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Cómo J Balvin convirtió la música urbana latina en el nuevo pop global

Dos días antes de agotar las entradas del Madison Square Garden de Nueva York por primera vez, J Balvin está deprimido. "Nadie quiere levantarse y decir: 'Hoy voy a llorar como un hijo de puta para que mi familia quede destruida, y después voy a hacer todo lo posible para quitarme la vida'", les dice una tarde de fines de septiembre a los 20.000 seguidores que lo están viendo en vivo a través de Instagram, sentado en el asiento trasero del Mercedes Benz de la agencia Luxury Transportation que lo traslada por Manhattan. "Al que le toca la depresión, le toca", sigue. "En este momento, estoy aprendiendo a entender por qué me está pasando a mí esta ansiedad tan hija de puta que estoy viviendo".

No es la primera vez que la máxima estrella del reggaetón actual habla abiertamente de su salud mental: en los últimos días, entre posteos sobre "Qué pena" -su flamante hit junto a Maluma-, los shows del Arcoiris Tour que el mes que viene lo traerá a Argentina -toca el 14 de diciembre en el Movistar Arena-, una nueva línea de muebles en colaboración con Bob Esponja o el saludo de cumpleaños a su hermana modelo, el colombiano estuvo compartiendo la historia de sus batallas internas. La idea, dice, es alentar a los que atraviesan una depresión a que consulten a un psiquiatra sin miedo al estigma social. "¡No están locos!", repite varias veces en el video. "Y me importa un culo lo que diga la gente de lo que estoy haciendo. Les estoy hablando de mi verdad y de lo que siento".

Como es de esperar de parte de un artista latino que logró dominar totalmente los rankings y festivales del mundo sin dejar de cantar en español, Balvin tiene un largo historial de victorias a la hora de hacer prevalecer "su verdad", y cuando elige una batalla suele darla hasta el final. Además de su campaña por visibilizar la discriminación a quienes sufren trastornos psiquiátricos, actualmente está en una guerra abierta contra los Grammy Latinos, desde que se conocieran las nominaciones de este año y los artistas de reggaetón fueron ignorados en las categorías principales. "Es como organizar el Balón de Oro sin llamar a Cristiano ni a Messi", dice por teléfono todavía desde el Mercedes, minutos después de despedirse de sus fans. "Si no los llaman a ellos, ¿a quién van a llamar?". Lo que más le molesta no es tanto la falta de reconocimiento de la Academia ("Nosotros ya estamos avalados por el pueblo"), sino que los convoquen para tocar en la ceremonia por una cuestión de audiencia, pero luego no les den los premios, algo similar a lo que le pasó al rap estadounidense durante más de una década. "Nos usan", dice. "Pero quiero ver qué pasa con el rating si no vamos".

En el último año, el reggaetón y la música urbana latina alcanzaron su pico histórico de popularidad, superando su propia marca de comienzos de siglo (cuando Daddy Yankee irrumpió con "Gasolina"), trascendiendo la barrera del idioma e incorporando mercados en todo el mundo gracias a artistas como Ozuna, Bad Bunny, Maluma, Daddy Yankee, Becky G, Anitta, Nicky Jam, Karol G, Anuel AA y más, todos representantes de lo que J Balvin llama la "Latino Gang". Balvin estuvo en el centro de ese proceso de conquista, como narra en "Reggaetón", un tema de fines de 2018 que es básicamente la tesis de su cruzada, en el que dice: "Y si el pueblo pide reggaetón/ No se lo voy a negar/ Si las mujeres piden reggaetón/ Pues yo les voy a dar", y también: "Ya tú sabes quiénes son/ Me resalto del montón/ Dios bendiga al reggaetón, amén". La base instrumental, a cargo de Sky y Tainy, sus dos productores más cercanos, tiene el ritmo a la vez pesado, cansino, repetitivo, lento y bailable del género, con una vuelta minimalista que ya es casi una marca registrada, y sobre esa base Balvin fluye ultra relajado, lejos de la violencia de los primeros años, cuando el reggaetón todavía no se había despegado demasiado del rap. En el video, tiene el pelo verde flúo y una remera de Barrio fino (2004), el disco fundacional de Daddy Yankee, mientras sus amigos usan remeras blancas con la palabra reggaetón en azul marino y tipografía Cooper Black, un prenda que probablemente le hayas visto a alguien por la calle o en una fiesta, porque, además, Balvin es un fashion icon capaz de imponer ese tipo de tendencias.

