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El órgano más infravalorado del cuerpo controla tu mente y tu salud, ¿sabes cuál es?

Se le conoce como ‘el segundo cerebro’ y determina tu estado de ánimo

Para estar sano y sentirte bien, ¡escucha a tu estómago1 El centro del organismo es el responsable de todo lo que nos pasa. (Foto: Getty Images)

Un proceso aparentemente tan automatizado como la digestión puede influir en nuestras emociones y estados anímicos. La conexión entre cerebro y sistema digestivo es más estrecha de lo que parece y actúa en ambas direcciones.

De hecho, molestias tan frecuentes como el dolor de estómago o el estreñimiento pueden amplificarse hasta convertirse en estados emocionales. Y es que una buena digestión favorece las emociones positivas.

“El cerebro registra señales de mal funcionamiento del sistema digestivo y las modifica bajo el influjo de algunas emociones como la ansiedad, la angustia o la depresión”, explica el Dr. Juan Ramón Malagelada, especialista en Aparato Digestivo y miembro de la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD).


Respetar los horarios y las (cinco) tomas de las comidas, así como masticar despacio favorecen la digestión. (Foto: Getty Images)

Por tanto, la normalidad digestiva favorece el equilibrio emocional. Así pues, los expertos recomiendan cuidar lo qué comemos y cómo lo comemos, entender lo que nos sienta bien y mal para adaptar la dieta al bienestar de cada persona. Lo mismo para nuestro intestino: hay que cuidarlo, favoreciendo el tránsito intestinal, saber relajar el abdomen, cuidar la microbiota y dedicar el tiempo que cada uno necesite para ir al baño.

Cambiar la flora bacteriana intestinal predeterminada puede variar no solo la calidad de la digestión sino también el estado de ánimo.

El Dr. Malagelada insiste: “un correcto funcionamiento del aparato digestivo y un cuidado adecuado del mismo a base de una dieta equilibrada y que nos siente bien, son básicos para el bienestar emocional”.

La digestión lenta y la sensación de plenitud después de las comidas, la hinchazón y el dolor abdominal, el estreñimiento alternando con diarrea y otras afecciones sin lesión ni causa aparente en las pruebas diagnósticas convencionales, son molestias muy frecuentes y que la mayoría de las personas experimentan.

También son motivo habitual de consulta tanto en Atención Primaria como en las consultas especializadas en Aparato Digestivo, aunque en las pruebas diagnósticas convencionales no se detecte ni su origen ni su causa. Todos estos trastornos comparten unos mecanismos patológicos que la investigación y el progreso científico están ayudando a esclarecer.

Estos mecanismos incluyen la inflamación crónica y sutil de las paredes del estómago y del intestino en conjunción con alteraciones de los movimientos de estos órganos, pero sobre estos mismos mecanismos también ejercen una gran influencia los alimentos, además de la composición de la flora intestinal o microbiótica que es específica en cada persona.

Una extensa red de neuronas y todo tipo de neurotransmisores conectan las paredes del estómago y el intestino con el córtex cerebral enviando información de lo que pasa en el aparato digestivo y cómo se desarrolla la digestión. Por ejemplo, el 95 por ciento de la serotonina, unos de los neurotransmisores más importantes del cuerpo, se encuentra en el intestino.

Este sistema neuronal permite que el estómago y el intestino se adapten a lo que ingerimos pero también es un sistema de alarma. Cuando algo no funciona bien, los nervios sensitivos localizados en las paredes inflamadas del tubo digestivo se hipersensibilizan amplificando los estímulos locales que originan el malestar, la náusea, el dolor, etc.

Los alimentos ricos en grasas sientan, literalmente, como una piedra en el estómago y provocan irritación y ardor de estómago. (Foto: iStock)

El cerebro registra estas señales provenientes del sistema digestivo y, a su vez, las modifica bajo el influjo de emociones como la angustia, la ansiedad o la depresión -a menudo asociadas a padecimientos molestos de larga duración- agravando y perpetuando el trastorno por la capacidad perturbadora que tiene el sistema nervioso central sobre la función de las vísceras.

“El aparato digestivo funciona de un modo independiente y autónomo cuando todo va bien, pero ¿qué ocurre cuando algo va mal? Entonces saltan las alarmas y la conexión entre cerebro y aparato digestivo se hace más evidente”, explica el Dr. Fernando Azpiroz. Naúseas, diarreas y dolor de estómago son síntomas de alarma de que algo no funciona bien durante la digestión.

Diversas enfermedades del sistema digestivo que cursan con inflamación o irritación como la colitis o la gastritis se agravan cuando por causas emocionales aumenta el estrés o la ansiedad.

“La salud digestiva depende, pues, del equilibrio homeostático entre la función cerebral y la función digestiva -sensibilidad, motilidad, inflamación y microflora- y, a su vez, está influida por la dieta”, explica el Dr. Malagelada, que añade: “la recuperación de la normalidad digestiva mediante el tratamiento comporta desinflamar, regular la actividad sensitiva y motora, adoptar la dieta adecuada y restablecer el equilibrio emocional”.

En pruebas de laboratorio se ha comprobado que en los sujetos que están siendo estudiados, la escala de síntomas aumenta tanto en dolor o molestias abdominales, como en el estrés o la ansiedad.

Del mismo modo, si una persona tiene síntomas que no se sabe de dónde provienen, se preocupa y está más pendiente, creando una mayor sensibilidad y aumentan los síntomas.

“La interacción entre cerebro e intestino está comprobada y esta relación abre la puerta a futuros campos de investigación y nuevas terapias para mejorar la salud digestiva y también mental”, concluye el Dr. Azpiroz.

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