Anuncios

Fantasías sexuales: ¿qué significan y por qué las pensamos?

Si abren la versión actual del DSM (la “biblia” de los diagnósticos psiquiátricos) y buscan el concepto parafilia, encontrarán dos términos curiosos: “sadismo” (obtener placer sexual a través de infligir dolor) y “masoquismo” (obtener placer sexual a través de recibir dolor).

El mismo libro especifica que “parafilia” refiere a la preferencia por cualquier tipo de actividad sexual no normativa (u objetivo no normativo). Es decir, según el principal libro de diagnósticos psiquiátricos del mundo, si disfrutas el dolor durante el sexo, incluso si sólo es a nivel fantasía, no eres normal.

Sin embargo, sucede algo curioso: fantasear con dolor y placer es algo completamente normal (al menos si nos referimos a “normal” en su sentido estadístico). De hecho, es probable que más gente fantasee con eso de la que no.

En su libro Tell Me What You Want (Dime lo que quieres), Justin Lehmiller expone los resultados de una investigación que realizó sobre fantasías sexuales en la que entrevistó a más de 4,000 personas estadounidenses, y encontró algo llamativo: 60% de sus participantes reportaron haber fantaseado con infligir dolor físico durante el sexo, mientras que 65% reportaron haber fantaseado con recibirlo.

¿Por qué seguimos considerando que estos deseos son “no normativos”?

Te interesa: Me gusta ver a mi pareja con otra persona: las historias de a quienes les prende el ‘cuckold’

Los temas recurrentes en las fantasías sexuales

¿Qué más encontró Lehmiller? Algunos datos son sorprendentes:

  • 97% de las personas reportaron haber tenido fantasías sexuales de cualquier tipo. Freud dijo alguna vez: “una persona feliz nunca fantasea, sólo una insatisfecha”. Lehmiller demuestra en su investigación que, de hecho, parece ser que las personas que reportan mayor satisfacción sexual son quienes experimentan menos vergüenza al fantasear y se permiten hacerlo más.

 

  • El sexo grupal es la fantasía sexual más común de todas. 89% de los participantes reportaron haber fantaseado con tríos, 74% con orgías y 61% con gangbangs (esto es: una persona tiene sexo con varias otras al mismo tiempo). Es decir: si estás en una fiesta con 10 personas y propones una orgía, 7 de cada 10 personas no necesariamente dirán que sí (qué precioso mundo sería ese), pero al menos podrían decir “ey, yo he tenido la misma idea alguna vez”.

 

  • Los republicanos tienden más a fantasear con actividades consideradas tabú o inmorales (orgías, infidelidad, voyeurismo, etc) que los demócratas. Lehmiller llega a una conclusión: mientras más restricciones tenemos respecto a la sexualidad, más fantaseamos con romperlas. La conclusión parece darle la razón a Esther Perel cuando dijo, parafraseando, que aquello a lo que nos oponemos de día suele ser lo que nos calienta por la noche. Y ambos parecen darle la razón a Michel Foucault cuando dijo, parafraseando, que las prohibiciones sexuales son productoras de nuevos deseos (como cuando en confesión un sacerdote te pregunta algo y piensas “wow, a poco se puede eso, ni lo había imaginado”).

Checa: Quiero tener un trío: ¿cómo le hago?

(Un ejercicio de imaginación: ¿con qué fantasean las personas que integran el Frente Nacional x la Familia? Sólo fíjense en aquello a lo que se oponen con más intensidad y probablemente obtendrán una respuesta).

Los temas que aparecen en las fantasías sexuales son diversos. Lehmiller encuentra 7 principales, que nombra por su orden de aparición:

  1. Sexo grupal.

  2. Poder, control y sexo rudo.

  3. Novedad, aventura y variedad.

  4. Sexo tabú o prohibido.

  5. No monogamia y prácticas donde se comparta la pareja.

  6. Romance y pasión.

  7. Flexibilidad erótica (homoerotismo y travestismo).

Es decir: 97% de las personas que encuestó han fantaseado alguna vez con alguno de esos temas.

La importancia de saber esto no es menor: siguiendo la tradición de clasificación psiquiátrica del DSM, el libro de texto Forensic and Medico-legal Aspects of Sexual Crimes and Unusual Sexual Practices, de Anil Aggrawal, detalla 547 distintas parafilias.

Muchas de ellas (como el deseo por sexo oral, esto no es broma) son, en realidad, completamente normales.

¿Por qué fantaseamos?

Si no es por perversión o insatisfacción, entonces, ¿por qué?

Existen varias hipótesis. Primero lo primero: Lehmiller define a las fantasías sexuales como “cualquier imagen mental que llegue a la mente mientras estás despierta y que termina prendiéndote”.

Para Lehmiller, una fantasía sexual son pensamientos sobre los cuáles se tiene un control consciente y que pueden ser traídos a la mente a voluntad.

Hay algunos puntos en los que difiero.

Te interesa: Así nos educa la pornografía: entre la fantasía y la realidad

Primero, aunque la mayoría de las personas visualizarán sus fantasías, no todas lo harán con imágenes: algunas personas fantasean con sonidos, sensaciones o, simplemente, abstracciones de una experiencia (la sensación de que se sabe lo que ocurre, pero no se puede visualizar, como si toda la fantasía estuviera ocurriendo al mismo tiempo).

