Los "Loggionistas", los jueces más temidos en las noches de La Scala

Milán (Italia), 7 dic (EFE).- En La Scala de Milán se esconde un juez severo, los "loggionistas", un nutrido grupo de apasionados del "Belcanto" que se parapetan en los palcos más altos y baratos para seguir con atención la ópera de turno, preparados al abucheo o a la ovación, según se tercie. Y hoy volverán a dictar sentencia.

Esta noche de San Ambrosio, patrón de la ciudad, La Scala vivirá una nueva "Prima", el tradicional estreno de su temporada lírica, esta vez con la representación de una ópera rusa sobre traiciones y derrocamientos, el "Boris Godunov" (1868) de Modest Músorgski.

Se trata de la cita más importante del calendario cultural italiano, seguida por televisión en medio mundo, y que edición tras edición atrae a rostros conocidos del espectáculo, la política o el mundo económico, así como a un grupo peculiar: los "loggionistas".

Son los aficionados más enfervorecidos de la lírica y participan en la "Prima" después de hacer cola el último día, hoy, con tal de conseguir las últimas entradas, las más baratas, a 120 euros (una buena butaca en la platea asciende a los 3.000).

Esto les concede el acceso al "gallinero", 140 butacas situadas en los palcos del último piso, y es en la oscuridad de esta galería o logia -de ahí su nombre- donde despliegan toda su erudición para valorar el espectáculo o los artistas que se apañan en las tablas.

Su misión, que viven como una suerte de responsabilidad moral, es escrutar cada actuación, casi con la partitura en la mano, para impedir que nadie profane una pieza de ópera. Y su severidad, por supuesto, es de sobra conocida por los tenores y sopranos.

Estos "ultras de la ópera" esperaban esta mañana a las puertas de la billetería de La Scala, en una calle sombría que agravaba el frío que pela en esta capital del norte italiano.

La cola para hacerse con una de las 140 codiciadas entradas estaba organizada por Patrizia, sentada y pertrechada con abrigo polar y guantes. Se define "una loggionista del siglo pasado" porque, jura, desde los años Setenta no se pierde una cita.

"Yo personalmente nunca he abucheado y si no me gusta una función no aplaudo porque creo que el silencio es aún mucho peor", explica a EFE, con una media sonrisa dibujada en el rostro.

Y es que si preguntas a uno de estos apasionados por el notorio temor que suscitan, todos reaccionan con una risa de aceptación... pues al final forman también parte de la tradición de La Scala.

Franco es un jubilado que ni siquiera recuerda cuándo empezó a ir a la ópera y asegura que para la "Prima" es "mucho mejor" estar en el gallinero, donde se desborda pasión. "Lo mejor es la atmósfera que se genera", asegura a esta agencia.

Entre los "loggionistas" se ha colado por tercer año un joven español, Héctor, bilbaíno de 27 años, que una vez más ha conseguido hacerse con una entrada para dicho sector.

"Al final esta gente que está esperando es la que tiene más pasión por la ópera", se justifica este embriólogo perfectamente peinado y cubierto hasta las rodillas con un elegante abrigo de paño azul.

Estos severos críticos ya amargaron la noche en el pasado a artistas de fama internacional como el tenor francés Roberto Alagna, que tuvo que abandonar el escenario en 2006, en plena "Aida", atosigado por los silbidos llegados de esta zona, y sustituido por Antonello Palombi, que acabó la recitación con un pantalón vaquero y camisa negra de todo menos faraónicos.

Los "loggionistas" son inmisericordes y nunca tuvieron reparos a la hora de "suspender" a grandes divos y divas, desde el mismísimo Luciano Pavarotti hasta Montserrat Caballé o "La Divina" Maria Callas.

La Scala no es una ópera más en el país de Verdi o Donizetti, sino que se trata de una institución que cada 7 de diciembre reúne en sus butacas y bajo sus impresionantes frescos a la élite italiana.

Por eso desde la logia, en la longeva historia del teatro -fundado en 1778 y completamente destruido en la II Guerra Mundial- también se expresaron protestas ante los avatares políticos.

Un caso recordado es el de la bailarina Fanny Elssler, que en 1848 padeció la violenta reacción del público contrario a la dominación austríaca de esta región, mientras que en una representación aquel mismo año, desde los palcos se lanzaron flores verdes, blancas y rojas, como la bandera de un país, Italia, que se unificaría en su forma actual pocas décadas después, en 1871.

En definitiva, La Scala se prepara ya para otra cita con su propia historia, que quedará marcada por un nuevo triunfo o fracaso. Y los "loggionistas", conscientes de su deber sagrado, afinan ya sus oídos para dictar su sentencia.

Gonzalo Sánchez

(c) Agencia EFE