La importancia de Balvin para el reggaetón es muy fácil de medir: básicamente, no hubo un año del último lustro sin un hit suyo: en 2015 fue "Ginza" ("Si necesita reggaetón, dale"); en 2016, "Safari" (en el que puso a Pharrell Williams a cantar en español); en 2017, "Mi gente" (en el que Beyoncé le agregó un par de estrofas, una de ellas también en español); en 2018, "I Like It" con Cardi B y Bad Bunny (la primera vez que Balvin llegó al Número Uno del ranking de Billboard en Estados Unidos); y en 2019 "Con altura", junto a Rosalía, que ya superó los mil millones de reproducciones en YouTube.

En un contexto en el que la población latina de Estados Unidos no para de crecer -en Nueva York, por ejemplo, es del 30%, y se estima que para 2020 podría superar a la población blanca y afroamericana de la ciudad, según un estudio de la Universidad de la Ciudad de Nueva York-, las canciones de Balvin suenan en las playlists de personajes como el ex presidente Barack Obama, que en un acto reciente del Partido Demócrata dijo: "¿A quién no le gusta J Balvin?". Por todo esto, en 2019 el colombiano también logró convertirse en el primer artista de música urbana en tocar en el escenario principal del festival de Coachella en California desde Calle 13 en 2010, y en el primer headliner latino del Lollapalooza de Chicago.

Es evidente que J Balvin "llegó", que está más expuesto que nunca y que, mientras recorre Nueva York y ve en las vidrieras de la ciudad su propia línea de ropa en colaboración con Guess, enfrenta el siempre complicado desafío de mantenerse en una industria habitualmente descripta como una picadora de carne, un reto que podría desestabilizar las emociones de cualquiera. "Esa es la batalla", dice él. "Me gustaría poder humanizar la parte artística. Lo que dije sobre los Grammy no fue con odio. No estoy dolido: el año pasado fui el más nominado. Hago esto por la cultura y el movimiento. Porque entiendo los 20 años de carrera de Daddy Yankee y siento el menosprecio. Y porque todavía hay una gran discriminación hacia el género en algunos sectores, y creo que eso ya tiene que cambiar".

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Breve discurso de J Balvin en los premios Lo Nuestro, después de homenajear a Daddy Yankee por los 15 años de Barrio fino, febrero de 2019:

"Se supone que tenía que leer lo que hay ahí [señala el teleprompter] pero no me da, porque cuando uno dice de corazón las cosas es muy diferente. Yo, mis amigos, mis colegas, el mundo te agradece, porque sin Daddy Yankee no habría reggaetón en el mundo de la manera como ha sido. Yo recuerdo cuando estaba en los hoteles buscándote a las seis de la mañana, que nunca apareciste, pero yo sabía que tenía un plan, y era dejarme inspirar por lo que has hecho, por tu legado. Muchas veces esperamos a que la gente se vaya de este planeta para decirles lo grandes que son. Yo aprovecho para decirte de frente: gracias por lo que has hecho por nosotros. Gracias".

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La historia de cómo el reggaetón se convirtió en el nuevo pop global está lejos de ser lineal. Pero probablemente no habría sucedido de la misma manera si J Balvin -nacido en 1985 como José Álvaro Osorio Balvín y conocido por sus amigos y familiares como "Jose", con el acento en la o- no hubiera sido secuestrado en una situación confusa en Oklahoma un año antes de que "Gasolina" de Daddy Yankee impulsara la primera ola del género desde Puerto Rico.

Luego de vivir una infancia privilegiada en colegios del Opus Dei en Medellín, Colombia, y de ver cómo su padre, Álvaro Osorio, un economista y empresario con un doctorado en Marketing Internacional, se iba a la quiebra, a los 17 años Balvin viajó a Estados Unidos a estudiar inglés como parte de un programa de intercambio escolar en Oklahoma. "Fue muy traumático", recuerda Osorio desde Medellín. "La señora que lo recibió en su casa se apegó a él como si fuera su hijo, al punto de esconderle el pasaporte para que no se fuera". También le cortó los accesos a internet y el teléfono y, durante esos meses, el único llamado que Balvin pudo recibir fue de una novia que hablaba inglés, porque la dueña de casa pensó que se trataba de una compañera de estudios.