Segundo, existen fantasías que llegan a la mente sin “invocarlas” conscientemente. También existen fantasías con contenido sexual que no necesariamente van a excitar sino que generarán culpa, vergüenza o miedo.

Lo cierto es que, para la mayoría de personas, las fantasías sexuales son algo a lo que podemos regresar una y otra vez, sea cuando nos masturbamos, sea cuando tenemos sexo, sea cuando nos preguntan, sea cuando estamos en el trabajo muriendo de aburrimiento y queremos distraernos un poco.

Esa quizás sea la primera función de las fantasías: nos permiten acceder a la excitación. Y todavía más importante: cuando las vivimos sin vergüenza, nos permiten hacerlo desde el placer y la reconciliación.

¿Por qué nos avergüenzan las fantasías?

En parte tiene que ver con que su contenido suele ser muy simbólico y eso las vuelve de difícil interpretación.

Ejemplo: una mujer lesbiana cis fantasea con tener un pene y penetrar a su pareja. Un día está teniendo sexo con su novia y le pide que se ponga en cuatro para penetrarla con un dildo.

Cuando lo hace, coloca el dildo a la altura de su pelvis e imagina que eso con lo que la está penetrando no es un juguete sino su pene y eso la excita mucho.

¿Significa que no es lesbiana, que en realidad desearía ser hombre o que se confirma, desde una muy explícita literalidad, la llamada “envidia del pene” freudiana?

Pueeees, no necesariamente. En realidad, podría haber varias razones:

  1. La mujer fantasea con experimentar sensaciones físicas que su cuerpo no es capaz de tener (del mismo modo en que existen hombres cis que fantasean con tener un clítoris), o con darle a su pareja sensaciones físicas que su cuerpo no es capaz de otorgar (del mismo modo en que alguna persona podría fantasear con ser más fuerte y cargar a la pareja). Aquí, el pene importa e importa mucho.

  2. La mujer fantasea con posicionarse de una manera más dominante en el sexo (y/o posicionar a su pareja de una forma más sumisa) y la manera en que su mente tiene de “darle permiso” es imaginar que tiene un pene, debido a que la posición dominante es atribuida tradicionalmente a los hombres. En este caso, el pene imaginario no importa tanto, sólo es una llave que permite acceder a otra experiencia: lo que importa es todo lo que viene después.

  3. La mujer se excita simplemente con la idea de ser kinky y esa fantasía es tan tabú que le prende mucho jugar con esa posibilidad. Aquí, de nuevo, el pene aparece sólo como una casualidad de la mente, la primera manera que encontró para experimentar otra cosa que realmente le excita: la trasgresión de las normas.

  4. La persona que fantasea no es mujer cis, aunque ha sido educada de esa manera, y la fantasía le está sirviendo para elaborar lo que experimenta como una disforia de género: no tiene pene pero quizás habría deseado tener uno; o quizás no lo desea pero su mente produce esa imagen como una manera de indicarle “no es ‘mujer cis’ el género con el que identificas”. Algunas (y mucho énfasis en “algunas”) personas trans (binarias o no) fantasean con tener otros genitales debido a que es una forma placentera en que pueden jugar con la posibilidad de haber nacido con otro sexo y/o vivir y sentir placer desde un género distinto al que les impusieron al nacer. Aquí el pene podría o no importar, dependiendo de la experiencia específica que otorgue en la fantasía.

Entre muchas otras posibilidades.

Lo importante es: rara vez es lo explícito de la fantasía aquello que más importa.

Checa: Guía breve para entrarle a los juguetes sexuales

Algunos posibles significados de fantasías sexuales

En más veces de las que no, lo importante es la experiencia que posibilita.

Fantasear con infidelidad puede tratarse de volver a sentir que puedes despertar deseo en otra persona después de 30 años de matrimonio y un cuerpo que envejece y es rechazado por una cultura que no trata bien a los cuerpos no jóvenes.

Fantasear con un gangbang o un harén puede tratarse de sentir una validación sin límites. Fantasear con sexo apasionado en la playa puede tratarse de sentir compromiso e intimidad. Fantasear con utilizar un traje de Spider-Man puede tratarse de habitar otra identidad para tener sexo de una forma en que regularmente no lo haríamos (desde mi perspectiva, yo creo que en el sexo: Andrew Garfield > Toby Maguire > Tom Holland, por cierto), como también podría tratarse de simplemente reírse de un performance durante el sexo.

Es decir: las fantasías sexuales cubren muchas funciones. Y esto es algo maravilloso.

Otra cosa maravillosa: ninguna fantasía sexual existe en un vacío. Todas se construyen de manera colectiva. Si eres capaz de imaginarlo, existe una persona que fantasea con ello.

Si fantaseas con algo, existe al menos otra persona en el mundo (¡cuando no miles o millones!) que también lo hacen. Donde fantasea uno, fantasean dos.

¿Qué concluye Lehmiller en su libro? Las fantasías sexuales son una ventana directa a las profundidades de nuestra mente erótica.

En ellas se representan nuestros más profundos miedos y deseos, así como las múltiples maneras que nuestra mente encuentra de resolverlos o elaborarlos.

No tenemos que tenerles miedo ni tenemos que sentir vergüenza. Lo contrario: mirarlas con compasión y empatía e incluso atrevernos a disfrutarlas (e incluso llevarles a la práctica cuando sea posible, deseado, consensuado y ético) nos puede llevar a conocernos mejor y poder tomar decisiones para tener una vida sexual más libre, responsable y placentera.