Litto Nebbia: "El arte siempre fue para mí un refugio espiritual"

"Es algo jamás pensado: que no haya nadie -dice-. Pero me concentro para superar esta extraña cosa. Una vez que estoy enchufado, voy para adelante sintiendo lo que toco y chau". Aunque tiene casi sesenta años de experiencia sobre los escenarios, Litto Nebbia, el fundador de Los Gatos se prepara para algo inesperadamente nuevo. Este sábado 14 de noviembre, a partir de las 22 horas, ofrecerá un concierto vía streaming sobre el escenario del Centro Cultural Torquato Tasso. El ojo silente de la cámara. La sala vacía. Las canciones sin aplausos. La promesa es un anzuelo floreado, pero de antemano parece incumplible: recorrer la obra gigantesca de Litto Nebbia. Sea como fuere, ¿quién nos quita lo bailado? El mero intento es garantía.

Por estos días, Nebbia está celebrando medio siglo de carrera como solista. Desde el pop orquestado del Vol. 1 (1969) hasta "Soy un árbol": el single que acaba de publicar directamente a través de Spotify. "Voy a tocar un manojo de canciones que ya son clásicas dentro de mi composición -dice-, pero siempre estreno cositas". Acaso alguna de las canciones de Nunca encontraré una casa como la que hay en mí, el disco que escribió y grabó motorizado por el encierro de la cuarentena y que publicará a comienzos de 2021. Acaso alguna de las piezas instrumentales de Cuadernos del cine francés de los 60, su disco inminente dedicado a evocar los días de la Nouvelle Vague.

-¿Qué películas fueron importantes para vos?

-Bande à part, Sin aliento y Pierrot le fou, todas de Godard. Los 400 Golpes, Jules et Jim y Las dos inglesas de Truffaut, por citar algunas... Los protagónicos de estos films calaban hondo en nuestra adolescencia, porque la manera de actuar transgredía las costumbres de la época, inspiraban un sentimiento de libertad. También la estética de alguno de estos films era relevante para su tiempo. Esa iluminación y fotografía tipo Cartier-Bresson era algo distinto, y lo más parecido que había al corte cinematográfico del cine negro.

-Abriste los setenta con una suerte de manifiesto: "Hijo de América". ¿Por qué era necesario dejar constancia de esa transformación?

-Esa canción es una temprana descripción de parte de nuestra idiosincrasia. Habla de la variedad regional que hay en nuestro país, en gran parte debido a la inmigración.

-Bueno, por entonces abriste una temporada de trabajo con artistas de otros géneros como Domingo Cura, Manolo Juárez, Rodolfo Alchourrón, Daniel Homer. Más allá de los resultados, ¿cómo se daba ese acercamiento?

-El amor a la música gestaba esos encuentros, que siempre se dan cuando las dos partes no son esquemáticas. Cuando son respetuosas de su origen, de sus raíces, pero abiertas a una nueva alternativa artística. Tuve la suerte de encontrarme con toda esa gente, que además eran todos mayores que yo, lo cual por esa época ya suponía un distanciamiento. Deberíamos sumar a Dino Saluzzi y a Norberto Minichillo. Compartíamos la música que tocábamos, lógicamente, pero también toda la bohemia del compañerismo en el arte. Cada quien tenía su conocimiento, producto de estudios, gustos o influencias. Había mucha improvisación.

-El big-bang, en ese sentido, fue tu colaboración con Domingo Cura. ¿Recordás cómo lo abordaste?

-Me encontré con Cura una noche en un bar de Once, una hora antes de que comenzara un festival masivo de rock de la época. Era 1970. Yo sabía de él y él sabía de mí. Lo convidé a improvisar sobre algunas canciones mías recientes, montadas sobre la rítmica de nuestro folklore. Charlamos un poco sobre diversos gustos y conceptos y nos fuimos para el cine donde actuaríamos. Cuando aparecimos, Domingo con sus bombos y yo con la guitarra criolla, casi nos matan (risas). Arrancamos a tocar sin prestarle atención a nadie. Una improvisación medio furiosa sobre chacarera. De pronto empezaron a parar los silbidos y comenzaron a aplaudirnos y darnos gritos de aprobación. Fue un éxito, finalmente. Tocábamos, entre otras, "El Bohemio", "Vamos Negro Fuerza Negro", "Hijo de América".

