"Un arte nuevo y extraño": así fue el nacimiento de la cirugía estética tras la I Guerra Mundial
Mientras el mundo celebra el primer centenario del fin de las hostilidades que asoló al mundo de 1914 a 1918, causando más de 15 millones de muertos entre civiles y militares, además de 21 millones de heridos, poca gente recuerda uno de los pocos aspectos positivos que se derivó de la Primera Guerra Mundial: el avance espectacular en el diseño de prótesis y el nacimiento de la cirugía estética.
En el Daily Mail han dedicado un extenso – e ilustrado – artículo al asunto, y uno no puede dejar de maravillarse con los resultados obtenidos por aquellos médicos pioneros, como Harold Gillies, un joven cirujano neozelandés que sirvió en el frente occidental y que estaba especializado en otorrinolaringología.
Cuando acabó la guerra, 735,487 soldados británicos habían sufrido heridas graves, causadas principalmente por explosiones de proyectil y metralla. Una buena parte de los heridos (el 16%) presentaba heridas en el rostro que les habían dejado deformados severamente, lo que les impedía ver, respirar y comer o beber con facilidad, además de darles un aspecto horrible.
Ante este panorama, Harold Gillies comprendió que haría falta un trabajo muy especializado para intentar dar a los heridos – en la medida de lo posible – una solución que les permitiera llevar una vida lo más normal posible sin sentirse mutilados. Por ello solicitó, y le fue concedido, el establecimiento de un hospital especial para el tratamiento de heridas faciales. En enero de 1916 abrió la primera unidad de cirugía plástica del Reino Unido, el Hospital Militar de Aldershot, Cambridge.
Gillies visitó los hospitales de campaña en Francia para reclutar pacientes adecuados para su unidad. Regresó a Cambridge a la espera de recibir unos 200 heridos, pero el recrudecimento de la guerra en 1916 (la batalla del Somme) hizo que más de 2000 soldados británicos fueran enviados a Aldershot.
Allí, experimentando muchas veces con el viejo método del prueba y error, Gillies desarrolló la cirugía plástica bélica, a la que definía como “un arte nuevo y extraño” a mitad de camino entre la escultura y la medicina.
Tomando moldes del rostro de los heridos con papel maché, Gilles creaba máscaras que luego pintaban a mano para imitar el color de la piel. También creaban ojos de cristal para dar realismo a las prótesis, que en múltiples ocasiones se fijaban al rostro mediante unas gafas de pega. Pero eso solo fue el principio, Gilles también realizó los primeros injertos de piel, que tomaba de partes sanas del herido, sin llegar a separarla para que siguieran irrigadas.
Luego cosía las tiras a tubos para que se extendieran, y una vez tenía bastante piel creaba “máscaras” con las que cerraba las horribles heridas faciales, técnica conocida como pediculado (ver foto superior). ¡Aquello fue el origen de la cirugía reconstructiva! Solo podemos imaginar el dolor asociado al tratamiento, ya que hablamos de un tiempo en que la anestesia se estaba desarrollando.
Su unidad siguió en activo mucho después de que finalizara la guerra. Cuando se cerró en 1929 había tratado a alrededor de 8,000 militares. Muchas de las técnicas que desarrolló siguen en uso en la actualidad.
Está claro que como escribió un médico austriaco en 1935: “nadie ganó la última guerra salvo los servicios médicos”. De todo aquel horror, al menos surgió el avance médico, aunque me temo que esto no es demasiado consuelo.
Me enteré leyendo Daily Mail.