Descender al inframundo maya para limpiarlo: los buzos que buscan sanear los cenotes en Yucatán

El rayo de Sol que se filtra por la entrada de la cueva apenas logra colarse en el agua; los colores verdes y azules, tan característicos de los cenotes de la Península de Yucatán, se pierden entre la basura. Apenas unos 6 metros debajo del agua la vista se vuelve grisácea y, si levantas la mirada, las islas de plástico flotante se mecen imperturbables. ¿Cuánto llevan ahí? ¿Un par de días, tal vez semanas? ¿Cuántas décadas han visto pasar esas botellas de pet, impasibles y ajenas?

Cuando Kay Vilchis da el primer salto al agua, cargada con dos tanques de oxígeno, aletas, cámara, mallas y todo el equipo de buceo, sabe perfectamente la dinámica: se toma unos diez minutos para hacer fotografías del cenote y documentar el estado de cada lugar que visita, luego guarda el equipo y comienza su otra chamba, la de limpieza del sitio. Como buza experimentada puede descender hasta 40 metros bajo el agua si el cenote así lo permite. Para diferentes trabajos ha alcanzado hasta 56 metros de profundidad. Hay cenotes que se extienden a más de 100 metros bajo la superficie.

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“Hay lugares donde es muy fuerte: entramos y no te puedes imaginar la cantidad de basura. En un lugar sacamos ya los primeros 100 kilos y era una cuarta parte de lo que había, tenemos que regresar a hacer más limpiezas ahí”, relata Kay, fotógrafa y buza voluntaria para la Secretaría de Desarrollo Sustentable de Yucatán y diferentes asociaciones civiles dedicadas a la conservación del ecosistema.

“Para mí ha sido extraño porque son lugares que apreciamos un montón, son lugares en los que me siento más tranquila que en la ciudad y al entrar y verlos llenos de basura…”.

No completa la oración. Ver un espacio que resguarda una riqueza biológica, histórica y cultural únicas en el mundo, llena de latas, cubetas, unicel, vidrio y hasta llantas y toboganes (sí, toboganes), puede quitarle el aliento hasta a la buza, biólogo o arqueólogo más experimentado.

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El complejo sistema hídrico de la Península de Yucatán

Algunas zonas de la calurosa y húmeda Península de Yucatán —en primavera puede alcanzar hasta más de 39ºC— pueden parecer difíciles por el terreno de la superficie: a pesar del verdor, a simple vista, hay poca agua. En realidad, se vive y camina sobre los ríos.

La hidrología subterránea, conformada por cenotes, esteros, lagunas y cuevas, es complejísima.

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Se calcula que en toda la península hay entre 5,000 y 10,000 cenotes y menos de 5% de estos son turísticos, explica Lalo Negrete, presidente de la asociación Ríos Limpios que, desde hace un par de años, es una de las organizaciones que se han unido a comunidades, gobierno y empresas para hacer limpieza de cenotes. Hasta ahora han trabajado en 32 sitios y esperan sumar otros 16 al finalizar el año.

Para tener una idea de la complejidad del sistema hídrico subterráneo tomemos como ejemplo a Sac Actun, un laberíntico sistema de cavernas inundadas que se extiende en Quintana Roo.

Lo de “laberíntico” no es exageración ni eufemismo.

En 2018, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) explicó que sólo este sistema podría ser el más grande del mundo: las cuevas interconectadas suman 347 kilómetros, pero hay posibilidades de que exista una conexión con otros sistemas similares, por lo que podría extenderse hasta por 1,000 kilómetros. Sólo en Sac Actun, que significa Cueva Blanca en maya, se han localizado 248 cenotes que sirven de entrada.

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Entrada a cenote Chankom. Fotógrafa y buza especializada en espeleología Kay Vilchis.
Entrada a cenote Chankom. Fotógrafa y buza especializada en espeleología Kay Vilchis.

Cenote Chankom. (Foto: Cortesía Kay Vilchis)

Un ecosistema único… y en peligro

Para ojos inexpertos, estos ríos subterráneos pueden parecer sólo “vías de transporte hacia el mar” porque ¿qué animal o planta podría vivir bajo esas condiciones? Sin embargo, el ecosistema es tan rico como frágil.

