El dilema del coronavirus: O aceptamos la incertidumbre o sucumbimos a ella

Esta pandemia ha generado una gran incertidumbre en todos los frentes de nuestra vida. [Foto: Getty Creative]
Esta pandemia ha generado una gran incertidumbre en todos los frentes de nuestra vida. [Foto: Getty Creative]

La incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar”, escribió Mario Vargas Llosa. Y no andaba desacertado.

Si miramos atrás, en nuestra historia más reciente sobran los ejemplos de situaciones que nos demuestran que la incertidumbre llama continuamente a nuestra puerta – a veces en los momentos más inesperados e inapropiados.

El inicio de la Gran Depresión no pudo ser más brusco. En apenas seis días la Bolsa de Nueva York se hundió y arrasó con el sentimiento de seguridad económica que se había instaurado. Le siguieron cierres de negocios, caída del consumo y despidos en masa. Algo similar ocurrió en la crisis de 2008.

Las pandemias también han hecho tambalear nuestro mundo varias veces. La mal llamada gripe española se cobró la vida de aproximadamente 50 millones de personas entre 1918 y 1920. Y ahora la incertidumbre vuelve a llamar a nuestra puerta asumiendo la forma de una crisis sanitaria que erosiona a velocidad de vértigo la economía.

Ante una situación que ha hecho temblar nuestros cimientos y ha cambiado radicalmente nuestro modo de vida, es normal sentir el aguijón de la vulnerabilidad. El miedo a no poder retomar la vida de antes se instaura acompañado de una incertidumbre tan densa que casi se puede tocar.

La inseguridad es la única seguridad

“Si para disfrutar del presente debemos tener la seguridad de un futuro feliz, estamos ‘pidiendo la luna’” –Alan Watts [Foto: Getty Creative]
“Si para disfrutar del presente debemos tener la seguridad de un futuro feliz, estamos ‘pidiendo la luna’” –Alan Watts [Foto: Getty Creative]

Quizá nuestra vida antes de esta pandemia no era perfecta, pero al menos teníamos cierta sensación de control. Teníamos nuestras agendas más o menos organizadas. Nuestros planes más o menos asegurados.

Ahora la angustia de un mañana incierto nos golpea con toda su crudeza. La incertidumbre se ha convertido en el leitmotiv de esta pandemia. No sabemos cuándo podremos salir de casa o bajo qué condiciones. No sabemos si terminaremos enfermando. O si quienes queremos saldrán ilesos. Ni siquiera sabemos si nuestro trabajo nos estará esperando cuando todo acabe.

Esta situación genera una increíble inestabilidad en todos los frentes. Sufrimos inestabilidad emocional. Inestabilidad social al estar aislados. E inestabilidad económica.

Todo ello puede hacernos sentir extremadamente vulnerables. Podemos sentir que no tenemos control sobre nuestro mundo. Que todo se nos escapa de las manos. Y experimentar una sensación creciente de impotencia e indefensión.

Esas respuestas, perfectamente normales y comprensibles, se deben en parte a nuestra intolerancia a la incertidumbre, nuestra incapacidad para reconocer que la inseguridad es la única seguridad. No solo ahora, no solo en estos tiempos convulsos y erráticos, sino siempre.

La escasa tolerancia a la incertidumbre nos hace ver todo peor de lo que es

El coronavirus nos está dando una lección que jamás olvidaremos: somos más vulnerables de lo que creíamos. [Foto: Getty Creative]
El coronavirus nos está dando una lección que jamás olvidaremos: somos más vulnerables de lo que creíamos. [Foto: Getty Creative]

Psicólogos de la Universidad de Harvard y de Virginia pidieron a un grupo de hombres y mujeres que vieran un vídeo corto y leyeran en diferentes momentos tres frases. En algunos casos esas frases activaban una sensación de incertidumbre, como por ejemplo: “No estoy seguro sobre lo que está pasando”. En otros casos las frases estaban diseñadas para transmitir seguridad y confianza: “Comprendo lo que está pasando”.

Las personas en las que se activó la sensación de incertidumbre mostraron una respuesta emocional más intensa y polarizada. Dieron clasificaciones más negativas a los vídeos negativos que aquellas que se sentían seguras e indicaron además que se habían sentido peor viéndolos.

