¿Llevamos la infidelidad escrita en los genes? Lo que dice la psicología

En España, el 35% de los hombres y el 26% de las mujeres han sido infieles. [Foto: Getty Images]
En España, el 35% de los hombres y el 26% de las mujeres han sido infieles. [Foto: Getty Images]

¿Recuerdas cuando se supo que Tiger Woods había engañado a su esposa Elin Nordegren? ¿O cuando acusaron a Kristen Stewart por haber sido infiel a Robert Pattinson? ¿O la reciente infidelidad de Gerard Piqué y la ruptura de Tamara Falcó justo a las puertas del altar?

El engaño es una sombra que casi siempre logra abrirse paso y pocas veces tiene un final feliz. Aunque las infidelidades de los famosos hacen correr ríos de tinta, lo cierto es que no son los únicos que engañan a su pareja. En España, el 35% de los hombres y el 26% de las mujeres han sido infieles.

Algunos se escudan en las teorías evolucionistas afirmando que llevamos la infidelidad escrita en los genes. Sin embargo, el 65% de los hombres y el 74% de las mujeres mantienen relaciones monógamas. ¿Qué los diferencia?

¿La infidelidad realmente está escrita en nuestros genes?

Los genes solo tienen una influencia moderada en nuestro comportamiento y decisiones. [Foto: Getty Images]
Los genes solo tienen una influencia moderada en nuestro comportamiento y decisiones. [Foto: Getty Images]

La infidelidad duele. Sin términos medios. Ser engañados por la persona en quien más confías deja una herida difícil de sanar, por lo que no es extraño que termine dinamitando la pareja. La confianza es un pilar básico en cualquier tipo de relación humana, de manera que cuando se rompe, es complicado recomponerla.

No obstante, según la teoría de la evolución, los seres humanos hemos progresado gracias a los procesos de selección natural y sexual, de manera que buscar sexo fuera de la relación de pareja sería lo “normal” para aumentar nuestras probabilidades de reproducirnos y sobrevivir como especie. Esa idea ha desencadenado la búsqueda del “gen de la infidelidad”.

En 2004, un grupo de investigadores británicos analizaron a 1.600 parejas de gemelas y constataron que la infidelidad tiene “una influencia genética moderada” en la que los genes contarían aproximadamente un 41%. Sin embargo, no encontraron una relación directa entre la infidelidad y el gen del receptor de vasopresina - el que se encuentra implicado en el comportamiento sexual promiscuo de algunos mamíferos.

En 2008, un estudio realizado con 552 gemelos reveló que una pequeña variación en ese gen podría influir en el comportamiento de pareja, pero su impacto sería tan modesto que los propios investigadores señalaron que “no significa que ese polimorfismo pueda servir como predictor del comportamiento de vínculo de pareja humano a nivel individual”.

En 2015, investigadores australianos y fineses emprendieron uno de los mayores estudios realizados hasta la fecha con 7.378 gemelos y concluyeron que la variación genética podría explicar el 62% de las infidelidades en el caso de los hombres y el 40% en las mujeres. Sin embargo, no lograron hallar un “gen de la infidelidad” propiamente dicho, como explican desde Scientific American desmontando un artículo del New York Times que afirmaba que la infidelidad acecha en nuestros genes.

La epigenética cambia las reglas del juego

La infidelidad es una decisión personal. [Foto: Getty Images]
La infidelidad es una decisión personal. [Foto: Getty Images]

Hasta el momento no se ha encontrado un “gen de la infidelidad”. Sin embargo, si un día llegásemos a identificarlo sin sombra de duda, existe algo llamado epigenética que mitigaría su impacto. La epigenética rompe con el determinismo genético. Enfatiza en los mecanismos que regulan la expresión de nuestros genes sin que se produzca una modificación en la secuencia del ADN.

Dicha ciencia argumenta que la existencia de determinados genes no es una “condena” porque su expresión también depende de las influencias ambientales. Es decir, a lo largo de la vida nos exponemos a diferentes factores que pueden activar o inactivar nuestros genes.

La epigenética adquiere mayor protagonismo cuando se intentan explicar los comportamientos humanos más complejos, por lo que resulta muy difícil establecer una relación lineal e inequívoca entre un gen determinado y cierta conducta.

Como seres humanos, tenemos la capacidad de reflexionar sobre nuestras condiciones, refrenar los impulsos, tomar decisiones racionales e incluso atemperar ciertos rasgos de nuestra personalidad. Eso significa que, en última instancia, la infidelidad es una decisión personal y no una consecuencia directa e inalterable de nuestra biología.

