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Lula necesita el apoyo de Biden, no sus exigencias: Eduardo Porter

(Bloomberg) -- Brasil necesita amigos.

Este no es un pensamiento cotidiano entre los diplomáticos que ocupan el Ministerio de Asuntos Exteriores en Itamaraty, donde la diplomacia se entiende principalmente como el arte de difundir la grandeza de Brasil y defender un estrecho interés propio.

Sin embargo, a raíz de la insurrección de la derecha en Brasilia el 8 de enero, con revelaciones sobre la participación de los aliados del expresidente Jair Bolsonaro en un complot para anular las elecciones presidenciales y los esfuerzos para incriminar y arrestar al jefe del tribunal electoral, la democracia brasileña necesita todo el apoyo que pueda obtener del mundo liberal y democrático.

Cuando el presidente Luiz Inácio Lula da Silva llegue el viernes a la Casa Blanca, el presidente estadounidense, Joe Biden, deberá proporcionarle ese apoyo, sin condiciones. Y Lula deberá superar los recelos de su burocracia hacia Estados Unidos y aceptarlo. Con la estabilidad política del hemisferio en juego, los gigantes de Norteamérica y Sudamérica deben construir un vínculo más sólido.

“La razón por la que Lula quería venir y viene ahora es porque sabe que su posición es débil”, dijo Monica de Bolle, del Peterson Institute for International Economics de Washington. “Lula busca una muestra clara de apoyo. Eso es todo”.

Sería un error que Biden condicionara la solidaridad estadounidense con cualquier exigencia que al líder brasileño le resulte imposible aceptar.

Como descubrió la semana pasada el canciller alemán, Olaf Scholz, Brasil ve poca ventaja en ayudar con armamento a Ucrania y, por ende, enemistarse con Rusia, un proveedor clave de fertilizantes esenciales para sus intereses agrícolas.

Tampoco tiene mucho sentido que Biden pida apoyo a Lula en el incipiente conflicto entre EE.UU. y China, que, como Brasil y Rusia, forma parte del grupo BRICS de grandes países en desarrollo, junto con India y Sudáfrica.

“Querrá mantener cierto grado de influencia e independencia de ambas partes”, dijo Thomas Shannon, que fue embajador del presidente Barack Obama en Brasil de 2010 a 2013. “No quieren ser el jamón del sándwich”.

Es fundamental que la Administración Biden comprenda lo débil que es el Gobierno de Lula, dependiente de una gran coalición de partidos que no están necesariamente alineados con los objetivos de su Partido de los Trabajadores, también conocido como PT. “Lula puede ser popular, pero el PT no lo es”, señaló Shannon.

Ni siquiera la popularidad de Lula es universal. Aunque el presidente brasileño es un hábil operador político que ha demostrado ser capaz de llegar a acuerdos entre partidos, la oposición es inflexible. A pesar de que las fuerzas armadas no se unieron a la insurrección, algunos mandos del Ejército, la Policía y los servicios de inteligencia estarían encantados de socavar el régimen.

Hamilton Mourão, exgeneral y vicepresidente de Bolsonaro, está ahora en el Senado, fulminando al Gobierno por maltratar a los insurrectos y obstaculizar los intentos de Lula de reformar las fuerzas de seguridad. “El Gobierno no confía en su propia seguridad”, añadió de Bolle. “Las cosas se están poniendo muy raras”.

EE.UU. puede ayudar mucho en esto. Para empezar, señala Shannon, Lula ve a EE.UU. como una “fuerza tranquilizadora” no sólo para la oposición política sino, sobre todo, para las Fuerzas Armadas y el Ejército, que han forjado estrechos lazos con sus homólogos estadounidenses.

La ayuda estadounidense podría también resultar muy valiosa para otras prioridades de Lula. Consideremos la preservación de la selva amazónica, que encabeza la lista del brasileño. Acabar con la deforestación, proteger los derechos de los indígenas y desarrollar estrategias de desarrollo viables para las comunidades que dependen de la selva será una tarea ardua.

Para empezar, esos objetivos exigirán aplastar una floreciente economía ilegal -robo de tierras y deforestación, pastoreo ilegal, minería, tala de árboles, tráfico de drogas-, una tarea difícil sin el apoyo total de las fuerzas de seguridad. “Lula no puede hacerlo solo”, afirmó de Bolle. “Necesita la ayuda de Europa. La de EE.UU. La de todas las grandes democracias”.

Al igual que ayudó a desarrollar el sistema que ha demostrado ser esencial para vigilar la salud de la Amazonia, EE.UU. -y otros países ricos- podría proporcionar respaldo diplomático, financiero y tecnológico para construir una nueva estrategia económica, social y medioambiental que encaje en Brasil y en las demás naciones amazónicas, desde Perú a Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela.

La lucha contra el hambre mundial es otro ámbito de cooperación potencialmente fructífero. EE.UU. y Brasil se encuentran entre los mayores productores y exportadores de alimentos del mundo. Aunque no logren ponerse de acuerdo sobre la guerra de Ucrania, podrían colaborar para hacer frente a una de sus devastadoras consecuencias.

Pase lo que pase, los asesores de Biden no deberían frustrarse demasiado si no hay victorias evidentes que anotar, ni acuerdos que anunciar, ni puntos que poner en el tablero. Una muestra inequívoca y contundente de apoyo a la democracia brasileña sería, por sí sola, una clara victoria estadounidense.

EE.UU. comparte la responsabilidad del ataque a la democracia en Brasilia el mes pasado. Los norteamericanos ofrecieron la guía sobre cómo socavar las elecciones, para asaltar las sedes del poder. Esto justifica por sí solo el despliegue de la influencia estadounidense para garantizar que no vuelva a ocurrir nada parecido.

Pero hay más. Al final, Brasil y EE.UU. comparten un imperativo: Lula debe hacer lo que esté a su alcance para garantizar que Bolsonaro se desvanezca en la insignificancia. Biden debe hacer lo mismo con Donald Trump. Si lo consiguen, habrán enviado un poderoso mensaje a un hemisferio en el que la democracia apenas resiste: que la democracia puede, de hecho, recuperarse y prevalecer.

Nota Original:

Lula Needs Support from Biden, Not Demands: Eduardo Porter

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