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'Todos los días son una pesadilla': En el interior de una funeraria desbordada

Brianna Hernández en el vestíbulo de la capilla de Continental Funeral Home en el este de Los Ángeles, el 1° de febrero de 2021. (Alex Welsh para The New York Times)
Brianna Hernández en el vestíbulo de la capilla de Continental Funeral Home en el este de Los Ángeles, el 1° de febrero de 2021. (Alex Welsh para The New York Times)

LOS ÁNGELES — La capilla de Continental Funeral Home solía ser un lugar donde los vivos conmemoraban a los muertos. Ahora tuvieron que quitar las bancas, las sillas y los muebles para abrir espacio, y la cantidad de difuntos es mucho mayor que la de personas vivas.

Un jueves en la tarde del mes pasado, en la capilla de Continental ubicada en el este de Los Ángeles, al otro lado de la calle de un 7-Eleven, había cuatro cuerpos en cajas de cartón.

Además, dos cuerpos en ataúdes abiertos, a la espera de ser maquillados.

Luego, otros siete envueltos en sábanas blancas con rosa sobre camillas con ruedas.

Otros dieciocho en ataúdes cerrados en el lugar donde solía haber bancas.

Y otros 31 en los anaqueles apoyados sobre los muros.

Las matemáticas nublaban el corazón al igual que la mente: 62 cuerpos.

En otra parte de la funeraria Continental (los pasillos que hay detrás de la capilla, en los remolques del exterior), había aún más.

“Todos los días son una pesadilla”, afirmó Magda Maldonado, de 58 años y propietaria de la funeraria. “Es una crisis… una profunda crisis. Cuando alguien llama, les suplico que tengan paciencia. ‘Por favor, tengan paciencia’, les digo, ‘es lo único que les pido’. Ya que nada es normal en estos días”.

Las funerarias son lugares que Estados Unidos casi siempre prefiere ignorar. Cuando, en los últimos meses, se agravó la pandemia del coronavirus en Los Ángeles, esta industria enfrentó el desastre y manejó de manera silenciosa y anónima los decesos masivos a una escala para la que no estaba preparada ni equipada. Al igual que las funerarias de Queens y Brooklyn, Nueva York, en la primavera, o las del sur de Texas en el verano, en algunas partes de Los Ángeles se han convertido en símbolos infernales de la catástrofe del COVID-19.

La funeraria Continental ha sido una de las más saturadas del país. Su ubicación en el epicentro del coronavirus en el sur de California, su fama entre la clase obrera de mexicanos y las familias mexicoestadounidenses que han sido afectadas de manera desproporcionada por el COVID-19 junto con su decisión de aumentar su capacidad de almacenamiento se han combinado para que su rutina diaria se convierta en una diligente coordinación de movimientos dentro de un caos controlado. Maldonado, sus empleados y los familiares de los fallecidos permitieron que, durante más de seis semanas, un reportero y un fotógrafo documentaran los trabajos internos de la funeraria y el sufrimiento que se vive en un funeral tras otro.

Magda Maldonado, propietaria de Continental Funeral Home en el este de Los Ángeles, limpia el polvo de un ataúd antes de que lo carguen en un camión y lo envíen a un servicio funerario, en el este de Los Ángeles, el 25 de febrero de 2021. (Alex Welsh para The New York Times)
Magda Maldonado, propietaria de Continental Funeral Home en el este de Los Ángeles, limpia el polvo de un ataúd antes de que lo carguen en un camión y lo envíen a un servicio funerario, en el este de Los Ángeles, el 25 de febrero de 2021. (Alex Welsh para The New York Times)

En Beverly Hills, ha habido 32 decesos, en Santa Mónica, 150. En el este de Los Ángeles —una parte no incorporada del condado de Los Ángeles donde se ubica una de las comunidades más grandes de mexicoestadounidenses en Estados Unidos— se han registrado 388 fallecimientos.

California ha registrado el mayor número de muertes que ningún otro estado asociadas al coronavirus (más de 52.000), pero más o menos el promedio per cápita. En la funeraria Continental, la cruel realidad de la cifra de muertos llega primero al corazón y luego a los ojos.

La carga de trabajo de los empleados

El remolque estaba frío e inusualmente vacío. Once cuerpos estaban alineados a la derecha y siete a la izquierda, todos en cajas de cartón. Los nombres estaban escritos con marcador negro en las pestañas de las tapas. Las pilas más altas eran de cuatro cajas, cada una separada por una lámina de madera.

Víctor Hernández ayudaba a meter una lámina nueva, era el cuerpo número diecinueve. Hernández era uno de los empleados más nuevos de Continental Funeral Home.

Hernández, de 23 años, había sido chef en un restaurante de sushi pero perdió su trabajo durante el confinamiento estatal. Después de estar desempleado durante meses, un día fue al 7-Eleven que está al otro lado de la calle donde se encuentra la funeraria y vio el letrero que había puesto Maldonado en la esquina: “Estamos contratando”.

Hace algunas semanas, comenzó a trabajar por 15 dólares la hora más tiempo extra. El otro empleado que le ayudaba a meter la camilla al centro del remolque, Daniel Murillo, de 23 años, también fue contratado hace poco tiempo. Él trabajaba en McDonald’s.

“No les voy a mentir: el primer día tuve pesadillas” comentó Hernández. “Eso hace que ahora valore mucho más la vida. Miro a mis padres y a mis hermanas y los veo de manera diferente de como los veía antes. Tengo que valorarlos”.

