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Jeannette Rodríguez: "A los 14 años asumí la responsabilidad de mi familia, no fue fácil"

Pertenece a esa generación de actrices que se convirtieron en estrellas gracias a protagonizar culebrones que hacían estallar el rating y recorrían las pantallas latinoamericanas y europeas con igual repercusión. Jeannette Rodríguez fue una de esas heroínas que dejó huella en un género que de tan popular sufrió los prejuicios de la subestimación. "En la época de las novelas, podía estar de gira en los Estados Unidos y presentarme ante 25.000 personas compartiendo mi energía, pero luego llegaba al hotel y estaba sola", recuerda la actriz a LA NACION a través de una videollamada desde su piso en Miami, en donde transita recluida los tiempos pandémicos y que golpeó con dureza la región donde ella vive desde hace años. "Aquí la gente fue muy inconsciente. A pesar de la incertidumbre y de no saber qué va a pasar, trato de ser positiva y muy disciplinada. No queda otra. Hay que estar activo y tener la cabeza ordenada, más que nunca", reflexiona ante el inusual panorama como consecuencia del covid. Creyente ferviente, no duda en mencionar a Dios reiteradamente y de apelar a ese "sabes", el vocablo grave que recuerda su origen venezolano.

Su presente la encuentra en una búsqueda constante de nuevos saberes, de la posibilidad de incursionar en lenguajes diferentes a los que ya transitó desde la actuación. Se interesa por el teatro, idealiza poder protagonizar alguna puesta del musical Hello Dolly! y hasta sueña con una serie en algunas de las plataformas que le permitirían desarrollar facetas diferentes a las de las heroínas a las que le dio voz, cuerpo y alma. No reniega de ese pasado estelar, aunque reconoce el lado B de la fama sin fronteras: "Cuando estás en un muy buen momento, todo el mundo quiere comer de ese pastel, pero una vez que eso pasa, si te he visto no me acuerdo".

Con códigos propios que la distancia de la soap opera anglosajona, en Latinoamérica la telenovela apela a los vínculos amorosos enmarañados, atravesados por las diferencias sociales y las imposibilidades de la concreción. Algo así como Montescos y Capuletos en versión folletinesca. En esas aguas navegó con comodidad gran parte de la carrera de Jeannette Rodríguez. Fue contrafigura en Topacio y la gran estrella protagónica de Cristal, cuyo personaje le daba título a la historia. Con la Argentina mantiene un vínculo estrecho, dado que aquí sus culebrones gozaron siempre de gran audiencia. Ese arraigo en el público local la llevó a ser contratada en nuestro país para encabezar los repartos de las recordadas Amándote, Pobre diabla y Micaela. Siente devoción por Buenos Aires, aunque nunca terminó de digerir su intempestiva salida de La extraña dama cuando ya estaba todo listo para que ella interpretara el papel de la religiosa que coronó a Luisa Kuliok. "Tengo muy bonitos recuerdos de la Argentina", dice y no miente. En sus redes sociales suele subir imágenes donde se la ve compartiendo caminatas en La Boca, haciendo compras en un shopping cercano a Retiro y en el backstage de su visita a una de las comidas televisadas de Mirtha Legrand.

Detrás del personaje

Su vida no ha sido sencilla. A pesar de lo glamoroso de su imagen pública, de las mieles del éxito de sus telenovelas y de la fama internacional, la actriz ha sorteado la adversidad desde niña. Los años la hicieron trascender escollos. Resiliente se le dice ahora. Ella lo es. Aquella infancia en Caracas no fue sosegada. Estaba todo dado para que Jeannette Josefina Rodríguez Delgado, tal su verdadero nombre, se quedase empantanada en el universo de violencia y frustración que se respiraba entre los suyos. Acaso aquello la marcó de manera tal como para decidir no tener hijos. Aquella vida de la niñez bien podría ser la trama de un culebrón. "Fui y soy muy protectora de los míos, a pesar de tener una familia muy disfuncional, bastante disfuncional. Desde los 14 años asumí la responsabilidad de ellos, no fue fácil. Sin embargo, me siento muy orgullosa y feliz por haber hecho todo lo que estaba en mis manos y lo que no, también. Estoy en paz. No sé si Dios me lo mandó o yo lo asumí por la crisis familiar que se vivía, pero una persona tenía que marcar el camino, me tocó a mí".

-¿Por qué definís a tu familia como "disfuncional"?

-Era así, sucedía lo que sucede en muchas familias.

-¿Tenía que ver con vínculos violentos?

-Sí, existían los choques de mis padres hasta que, finalmente, se separaron. No fue un hogar de rosas, pero eso me hizo una mujer fuerte.

-¿Te has imaginado ejerciendo el rol de la maternidad?

- Me hubiese gustado tener tres bebés. De haber sido mamá, hubiese sido una madre sobreprotectora, porque esa es mi forma de ser, es lo que aprendí desde muy pequeña. Con las parejas me sucede lo mismo, tiendo a resguardar y eso no está tan bien.

