Festival de Valladolid: entre la distinción a Juan José Campanella y el homenaje a La naranja mecánica
Fue un festejo por partida doble en la noche del sábado, cuando en Valladolid quedó inaugurada la 66 Semana Internacional de Cine SEMINCI, en los hechos -y al menos hasta ahora- el segundo festival de mayor envergadura de España luego del de San Sebastián. El primer motivo de alegría fue porque luego de un año la Seminci puede celebrarse con aforos completos y también con funciones que se extienden hasta la madrugada; el segundo, porque la gala inaugural encontró la convivencia de grandes nombres del cine español con buena parte de los más referenciales y famosos del cine argentino.
La noche comenzó de la mano de Ana Morgade, que como maestra de ceremonias fue realizando una paulatina conexión con el público mediante un monólogo demasiado calculado y que, por ende, dejaba vislumbrar una espontaneidad algo ensayada. Antes, sobre la alfombra verde, en una gala televisada por RTVE, se dejaron ver los looks de Clara Lago, Emma Suárez y Eva Marcel, que también fue presentadora de la gala en un vestido color mostaza. Por esa misma alfombra ingresaron Alex de la Iglesia, Antonio Resines, Eduardo Blanco, Oscar Martínez -acompañado por Marina Borensztein- y se vio emerger la ya clásica boina negra de Juan José Campanella. Precisamente, el director de El hijo de la novia junto con el protagonista de La naranja mecánica Malcom McDowell fueron las grandes figuras de la velada.
”Es un verdadero honor estar en este festival por dos motivos, es el cincuenta aniversario de La naranja mecánica y el segundo motivo es para apoyar la película de Pedro (González Bermúdez), es una película exquisita y un documental muy bien dirigido y ustedes saben la historia mejor que yo. Un director del festival, muy valiente, invitó al estreno de La naranja mecánica en 1975 y como ustedes saben era una época de mucha censura. Para mí es un privilegio ser parte de la ciudad de Valladolid debido a este estreno de aquel entonces”, dijo en un pasaje de su presentación McDowell, quien compuso al criminal Alex DeLarge en el film de Stanley Kubrick.
Pero el momento más importante de la noche fue cuando los productores Gerardo Herrero y Mariela Besuievski y los actores Javier Godino, Eduardo Blanco, Oscar Martínez y Clara Lago se hicieron presentes en el escenario para hacer entrega de la Espiga de Oro que enmarca la trayectoria de Juan José Campanella . A su turno cada uno refirió su vínculo con el cineasta que en España concretó muy tempranamente El niño que gritó puta. “Juan querido, ¡esto es para vos!”, sentenció a su turno en un momento de su alocución Oscar Martínez, al momento de entregarle el galardón.
Campanella ingresó sonriente al escenario y comenzó a ejercitar su conocido sentido del humor: “Conocí a Juan Campanella cuando tenía un año de edad, lo vi en un espejo y me causó una profunda impresión”, comenzó arrancando risas del auditorio. “Les agradezco todo lo que han dicho me han robado partes de lo que tenía preparado y ahora estoy improvisando. Toda mi carrera la puedo estructurar con visitas a la Seminci desde que Juan Carlos Frugone, que en ese entonces era el director, decidió ir al Mercado de Cannes para ver una película con el peor título de todo el catálogo y fue a ver El niño que gritó puta y me invitó”, confirmó agregando que su visita al festival fue la primera que hizo al país del que ahora también es ciudadano.
Luego, el director de El secreto de sus ojos dedicó palabras para cada uno de los presentadores, agregando en sus recuerdos al guionista Fernando Castets y a Javier Angulo, director del festival. “Muchísimas gracias a todos por estar acá, por treinta años de felicidad que me dio el cine, me dio el público y esperemos que haya otros treinta años más... Esta es la parte que es irrealizable, pero bueno”, dijo para combinar las risas con un aplauso cerrado de la platea. A posteriori se exhibió Libertad, de Clara Roquet, luego de su paso por la Semana de la Crítica de Cannes y que en su tratamiento recuerda el cine de Lucrecia Martel.
En las primeras funciones, aunque sin lleno total salvo casos puntuales, la Seminci pudo reconquistar buena parte del numeroso público que le otorgó fama. Los escasos visitantes de 2020 recuerdan que el mismo día del comienzo del festival recrudecieron las restricciones por la pandemia, por lo que a las 22 los espectadores locales debían estar en sus hogares y los visitantes en sus hoteles. Por cierto, las huellas de la pandemia aún se ven en las calles de la ciudad con buena cantidad de locales que debieron cerrar sus puertas y en la decisión del festival de no brindar cócteles. En cambio, las puertas de los bellos teatros de la ciudad se abren de par en par una vez más, en una apuesta que busca el cartelito de “no hay más localidades”.