Cuando logró escapar con la complicidad de un compañero, Balvin se puso en contacto con sus padres. "Los celulares recién habían llegado a Colombia", dice Osorio. "Estuvimos toda la noche comunicándonos con el sheriff, y me debo haber gastado como 30.000 dólares en llamadas". Ante la angustia, Osorio y su mujer, Alba Mery Balvín, le sugirieron a su hijo que, en lugar de volver a Colombia, aprovechara la visa de estudiante y pasara una temporada en la casa de una tía en Nueva York.

Y así fue como J Balvin descubrió el rap.

Se consiguió un trabajo como paseador de perros en el SoHo de Manhattan -de manera ilegal, ya que su visa no se lo permitía- y, en esas calles, se chocó de frente con la cultura urbana de la ciudad. Su faceta actual de coleccionista de arte (en su casa de Medellín tiene cuadros del artista japonés Takashi Murakami, que además es su amigo) arranca acá, viendo grafitis en las paredes, al igual que su interés por la moda, las joyas y prácticamente todo lo que hoy lo convierte en un ícono cultural más allá de la música. Se la pasaba escuchando el Get Rich or Die Tryin' de 50 Cent y al pionero del rap en español Vico C, y escribía sus rimas a diario. Cuando vio las publicidades con Jay-Z en los carteles más grandes de Nueva York, se dio cuenta de que el hip-hop era más que una expresión cultural: era una industria en sí misma. Y ahora, también, era un horizonte.

Decidido a perseguir su sueño dorado, Balvin vivió un tiempo con un amigo en Miami, pero recién era 2004: ni la ciudad estaba lista para que un rapero de Colombia la tomara por asalto, ni él tenía una visión demasiado poderosa para ofrecer. "Todavía había un estigma muy grande", dice él. "Te decían que si no eras moreno, no eras parte". En cambio, sobrevivió pintando casas y ascensores y colocando techos bajo el calor agobiante de Florida, otra vez de manera ilegal. (Una década más tarde, cancelaría una actuación en el concurso Miss USA después de que Donald Trump, uno de los dueños de la corporación que organizaba el certamen, lanzara su candidatura a la presidencia de Estados Unidos con comentarios discriminatorios sobre los latinos que llegaban al país en busca de trabajos como esos). Finalmente, volvió a casa para arrancar de cero.

"Se fue de acá siendo rockero, pero volvió convertido en rapero", dice su padre. "Y les ganaba a todos". Balvin empezó a competir en las batallas de freestyle de la discoteca Dejavu de Medellín (fue campeón un par de años seguidos) y formó el grupo de rap MDL, al mismo tiempo que cursaba las carreras de Negocios Internacionales en la Universidad EAFIT y Comunicación en la Universidad Pontificia Bolivariana, ambas privadas. Buena parte de su éxito actual se explica por su afición a los negocios, un tema que lo apasiona tanto como la música. "Nunca me recibí", dice, "pero sigo aplicando lo que aprendí en esas clases". De hecho, fue más o menos en esa época que Balvin tomó para sí una línea que Jay-Z rapea en el remix de "Diamonds from Sierra Leone", de Kanye West ("I'm not a businessman. I'm a business, man"), y la convirtió en su latiguillo... traducida al español: "J Balvin: el negocio, socio".

Sin embargo, lo que terminó de torcer el rumbo de su destino fue la aparición fulgurante de Daddy Yankee como nuevo rey de la música urbana en español, luego del lanzamiento de Barrio fino, probablemente el disco latino más importante de la década pasada (y el más vendido). "Al principio, le copiaba hasta la forma de caminar", dice Balvin, que vio en el reggaetón la oportunidad de triunfar como rapero siendo blanco. Su padre recuerda ese descubrimiento de una manera particular. "En un almuerzo, le dije: '¿Tú haces rap por pasión o por razón?'", recuerda Osorio. "Y él me contestó: 'Padre, yo quiero ser millonario'. Así que le dije que el rap en Colombia no era popular ni iba a serlo en mucho tiempo, pero que ocho días atrás había escuchado una música llamada reggaetón, que tenía mucho ritmo y que eso sí era comercial. A la semana, me dijo: 'Me gustó eso del reggaetón, voy a ir por ese camino'. Y así nació J Balvin. Esta es una verdad nunca antes contada".

