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¿Qué se esconde detrás de la “Guerra contra las Estatuas”?

Manifestantes intentando derribar la estatua de Andrew Jackson en la Plaza Lafayette cerca de la Casa Blanca, el 22 de junio de 2020. (Foto de Tasos Katopodis/Getty Images)
Manifestantes intentando derribar la estatua de Andrew Jackson en la Plaza Lafayette cerca de la Casa Blanca, el 22 de junio de 2020. (Foto de Tasos Katopodis/Getty Images)

La guerra contra las estatuas ha comenzado. Con una mezcla de ira acumulada y euforia súbita, los manifestantes están derribando monumentos en diferentes ciudades del mundo.

No es la primera vez que dirigimos nuestra furia hacia las estatuas. Durante la Revolución Francesa en 1789 la estatua de Luis XV de Francia fue derribada y cuando cayó el muro de Berlín muchas de las estatuas que enaltecían figuras comunistas fueron retiradas.

Esta vez, en Estados Unidos comenzaron con los monumentos confederados, pero poco a poco la fobia a las estatuas se ha ido extendiendo a otros personajes. Nadie se salva del escrutinio público, desde Colón e Isabel la Católica en Estados Unidos hasta Mahatma Gandhi y Winston Churchill en Londres. Todo está en entredicho.

Acumulación emocional

La pandemia, el confinamiento y la incertidumbre económica han sido la gota que ha rebosado un vaso bastante lleno. (Foto: Getty Creative)
La pandemia, el confinamiento y la incertidumbre económica han sido la gota que ha rebosado un vaso bastante lleno. (Foto: Getty Creative)

No es casual que la “guerra a las estatuas” se desatara justo ahora. La pandemia, el confinamiento y la incertidumbre económica han sido la gota que ha rebosado un vaso bastante lleno.

Como resultado, estamos viviendo un auténtico terremoto en el plano psicológico y social cuyos efectos ya se están comenzando a sentir. Muchas de nuestras certezas se han resquebrajado y el miedo ha sentado casa mientras el confinamiento nos ha cerrado todas las vías de escape, condenándonos a quedarnos bloqueados en un impasse.

Así se ha creado un terreno fértil para que crezcan la angustia, la frustración y la ira. Cuando esas emociones no encuentran las vías de alivio tradicionales, nos sobrepasan. Entonces pueden transmutar en rabia y agresividad.

Nos sentimos enfadados por lo que nos está ocurriendo y buscamos culpables sobre los cuales descargar esa ira. En ese momento se desata una auténtica “caza al malvado”. Y cualquier evento puede convertirse en la chispa que enciende la mecha.

Dos cosmovisiones enfrentadas

La estatua derribada del presidente Jefferson Davis en Richmond, Virginia, el 10 de junio de 2020. (Foto: PARKER MICHELS-BOYCE/AFP/ Getty Images)
La estatua derribada del presidente Jefferson Davis en Richmond, Virginia, el 10 de junio de 2020. (Foto: PARKER MICHELS-BOYCE/AFP/Getty Images)

Estamos viviendo tiempos inciertos. La pandemia nos ha permitido constatar que nuestro sistema de organización social es injusto y no funciona para todos. El coronavirus se ha cebado con los más pobres, en especial con los afroamericanos. Eso ha generado malestar, perplejidad y crispación. Ha sido sal sobre las viejas heridas.

De repente, todo lo que tenía sentido y parecía sólido ha comenzado a desmoronarse, hasta el punto que algunos tienen la sensación de caer por “las rendijas de la corteza de la civilización”, como dijera Zygmunt Bauman.

A medida que los viejos modelos se tambalean, se abre el escenario para otras maneras de comprender el mundo. Cuando “los supuestos tácitos se desafianzan de golpe”, ponemos en entredicho los principales ingredientes del sistema tal y como lo conocemos.

Si el mundo que nos rodea no tiene mucho sentido y nos damos cuenta de que la lente a través de la cual miramos la realidad es insuficiente, comenzamos a buscar explicaciones más profundas. Entonces podemos descubrir los hilos conductores que van desde el pasado hasta el presente.

En este punto podemos desarrollar dos posturas antagónicas, como explica Tyler Stiem. Unos achacarán todos los problemas actuales a una “degeneración social” paulatina e intentarán recuperar las grandes ideas y conquistas del pasado. Y otros culparán a ese pasado de todos los males modernos.