-A comienzos de los setenta, cuando todos revisaban las novedades de Estados Unidos o Inglaterra, vos no solo estabas con el folklore local sino atento al trabajo de tipos como Milton Nascimento. De hecho, escribiste un texto en el sobre interno de su primer disco editado en Argentina.

-Exacto. Escribí para ese disco, y también para Agua y vino, de Egberto Gismonti. Conocí a Milton a mis veinte años, cuando fuimos a Río de Janeiro con Los Gatos, en el 68. Soy sensible a la música que contrapone a una melodía original, una plena armonía que por momentos module. Esto, más una buena sesión rítmica, es lo mejor de la música para mí. La música brasilera tiene muchas cosas de esa naturaleza, sin perder sus raíces. Pero cuidado: también lo tiene nuestro tango y nuestro folklore. A veces estas formas pasan desapercibidas para el gran público, pero ahí ya interviene el negocio.

-Sos el único músico argentino que aparece en Amigo lindo del alma, la película dedicada a Eduardo Mateo. ¿Qué vínculo llegaste a tener con Mateo?

-A mis 16 años vivimos un mes juntos en un hotel de Avenida de Mayo. Exceptuando cuando parábamos a comer o salíamos a tocar, estábamos todo el día tocando las guitarras. En ese tiempo, Mateo comenzaba a componer sus cosas. Admiraba que nosotros, Los Gatos Salvajes, ya tocábamos temas nuestros y en castellano. Él estaba con el grupo Los Malditos, que cantaban en inglés y hacían covers de los Beatles. Divina persona, muy buena gente. Mateo ya tocaba muy bien bossa nova. Era loco por João Gilberto, y ya tenía esa rítmica afro.

-El catálogo de Melopea, tu sello es fruto de esta reflexión musical. ¿Qué discos te generan una suerte de orgullo especial?

-Docenas. Por ejemplo, el último álbum del Dúo Salteño: Vamos cambiando. Lo mismo que los dos que hicimos de Suma Paz, los últimos álbumes del Polaco Goyeneche y los de Tito Reyes. El del gran Virgilio Expósito. Los primeros de Adriana Varela, los de Antonio Agri o los de Roberto "Fats" Fernández. El disco de piano del gran Héctor "Chupita" Stamponi. Es injusto que continúe mencionando porque, en realidad, el trabajo de Melopea siempre ha sido hacer denodadamente lo que a uno le gusta. Han pasado poco más de treinta años y tenemos un catálogo de más de seiscientos álbumes. De todo encontrarás. Allí, en el Estudio del Nuevo Mundo, donde se ha grabado todo con el técnico Mario Sobrino y el aporte de la gente con que llevamos adelante esto (ubicado en la vieja casa de mi madre Martha), podemos tener un recuerdo más fuerte de algún artista por una cuestión de gustos o afinidad, pero nada más.

-¿Cómo pensás que sobrellevaste la cuarentena?

-Al estar encerrado, no viajar, ni hacer giras, lo que es muy contante en mi profesión, tengo más tiempo para dedicarme a lo mismo que hice siempre (risas): componer, escribir, leer, mirar cine. El arte siempre ha sido para mí un refugio espiritual. Hoy más que nunca, para tomar un poco con calma y serenidad toda esta locura que se vive.

-Cualquiera podría pensar que hiciste todo lo que te planteaste, pero seguís muy activo. ¿Te quedan cosas pendientes?

Siempre te quedan cosas pendientes. Pasan una década o dos y aprendiste un montón, pero es como que todo eso te abre nuevas texturas y nueva síntesis. Todo esto, finalmente, es circular.