar de abuelas paternas a nietas.

Habrá muchas formas de ritualizar estos pasos de etapa vitales en la crianza de nuestros hijos e hijas. Cada una adaptada a la propia ecología particular de cada familia y respondiendo al deseo o la voluntad del niño, niña o adolescente, sin imponer ni forzar.

¿Qué ritual de paso se te ocurre para celebrar cualquiera de estas transiciones?

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