Sus fotografías de desnudos no desaparecerán; pero a Katie Hill no le preocupa

Katie Hill, la excongresista de California, en su casa de Washington, el 23 de julio de 2020. (Justin T. Gellerson/The New York Times)
Katie Hill, la excongresista de California, en su casa de Washington, el 23 de julio de 2020. (Justin T. Gellerson/The New York Times)

Si Katie Hill fuera otra persona, tal vez habría huido y encontrado una religión que seguir. Tal vez habría pedido perdón entre lágrimas, con un esposo responsable a su lado, y habría prometido comportarse mejor. Tal vez se habría inscrito en un programa de rehabilitación para adictos sexuales, caminado el Sendero de los Apalaches o negado por completo que ocurrió cualquier situación inapropiada.

Sin embargo, Hill, la excongresista de California cuya aventura poliamorosa con un miembro de su personal de campaña quedó expuesta después que comenzaron a circular en línea fotografías de ella desnuda (en sus palabras, sin su consentimiento), no hizo nada de lo anterior. Hill renunció, menos de dos semanas después de que las fotografías se volvieron públicas y a menos de cumplir un año en el cargo.

Así que, una tarde reciente en Washington, mientras su excolega y amiga la representante Alexandria Ocasio-Cortez estaba dando un discurso estimulante sobre sexismo en el pleno de la Cámara de Representantes, Hill estaba sola en casa, con huevos y cervezas Heineken en el refrigerador, luchando con una vieja computadora portátil de la marca Samsung.

“De verdad que esto no tiene ningún sentido”, comentó Hill, exasperada. Usaba mallas y una camiseta sin mangas, estaba encorvada sobre la computadora que se encontraba en una tambaleante mesa de cocina. “No solía tener ese problema. Ahora sí”.

Hill, de 32 años, intentaba grabar una entrevista con Bill Burton, un exsubsecretario de prensa durante el gobierno del presidente Barack Obama que trabajó con ella como su asesor, para un nuevo pódcast del cual es presentadora. Antes, quizá le habría pedido a un asistente que la ayudara o habría llamado a alguna especie de oficina gubernamental para solicitar soporte técnico. No obstante, ahora, solo están ella y Archie, un gato amarillo atigrado al que le gusta caminar por su teclado mientras escribe… aunque en realidad ese no era el problema.

Decidieron que Burton grabaría el audio desde su computadora. Hill quedó aliviada.

“Bien”, dijo al micrófono. “Bienvenidos a la primera edición de ‘Naked Politics With Katie Hill’ (Política al desnudo con Katie Hill)”.

“Eres el máximo infiltrado y nos puedes contar la primicia sobre lo asquerosa que es la política, ¿no?”, le preguntó a su invitado.

Según como se vea, Hill podría ser el perfecto caso de estudio para esa premisa. O se podría pensar que ha contribuido a ella.

Hill, a quien alguna vez se le consideró una estrella demócrata en ascenso (una favorita de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, cuya hija le regaló a Archie), llegó a los titulares en 2018 cuando volvió demócrata un distrito republicano. Vice proclamó que había dirigido la “campaña más milénial de la historia” y documentó su carrera como parte de una ola emergente de candidatas mujeres. Fue una de las muy pocas funcionarias electas abiertamente bisexuales.

Sin embargo, su periodo terminó casi tan rápido como empezó, después de que las fotografías donde aparece desnuda —en una, está sosteniendo una pipa de vidrio; en otra, está cepillándole el cabello a una mujer— fueron publicadas en el sitio conservador RedState y luego en The Daily Mail.

Hill cree que el culpable de las fotografías filtradas fue el cónyuge del que se separó, Kenny Heslep, a quien acusó de ser abusivo y de haber amenazado con “arruinarla” si lo dejaba, lo cual hizo, cinco meses antes de la filtración. Por medio de una abogada, Erin McKinley, Heslep se rehusó a hacer comentarios para este artículo. Niega haber divulgado las fotografías, y afirma que hackearon su computadora.

No obstante, por un momento la fuente de la filtración quedó eclipsada por el contenido que revelaron las fotografías: Hill y su esposo estaban en una relación con una joven miembro de su personal de campaña, una subordinada.

La relación, confirmada por Hill, no violaba las reglas de la Cámara de Representantes —actualizadas en medio del movimiento #MeToo—, porque sucedió durante la campaña, no después de que Hill fuera elegida. Sin embargo, RedState informó que Hill también había tenido una relación con su director legislativo, la cual sí sería una violación (Hill y el director legislativo la han negado). Se abrió una investigación de ética en torno a su conducta.

Katie Hill, la excongresista de California, en un parque cerca de su casa en Washington, el 23 de julio de 2020. (Justin T. Gellerson/The New York Times)
Katie Hill, la excongresista de California, en un parque cerca de su casa en Washington, el 23 de julio de 2020. (Justin T. Gellerson/The New York Times)

No obstante, esa investigación nunca se completó, porque Hill dimitió, aunque Pelosi y otros la alentaron a que no lo hiciera. En un discurso de renuncia, ataviada de rojo brillante (lo ha llamado su “uniforme de batalla”) y lápiz labial (“pintura de guerra”), Hill se disculpó por su conducta, pero dijo que estaba renunciando, al menos en parte, a causa de “una doble moral”.

