Joker, un monstruo de nuestra propia locura maquillada con cara de payaso

Fotograma cedido este lunes por Warner Bros donde aparece el actor Joaquin Phoenix durante una escena de la película "Joker". EFE/Warner Bros
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Por Miguel Cane

El caos impera en Gotham City (o bien, Ciudad Gótica) en 1981; corrupción, delincuencia, basura, enfermedad social en abundancia. Las calles son inseguras, la población está descontenta y el futuro parece amargo e incierto. Es por ello que Thomas Wayne, el millonario filántropo, busca convertirse en el alcalde de la ciudad y corregir el rumbo. Esto es lo que su campaña mediática promete, en todas partes. Esto es lo que quisiera creer uno de los habitantes más insignificantes de la urbe: Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un pobre diablo que no tiene nada qué perder.

Fleck es un treintañero patético, sin gracia social, que en secreto sueña con alcanzar la fama y la fortuna como los comediantes que ve noche a noche en el Late Show de Murray Franklin (Robert DeNiro), el presentador más famoso en la TV local. Estos sueños de grandeza los alterna con cuidar de su madre enferma, Penny (una espléndida Frances Conroy), una mujer afectada de sus facultades mentales, que a su vez añora desesperadamente su época como doméstica en la mansión Wayne, escribiendo obsesivamente cartas – que no tendrán respuesta – al millonario para el que un día trabajó.

En esta rutina, punteada con un empleo miserable como payaso de alquiler (que lo lleva a recibir toda clase de humillaciones y hasta una paliza en la calle a manos de unos vándalos), Fleck se ha ido diluyendo: el que padezca una afección similar al mal de Tourette, que lo hace estallar en carcajadas incómodas e irritantes en los momentos menos oportunos, tampoco ayuda. Sin atención a su enfermedad mental – el gobierno de la ciudad ha recortado los fondos que pagaban su terapia psicológica – y cada vez más descontrolado, Fleck se verá empujado cada vez más hacia el centro de un estallido de violencia urbana con cara pintada, y de ella surgirá Joker, su verdadera esencia, el monstruo que emergerá sonriente y alucinado de su miserable existencia, para cambiar la faz de su ciudad, y de quienes la habitan, para siempre.

Todd Phillips, que en su carrera como director solo contaba con la popular trilogía The Hangover, sorprendió al obtener el León de Oro del pasado Festival de Venecia por este largometraje basado en el célebre payaso criminal archienemigo de Batman en los cómics de DC. Sin embargo, hay que dejar claro que esto no es, en absoluto, un filme de superhéroes (aunque Bruce Wayne, de siete años de edad, aparezca tangencialmente en una escena); de hecho, el que trate acerca de este personaje y exponga una explicación (bastante literal) para su origen, es mera casualidad. Lo que Phillips muestra es la caída de un hombre ordinario y (como hace hincapié el guion, coescrito por Phillips y Scott Silver, durante la primera hora y media de la película) patético hacia los infiernos de la locura de una manera gráfica y medio simplista, para convertirse, sin realmente proponérselo y mediante un acto de violencia impactante, en un símbolo para una ciudad desesperada, cuyos habitantes se convierten en una turba sedienta de revanchismo contra la alta burguesía.

En su interpretación de un ser sin posibilidades ni recursos, un aspirante a standupero fracasado que se refugia en un laberinto de alucinaciones y odios, Joaquin Phoenix hace un trabajo estilizado, visceral, muy diferente al que hicieran Jack Nicholson o el fallecido Heath Ledger encarnando versiones del mismo personaje. Como Arthur Fleck, Phoenix de un modo magistral representa a un personaje que no inspira compasión sino escarnio, asco. Y esta es una reacción cuidadosamente calculada por el director: de este modo, se abre una puerta al sendero que recorre el personaje hacia la locura, y es un camino muy simple: del punto A, el pobre infeliz manipulado por las circunstancias, al B, el pobre infeliz pierde todo contacto con la realidad y la transforma a su imagen. Aunque en este caso, se hace de un modo un tanto pedestre, sin la sofisticación de Nolan, o la excentricidad pop de Burton.