-Existe una presión social y cultural con respecto a la maternidad, pero muchas mujeres eligen no someterse a ese mandato. En tu caso, ¿fue una decisión?

-No quise repetir las carencias familiares. Además como mi carrera me llevó por muchos lugares, no veía como opción tener hijos que tuviesen diferentes padres. Esta es mi forma de ver las cosas con respecto a mi vida, porque respeto mucho a la gente que va armando diferentes familias. Eso también es hermoso. Muchas compañeras me aconsejaban tener un hijo sola, pero me parecía un acto egoísta que mi niño no supiese quién era su padre. Yo tuve un padre, a pesar de lo disfuncional y difícil que fue mi familia. Es probable que haya idealizado demasiado la maternidad, quizás lo normal es tener un hijo, divorciarse y tener otro hijo con otra pareja, pero eso en mi cabecita no iba. Hubiese sido una supermamá. Saltee esa etapa y también el ser abuela, hoy sería una gran abuela. Estoy convencida que Dios le da a cada cual lo que le corresponde.

Viajes, estelaridad, millones facturados y una fama de esas que se escriben con mayúscula, conformaban un combo a todas luces perfecto. Acaso el ideal para cualquier aspirante a transitar el mundo del espectáculo. A Jeannette Rodríguez se le dio relativamente pronto: tenía tan solo 23 años cuando llegó Topacio a su vida. Antes ya habían pasado unos cuantos títulos, varios de ellos con la firma de Delia Fiallo, una verdadera marca a la hora de escribir culebrones. Con el estreno de Cristal, la actriz se convirtió en una de las estrellas mejor pagas de Radio Caracas Televisión. Sin embargo, para ella, convertirse en una celebridad de esas dimensiones fue un peso difícil de llevar. "Me siento orgullosa de pertenecer a esa generación que tuvo que golpear puertas de una manera diferente. Son muchos años de haber ido de barrio en barrio, de pueblo en pueblo, de país en país, para que me conocieran. Ahora todo es más sencillo, con la virtualidad uno, en cinco minutos, se puede hacer conocido en todos lados y, en cinco minutos, también la gente te puede olvidar", reconoce la protagonista de La dama de rosa, acomodada en un rincón de su casa especialmente acondicionado y que le imprime una atmósfera de diva de aquel cine de teléfonos blancos. Impecable. Producida para la ocasión.

-Si bien significa el reconocimiento al trabajo, ¿te pesó la fama que otorga la televisión?

-La fama es un gran farsante.

-¿Por qué?

-Así como te da adeptos, gente que te quiere de verdad y te aprecia, también te muestra la cara mezquina de los que quieren vivir de los demás.

-Aparecen los "amigos" del exitoso...

-Estuvieron esas personas que parecían muy cercanas y no lo eran. Había de todo.

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-¿Cómo se compensaba lo adverso del medio?

-Todo era por cumplir los sueños que una se forjaba, por lo que se creía. Cuando esos sueños se convierten en realidad, no los quieres dejar escapar porque costaron mucho sacrificio.

-¿Qué es lo que el público valora más en vos?

-Se valora mucho que una no copie, que se tenga un sello propio. Para mí el público es sagrado, le tengo un respeto incalculable.

-La profesión, ¿te ha dado más de lo que soñabas?

-Me ha dado mucho, pero aún hay tanto camino por andar. Tengo que llegar a un público que aún no me conoce, tengo sueños por cumplir que me acompañan desde que era pequeña. Algunos fueron quebrantados y tuve que posponerlos, pero mi lema es que cuando hay vida, hay esperanza. He tenido mis altas y mis bajas, mis caídas, pero me levanto porque creo en esos sueños y creo en mi persona. Amo lo que hago y tengo la disciplina para hacerlo.

-¿Qué sueños quedaron en el camino?

-Mira, por ejemplo, en la Argentina me ha quedado pendiente hacer teatro, musicales.

La sola idea de hacer Hello Dolly! le ilumina la expresión a esta actriz que se formó en la escuela de Lee Strasberg y siguió los lineamientos de Konstantín Stanislavski: "Necesito plasmar esa formación no solo desde las telenovelas, sino desde otros géneros", confiesa la actriz que no se ha privado de ser integrante de una banda de rock y presentarse en escenarios de San Petersburgo. Siempre apostó a las aventuras que la sacaran de lo previsible. Más de una vez sorprendió al medio con decisiones arriesgadas, como cuando concursó en la versión española del reality televisivo Supervivientes, la isla de los famosos. "Nadie daba dos pesos por mí, pero necesito mostrar que no soy una etiqueta, que no soy solo Cristal. Soy una actriz en permanente formación y necesitaba que la gente vea eso".

-¿Qué balance hacés de aquella experiencia?

-Soy muy naif, pensaba que, como había sido scout, iba a ir todo genial, pero aquello es carne de cañón. Te llevaban al plató para cortarte la cabeza. Se necesitaba el espectáculo y lo entiendo, pero uno queda muy vulnerable. Es duro y nada frívolo. Lo asumí para vivir esa experiencia, porque necesito ver mis limitaciones y ventajas, aunque haya bajado diez kilos.