Alcanza con ver un par de entrevistas en YouTube para corroborar que Osorio contó esa misma historia muchas veces -con la aclaración de que nunca la contó antes incluida-, pero, más allá de la veracidad de su versión, lo cierto es que Balvin combinó el gen emprendedor de su padre, su propio interés por los negocios y la tradición mercantilista del rap estadounidense para delinear una visión comercial muy definida de su arte, y que Osorio fue central en el desarrollo de esa carrera, al punto de haber sido su manager durante una década ("Soy un excelente estratega de mercadeo y Josecito fue un excelente producto", dice al respecto, con la ausencia total de modestia que lo caracteriza. "Los managers que lo recibieron después ya tenían entre manos una obra maestra a la que solo quedaba proyectar mundialmente").

Pero el camino a la gloria no fue tan fácil como el éxito actual de Balvin y las declaraciones de su padre sugieren. En 2008, Osorio le consiguió a su hijo un show como telonero de 50 Cent en Medellín, una chance de esas que parecen cerrar un círculo y podría haber marcado un quiebre, pero que pasó un tanto desapercibida. En esa época, la primera ola del reggaetón ya había quedado atrás (Daddy Yankee pasó de grabar un disco lleno de feats internacionales a uno que incluía únicamente a su compatriota Tito El Bambino), y no era tan claro que fuera a volver. Al año siguiente, de hecho, un Balvin casi caricaturesco estaba haciendo publicidades de motos de segunda marca, en las que cantaba cosas como: "Ya sé lo que quiero, una AKT prefiero/ Respaldo y garantía, diseño, economía/ Y te consienten bien, siempre que tu moto sea una AKT/ En AKT voy yo, por precio y calidad es la mejor opción/ AKT es el negocio, socio". Por supuesto, está en YouTube. Había que tener mucha fe para creer que por ese camino había algo parecido a una carrera.

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Breve discurso de J Balvin al recibir el premio a Artista del Año en los Premios Lo Nuestro, febrero de 2017:

"Wow. Primero, gracias a Dios, porque me da la oportunidad de ser artista y ganar esto por segunda vez consecutiva. Yo creo que es una gran responsabilidad. Cuando entendí que la música es un medio y no es el fin fue cuando entendí que la responsabilidad mía es que la gente sueñe, que luchen por lo suyo, que hagan lo que les dé la gana mientras no pasen por encima de nadie. Si quieren tener el pelo de color, hagan lo que les dé la gana. Si se quieren poner una falda, pónganse una falda. No sigan en las represiones sociales por hacer lo mismo, por seguir un... Wow, tengo muchas cosas para decir".

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"Te voy a ser honesto", dice Nir Seroussi, el ex presidente de Sony Music U.S. Latin, responsable de haber firmado a artistas clave del reggaetón como Ozuna, Maluma y Nicky Jam. "Acá el visionario fue Balvin, y los demás seguimos su lógica". Desde Miami, como encargado de la división latina de uno de los sellos más grandes del mundo, Seroussi vio de cerca cómo el reggaetón se apagaba tras encontrar su techo en la segunda mitad de los 2000, y cómo volvía a surgir en Medellín un lustro más tarde para sacar a la industria discográfica de una de sus crisis más profundas.

"Más allá del pico de 'Gasolina'", dice Seroussi, "en su hora inicial el género seguía siendo under, básicamente por una cuestión musical: todavía era demasiado crudo, con temáticas muy de la calle. Por eso no pudo romper el mainstream". En esa época, además, el principal exportador de música latina era México, que vivía una era de oro gracias a bandas de baladas pop como Sin Bandera, Reik y Camila. No penetrar en México implicaba quedarse sin trampolín. Para peor, cuando el dominio del pop mexicano empezó a caer a fines de la década pasada y podría haber dejado un espacio a colonizar, llegó la crisis del CD. "Entre 2010 y 2013 fue un abismo", dice Seroussi. "Pensábamos que nos iban a cerrar a todos".