En una sociedad dividida entre personas que miran al pasado con nostalgia y quienes desearían borrar sus huellas, las estatuas se han convertido en la manzana de la discordia, el blanco perfecto para descargar la tensión acumulada y, de paso, enviar un mensaje reivindicativo.

Cuando el pasado vuelve

La estatua de fray Junípero Serra en Palma de Mallorca también ha sido objeto de ataques vandálicos, el 22 de junio de 2020. (Foto: JAIME REINA/AFP/Getty Images)
La estatua de fray Junípero Serra en Palma de Mallorca también ha sido objeto de ataques vandálicos, el 22 de junio de 2020. (Foto: JAIME REINA/AFP/Getty Images)

Solemos pensar que el pasado es pasado. Que ya no ejerce ningún poder sobre nosotros. Pero en realidad las fuerzas históricas moldean nuestra vida – para bien o para mal. No podemos escapar de ellas tan fácilmente. De hecho, cuando el futuro se vuelve incierto despojándose de su aura de prosperidad, el pasado deja de ser tan irrelevante y comienza a hacer eco en nosotros.

Nuestras ciudades están llenas de símbolos del pasado. Las estatuas son uno de esos símbolos. No son objetos neutros ni decorativos sino la expresión de determinados valores compartidos en un momento dado. Son un homenaje a un personaje histórico, pero también a lo que este representa.

La historia es muy vasta, de manera que lo que elegimos honrar de ese pasado también refleja lo que somos hoy. Las estatuas no dejan de ser piezas con las cuales se construye la narrativa oficial, símbolos que sustentan, legitiman e incluso normalizan determinados discursos y actitudes de superioridad de algunos grupos sobre otros.

No son meros recordatorios del pasado que pueden herir sensibilidades, sino que también representan lo viejo, todo eso que sentimos que nos mantiene atados y nos impide avanzar. Después de una fase en la que nos sentimos bloqueados y más impotentes que nunca, derribar las estatuas es un acto simbólico para romper unos lazos demasiado ceñidos y caminar hacia el futuro soltando lastre.

Derribar estatuas no basta para cambiar el presente

Derribar estatuas es un acto simbólico y reivindicativo, pero no basta para transformar el presente y cambiar mentalidades. (Foto: Getty Creative)
Derribar estatuas es un acto simbólico y reivindicativo, pero no basta para transformar el presente y cambiar mentalidades. (Foto: Getty Creative)

Derribar estatuas es un acto simbólico y reivindicativo, pero no basta para transformar el presente y cambiar mentalidades. Eliminar de nuestras ciudades las estatuas de los personajes más controvertidos no borrará la historia ni la herencia cultural que acarreamos – con todas sus cosas buenas y malas.

En pleno movimiento de resignificación social, no debemos olvidar que el pasado no es nuestro enemigo sino una fuente de sabiduría para no volver a cometer los mismos errores. Como dijera Cicerón, “quien olvida su historia está condenado a repetirla”.

Quizá todos necesitamos desarrollar una perspectiva más lúcida sobre los personajes históricos teniendo en cuenta el contexto en el que vivían. Necesitamos aprender a navegar por la historia, ubicar a los personajes y comprenderlos en su complejidad.

George Washington, llamado el “padre de la patria”, ha sido considerado por algunos historiadores como uno de los más grandes presidentes de Estados Unidos. También tuvo más de cien esclavos y se dice que poseía una dentadura postiza hecha con dientes de estos, una práctica relativamente habitual en aquellos tiempos.

Aunque el contexto normativo de su época no excusa el dolor y el daño que haya podido causar, su historia solo nos dice que fue un hombre de su tiempo. Ni más ni menos. Y quizá sea precisamente ese el problema. Las estatuas representan a hombres imperfectos que respondían a sistemas imperfectos.

Una alternativa intermedia que han propuesto países como Francia consiste en realizar modificaciones a los monumentos para que reflejen la sensibilidad contemporánea añadiendo, por ejemplo, placas explicativas que expongan la complejidad del personaje.

No sé cuál será la solución, pero no tengo dudas de que estamos viviendo un cambio de paradigma que implica un rechazo al statu quo y a las estructuras históricas que lo han sustentado durante siglos.

Todos tenemos derecho a sentirnos a gusto en nuestras ciudades. Y para eso necesitamos ciudades más diversas e inclusivas. Pero también debemos conservar la memoria de nuestra historia, incluso de los hechos más atroces. El camino que elijamos para hacer esa transición nos definirá. Y será por el que nos juzgarán las generaciones futuras.

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