“Me voy. Pero tenemos hombres a quienes se les ha acusado de manera creíble de realizar actos intencionales de violencia sexual y quienes permanecen en las juntas de consejo, en la Corte Suprema, en este mismo organismo y, lo peor de todo, en el Despacho Oval”, mencionó.

Nueve meses después, Hill sigue intentando resolver su capitulación. “Todavía tengo muchos sentimientos sobre mi decisión con los que no me he reconciliado”, señaló. “Pero estoy aquí y supongo que sacaré el mayor provecho de la situación”.

Hill sigue envuelta en un proceso de divorcio desagradable con Heslep. Con la ayuda de Carrie Goldberg, una prominente abogada en pro de los derechos de las víctimas, también planea presentar una demanda civil relacionada con la divulgación ilegal de las imágenes, en la cual lo nombrarán, este otoño mismo.

Además, las fotografías siguen en el internet, y probablemente estarán ahí para siempre, una realidad a la que Hill se está acostumbrando día con día.

“Supongo que en cierto momento simplemente tienes que aceptarlo: la gente que quiera verme desnuda, ya sabes, en posiciones muy incómodas, extrañas y no muy halagadoras, puede hacerlo”, comentó. “Pueden verlas. Es probable que ya las hayan visto”.

Ella misma sigue viéndolo: en sus respuestas en Twitter, donde tiene 175.000 seguidores; en una reseña de Yelp sobre el negocio de tatuajes de su hermana en California, la cual se borró de inmediato.

“Esas imágenes quedarán grabadas en mi cerebro para siempre”, comentó. “¡Y ni siquiera son buenas fotos! Todo el tiempo sigo pensando en eso y me digo: ‘Dios mío’”.

Una pérdida impactante

A menudo se cree que la mejor manera de enterrar tu resultado más aterrador en la búsqueda de tu nombre en internet es hacer algo nuevo. Hill lo está intentando.

Con el dinero que le sobró del fondo de reelección, hace poco comenzó un comité de acción política, HerTime, el cual está dedicado a apoyar a mujeres jóvenes y de color.

Está trabajando en el pódcast “Naked Politics”, una serie de entrevistas que planea lanzar en Anchor a finales de este mes y cuyo título, según ella, es un intento para “recuperar el control”.

Además, el 11 de agosto, publicará un libro, “She Will Rise”, una mezcla de manifiesto y autobiografía que cuenta la historia de su tiempo en el Congreso y donde también da recomendaciones sobre política en un esfuerzo por inspirar a la próxima generación de líderes a elegir más mujeres. Será publicado, al parecer junto con todos los otros títulos centrados en la mujer, a tiempo para el centenario de la ratificación de la Decimonovena Enmienda.

El libro revisa por encima muchas cosas. Está lleno de clichés sobre barreras laborales derribadas, mujeres comparadas con “guerreras” y lo necesario “para reclamar nuestros asientos legítimos en cada una de las mesas de liderazgo”. Sin embargo, francamente, se le podría perdonar por esto: el libro fue escrito en tres semanas. Si crees que has tenido un año del infierno, no has vivido el 2020 de Katie Hill.

Poco tiempo después de su renuncia, Hill se preparó para salir del apartamento que compartía con otra congresista. A pesar de todo, admitió que le emocionaba vivir sola.

No obstante, antes de que pudiera mudarse al nuevo lugar, su madre, una enfermera de traumatología en Los Ángeles, fue hospitalizada. Necesitaba someterse a una intervención quirúrgica de cerebro urgente.

Hill voló a casa de inmediato.

La operación fue un jueves. Un viernes, Hill, su hermana Kristin Sterling, de 29 años, y su hermano Danny Bennett, de 20 años, lograron ver a su madre, quien se encontraba bien. Hill y Bennett, quien estaba entrenando para convertirse en miembro de las fuerzas especiales SEAL de la Marina, se quedaron hablando hasta entrada la noche. Eran sumamente unidos, comentó Hill; Bennett había tenido problemas de drogadicción y había vivido con ella durante un año en el bachillerato.

A la mañana siguiente, cuando Hill bajó las escaleras desde su recámara en la casa de su madre, lo encontró inconsciente. Había muerto de una sobredosis de drogas: cocaína con fentanilo, de acuerdo con el informe del forense.

“Estaba sola cuando lo encontré; le di respiración de boca a boca, los servicios de emergencia llegaron y todo lo demás”, comentó Hill. Estaba sentada en el sofá, jugando nerviosa con su pelo. Estaba lloviendo afuera y los cántaros de agua salpicaban en su diminuto balcón, desde donde se puede ver un campo de juego de las Ligas Menores.

