Jacob Collier, un prodigio en boca de todos

Los más desencantados dirán que así cualquiera, que no hace falta talento para subir un video a YouTube haciendo una gracia, volverse viral y convertirse en héroe del día. Dirán también que nadie se acuerda de las vanguardias construidas a base de vistas y clics. Pasa todos los días y seguirá pasando mientras se tenga a mano una camarita y una buena conexión. Hasta que un día aparece un chico que se filma en su cuarto versionando un tema de Stevie Wonder; toca todos los instrumentos, armoniza seis voces distintas y desmenuza, tritura, descompone la canción hasta dejarle solo el espinazo. El resultado final es increíble. El autor se llama Jacob Collier, y tanto se viraliza el video que los dioses de la música se fijan en él y terminan rendidos a sus pies: el productor Quincy Jones se desespera por editarle su primer disco; glorias como Pat Metheny, Chick Corea y Herbie Hancock lo persiguen para apadrinar la carrera. Tiene solo 18 años.

Pasaron siete años de aquella versión que Collier hizo de "Don't You Worry About a Thing", solito en la casa de sus padres, en el norte de Londres, una versión pentagramada de Macaulay Culkin, pero talentoso. A los 25, con toda la facha de meganerd, capaz de hablar casi tan rápido como toca -decir que es hiperactivo es quedarse corto-, ya no pasa tanto tiempo pergeñando canciones y acordes imposibles en su habitación.

Ahora tiene tres discos encima y hace dos años y medio que gira sin parar con su one man show. Entre aeropuertos y shows, casi ni tiempo tiene para dar entrevistas. Apenas concede veinte minutos a una videollamada de LA NACION revista, pero como habla en semicorcheas pareciera que el reportaje dura veinte años. Casualmente hizo una parada en Londres y está en el cuarto en donde empezó todo, allí donde registró In My Room (2016), su primer álbum, que lo consagró como productor, arreglador, multiinstrumentista y plomo intramuros (galardón que se da al que carga equipos de un ambiente a otro). Collier toca en Buenos Aires el 8 de noviembre, en el Teatro Vorterix, y toda la escena del jazz ultra-fusión porteño está que arde por la visita.

"Para mí, Piazzolla era Dios", jura, y uno tendería a pensar que va a decir aquello de que somos el mejor público del mundo, pero por suerte el asunto no va por el lado de la demagogia. Ya a los 14 tenía una banda de tango en la que tocaba el contrabajo, mientras su mamá, violinista de conservatorio, le hacía la segunda con sus cuerdas. "También escuché mucha música con charango", afirma, y gira la camarita para mostrar el instrumento, que se compró en una visita anterior a Buenos Aires, hace dos años.

Le concede un par de rasgueos esquizofrénicos y, de pasada, sus dedos vuelan sobre un tecladito. Realmente este muchacho toca lo que le den, como si lo llevara de vidas pasadas, como si fuera capaz de sacarles notas tanto a un piano como a un ladrillo o un pedazo de pan. Su musicalidad está a otro nivel. Y es inevitable pensar que tipos así habrán sido incomprendidos en distintos momentos de la historia. Dicen que así son las vanguardias, al menos al principio.

¿Hacés música demasiado compleja para ser entendida a nivel masivo?

Algo puede ser muy complejo y muy simple a la vez. Una flor es muy compleja, pero también muy simple: es una flor. Yo trato de hacer que mi música sea parecida a una flor: un montón de ingredientes o pequeños momentos o detalles puestos juntos como en un puzle. Y que todos esos elementos tengan una razón para estar allí.

No hay demasiados sobresaltos en los primeros pasos de Jacob Collier. Nacido en casa de músicos, su madre, Susan Collier, es directora de la Royal Academy of Music de Londres y eximia violinista, al igual que su abuelo Derek Collier. Sin embargo, la formación académica de Jacob no tiene cucardas para presumir: apenas dos años de clases de piano en un conservatorio le dieron la pauta de que quería ser autodidacta e improvisador serial. A los 7 años compuso su primera canción, de la que todavía se acuerda, que se llamaba "Jazz en 5/4".