La tolerancia a la incertidumbre, al contrario, nos ayuda a lidiar con los cambios y abrazar lo incierto en cada una de las decisiones que tomamos. Nos permite aceptar que quizá no exista una respuesta correcta o una alternativa ideal. Pero a pesar de ello seguimos adelante porque decidimos enfocarnos en lo que podemos resolver, manteniéndonos atentos a los contratiempos para ir solucionándolos sobre la marcha.

Esa tolerancia a la incertidumbre nos ayuda a comprender que incluso las cosas que creemos dominar y controlar pueden transformarse en imprevistos en un abrir y cerrar de ojos. Y nos ayuda a no angustiarnos en demasía por ello sino asumir una actitud más abierta y una mentalidad más flexible.

De hecho, la tolerancia a la incertidumbre no se basa en un optimismo ingenuo o en pensar que todo saldrá bien, sino en la confianza en nuestras capacidades y fortaleza, en saber que, pase lo que pase, podremos salir de ello.

Abrazar la incertidumbre radical

Si nos empeñamos en buscar certezas, es probable que solo hallemos frustraciones. [Foto: Getty Creative]
Si nos empeñamos en buscar certezas, es probable que solo hallemos frustraciones. [Foto: Getty Creative]

Nos gustaría pensar que podemos retomar el mundo en el mismo punto en que lo dejamos cuando nos encerramos en nuestras casas. Pero es probable que no sea así. No tenemos una imagen muy nítida del mundo que nos espera, pero la realidad postcoronavirus no se presenta precisamente de color rosa. Y sería naïve pensar lo contrario. Eso significa que tendremos que prepararnos para lidiar con una compañera de viaje inesperada: la incertidumbre.

Ahora mismo estamos atravesando un periodo de incertidumbre radical, aquella en lo que lo incierto es tan grande que nos resulta difícil o prácticamente imposible realizar estimaciones sobre el futuro de manera más o menos precisa y exhaustiva o avizorar los resultados de nuestras decisiones, como explicaron investigadores del University College de Londres.

No obstante, también debemos recordar que muchas de las decisiones importantes que tomamos en el mundo complejo, dinámico y cambiante en el que vivimos son radicalmente inciertas ya que nos basamos más en predicciones – y la confianza en que esas predicciones se cumplan – que en certezas.

El filósofo Alan Watts explicaba que nuestra conciencia tiene un precio. “No podemos ser sensibles al placer sin ser sensibles al dolor. Recordando el pasado podemos planear para el futuro, pero la capacidad de planear está compensada por la ‘capacidad’ de temer el dolor y lo desconocido”. Nuestra capacidad para planificar el futuro y satisfacer nuestras ansias de control encierra a su vez la semilla del miedo a perder ese control.

¿La solución?

Watts explicaba que “para comprender la inseguridad no hay que enfrentarse a ella, sino incorporarla a uno mismo”. Se trata de comprender que vivir es una aventura incierta. “El arte de vivir en esta ‘situación difícil’ no consiste en ir descuidadamente a la deriva ni en aferrarse con temor al pasado y lo conocido. Consiste en ser completamente sensible a cada momento, considerarlo como nuevo y único, y tener la mente abierta y receptiva”, escribió. Se trata, simplemente, de vivir día a día ajustando nuestras expectativas y haciéndole un cerco a las preocupaciones.

Por supuesto, aceptar la incertidumbre supone un esfuerzo psicológico importante. Pero debemos tener presente que la búsqueda obsesiva de certezas que no existen alimenta la preocupación y un estado de ánimo negativo que no nos ayudarán a salir de esta situación, sino que nos hará caer en un bucle. Si nos empeñamos en buscar certezas, es probable que solo hallemos frustraciones.

Abrazar la incertidumbre no implica asumir una actitud pasiva o negligente sino tan solo comprender y aceptar que muchas cosas escapan de nuestro control. Así podremos tener una imagen más fidedigna de lo que está ocurriendo, lo cual nos permitirá responder de manera más inteligente y asertiva.

Se trata, por ende, de controlar lo que podamos gestionar y esté a nuestro alcance. Ni más ni menos. No ponernos una fecha para volver a la normalidad. Dar solo un paso a la vez. Y congratularnos por ese paso, porque en estas condiciones, bien podría ser un paso de gigante. Se trata, en fin, de aceptar la volatilidad, ambigüedad, incertidumbre y complejidad del mundo que nos ha tocado vivir con una única certeza: resistiremos lo mejor que podamos.

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