-Llevaste una vida algo nómade, siempre buscando salir de la zona de confort.

-Siempre fue así. Una vez volé a Madrid, solo por dos días, para hacer un casting para un musical. Estaba feliz. "Es la mía, es lo que yo quiero", me repetía, era como un sueño, se trataba de un personaje bellísimo. Quién ponía el dinero para la realización del espectáculo es una gran estrella a la que admiro muchísimo.

-¿Qué sucedió?

-Hice el casting de monólogo, canto, baile. Ese personaje era para mí, pero la señora productora, que, además, era protagonista dijo: "Ella es muy alta y muy famosa". Eso sucede. Por mi madre santa, eso me pasó. Esa señora era la estrella del espectáculo, yo iba a hacer el antagónico, que era demasiado bello. Me fui dos días a España y recibí ese portazo. Viéndolo desde el punto de vista comercial, supongo que si soy conocida le iba a sumar en la taquilla. No sé...

-Quizás esa figura tuvo miedo a que tu actuación opacara a la de ella.

-Los egos y las inseguridades destruyen a una persona en cinco minutos. Hay que creer en uno, sobre todo en uno como ser humano, como persona. No me importa, ya pasó. Estoy enfocada en mí. He recibido más de lo que aún tengo que dar, todavía no lo he dado todo.

Divas

-Pertenecés a una generación de divas de las telenovelas junto con Grecia Colmenares, Lupita Ferrer, Luisa Kuliok, Catherine Fulop y Andrea del Boca, ¿había mucha competencia entre ustedes?

-Supongo que sí, pero la verdad es que no tenía tiempo de competir con nadie, tenía que competir conmigo. En aquella época, debía entregar, diariamente, 33 escenas terminadas y eso había que memorizarlo. No tenía tiempo para ver quién estaba al lado. A todas esas mujeres que nombras, las admiro muchísimo. Todas han trascendido. Con algunas mantengo contacto, a otras no las conozco, pero las admiro. De todos modos, está claro que es un mundo muy competitivo y desleal.

-¿Por qué desleal?

-Me ha sucedido de todo. Lo que pasa es que soy como una gata con las patas para arriba que lucha y se salva. Soy muy luchadora y salgo adelante. Dios siempre me alerta y me orienta. Así llevo la vida. Siempre hay que defenderse de la mejor manera.

-De esas actrices que forman parte de tu generación, ¿con quién mantenés contacto?

-Con Catherine Fulop y admiro mucho a Andrea del Boca. A Luisa Kuliok no la conozco y a Grecia la dejé de conectar hace un tiempo, pero cuando éramos pequeñitas compartimos mucho. Ella no se acuerda, pero yo sí me acuerdo de todo lo que compartimos en Caracas. Queda el recuerdo.

-¿Grecia Colmenares no se acuerda de los momentos compartidos con vos?

-Creo que no, pero no tiene importancia.

-De los galanes, ¿tenés buenos recuerdos?

-Recuerdo con mucho cariño a Arnaldo André, fue mi anfitrión en Amándote. Osvaldo Laport es muy querido, lo amo.

-Para alguien con tu popularidad es complicado no involucrarse en algún escándalo mediático, sin embargo, has podido sortear eso. ¿Cuál es la fórmula de tu discreción?

-He sido bastante hermética. Es un arte, no es fácil. Desde jovencita pude diferenciar entre la vida personal y mi carrera artística, pero también tuve un pico en mi carrera donde me han seguido los paparazzi. En aquellos tiempos se cobraba una portada mía unos cien mil dólares. Me han inventado historias para vivir de ello, me robaban mi vida. Para ponerme en una portada tenían que inventar algo, eso sucedía.

-El lado B de la repercusión de tus tiras.

-La telenovela fue un arma de doble fuego, estuve muy expuesta, me aterró muchísimo esa etapa. No lo llevé nada bien, no estaba preparada para eso, era una niña sola en busca de sus sueños, no fue nada fácil. Hoy, ya estoy más adulta y no soy esa niña asustadiza. Soy una mujer empoderada, muy valiente, ya no me callo nada.

-Atravesaste una situación incómoda en la Argentina en un tiempo donde las actrices, por miedo, no se atrevían a denunciar.

-Me sucedió, pero no me podía bajar de ese tren en el que estaba montada, ya había grabado, el proyecto se encontraba avanzado. Jamás dejé un trabajo por la mitad, así que tuve que bancarme eso y seguir adelante.

-¿Se trató de un productor o un actor?

-Un productor que no vale la pena mencionarlo.

-¿Qué fue lo que sucedió concretamente?

-Se trató de un acoso y fue fuerte. Ojalá que a sus hijas no les pase lo que él me hizo a mí. Eso no se hace. Este medio no es para abusar, agredir o manosear al ser humano como hizo él.

-Sé que sos una mujer de fe,¿eso te ayudó a sobrellevar determinadas situaciones adversas?

-Soy una mujer muy creyente, de mucha fe. Hay que tener temor a Dios y ponerse en sus manos siempre.