Gérard Depardieu, un actor monumental, amigo de Putin y una figura siempre asociada con los excesos

Gerard Depardieu, detenido por conducir borracho en París
AFP

En sus 73 años de vida, Gérard Depardieu lleva hechas casi 200 películas. Algunas de ellas son verdaderas obras maestras, en parte por los méritos indiscutibles de su protagonista. Otras podrían avergonzar a un actor de su categoría, valorado entre los mejores de Europa a lo largo de las últimas cinco décadas, pero es muy probable que nunca se arrepienta de una sola de esas apariciones. Hasta en las peores, según confesó más de una vez, pudo decir cosas que le interesaban.

Pero en estos días agitados, el actor más popular de Francia debe estar pensando mucho sobre la conveniencia de haber apostado fuerte en la última década por Vladimir Putin. Tal vez imaginando que el recuerdo inmediato de sus elogios incondicionales hacia el autócrata ruso podrían profundizar todavía más una reacción negativa de la opinión pública francesa. Depardieu atraviesa horas bajas. A su vínculo con el hombre que ordenó la invasión de Ucrania y desató una guerra repudiada en todo Occidente ahora se suma la aparición de “indicios serios” que justifican, según un tribunal de apelación, la continuidad de una causa contra el actor, acusado por su colega Charlotte Arnould de haberla agredido sexualmente en 2018.

“Estoy en contra de esta guerra fratricida. Yo digo: ‘dejen las armas y negocien´”, exigió Depardieu desde su flamante cuenta de Instagram, que abrió a fines de febrero, después de señalar que Rusia y Ucrania “siempre han sido países hermanos”. Lo hizo de manera atípica, a través de una llamada telefónica que hizo a la agencia AFP. Un gesto propio de una personalidad caracterizada por los impulsos fuertes y la voluntad de no callarse nada.

Gerard Depardieu y Vladimir Putin se saludan en la residencia presidencial rusa
Gerard Depardieu y Vladimir Putin se saludan en la residencia presidencial rusa


El saludo de Dépardieu y Vladimir Putin

Esa temperamental disposición siempre fue la marca identificatoria de la personalidad de Depardieu, en quien conviven todo el tiempo el triunfo artístico, el escándalo y algunas decisiones extrañas, curiosas o extravagantes. Por ejemplo, cuando se le preguntó hace poco sobre los alcances de su ciudadanía rusa, que adoptó en 2013 en protesta por un aumento de impuestos en Francia y recibió de manos del mismísimo Putin, confesó que la mayor parte del tiempo la pasa “a la deriva”, navegando por el Mediterráneo. “Tengo dos barcos para la pesca de altura. Uno en Dubai, país del que también soy ciudadano, y el otro en Estambul, donde mandé ambientar un departamento”, dijo hace pocos días.

También es dueño de una mansión del siglo XIX en el corazón de París, en la que recibió a LA NACION en 2016 poco antes de su última visita a la Argentina, durante la cual hizo una de sus típicas películas olvidables (la comedia policial Sólo se vive una vez, junto a Peter Lanzani, María Eugenia “China” Suárez y el español Santiago Segura) y un par de extraordinarios recitales de dramaturgia y música en el Teatro Colón, frente a una sala semivacía.

Gerard Depardieu
gentileza Tiff


Dépardieu, entre Santiago Segura y Peter Lanzani, durante el rodaje en la Argentina de Solo se vive una vez (gentileza Tiff/)

En esa entrevista contó que decidió vender las dos hectáreas y media de malbec que tenía en la provincia de Mendoza. “A pesar de su calidad, encuentro los vinos argentinos un poco pesados”, reconoció con aire de experto. Siempre se habló de su interés por la vitivinicultura como hombre de negocios y también de una cultura alcohólica que, en su caso, resultó el marco de unos cuantos excesos.

En 2014 contó en una entrevista que podía llegar a consumir 14 botellas de bebidas alcohólicas en un solo día. “Yo no bebo como una persona normal. Empiezo en casa, con champagne o vino tinto antes de las 10 de la mañana. Después más champagne y luego pastis [típica bebida francesa hecha a base de anís], quizás media botella. Después el almuerzo, acompañado por dos botellas de vino. Por la tarde champagne, cerveza y otra vez pastis hasta terminar la botella. Más tarde vodka o whisky. Bebo cuando me aburro y nunca termino completamente ebrio, sólo un poco achispado”, dijo a la revista So Film.

Depardieu protagonizó unos cuantos accidentes de tránsito mientras manejaba con más alcohol del permitido en su cuerpo y sobran anécdotas de las escenas que grabó en estado de ebriedad para algunas de sus películas. En esos casos no cumplió con su propio consejo: “Todo lo que hace falta para evitar la borrachera es nada más que una siesta de 10 minutos y un poquito de vino rosado. Después uno se siente como una rosa”, completó.

Gerard Depardieu, detenido por conducir borracho en París
AFP


Gerard Depardieu, un actor monumental y adicto a los excesos (AFP/)

Toda esa conducta excesiva es el rezago de una personalidad rebelde y conflictiva desde la juventud. Nacido en Chãteaureaux, pequeña ciudad del centro de Francia reconocida por su patrimonio histórico y arquitectónico, Depardieu se volcó a la delincuencia en sus años juveniles, pero logró salir con la ayuda de un psicólogo penitenciario, que le recomendó tomar clases de actuación como terapia. Con el tiempo terminó reconociendo que actuar es lo que más lo alegra en la vida. “Soy actor por casualidad”, le dijo a LA NACION en 2016.