“Hace millones de años la península se encontraba bajo el agua. Al emerger y quedar a cielo abierto, especies marinas quedan atrapadas en estos “agujeros” o cenotes; la mayoría muere al no poder adaptarse al agua dulce, pero una buena parte de estas especies evolucionó”, dice el biólogo yucateco Rodrigo Ojeda, quien bucea en cenotes de forma especializada desde hace más de 10 años y, con su asociación, Ecologistas Subacuáticos de Yucatán (Ecosuby), también hace limpieza de los lugares.

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Explica que dentro del sistema de cenotes hay peces completamente ciegos y que no tienen ningún pigmento porque, al vivir en cuevas, ya no necesitan ni la vista ni existe luz solar. “Estas especies, por el sistema muy particular en el que viven, son endémicas, sólo las encontramos en Yucatán. Si destruimos estos cenotes es fácil extinguirlas”.

Las principales amenazas, dice, es la contaminación del subsuelo, la contaminación directa (como los cientos de kilos de plástico, celofán y vidrio que sacan) y la falta de educación sobre el cuidado del ecosistema.

A esto se suma que la red de ríos subterráneos es tan compleja que es difícil explorar, “es querer atender a un paciente sin verlo”, dice Lalo Negrete.

Para el arqueólogo subacuático Guillermo de Anda, quien desde hace más de 30 años trabaja en un proyecto de investigación del subsuelo de la península y su relación con el ser humano y el medio ambiente, los pobladores de las comunidades no son las únicas personas responsables, “también autoridades, industrias, gente sin consciencia que son poderosos y tienen los recursos y no les importa y arrojan desechos a los cenotes”.

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Los cenotes de la península de Yucatán son lugares místicos. Foto: Benjamín Magaña, cortesía de Ecosuby
Los cenotes de la península de Yucatán son lugares místicos. Foto: Benjamín Magaña, cortesía de Ecosuby

(Foto: Benjamín Magaña, cortesía de Ecosuby)

Costales insuficientes para la basura que sale de los cenotes

Limpiar no es tarea fácil. Se requiere una planeación milimétrica para poder llegar a cada lugar.

Algunos cenotes tienen accesos instalados, pero en la mayoría la entrada es a través de pozos o de agujeros enormes en el suelo de la selva que se abren como una boca verde a la que únicamente se puede descender a rapel, la caída puede variar entre los 10 y los 30 metros de altura para llegar al agua.

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Pero llegar a la superficie del cenote es sólo la primera parte.

Después de esto, buzas como Kay Vilchis dejan su equipo “de tierra” en un espacio seguro y se ponen el segundo equipo: traje de neopreno, tanques de oxígeno, arneses, visores, aletas, guantes y las mallas en las que van depositando toda la basura que encuentran.

Muchas personas creen que los cenotes no tienen fondo y la basura sólo desaparece”, dice Kay. La historia es diferente al descender.

En cada limpia, dice Lalo Negrete, se sacan en promedio entre 200 y 300 kg de basura. Lo más común es plástico, unicel y botellas de vidrio (el calor yucateco invita a beber cerveza), pero han llegado a encontrar neumáticos, medidores de luz, baterías y, en una ocasión, hasta un tobogán, “sin embargo, lo difícil de limpiar es que ya no lo vuelvan a ensuciar”, dice.

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Y costearlo, tanto económica como humanamente, es un esfuerzo importante: cada limpia puede llegar a costar hasta 80,000 pesos entre logística, equipo especializado, transporte y mano de obra.

Por eso, la limpieza no es lo único. Cada una de estas actividades va acompañada de talleres de concientización y educación de la comunidad.

“Cada vez lo entienden más, pero también hay otras realidades: en algunas comunidades ni siquiera hay un sistema de recolección de basura”, dice Kay Vilchis.