Durante toda la pandemia, han sido famosos los bomberos, las enfermeras, los médicos, los paramédicos y los policías, es decir, las personas que trabajan en la primera línea de la respuesta del país al COVID-19.

No obstante, en las ciudades donde el coronavirus ha causado muchos estragos, los trabajadores de las funerarias han sido los encargados invisibles de la última respuesta. Siempre han hecho el trabajo que nadie desea hacer, pero ahora lo hacen de manera desmedida. El virus los ha agotado, ha hecho que algunos renuncien y también ha infectado a otros. Se consideran trabajadores de emergencia de la clase obrera en un campo especializado y poco valorado.

“Siento que, para mí, este trabajo fue como un llamado”, comentó Brianna Hernández, de 26 años, gerente y aprendiz de embalsamadora. “La mayor parte de mis amigos y familiares me dicen: ‘Estás loca’. Nadie quiere hablar sobre la muerte. A cualquiera de nosotros nos va a llegar en cualquier momento”.

Maldonado, la propietaria de Continental, señaló que cerca del 25 por ciento de los empleados de sus funerarias en California han dado positivo para el coronavirus, pero ninguno se había contagiado por manipular los cuerpos. Sin embargo, se ha mantenido muy apartada de sus familiares y de las personas de la congregación de su iglesia.

“No puedo ir a la casa de nadie porque me siento portadora del virus y no quiero llevarlo”, comentó Maldonado. “Así que nada más me voy a casa, me ducho y ahí me quedo”.

Las cifras abruman

La agenda que Maldonado tiene en su escritorio se ha quedado sin espacio durante la pandemia. Tuvo que pegar más columnas en la parte inferior de las páginas para añadir renglones de horas, un renglón de notas para pequeñas improvisaciones. Hace poco, un día hubo doce funerales en sus cuatro funerarias del área de Los Ángeles. Al día siguiente, trece.

Maldonado y sus gerentes calculan que, la mayor parte de los días, el número total de cuerpos en las instalaciones de Continental del este de Los Ángeles es aproximadamente de 260.

Durante las últimas diez semanas, los teléfonos de la oficina no dejaban de recibir cientos de llamadas, así que convirtió el servicio de atención del fin de semana en una actividad de siete días a la semana. Retiró los mostradores y las mesas de la cafetería donde solían reunirse los deudos; después de instalar unidades de refrigeración, este espacio, al igual que la capilla, se convirtió en una morgue improvisada. La pizarra grande del muro de la oficina se construyó para poner 22 nombres de las personas fallecidas. Ahora tiene más de 150, y, en otros muros, hay más pizarras llenas.

Dos de los nombres eran Ernestino y Luisa Hoyos.

Estuvieron casados durante casi 40 años. Él tenía 63 años y era jardinero. Ella tenía 60 y trabajaba en un centro de asistencia para adultos mayores. Compraron una casa en la ciudad cercana de Fontana lo suficientemente grande como para que viviera junta toda la familia, incluyendo sus hijos y sus nietos.

Luisa Hoyos trabajaba con su hija en el centro de asistencia para adultos mayores. Según los familiares, uno de sus compañeros contagió a Hoyos y a su hija, y ellas llevaron el virus a su casa de Fontana. Hoyos y su esposo fueron llevados al mismo hospital y finalmente los pusieron en la misma habitación. Ella falleció primero, el 13 de enero, y el 16 de enero murió él.

Así como la pareja compartió un cuarto de hospital, también compartió un funeral. En la funeraria Continental, se han vuelto comunes los funerales dobles (maridos y esposas, padres e hijos, madres e hijas).

“En verdad no hay palabras para describir por lo que estamos pasando”, comentó la hija de la pareja, Anayeli Hoyos, de 38 años. “Sé que el COVID va a terminar, pero ya estamos marcados. Estamos marcados para el resto de nuestras vidas”.

Las personas que se quedan

La muerte ha llegado rápido al este de Los Ángeles, pero el duelo tiene que esperar. Las demoras —en recoger el cuerpo del hospital, en dar una fecha para el funeral— son de semanas.

Vicenta Bahena, de 54 años, contrajo el virus en una lavandería automática. Se contagiaron todos en su casa, incluyendo su pareja de mucho tiempo, Serafín Salgado, un chofer de camión de basura de 47 años. Todos se recuperaron excepto Bahena, quien nació en Iguala, México, y tuvo tres hijos; ella falleció el 26 de enero en un hospital de la ciudad de Inglewood.

Al principio, Salgado había pensado que el cuerpo de Bahena sería llevado a la funeraria el día posterior a su muerte en el hospital. Pero llamó a Continental y le dijeron que tardaría semanas.

“Me dijeron que había tantos cuerpos, que todavía no podían ayudarme”, comentó Salgado.

Finalmente, Bahena llegó a Continental más de dos semanas después de su fallecimiento.

“Quiero descansar y dejar de pensar que ella está en un lugar frío mientras yo estoy aquí, en la calidez de la casa”, comentó Salgado.

Salgado y Bahena habían estado juntos durante tres décadas, pero nunca se habían casado legalmente. Había planeado casarse este año. La semana pasada, en un vestíbulo de Continental marcado por tanta muerte, cerca de una fila de ataúdes vacíos colocados en posición vertical, había un destello de vida colgado en un gancho.

Era el vestido de novia de Bahena envuelto en plástico… a la espera de su funeral.

This article originally appeared in The New York Times.

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