Pero fue justamente en esa época en la que las ventas de discos caían de manera estrepitosa y el streaming todavía no existía como alternativa viable que un nuevo sonido empezó a gestarse en Medellín. A contramano de la tradición agresiva y callejera del reggaetón clásico pero también del estereotipo de una ciudad fuertemente asociada al narcotráfico en general y a Pablo Escobar en particular, Balvin desarrolló un estilo mucho más suave y melódico, más romántico, que funcionaba como contracara de El patrón del mal, la serie emitida por Caracol Televisión de Colombia en la segunda mitad de 2012, que llegó a Netflix a fines de 2015 y explotó en 2016. "Probablemente yo tenía más derecho que otros a hablar de esos temas, porque vivía ahí", dice Balvin. "Pero ya estaba saturado de esa información. Era todo muy triste".

Cuando aterrizó en Medellín desde Puerto Rico a fines de la década pasada, el reggaetonero Nicky Jam -que había sido parte del dúo Los Cangris junto a Daddy Yankee y había caído prácticamente en el olvido por problemas de adicciones- no esperaba encontrar mucho más que algo de público residual para sus canciones pasadas de moda. Sin embargo, fue en Colombia donde vio una oportunidad para resurgir y se quedó a vivir. Se dio cuenta de que había un futuro si, además de rapear, podía aprender a cantar, y modificó su estilo para que cuadrara mejor con el de esa segunda ola de reggaetón que empezaba a gestarse. Sin imaginárselo, Balvin estaba tendiendo un puente. (Hoy, "Equis", la canción que Balvin y Nicky Jam hicieron juntos en 2018, tiene 1.700 millones de plays).

Balvin nunca se vio a sí mismo como un retador, sino como un continuador de la tradición dispuesto a abrir nuevos caminos y llevar la cultura a otro nivel. De hecho, a mediados de 2013, el primer gran hit suyo que trascendió la frontera de Colombia fue "6 AM", una colaboración con el puertorriqueño Farruko que justificó un contrato con Universal Latino y hoy acumula más de mil millones de reproducciones en YouTube. La canción es un ejemplo perfecto de lo que en esa época todavía se conocía como "reggaetón colombiano", en oposición al reggaetón de la isla: si musicalmente "Gasolina" toma el patrón rítmico clásico del género (conocido popularmente como "dembow") y lo combina con la sonoridad frenética y oscura del gangsta-rap, "6 AM" recupera la raíz aletargada del reggae y ofrece un color más pulcro y digital, una marca registrada del productor Alejandro "Sky" Ramírez, que en ese momento tenía 21 años. La letra del tema también es una novedad: inspirada en la película ¿Qué pasó ayer?, reconstruye en tono de comedia pícara una noche de aventuras de Farruko y Balvin. La melodía de la frase principal ("No recuerdo lo que sucedió") es tan dulce y amable como la personalidad de los cantantes. Esa modificación estética impregnó todo lo que vino después, incluso hasta "Despacito", el hit de Luis Fonsi y Daddy Yankee que llegó a ser el primer tema en español en liderar el ranking de Billboard desde "Macarena" en 1996.

El timing no pudo haber sido mejor. Para fines de 2013 y principios de 2014, Spotify y las plataformas de streaming ya habían transformado los hábitos de consumo musical. "6 AM" fue un hit a nivel continental, que perdió en los Grammy Latinos de ese año contra "Bailando", la canción que le dio nuevo impulso a la carrera de Enrique Iglesias (la de "Yo quiero estar contigo/ Vivir contigo/ Bailar contigo/ Tener contigo una noche loca"), y que no casualmente salió seis meses después de "6 AM"... a través de Sony. "En Medellín, el reggaetón encontró lo que le faltaba al género para ser consumido a nivel masivo", dice Seroussi. "Nosotros vimos eso y aprendimos la lección en 'Bailando'".

