El teléfono celular, ese dominador de nuestros actos

Existe una generación completa que se formó en la peculiar manera de comunicarse a través del chat, la mensajería inmediata y los SMS. Son los que tienen a la comunicación asincrónica digital como la lengua natal; es decir, aquella que se suscita cuando no existe coincidencia temporal. Quizás se trate de antiguos vestigios de la vetusta carta de papel. Paradójicamente, al presente, es el tipo de comunicación desarrollada mediante ordenadores, tablets y smartphones.

Hubo una época dorada de la telefonía, en la que las personas hablaban, a través de estos dispositivos. Hoy parecen ser simplemente tecnologías inferiores que se han sustituido por mejores instrumentos, unos más eficientes. Vinimos en una convención en la que la charla oral telefónica a muchos les resulta invasiva, ineficiente, y a menudo una pérdida de tiempo.

Parece que todos los avances en tecnología móvil e innovación de medios de comunicación están mutando a colocarnos lejos del tradicional teléfono, sustituyéndolo por modos más rápidos de conseguir lo que queremos del mundo y la gente en él: las Apps y las redes sociales. Toda la interacción humana pasa a través del dispositivo, pero sin usar el lenguaje verbalizado. Adiós oralidad.

Con un breve y hábil movimiento de dedos, estaré comunicando con millones de personas, sin el “uno a uno” que implica parlotear con alguien. Estos instrumentos son tan hábiles y eficientes. Son instrumentos finos, tramados para tareas tanto múltiples como específicas. Es como el culmen de la comunicación. Transitamos la era de la comunicación despersonalizada en la que el emisor envía la información sabiendo que no obtendrá una respuesta inmediata y el receptor será consciente de la llegada del mensaje solo cuando acceda al canal específico.

Hemos tomado algunos atajos alrededor de ciertos aspectos de interacción humana. Todos tenemos el mismo deseo profundo de la conexión humana como alguien más. Simplemente, en ocasiones carecemos de la confianza para alcanzar la conexión del modo tradicional “cara a cara”. Gracias a Internet, no tenemos que ganar esa confianza. Se la sustituyó con algo muy cómodo: la interacción a través del instrumento digital.

En estos originales tiempos, hemos dando un paso más en este nuevo orden. Sustituimos el teléfono creado para hablar y lo transformamos en un dispositivo para “textear”. Como en aquella época, cuando la única comunicación posible a la distancia, era la epistolar. ¿Es evolución o involución? ¿Serán los pasos que se deben dar en retroceso para tomar impulso y llegar más lejos?

El correo electrónico, ahora residente permanente de nuestros teléfonos, es una zona más de confort. El hablar (articular sonidos y palabras para expresarse o comunicarse) por teléfono, cuando se es poco elocuente, puede dar una impresión equivocada, existe el tartamudeo, el malentendido verbal. Entones, será mejor tipear.

Las actuales generaciones encuentran en el texto, el chat, formas más sucintas para comunicarse, hacerlo expeditivo e inmediato. Y si se desean demostrar emociones, ¡para eso están los emojis! En el mundo vigente hay poco tiempo para todo, la conversación es una pérdida de tiempo. Usamos “mensajería inmediata” y “DMs” que de instantánea tiene mucho menos que —la poco menos que arcaica— charla de ida y vuelta, en la que los interlocutores platicábamos.

Pero ya incorporamos ese delay o demora en recibir la respuesta, que implica aguardar que el otro lea el mensaje y conteste. Una nueva batalla abierta contra la ansiedad. Y si hablamos del contenido de los textos utilizados, a menos que se desee escribir una poesía elegante a un lector literario astuto, hay una carencia inherente de la profundidad para exponer cualquier tipo de texto.

Seguiremos usando ese instrumento inventado para acercar las distancias hablando, y dejaremos de usarlo para hablar. El teléfono celular, ese atajo en el entendimiento de alguien a nivel humano, ha tomado un rumbo imprevisto por su creador. Pero en estos tiempos, todo es inesperado y puede volver a cambiar. Y allí estaremos todos, adaptándonos.