Decepciones: Úsalas como fuente de sabiduría, no para construir muros emocionales

Las decepciones duelen. Sin términos medios. Cuando alguien cercano nos desencanta o nuestros planes se rompen solemos experimentar una enorme frustración aderezada con ira y tristeza. Si la decepción es muy grande, podemos reaccionar construyendo muros emocionales para intentar protegernos de futuras decepciones. No nos damos cuenta de que los muros que nos amparan también nos aíslan.

Los muros que nos protegen también nos aíslan. [Foto: Getty]
Los muros que nos protegen también nos aíslan. [Foto: Getty]

La decepción nos ayuda a adaptarnos a un mundo cambiante

La decepción es un sentimiento complejo marcado, por una parte, por la tristeza y el desencanto de lo que no pudo ser y, por otra parte, por la frustración y la rabia que suelen generar las traiciones y los fiascos.

Esa complejidad también se expresa a nivel cerebral. Como si a nuestro cerebro le resultase difícil encajar esa nueva realidad, la decepción desencadena una especie de “doble disparo”, una inusual combinación simultánea de neurotransmisores excitadores e inhibidores, como comprobaron neurocientíficos de la Universidad de Yale.

Esa respuesta parte de una pequeña y antigua estructura del cerebro denominada habénula, que también interviene cuando debemos tomar decisiones en las que tenemos que sopesar la relación coste/beneficio.

De hecho, los neurocientíficos advierten que en realidad la decepción es un mecanismo crítico que nos ayuda a adaptarnos a un entorno cambiante ya que nos obliga a actualizar nuestras expectativas sobre el mundo, para poder actuar en consecuencia y poner en marcha el plan B. O sea, “la decepción es solo la acción de nuestro cerebro al reajustarse a la realidad después de descubrir que las cosas no son como creíamos que eran”, según Brad Warner.

De la decepción a la depresión solo hay un paso

Las expectativas son la raíz de las decepciones. [Foto: Getty]
Las expectativas son la raíz de las decepciones. [Foto: Getty]

El problema surge cuando la decepción deja de ser un mecanismo adaptativo, cuando esos desengaños no se convierten en fuente de sabiduría, sino que nos sumen en la desesperanza, alimentan la desconfianza - hacia todo y todos - y nos llevan a construir muros que nos separan de los demás.

Si la habénula se vuelve híperreactiva y se dispara constantemente porque hemos establecido un patrón de procesamiento negativo ante cada decepción sufrida, terminaremos viendo el mundo bajo un prisma gris. Cuando nuestras neuronas aprenden a esperar la decepción, la detectarán a cada paso, lo que dará pie a la depresión, como sugirió un estudio realizado en la Universidad de California.

Si el dolor y el desengaño causados por la decepción son muy grandes, pueden impedirnos pensar con claridad, por lo que terminaremos generalizando. Pensaremos que todas las personas nos fallarán o que las circunstancias siempre estarán en nuestra contra. Ese tipo de pensamiento nos lleva de la decepción a la desconfianza, lo cual puede impulsarnos a construir muros para protegernos.

El muro de la indiferencia emocional es uno de los más comunes. Si hemos sufrido varias desilusiones amorosas, pensaremos que nadie vale la pena y marcaremos una distancia emocional que impedirá cualquier tipo de intimidad en la relación. Así crearemos una profecía que se autocumple. No es que nadie valga la pena, es que no nos permitimos crear una relación con alguien que valga la pena.

No nos damos cuenta de que esos muros nos condenan a la esterilidad emocional. Es cierto que nos evitan el dolor de las grandes decepciones, pero también nos condenan a la asepsia emocional, viviendo continuamente a la defensiva. Al final, no es extraño que terminemos convirtiéndonos en prisioneros de los muros con los que pretendíamos protegernos.

¿Cómo usar las decepciones para crecer?

Cada decepción es una oportunidad de aprendizaje. [Foto: Getty]
Cada decepción es una oportunidad de aprendizaje. [Foto: Getty]

Aunque no suelen ser bienvenidas, las decepciones pueden ser una valiosa fuente de aprendizaje, si sabemos encontrar el lado positivo. De hecho, Thomas Jefferson decía que, si tenía que sufrir una decepción, cuánto antes ocurriese mejor porque así tenía tiempo para recuperarse.

Para sacar provecho de las decepciones primero debemos darnos cuenta de que la mayoría de los desengaños provienen de las expectativas que hemos alimentado, de los sueños que hemos dejado en manos de los demás o que dependían excesivamente de las circunstancias. Asumimos que una persona se comportará de cierta manera o que las cosas irán de cierta forma. Cuando no ocurre, nos sentimos decepcionados.

Es normal que nos sintamos decepcionados cuando las cosas no marchan según nuestros planes. Nos cuesta procesar los reveses, sobre todo cuando estos implican un golpe a lo que creíamos seguro y estable. No debemos sentirnos mal por ello.

Sin embargo, necesitamos comprender que el mundo cambia. Las circunstancias cambian. Las personas cambian de opinión y desarrollan nuevas prioridades. Algunos amigos no son para siempre. Todas las parejas no son sinceras. Y todos los negocios no saldrán bien.

Asumir el cambio como parte de la vida nos permitirá prepararnos psicológicamente para posibles decepciones, de manera que no nos tomen por sorpresa. Eso les restará parte de su impacto emocional, de manera que podremos lidiar mejor con ellas.

También nos ayudará desarrollar una actitud empática. Cuando nos sentimos decepcionados, es fácil culpar al otro, pero en ese juego de culpas nadie gana. Intentar ponernos en su lugar y comprender sus motivos puede eliminar la ofuscación y reducir la decepción. Debemos recordar que, aunque a veces las personas nos fallen, también es probable que en algún momento hayamos decepcionado a alguien. Todos somos falibles.

Por último, pero no menos importante, podemos usar la decepción como una oportunidad para preguntarnos si vamos por el buen camino o necesitamos realizar cambios importantes. Henry David Thoreau decía que “si estamos tranquilos y preparados, podremos hallar una recompensa en cada decepción”.

Quizá nuestras decepciones provienen de un exceso de perfeccionismo. O de esperar demasiado de los demás. O de la falta de planificación. O de dedicarnos demasiado a un proyecto o relación descuidando el resto de las áreas de nuestra vida. Los desengaños pueden ser una ocasión para mirar dentro de nosotros y ajustar los mecanismos que nos hacen más propensos a la decepción, de manera que no tendremos la necesidad de levantar muros a nuestro alrededor.

Las decepciones pueden convertirse en maestras de vida que nos enseñen qué estamos haciendo mal y qué personas vale la pena conservar a nuestro lado y a cuáles es mejor dejar marchar. Toda experiencia encierra una enseñanza, solo necesitamos saber aprovecharla.

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