A pesar de haber identificado a Balvin como el líder de ese movimiento desde su origen, Seroussi no intentó firmarlo para su sello. "Está lleno de artistas que despuntan con uno o dos temas y luego desaparecen", dice. "Además, en ese momento, yo no lo conocía personalmente. No me cuadraba que un colombiano desbancara a un boricua de su trono. Pero mi amiga Rebeca León, que en ese momento era su manager [actualmente trabaja para Rosalía], me decía: 'Cuando lo conozcas vas a entender por qué va a ser una superestrella'. Y fue tal cual: nos encontramos y cambié completamente mi perspectiva".

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Breve discurso de J Balvin al recibir el Grammy Latino a Mejor Álbum de Música Urbana por Vibras, noviembre de 2018:

"Quiero compartir este Grammy junto a mis colegas, toda la gente del género urbano. Ozuna, sabes que te quiero mucho y te respeto muchísimo. A todos los que están representando este género, que hemos luchado tanto, que a veces ha sido un poco discriminado... Aquí seguimos, luchando. No matemos los sueños de los nuevos productores que vienen, de los nuevos compositores. Valoren la nueva sangre, las nuevas generaciones, porque somos el futuro de la música. Obviamente con todo el respeto de los artistas que han sido y son leyendas. Pero es hora de crear nuevas leyendas, nuevas motivaciones. Que la gente en la calle quiera ser como nosotros, porque también somos un ejemplo de vida".

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Al interior de la industria, la fama de J Balvin como artista integral en control de cada uno de los aspectos del negocio es bien conocida, pero no por eso menos sorprendente. En junio pasado, el colombiano dio el paso más relevante de su carrera en ese sentido al firmar un contrato de representación con Scooter Braun, una joven celebridad del mundo del espectáculo que saltó a la fama como manager de Justin Bieber y Ariana Grande. "Somos un éxito", dice Balvin. "Hay muchas cosas de la música latina que él no sabe, y muchísimas cosas de la industria que yo no sé. Es un aprendizaje recíproco todo el tiempo". Braun es lo que habitualmente se conoce como "un tiburón" (recientemente fue noticia por quedarse con parte del catálogo de Taylor Swift... contra la voluntad de Taylor Swift), y Balvin parece tener una habilidad especial no solo para nadar entre tiburones, sino para convencerlos de que lo ayuden a transmitir su visión.

"Me llamó mil veces para decirme que era importante tocar en el main stage", dice Rob Markus, el promotor de la agencia WME Entertainment encargado de las negociaciones para que Balvin actuara en el escenario principal de Coachella 2019. "Estaba seguro de que el show sería un éxito". Luis Estrada, que en 2013 era el General Manager de Universal Latino y heredó el contrato que Balvin tenía con EMI en la fusión de ambas compañías, recuerda que, incluso antes de tener un hit, "ya planteaba objetivos grandes. Tenía una visión internacional y quería conquistar nuevos mercados. Era un líder ganador". Fue en esa época que Markus empezó a trabajar con él, luego de que Rebeca León le mostrara unos videos. "Nos encontramos y Jose me dijo: 'Yo no quiero ser un artista latino: quiero ser un artista global'", dice. Energía (2016) y Vibras (2018), sus discos más celebrados, todavía no habían salido, pero las giras del colombiano ya se enfocaban en viajar a lugares poco visitados por músicos latinos como Suecia o Bélgica.

Un ejemplo claro de cómo Balvin combina su olfato implacable para el business con su imagen inmaculada de estrella amable se dio minutos después de nuestra charla de septiembre desde Nueva York, cuando terminó de hablar conmigo y se fue a cortar el pelo. En la peluquería se encontró con Leo Bash, un artista urbano nuevo de Colombia, aún desconocido para el gran público, que recién había firmado su primer contrato con Sony. En ese momento, Balvin llamó a Seroussi para contarle con quién estaba, y luego subió una historia a Instagram en la que arrobó a Bash. "Lo hizo de buena onda", dice Seroussi. "Pero, además, me parece sumamente inteligente porque si en seis meses Leo Bash tiene un hit y Jose le pide algo, el chico va a cancelar cualquier compromiso y le va a responder". Eso es exactamente lo que le pasó con Bad Bunny. En el inicio de su carrera, la última gran estrella puertorriqueña del género grabó "Si tu novio te deja sola" y "Sensualidad" con Balvin y, este año, ya convertido en un fenómeno global, aceptó hacer Oasis, un disco entero junto al colombiano, apenas medio año después de estrenar su propio álbum debut.