En esa larga entrevista se mostró también como un apasionado conversador, un lector voraz y su gusto por la música. Creció marcado por la pobreza en un minúsculo hogar de dos habitaciones y expuesto a los castigos de un padre violento y alcohólico. “Éramos tan pobres que siendo adolescente tuve que ayudar a mi madre a parir a mi hermana menor”, confesó.

Perdió el habla entre los 13 y los 15 años, tiempo en el que solo podía expresarse a través de onomatopeyas. Recuperó la palabra “leyendo en voz alta, aún cuando no se comprende lo que está escrito”. Y desde ese momento nunca dejó de hablar, a veces casi compulsivamente. Gracias a esta disposición y una imponente presencia física que siempre logró jugar en su favor, el joven Depardieu empezó a ganarse un lugar cada vez más importante en el cine francés y europeo. Su primer gran éxito, Las cosas por su nombre (1974), expresaba en la pantalla las características básicas de su personalidad rebelde, provocativa, desmesurada, a veces descortés y hasta vulgar.

Pero la voracidad que lo identificó en todo sentido (laboral, corporal, intelectual) le confirió con el tiempo hasta un aura distinguida que nadie imaginaba en él. Así se convirtió en 1990, gracias a una inolvidable película de Jean-Paul Rappeneau, en el rostro definitivo de Cyrano de Bergerac. Dos monólogos extraídos del texto de Rostand estuvieron entre lo mejor de su actuación de 2016 en el Teatro Colón.

Podríamos sumar al Cyrano unas cuantas muestras más de la grandeza interpretativa de Dépardieu en el cine, con el respaldo de grandes directores: Mi tío de América (Alain Resnais), Novecento (Bernardo Bertolucci), El último subte (Francois Truffaut), Danton (Andrzej Wajda), Todas las mañanas del mundo (Alain Corneau), Jean de Florette (Claude Berri), El cantante (Xavier Giannoli), Bellamy (Claude Chabrol). Y para adelante, a pesar de tantos y tantos papeles descartables en películas indignas de su categoría, siempre puede esperarse lo mejor. Como su próxima aparición como el nuevo rostro del famoso inspector Maigret, la famosa creación de Georges Simenon, en una película de Patrice Leconte que se estrenará este año.

En términos literales y simbólicos la presencia de Dépardieu es tan enorme que nadie se explica cómo fue capaz de hacer tantas películas y encarar fuera de la pantalla emprendimientos de todo tipo a lo largo y a lo ancho del planeta. Participó de negocios relacionados con el petróleo en Cuba, montó una inmensa concesionaria de motos cerca de París, tuvo restaurantes y, por supuesto, una incontable cantidad de viñedos, incluídos los que durante algún tiempo poseyó en la Argentina.

También enfrentó unos cuantos momentos ingratos, desde la muerte de su hijo Guillaume a fines de 2008 hasta el bypass al que tuvo que someterse por su sobrepeso, el exceso de colesterol y “otras cosas” que no quiso especificar.

Cansado de los políticos franceses y sobre todo del impuesto a las ganancias que lo obligaba en su país a tributar el 73% de sus ingresos, Depardieu protagonizó allí en 2013 un verdadero escándalo nacional cuando decidió aceptar el pasaporte ruso. Fue recibido como un héroe en ese país, le llegaron a ofrecer hasta un ministerio y hasta mucho después siguió defendiendo con enjundia al artífice máximo de esa concesión. “Veo alguien extremadamente valiente, que si no estuviera allí todo sería un caos absoluto”, dijo a LA NACION sobre Putin.

Depardieu, desprejuiciado
Depardieu, desprejuiciado


Depardieu, como Dominique Strauss-Kahn, en Welcome to New York

La guerra lo obligó a morigerar tantos elogios y a atender otras cuestiones más urgentes. En los próximos meses seguramente tendrá prioridad la situación judicial que se le complicó después de que la Justicia francesa le denegara la apelación y confirmara en segunda instancia la continuidad de la causa en su contra por la denuncia de agresión sexual. “Soy inocente y no tengo nada que temer”, dijo a fines de febrero al diario italiano La Repubblica. Esta novedad judicial conectó la realidad de Dépardieu con la ficción de Welcome to New York, de Abel Ferrara, en donde el actor lleva al cine la vida del ex director gerente del FMI Dominique Strauss-Kahn, cuya carrera pública terminó en medio de varias acusaciones por delitos sexuales.

Mientras tanto, Depardieu no para. Además de Maigret, su nombre aparece en no menos de siete películas ya terminadas y con estreno cercano, en proceso de producción o próximas a iniciarse. Fuera del cine tiene desde hace tiempo otros proyectos en la cabeza. Como la idea de producir una marca de “vodka biológico” con ingredientes “respetuosos del medio ambiente” y agua de manantiales montañosos. Para eso deberá aguardar la llegada de tiempos más favorables, mientras piensa en algunos arrepentimientos.