Los cenotes de la Península de Yucatán y sus relatos

Cuando Guillermo de Anda desciende a los cenotes puede imaginarse cientos de historias íntimamente relacionadas al universo maya que se divide en tres: Ka’an, Kab y Xibalbá (cielo, tierra e inframundo).

Pensándolos a través de la cosmogonía maya, los cenotes resultan ser una dicotomía interesantísima: de estas cuevas, llenas de agua, de vida, surgió la primera pareja. Es ahí mismo, donde inició, que la misma vida termina y se inicia el recorrido hacia el Xibalbá, explica el arqueólogo.

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Y la mayoría de esos cenotes resguardan una historia. “Siguen siendo lugares importantísimos, sitios poderosos en el imaginario maya moderno”.

Tan es así que, por ejemplo, cuando un grupo de investigadores, entre ellos Guillermo, inició distintos análisis en Chichen Itzá, antes de comenzar la exploración un X’men (se pronuncia shmen y malamente se les llama chamán o chamana), hizo una ceremonia en la que nombró a cada uno de los seres que habitan los cenotes de la zona arqueológica y sus alrededores.

Y esta área, a la que se le pidió permiso para entrar, es sólo una partecita de los 181,000 km2 que abarca toda la península.

“Puedo asegurar que las cuevas mayas bajo estudio metodológico y lineamientos académicos y científicos están revelando respuestas que no nos había podido dar la arqueología de superficie: desde cronologías, cosas de la vida cotidiana y referentes a los rituales y sacralidad; también datos relativos a problemas climáticos graves, como grandes sequías; hasta guerras pueden verse y estudiarse en los cenotes”.

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El problema es, coinciden tanto Kay Vilchis, como Rodrigo Ojeda, Guillermo de Anda y Lalo Negrete, cuando se rompe esta consciencia sobre la importancia biológica, cultural, social e histórica.

Buzos realizando limpieza de cenotes de la península de Yucatán. Foto: Benjamín Magaña cortesía Ecosuby
Buzos realizando limpieza de cenotes de la península de Yucatán. Foto: Benjamín Magaña cortesía Ecosuby

(Foto: Benjamín Magaña cortesía Ecosuby)

Vencer el miedo para conocer la paz de las cavernas subterráneas

Sumergirse por primera vez en un cenote profundo genera una especie de vértigo. Ciertamente no puedes caer, pero el vacío debajo de tus pies, que se mueven rápidamente para mantenerte a flote, es tan abrumador que se siente desde el estómago.

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“Cuando estaba en la prepa iba todos los fines de semana a nadar a diferentes cenotes, pero no podía voltear hacia el fondo”, dice la fotógrafa Kay Vilchis, que estudió primero odontología, pero siempre quiso ser fotógrafa. Poco a poco comenzó a adentrarse en el mundo del buceo y hoy es buza especializada en espeleología. “El primer buceo que hice estaba aterrorizada y fuimos a un cenote que tiene un rayo de luz de 25 metros y se ilumina una bóveda gigante, desde ese momento dije: aquí me quedo”.

La experiencia es similar para Rodrigo Ojeda. El biólogo visitaba los cenotes en su adolescencia “cuando tenía unos 15 años me metía y veía la amplitud… sentía mucho respeto”.

Pero conforme fueron conociendo mejor los cenotes, sus colores, sus recovecos, el miedo se transformó en momentos de paz, de concentración, de trabajo y conexión.

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En un cenote hay un ambiente mucho más místico, son colores grises, tenues, o azulados que les da el carbonato de calcio con los rayos del sol”, relata Rodrigo Ojeda, quien explica que no hay secreto para perderle el miedo, todo está en el entrenamiento para bucear o nadar en estos lugares. “Se pueden ver distintas especies de animales o las formaciones cálcicas como estalactitas y estalagmitas que tardan cientos de miles de años en formarse”.

Y sí. La Península de Yucatán es un universo completo y complejo, un universo donde inicia el Ka’an, cielo; se hace la vida en la Kab, tierra; y se desciende al Xibalbá, inframundo, pero ¿qué de este universo seguirá corriendo su ciclo si no se le cuida, respeta y protege?

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