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Marilyn: una muñeca sexual siempre a punto de quebrarse

Una adorable criatura. Así definió Truman Capote a Marilyn Monroe en su brillante relato homónimo. Recordemos que el autor había querido que la rubia protagonizara la adaptación de Desayuno en Tiffany’s , dado que no concebía a otra mujer convirtiéndose en Holy Golightly (papel que finalmente realizó Audrey Hepburn) . Uno lo piensa en retrospectiva y no entiende qué llevó al escritor a imaginarse a Marilyn en ese personaje; pero lo cierto es que si miramos más allá del ícono sexual, de sus rasgos de bombshell, de sus curvas y el efecto de estas en los demás, lo cierto es que, en el fondo, Marilyn era un alma quebrada. Una mujer signada por la debilidad y por la falta de confianza en sí misma. Gran paradoja, sí. Lo que vuelve fascinante a los ídolos es, justamente, esa incapacidad que desarrollamos a la hora de aprehenderlos. No hay manera. Sus universos son intrínsecamente caleidoscópicos. Y Monroe, como Capote mencionaría citando a terceros, era una actriz que poseía “una belleza tan frágil y delicada que sólo una cámara podía captar”.

Mi semana con Marilyn , biopic de Simon Curtis estrenada hoy, es un registro acotado de la vida de Monroe. No había otra manera de abordar a semejante figura del espectáculo -porque, a su pesar, Norma Jeane era una estrella, no hay dudas de eso. La película se centra en la llegada de Marilyn a Londres en 1956 para filmar The Prince and The Showgirl (una comedia co-protagonizada por Sir Laurence Olivier), y nada menos que en plena luna de miel con el escritor Arthur Miller. Si hay una etapa que puede definir a Marilyn, es esa. Allí notamos tanto su necesidad de impresionar a Olivier -necesidad que se traslada a sus incesantes ensayos con una asistente de actuación que estuviera todo el tiempo a su lado-, su necesidad de correrse del estereotipo que habían construido los demás por ella y, sobre todo, su necesidad de ser amada. Pero eso va más allá de su vínculo con Miller, y se mueve a otro plano: Monroe quería demostrar que no era un producto, que podía adquirir respeto como intérprete. El tiempo le daría la razón con su posterior trabajo en Una Eva y dos Adanes (aunque previamente ya había dado su mejor actuación en Bus Stop ). Sin embargo, esa fragilidad de la que hablaba Capote siempre parecía interponerse en su camino. Porque nadie puede causar una impresión tan rutilante como Marilyn sin contar con una emocionalidad excesiva. Porque la primera en no creer en Monroe como actriz seria fue, irónicamente, ella misma.

TRAILER DE THE PRINCE AND THE SHOWGIRL

Todo eso está presente en Mi semana con Marilyn , y gran parte de eso recayó en los hombros de la nominada al Oscar Michelle Williams, icono de otro estilo (indie, si se quiere, gracias a sus grandes trabajos en Wendy y Lucy y Blue Valentine.) Williams no parecía ser la primera opción para ponerse en la piel de Marilyn, los rumores iban por el lado de Scarlett Johansson. Sin embargo, reflejar ese instante tan especial en la vida de Monroe no podría haberlo hecho otra actriz más que ella. Transmitir esa imagen de muñeca siempre a punto de quebrarse implica un lenguaje que va más allá de si las curvas son igual de voluptuosas o no. Tiene que ver con la mirada perdida, con la voz entrecortada y, especialmente, con un caminar errante que Michelle tan bien supo captar. Pero la ingenuidad de la película también corre por cuenta del personaje (real) Colin Clark, autor del libro El Príncipe, la corista y yo en el que se basa al film, donde narró su propia experiencia con Marilyn en su debut como asistente de producción. Sólo le bastó una semana para generar una cierta intimidad con ella, intimidad no tanto sexual sino para compartir miedos e inseguridades, sintetizados en ese "¿Por qué la gente que amo siempre termina abandonándome?", planteo que Monroe se haría a lo largo de su vida y que Clark asentó en su relato.

Mi semana con Marilyn muestra que había muy poco de idílico en la vida de la actriz. Que su condición de leyenda -no sólo del cine, del arte en general, que tanto se nutrió de ella- era sólo una consecuencia de ese don para impresionar y cautivar que tuvo desde siempre. Pero esa no era Marilyn, al menos, no la verdadera. En Blonde , la biografía ficcional de Joyce Carol Oates, se menciona al colibrí como el ave favorita de la actriz por su capacidad para ser temerario a pesar de su fragilidad. La mención no es azarosa y Capote mismo lo había dicho antes: el vuelo de Norma Jeane era igual de intenso y sólo el cine podía traducir esa poesía en toda su magnitud. Cuesta creer que la mujer que dejó imágenes tan icónicas como la de su pollera al viento en La comezón del séptimo año o la de su "Happy Birthday" a Kennedy, sea la misma que se tiraba a llorar en una habitación porque se sentía menospreciada. Cuesta creer que hoy sigamos mirando a Marilyn con los ojos abiertos, deslumbrados ante su figura imponente (como se mostró en el afiche del reciente Festival de Cine de Cannes, pero que ella sintiera lo opuesto. "No fue una persona ni libre ni feliz", dijo Michelle Williams sobre Monroe. "Interpretarla me hacía sentir sofocada y desbordada". Y así da en la tecla. Marilyn fue, lejos del símbolo sexual, una mujer buscando infructuosamente la aprobación; una mujer que, como ella misma declaró una vez, solo podía reconstruirse cuando estaba sola.

Por Milagros Amondaray

TRAILER MY WEEK WITH MARILYN