Hay algo en la idea de lealtad que es central en la carrera de Balvin (de hecho tiene la palabra tatuada en la muñeca derecha, entre decenas de otros tatuajes), y que se filtra tanto en su faceta de ejecutivo como en la de músico. Durante los shows consagratorios de Coachella y Lollapalooza, homenajeó a los pioneros del reggaetón de Puerto Rico con covers de Wisin & Yandel, Zion & Lennox y, por supuesto, Daddy Yankee. ("Hay que respetar a los originales", dijo sobre el escenario). Pero su amor por la tradición no le impide jugar con los límites del género, como hizo en sus inicios desde Medellín y sigue haciendo hoy en día. "Sus producciones siempre fueron una mezcla de vieja escuela y vanguardismo", dice Estrada. "Tiene una capacidad gigante para abrazar las culturas globales e incorporarlas a su música. Innovar es su mantra".

Probablemente esa condición camaleónica explica el éxito de un artista al que no es tan fácil detectarle virtudes musicales, técnicas o escénicas descollantes. Balvin no tiene la voz alien y reconocible de Ozuna, ni la capacidad melódica ultra pegadiza de Bad Bunny, ni la facha de Maluma, ni la sensualidad de Anitta, ni el carácter ancestral de Rosalía, ni la calle de Daddy Yankee. Pero sabe exactamente cuál es la mejor manera de acoplarse a todos ellos. Entiende cuál es la virtud de cada uno y convierte eso en su propia virtud.

"Tiene muy buen oído y se da cuenta enseguida de cuál debería ser su rol en el tema: si tiene que asumir el protagonismo o compartirlo", dice Seroussi. "Además, es consciente de que la canción puede no funcionar. Son las reglas del juego. Y eso le quita completamente el miedo de experimentar". Su última gran apuesta en esa dirección fue "Human Lost", el track para la película de animé del mismo nombre, un tema de ciber-pop bombástico en colaboración con el grupo japonés M-Flo que probablemente lo ayude a abrir nuevos mercados en Asia.

En Oasis, por otra parte, Balvin cambió su registro vocal por uno más agudo, lejos de su zona de confort, para que conviviera mejor con el de Bad Bunny. "No tengo problemas con eso", dice. "Al contrario: yo estaba feliz. Después, el tema puede pegar o no, pero yo me daba cuenta de que si cantaba de esa manera sonaba mejor". Unos meses antes, Rosalía se refería al verso de Balvin en "Con altura", su primera incursión en la música urbana y el reggaetón, como "fresco y crudo", una descripción que podría sonar contradictoria pero que define bastante bien la búsqueda del colombiano en los últimos meses. De alguna manera, Balvin está volviendo a un sonido más callejero, alejándose un poco del matiz romántico, pero desde una masculinidad actual, fiel a su capacidad de interpretar la sensibilidad de la época.

En ese sentido, probablemente hoy Bad Bunny no usaría las uñas pintadas si antes Balvin no se hubiera presentado al mundo con algunos de los looks más estrambóticos que se le recuerden a una estrella latina. "Sus canciones tienen un ritmo que trasciende idiomas y culturas", dice Markus, que vio cómo 20.000 personas bailaban encantadas en el primer show de Balvin en Suecia. "Pero, además, lo que está haciendo con la ropa y las joyas lo ayuda a mantener ese rumbo global". Seroussi lo pone en términos más categóricos: "Jose tuvo que trabajar extra para llegar hasta donde está, porque es un tipo normal", dice. "Pero entendió perfectamente que hoy no se trata de tener la mejor voz, sino de ser un ícono cultural".

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Respuesta de J Balvin a una pregunta sobre Bad Bunny de AJ "El Kallejero" Ramos, conductor del Viva Latino Podcast de Spotify, febrero 2018:

"Me parece que Puerto Rico necesitaba un artista que cortara la monotonía, que tuviera otro look, que sea irreverente. Y Bad Bunny es un buen tipo. Me encanta su flow, la ola que está teniendo, que toda la gente quiera trabajar con él. Cuando [el productor] Luian me mandó la primera canción, yo estaba como: '¿Qué será?'. Dudé un segundo. Pero después empecé a sentir esa fuerza bonita y orgánica, y dije: 'Un momento, creo que estoy cometiendo un error, creo que realmente esto es algo que está pasando'. Después hablé con Luian y le dije: 'Wow, tenías razón'. Eso es lo bonito de la vida: que nadie tiene la última palabra. Todos tenemos derecho a progresar".