Fotograma cedido este lunes por Warner Bros donde aparece el actor Joaquin Phoenix como Arthur Fleck, durante una escena de la película "Joker". A Joaquin Phoenix se le ha puesto cara de Óscar, pero trata de disimular. Su impresionante rol en "Joker" domina las quinielas de los premios, pero él insiste ante los medios en hablar solo de la cinta: una mirada absorbente, provocadora y desbordante a los inicios del enemigo de Batman. EFE/Warner Bros
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¿Es Joker una película burda? No. Pero sí es un filme que, de no contar con ciertos elementos de los que Phillips se vale para armar su puesta en escena, sería mucho menos interesante de lo que es.

Hecha con la sutileza de un martillazo y con una deuda impagable con la filmografía temprana de Martin Scorsese – específicamente Taxi Driver (1976) y The King of Comedy (1982), en donde el propio DeNiro se encargó de interpretar a personajes sociópatas en escenarios urbanos, uno de ellos además comediante mediocre, como Fleck-, la cinta se mueve de modo irregular (su duración de dos horas y veinte minutos es ciertamente excesiva y podría haberse beneficiado de un corte más riguroso) y funciona en virtud de sus excelentes actuaciones, si bien el casteo de Phoenix es seguro y hasta obvio: un inadaptado más que se suma a su galería de antihéroes y acomplejados – de hecho, no existe mucha distancia entre Arthur Fleck y Theodore Twombly, el personaje que interpretó para Spike Jonze en Her (2013), es solo que uno se colapsa en la oscuridad, mientras que el otro trasciende a un plano más luminoso –; DeNiro, desbordante de cinismo y carisma, le da un apoyo impecable, en una evolución natural de Rupert Pupkin, su personaje de The King of Comedy, y es el detonante final para acabar la transformación de Fleck. Frances Conroy, célebre como la matriarca de los Fisher en la serie de HBO Six Feet Under, está formidable como la madre caníbal que poco a poco va devorando a su hijo, al que irónicamente apoda “Happy”, desde su niñez aberrante hasta su miserable edad adulta y se revela como un monstruo pasivo tan responsable del clímax como el presentador de TV.

Joker no es una película para niños, y esto es importante recalcarlo: al pensar que por tratarse de un personaje proveniente del mundo del cómic, se trata de un filme adulto, despiadado y muy violento – psicológica y gráficamente – que no dejará indiferente a nadie. Hay suficiente fan service para atraer a los seguidores de Batman y de su archienemigo, pero no es algo que estorbe, es más bien algo casi casual: en lo que se enfoca es en la degradación del personaje central y su entorno, y esto es lo que deja una sensación desoladora al final de la cinta, que es cínica y amoral, sin ninguna clase de mensaje, ni de optimismo. Phillips ha apuntado que se trata de un filme único, que no pertenece realmente a ninguna continuidad de la saga del hombre murciélago, y es entonces que debe verse como una obra singular. Su peculiaridad es que abogue por un estilo de cine que ya no se estila: el cine de los 70 y 80, que reflejaba la inquietud de la nación.

¿Habría funcionado igual si se ambientara en la época actual, con Trump en la Casa Blanca, en vez de tratarse de una cinta de época? La anarquía y el nihilismo que propone el argumento funcionan casi como una imagen del día, maquillada con cara de payaso.

Pero de ahí es que brota la efectividad de la película y la posibilidad de su éxito. Está abierta a muchas interpretaciones y el trabajo de Phoenix debe ser visto, más allá de la obviedad de su elección: se trata de una interpretación espectacular, en lo que sin duda es la mejor película que ha hecho su director, dejando la vara bastante alta para su futuro.

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