¿Dejaste el conservatorio porque nunca creíste en ese tipo de educación formal?

La gente que aprende música quiere saber los nombres de los acordes, no sé para qué. Para mí es más importante sentir la música antes que aprenderla, te hace más honesto con quien sos. Siempre quise cambiar las reglas. Esa es mi regla. No me importa el nombre del acorde, sino cómo se siente, qué colores y detalles transmite.

Antes de pisar los 20, Jacob había convertido su habitación en una acopiadora de teclas, guitarras, bajos, cables y fierros tecnológicos de todo tipo. Tímidamente había ido subiendo sus primeros videos a YouTube hasta que la versión de "Dont You Worry About a Thing" literalmente estalló en las redes. En 2013, a las pocas semanas de lanzar a rodar el tema, que hoy tiene casi cuatro millones de vistas, recibió el llamado del legendario Quincy Jones, ganador de 28 Grammy (productor de Thriller y Bad, de Michael Jackson, entre otros hitos), quien fletó a Jacob en un avión para hacerlo tocar en el Festival de Montreux con el gran pianista Herbie Hancock. De esa noche, Jones recuerda las bocas abiertas del público, el deslumbramiento general, mientras Jacob martillaba semicorcheas demenciales a velocidad de Boeing 747.

En esos años, Collier se hizo amigo de un estudiante del MIT llamado Ben Bloomberg. Juntos experimentaron con un hardware y software musical para actuaciones en vivo. Para ser un hombre orquesta, Jacob necesitaba loopear varios instrumentos a la vez y lograr que su voz se dividiera en líneas distintas. Bloomberg se la hizo fácil: creó un dispositivo llamado Harmonizer, para que el cantante pudiera multiarmonizar su voz y todo lo que tocara. Así nació este pulpo armónico en escena, un demogorgon de fuego expulsado de una garganta y un puñado de teclas negras y blancas. No es sólo jazz lo que hace, sino también funk, folk, soul, triphop y el género que se esté por inventar.

En vivo es hiperquinético: salta de la batería a un teclado, y luego a otro. Da órdenes al público con su voz de tenor cavernoso. Se eyecta al contrabajo y lo azota sin piedad. Después graba lo que toca, y encima de esa mezcla suma otras. Quienes vayan a un show de Collier deberán llevar apto médico que indique que puedan soportar semejante bombardeo sonoro.

La tecnología siempre parece haber sido tu gran aliada. ¿No preferís a veces estar sólo con el piano o la guitarra, sin tanto Harmonizer dando vueltas?

Es genial tener toda esta tecnología a mano, pero no creo que tenga que definir tu música. Hay una diferencia entre complejidad y virtuosismo. Yo soy un amante del caos y la complejidad, pero si no te podés sentar en un piano o una guitarra y tocar a solas una canción, entonces no sos músico.

Su primer disco, In My Room, de 2016, ganó dos Grammy a Mejor Arreglo Instrumental (o a capella) por las canciones "Flintstones" y "You and I". "Mesías del jazz", lo calificó The Guardian, aunque no se entienda del todo si es jazz lo que hace. Rastrear sus influencias confunde: además de Stevie Wonder, le gustan los Beach Boys y Stravinski, Kendrick Lamar y Earth Wind and Fire, los Beatles, Bobby McFerrin y Keith Jarret.

En 2018 lanzó Djesse Vol.1, su segundo álbum, y en julio pasado el tercero, Djesse Vol. 2, que mostrará en su concierto en Buenos Aires. Seguramente tocará su hit estelar, que se llama "Saviour", en el que arma con el público un enorme coro armonizado.

Solés decir que la música tiene un costado luminoso y uno oscuro. ¿Cómo es eso?

Creo que la música es una expresión honesta de qué es un ser humano. Y todos tenemos un lado oscuro y otro luminoso. Los músicos más poderosos que escuché tienen ambas facetas. Hoy con la música pop es fácil ser luminoso y feliz, pero ser humano también es estar triste. Yo siempre disfruté ir muy profundo y explorar ambos costados. Somos animales muy profundos.