Los factores psicológicos que conducen a la infidelidad

La infidelidad es un intento por llenar un vacío que la relación actual no satisface. [Foto: Getty Images]
La infidelidad es un intento por llenar un vacío que la relación actual no satisface. [Foto: Getty Images]

Los científicos no se han limitado a escudriñar nuestro ADN para buscar el origen de la infidelidad. También han analizado el funcionamiento cerebral.

Los estudios de neuroimagen han encontrado que el cerebro de los hombres monógamos difiere de aquellos que son infieles. Neurocientíficos de la Universidad de Texas comprobaron los hombres fieles mostraban mayor actividad neuronal en la zona cerebral vinculada a la recompensa cuando veían imágenes románticas de parejas.

En cambio, se ha apreciado que las personas con tendencia a buscar sensaciones y emociones fuertes que activen ese sistema de recompensa cerebral son más propensas a ser infieles. Eso significa que las relaciones monógamas a largo plazo no satisfacen por igual a todos. Sin embargo, no implica que la única salida sea engañar a la pareja.

Los motivos para ser infiel van desde la pulsión sexual insatisfecha, el deseo de variar y la disponibilidad hasta otras razones de índole más afectiva. Cuando psicólogos de la Universidad de Maryland preguntaron a personas que habían sido infieles a sus parejas por qué lo hicieron, descubrieron que muchas querían vengarse del otro o sentirse mejor consigo mismas. La falta de amor y compromiso en la relación, así como la sensación de abandono o de ser invisibles eran otras razones habituales para engañar a la pareja.

De hecho, investigadores de la Universidad de Lausana están convencidos de que la infidelidad se puede predecir teniendo en cuenta factores psicológicos como el nivel de satisfacción con la pareja y la vida sexual, el amor, el deseo, el compromiso y la duración de la relación.

En general, las personas seguras de sí y con tendencia a comprometerse son menos propensas a ser infieles mientras que aquellas con un apego ansioso que buscan un apoyo excesivo en las relaciones o quienes tienen un apego evitativo que les impide confiar en los demás, tienen más posibilidades de engañar a su pareja.

Pensar en los beneficios que aporta la relación de pareja y comprender el costo que podría tener la infidelidad son las dos razones principales que animan a la mayoría de las personas a evitar las tentaciones y mantenerse fieles, según un estudio de la Universidad de Nicosia.

El problema no es la infidelidad, es la mentira

Las personas seguras de sí y con tendencia al compromiso son menos propensas a ser infieles. [Foto: Getty Images]
Las personas seguras de sí y con tendencia al compromiso son menos propensas a ser infieles. [Foto: Getty Images]

La infidelidad suele llevar la pareja al límite porque cercena un pilar fundamental en toda relación: la confianza. La infidelidad implica una traición. Cuando se rompen las reglas implícitas o pactadas explícitamente se destruye la fe y la confianza de la otra persona.

Perdonar una traición no suele ser fácil. A menudo genera una “deuda interpersonal”; o sea, creemos que nuestra pareja debe compensarnos de alguna forma el daño causado y se lo “hacemos pagar”. O nos mantenemos en un estado de hipervigilancia constante en busca de señales de otra infidelidad. Esas actitudes terminan desgastándonos emocionalmente y socavan la relación. Por ese motivo, es mejor poner los puntos sobre las íes desde el primer momento.

Para la mayoría de las personas, la infidelidad es un acto sexual o físico, pero hay quienes tienen una concepción más amplia. Algunos pueden sentirse engañados si su pareja establece un vínculo emocional que va más allá de la amistad o intercambia mensajes eróticos con otra persona, aunque nunca se hayan encontrado físicamente.

No existe una definición operativa universal de infidelidad ni pautas infalibles para identificar las conductas que se consideran un “engaño”, lo cual significa que cada pareja debe negociar su concepto de fidelidad y nivelar sus expectativas. La otra persona no nos pertenece. No podemos obligarla a sernos fiel. Pero podemos dejar claro el tipo de relación que queremos mantener y lo que no estamos dispuestos a tolerar.

Incluso las relaciones abiertas tienen ciertos límites que no se deben traspasar pues minarían la confianza mutua. Ningún psicólogo intentará normalizar la infidelidad ni imponer la fidelidad porque su misión es ayudar a las parejas a encontrar un equilibrio con el que ambos se sientan cómodos – sea el que sea.

Toda relación de pareja será tan saludable y equilibrada como las personas que la componen. La infidelidad suele ser un intento por llenar un espacio vacío que la relación actual no satisface. Antes de llegar a ese punto y dañar a la persona que queremos, es mejor hablar sobre nuestras insatisfacciones y deseos para encontrar juntos una solución. La confianza, el respeto y la honestidad son los cimientos de la relación, pero a veces basta un desliz para hacerlos tambalear y arruinarlos definitivamente.

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