Lo que hizo 'Los diez mandamientos' para grabar una escena hoy sería impensable
Hoy en día los efectos digitales facilitan mucho las cosas a la hora de realizar películas. Recrear cualquier escenario y añadir multitud de elementos es posible con un simple ordenador, por muy compleja o fantasiosa que sea la escena en cuestión. Pero cuando vemos cine clásico sorprende cómo en décadas remotas eran capaces de lograr secuencias iguales o más espectaculares que las de hoy en día, y con una tecnología a años luz de la que disponemos en 2022.
Un caso que seguro que será recordado por muchos es el de Los diez mandamientos, la película bíblica protagonizada por Charlton Heston en 1956 sobre la historia de Moisés. En la actualidad, aún impresiona ver la espectacularidad de sus escenarios del Antiguo Egipto, los más de 14.000 extras y 15.000 animales que participaron en la producción o momentos tan grandilocuentes como el cruce por las aguas del Mar Rojo. Y desde luego, lograr esto con los medios de aquella época requería de un esfuerzo económico abismal y de un ingenio artístico inmenso, como bien demuestran los relatos sobre la realización de la mencionada escena del Mar Rojo.
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Según se recogen en libros como Movie Magic de John Brosman, en el documental Making Miracles del DVD o en webs como The Art & Science of Movie Effects, se requirieron hasta seis meses para grabar cómo las aguas se abrían ante el paso de Moisés y el pueblo hebreo. Y no solo eso, sino que se tuvieron que usar una combinación de numerosas técnicas nada sencillas de ejecutar.
Para empezar, Cecile B. Demille, director de la película, ya se había enfrentado a un reto similar cuando en 1923 dirigió su versión muda de Los diez mandamientos. En aquel momento, cuando la tecnología era aún más precaria, consiguió aprovechar las limitaciones del blanco y negro para recrear los dos laterales de las aguas mediante bases de gelatina, cuyo movimiento constante al verter el agua sobre la superficie simulaba con suficiente realismo el danzar de las olas. Dicho plano, que fue invertido para que el agua subiera, se combinó con otro de los actores caminando, lo que derivó a un resultado casi increíble para lo que se acostumbraba en los 20.
Por esta razón, el cineasta tenía el reto de lograr un resultado igual o más espectacular que el de antaño en un remake mucho más fastuoso y a todo color, donde no podía falsear los planos de la misma manera que con el blanco y negro. Y mientras que en aquella versión se sirvieron de meras maquetas de gelatina, aquí fue necesario usar más de 1 millón de litros de agua y construir estructuras gigantes para alcanzar un acabado que sorprendiera al público de los años 50.
En primer lugar, se construyó un enorme tanque con forma de “U” en los estudios de Paramount donde se liberó esa ingente cantidad de agua por los costados. Pero eso no era suficiente. Para conseguir el efecto turbulento de las olas y la subida del agua, también se tuvo que crear una cascada gigante y dejar caer más litros de líquido mientras las cámaras captaban las corrientes, metraje que, al igual que para la versión de 1923, luego se invertiría para que en pantalla se viera sube hacia arriba. Por último, se grabaron las imágenes de las nubes negras del fondo y a Charlton Heston y el amplio número de extras en las costas del Mar Rojo, imágenes que mediante impresoras ópticas se mezclaron con las del tanque y la cascada para dar paso a los espectaculares planos que vimos al final de Los diez mandamientos.
La técnica es prácticamente la misma que se usó en 1923, solo que ejecutada con mucha más grandilocuencia para adaptarse a las convenciones de las grandes cintas del Hollywood de los 50. Y hacerlo más grande también se tradujo en necesitar de mucho más tiempo para ejecutarla, puesto que fueron seis meses lo que tardaron en preparar, construir y grabar todas estas estructuras y planos que conforman la secuencia. Es más, según la actriz Debra Paget, el rodaje completó duró dos años (IMDB).Y obviamente, más tiempo se traduce en mucho más presupuesto, y la película tuvo un elevado coste final de 13 millones de dólares que ajustado por inflación hoy sería de aproximadamente 126 millones.
Pero no fue problema, porque la película fue un éxito enorme de taquilla y se convirtió en un clásico instantáneo que a lo largo de los años no ha parado de tener reestrenos, reposiciones en televisión o ediciones en formato doméstico. De hecho, haciendo este ajuste por inflación, hoy en día seguiría siendo la octava película más taquillera de la historia con 2.368 millones de dólares. No obstante, aunque sus datos se asemejen a los de grandes producciones actuales como Avatar, Vengadores: Endgame o Star Wars: El despertar de la fuerza, este esfuerzo titánico de hasta seis meses para realizar una sola de sus secuencias sería totalmente impensable.
En pleno 2022, lo que prima a la hora de realizar un blockbuster es la rapidez que ofrecen los efectos digitales, que sin moverse de una oficina o estudio permiten hacer prácticamente todo, ya sea crear escenarios fastuosos, duplicar el número de extras, añadir explosiones, grandes efectos climáticos e incluso recrear a los actores y actrices. Desde luego, es mucho más rápido y cómodo que tener que construir grandes sets y pensar en cómo recrear los efectos manualmente. Hoy con una pantalla verde en un estudio y con los actores interpretando sobre ella es suficiente para crear grandes setpieces cinematográficas, sin necesidad de construir nada.
Claro está que esta inmediatez es buena a vistas de presupuesto y tiempo, pero los resultados del abuso de lo digital también están lejos de la espectacularidad que ofrecían los efectos más artesanos de antaño. Por ejemplo, ver los dinosaurios animatrónicos del Jurassic Park de 1993 resulta más realista que los puramente digitales de Jurassic World. E incluso ver películas como Los diez mandamientos, en la que inevitablemente hoy en día si es posible ver sus costuras, tiene más encanto que ver el festival de CGI de muchos blockbusters actuales donde esas costuras son incluso más visibles. Pero las formas de hacer cine han cambiado, y por muy nostálgicos que nos pongamos con el Hollywood clásico, parece imposible volver a ver semejantes despliegues artísticos y técnicos como los del siglo pasado.
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