Estrenos de teatro. Yo soy mi propia mujer es una clase magistral de Julio Chávez

Julio Chávez, en Yo soy mi propia mujer
Julio Chávez, en Yo soy mi propia mujer

Autor: Doug Wright, versión en español Fernando Massllorens y Federico González del Pino. Actuación y dirección: Julio Chávez, sobre la versión original de Agustín Alezzo. Escenografía: Jorge Ferrari. Vestuario: Cristina Villamayor y Alejandra Robotti. Iluminación: Gaspar Potocnik. Música: Diego Vainer. Sala: Metropolitan Sura, Corrientes 1343. Funciones: viernes y domingos, a las 20, sábados, a las 19.30. Duración: 90 minutos. Entradas: www.plateanet.com $3.500.-

La escenografía de Jorge Ferrari se asemeja tal vez a una sacristía, pero no lo es. Paredes altas, oscuras, una gran puerta, un escritorio y en el otro extremo una mesa que parece un reclinatorio. Ese aire de solemnidad que inspira la arquitectura de las viejas mansiones, precede la llegada del protagonista: Julio Chávez caracterizado como la alemana Charlotte von Mahlsdorf (Berlín 1928-2002). Esta travesti, escritora y coleccionista que creó su propio museo en Berlín, supo resistir a la invasión nazi, a un padre golpeador al que terminó asesinando y a la Alemania de la Stasi –la policía secreta comunista–, qué, lógicamente, no simpatizaba con los homosexuales. Pero Charlotte resistió en el museo por ella creado en Berlín, con muebles, relojes, gramófonos y múltiples objetos que fue recogiendo de las casas deshabitadas de la Alemania atravesada por la Segunda Guerra.

Esta es la tercera vez que Chávez se mete en la piel de esa travesti , que lleva vestido negro y un collar de perlas. La primera fue en 2007, dirigido por Agustín Alezzo. Luego la repuso en 2016 y ahora regresó, como un homenaje a uno de sus maestros, que murió en 2020.

Gran trabajo de Julio Chávez en este unipersonal
Gran trabajo de Julio Chávez en este unipersonal

Mahlsdorf cuyo nombre verdadero fue Lothar (quiere decir guerrero) Berfelde, escribió su biografía Yo soy mi propia mujer, llevada al cine como una docuficción en 1992, dirigida por Rosa Von Prauheim. Por esa época, el estadounidense Doug Wright, viajó a Berlín y conoció a Charlotte. Quedó tan impactado con ella y su vida que quiso escribir una obra de teatro.

En la pieza Chávez asume dos personajes, el de Charlotte y el de Doug Wright y su actuación se asemeja a un mecanismo de relojería, despierta asombro. El intérprete se despoja de su ego para ponerse al servicio del escritor y su heroína y deja que las emociones fluyan para contar esta peculiar vida, que aún a riesgo de perderla durante la Guerra Fría, supo crear su propio museo en la Alemania comunista, en la que en su sótano reunía clandestinamente a travestis y lesbianas y recibía a ilustres figuras: Marlene Dietrich, Bertolt Brecht o el escritor Magnus Hirschfeld, autor de “Die Transvertiten”.

El asombro que despierta esta Charlotte, pionera de la lucha por el movimiento LGBTIQ+, se debe no sólo a la riqueza del texto, sino a la minimalista interpretación de Julio Chávez, él que con sólo un cambio de movimiento, se ubica en la piel de un personaje u otro. La sutileza de sus emociones, o su grito áspero y desafiante cuando cuenta la manera con la que los Stasi se dirigían a ella, lo hace receptor del aplauso unánime que el público le dedica al final.