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Que un tipo común de Medellín tome la decisión de convertirse en un ícono cultural a nivel planetario suena como la clase de cosa que podría desatar una crisis de ansiedad, incluso en caso de lograrlo. De hecho, esa ansiedad y ese hambre de conquista probablemente sean factores decisivos en el ascenso vertiginoso de Balvin, que todavía está tratando de descifrar cómo usar ese arma de doble filo sin lastimarse. Además de su tratamiento psiquiátrico, toma clases de dibujo porque lo relajan y, cuando no está de gira, se levanta a las cinco de la mañana para encarar una rutina de ejercicio físico y meditación en pos de mantenerse en eje. Su bio de Twitter actual es sencilla pero reveladora; simplemente dice: "Ser Humano".

El mensaje central que Balvin viene transmitiendo a lo largo de su carrera -y que se fortalece con cada nueva barrera que rompe- tiene que ver justamente con ser un poco más humano, aceptarse a uno mismo y creer en las propias capacidades sin importar qué tan desfavorables sean las probabilidades. Pero ese mensaje de superación entra en conflicto con su presente, triste y deprimido en el asiento trasero de un Mercedes Benz de 150.000 dólares dos días antes de agotar las entradas del Madison Square Garden. En este momento, paradójicamente, a J Balvin le vendría muy bien escuchar a un artista como J Balvin.

De alguna manera, el mensaje que siempre intentaste transmitir ahora parece algo que en realidad te estabas diciendo a vos mismo, más que al público.

Total, total, total. Todavía sigo en ese aprendizaje de aceptarme. Y, por lo que hablo con artistas que son más grandes que yo, creo que es una búsqueda que no se termina nunca. Hace cuatro días hablé con Pharrell de esto. De la vida, de cómo sobrellevar esta situación y encontrar espacios para uno. Él es un líder espiritual muy fuerte.

¿Creés que al hablar de estos temas abiertamente podés ocupar para otros artistas el lugar que Pharrell ocupa para vos?

Claro que sí. Me gustaría poder meter algo de luz en quienes me entiendan. Pero, a la vez, no creo que esto tenga que ver exclusivamente con los artistas: esto es para todos los seres humanos.

¿Cómo se hace para transmitir una visión tan personal en el centro de una industria tan estandarizada? Me imagino, por ejemplo, que te deben haber ofrecido cantar en inglés un millón de veces.

Y me lo siguen ofreciendo. Pero yo siempre sentí que el español era más que suficiente. Fueron los propios artistas latinos los que me hicieron creer en eso. Yo veía a Daddy Yankee con Snoop Dogg y sentía que estaban al mismo nivel. Entonces, pensaba: "¿Por qué no?".

A esta altura de tu carrera, te ganaste el derecho a rechazar esas ofertas. Pero no debe haber sido tan fácil sostener esa visión antes de hacer un hit...

Lo que pasa es que siempre trabajé para mi visión. Tengo claro que todo lo que hice siempre fue genuino. Más allá de que haya un equipo alrededor, no podría trabajar para la visión de otro. Sobre todo porque nadie tiene la fórmula. Si hubiera una fórmula, todo el mundo estaría pegado.

O sea que siempre lograste ponerte de acuerdo con tus managers en cuanto a la dirección que debía tomar tu carrera.

Y cuando sentí que no nos poníamos de acuerdo, tuve que hacer ajustes.

La verdad es que te dio resultado...

¿Viste esos artistas que dicen: 'A mí el éxito me tomó por sorpresa'? Bueno, a mí no. Yo siempre lo visualicé, siempre tuve la fe. Hoy veo las canciones que se vienen, las colaboraciones que estamos preparando, veo el concepto global que hay detrás de todo eso, y pienso: 'OK, esto no fue suerte'. Esto fue 100% disciplina. Y yo lo tuve claro desde el principio.