“Intentaron resucitarlo durante casi una hora. Al final, la hora del deceso que dieron fue 20 minutos antes de que yo lo encontrara”. Hill comenzó a llorar. “Ni siquiera he estado cerca de enfrentar la culpa que siento por eso”.

Después de algo tan devastador, sería comprensible quedar paralizada por el dolor. “Todos seguimos impactados”, comentó Sterling en una entrevista telefónica. Y, a pesar de todo, de alguna manera, poco más de dos semanas después, Hill se subió de nuevo a un avión para asistir al discurso del Estado de la Unión del presidente Donald Trump. Fue la última vez que vio a la mayoría de sus colegas.

“Creí que era importante estar ahí. Demostrarles que no me esconderé”, comentó. “Tendré este prendedor para siempre, ¿sabes?”. Se refería a su prendedor del Congreso, el cual garantiza una membresía de por vida en el Capitolio. Hill guarda el suyo en un alhajero en su armario para toallas.

“Sé que no he asimilado muchos aspectos de lo sucedido con Danny porque no he podido, pues he tenido que terminar otras cosas”.

Para Hill, esa concentración aguda —y, tal vez, la capacidad de compartimentar— en su mayor parte ha favorecido su vida profesional.

“Está extremadamente motivada”, comentó su amiga Nicole Brener-Schmitz, una estratega política que trabaja con Hill en su comité de acción política.

‘Sentí que era insuperable’

Muchas personas de su mismo partido quedaron impactadas cuando Hill renunció. ¿Por qué no simplemente se disculpó y mantuvo la cabeza en alto? ¿Acaso haberse retirado antes de que culminara la investigación de ética no solo dio a entender que tenía algo que ocultar? ¿Acaso no permitió que, en parte, prevaleciera la doble moral?

“Fui de las personas que le escribieron mensajes de texto para decirle: ‘No renuncies, no renuncies’. Ve a terapia, ve a algún lado, vete a recuperar a algún lado’”, mencionó Christine Pelosi, hija de la presidenta de la Cámara de Representantes, quien encabeza el Caucus de Mujeres del Partido Demócrata de California. “Pero eligió ese camino”.

En su libro, Hill lo describe como una espiral.

“Me sentí absolutamente abrumada por todo: cuánta gente había visto mi cuerpo desnudo, los comentarios, los artículos, las millones de opiniones, los mensajes de texto, las llamadas, las amenazas”, escribe. “Comencé a temblar, a llorar, a vomitar”.

“En ese momento, sentí que era insuperable”, comentó.

“No se encontraba en un espacio mental para seguir adelante”, comentó Burton, el invitado del pódcast.

¿A quién iba a decepcionar si se quedaba?, se preguntó. ¿Si se iba? ¿Qué tipo de carga sería para los miembros de su partido? ¿Para el legado de la primera generación que iba a hacer historia?

¿Y no se iba a sentir como el peor tipo de hipócrita si se quedaba en el cargo, después de hablar en apoyo del movimiento #MeToo y exigir la renuncia de Al Franken después de que fuera acusado de manosear a mujeres con las que había trabajado?

“Fue un claro error de juicio”, admitió Hill sobre su relación con la joven mujer. “Ese fue el error más crucial que cometí, no logré establecer los límites entre mi personal y yo”.

Por lo tanto, hizo lo que sintió que iba a minimizar el daño.

“Si no tuviera que rendir cuentas a otras personas, entre ellas mi electorado y la gente que se preocupaba por mí…”. Su discurso se fue apagando. “No sé. Realmente no lo sé”.

De alguna manera, ahora es más libre. No hay una reelección que le preocupe. Ningún líder del partido al que pueda ofender. Puede ver a quien quiera, salir con quien quiera y el cubrebocas de la era del COVID-19 le ofrece una buena ventaja, pues le permite pasar desapercibida.

Y, a pesar de todo, la culpa se mantiene, señaló.

La culpa por la joven mujer a la que dijo amar, y con la que se ha disculpado “muchísimas veces”. “No quiere saber de mí ahora, y lo entiendo”, mencionó Hill.

La culpa por lo que le ha hecho pasar a su familia y a los exmiembros de su personal, algunos de los cuales perdieron sus empleos.

Según Hill, la mayor de las culpas es por su distrito, el cual se volvió republicano de nuevo tras la elección especial para remplazarla.

Hill ha mencionado que ha trabajado la autocompasión en terapia… y esa teoría de Brené Brown “en la que puedes hacer algo malo, pero no eres una mala persona”.

“Es una de las preguntas repetitivas con las que tengo que lidiar. ‘¿Soy una mala persona?’. Y supongo que debo decidir que no creo ser una mala persona”.

No es que ser una buena persona sea un prerrequisito para tener una carrera política. Ni para reconstruir una.

“En este momento, es difícil para mí imaginar postularme otra vez”, comentó Hill sobre un futuro potencial en la política. “Pero eso no quiere decir que no haya un escenario en el que se alineen las cosas”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company

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