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Maximón y el olor a muerte: La deidad guatemalteca que encarna el sincretismo de los pueblos maya

Pisar Panajachel, San Juan La Laguna, Santiago, o cualquiera de los otros ocho pueblos que se duermen y bañan con el Lago Atitlán, no solo es recorrer paisajes, tradiciones y artesanías sin igual. También es andar en los linderos de la razón, por donde hay que caminar despacio, sin atavismos mentales y totalmente ligeros de pensamiento.

Y es que en la región de Atitlán, en el lago ubicado a 107 kilómetros al norponiente de la ciudad de Guatemala, se ubica una zona turística excepcional; un sitio que ofrece al paseante, además de los acostumbrados recorridos turísticos, una experiencia sin igual que si bien no es para tratar de entender al menos sí para iniciarse en el conocimiento del sincretismo religioso de esta cultura centroamericana.

Los pueblos descendientes de la cultura maya, que desde milenios habitan la ribera del lago Atitlán, con la sola toponimia manifiestan el peso cultural que les significa la religión católica, pero no por ello se han alejado de su religión maya politeísta. Han logrado hacer una mezcla de creencias que ha tomado identidad propia.

La más clara muestra del sincretismo o mezcla religiosa que se vive en esta zona es el culto y adoración a Maximón, también conocido como “San Simón”, “El Doctor”, “El Ángel”, “El Rayo que Cae”, “El Subterráneo”, “El Extra Terrestre”, “El Astrólogo”, y más comúnmente “El Gran Abuelo Mam” o “El Gran Abuelo Pedro”.

Esta deidad es la representación tangible del Rijlaj Mam, una divinidad ancestral que nació con el primer día de claridad en la tierra, cuando nació el universo, cuando al principio no existía nada, cuando solo el Rijlaj Mam surgió al unirse el corazón del cielo y el corazón de la tierra para crear la dualidad reinante en todas las cosas.

Ese mismo Rijlaj Mam que gobernó desde lo intangible al pueblo maya, y que la conquista española supuso superado al construir sus templos católicos sobre los basamentos piramidales, es el mismo que ahora permanece en el culto popular de la zona lacustre de Atitlán, solo que ahora es adorado como “El Gran Abuelo”.

De cómo nació el Maximón

Aunque es un conocimiento que se hereda de generación en generación, en la zona lacustre de Atitlán, solo a los más viejos les está permitido contar cómo fue el origen de Maximón, el que para unos es un santo y para otros, en esta misma región, es visto como un demonio. Aun así, en cualquiera de los casos hablar de Maximón es hablar del fuerte remanente filosófico que permea entre los atlitenses.

En la tradición local se cuenta que antes de que existiera Maximón, en la zona del lago Atitlán comenzó a gobernar el mal. La manifestación del inframundo para controlar a los atlitenses fue a través de brujas y diablos que comenzaron a volar por las noches sobre los principales asentamientos que dieron origen a los 11 pueblos lacustres.

Preocupados por la presencia de brujas y diablos que comenzaron a matar a la gente buena, la que moría de diarrea y vómito, los nahuales o sacerdotes de los 11 pueblos del lago se reunieron en un gran conclave. Cada uno de los sacerdotes expuso la forma siniestra en que los diablos y brujas estaban actuando.

Entonces decidieron que la única forma de combatir el mal no solo era a través del bien, sino de un bien al que no le fuera ajeno el uso del mal. De eso estuvieron hablando muchas noches y sus días. Hablaron con sus dioses mayas, a Rijlaj Mam le pidieron su protección, y él dadivoso como es, ofreció encarnarse en una figura tallada en madera.

Entonces –cuenta la tradición local- los sacerdotes comenzaron a buscar la madera adecuada para tallar el cuerpo de Rijlaj Mam, pero ningún árbol se dijo digno de aportar el madero necesario. Por eso los sacerdotes, con tristeza comenzaron a formar el cuerpo de Rijlaj Man con pedazos de trapos viejos que fueron sujetos y amarrados con cordones.

Los sacerdotes ya estaban a punto de terminar el cuerpo de Rijlaj Mam con trapos viejos, cuando un árbol aceptó dar su madera para que hicieran el cuerpo de la nueva deidad, pero los trabajos ya estaban tan avanzados que solo faltaba la cara. Ninguno de los sacerdotes quiso deshacer su trabajo. Solo aceptaron la madera para tallar el rostro que aún faltaba.

Cuando Rijlaj Mam estuvo terminado, con su rostro de madera tallado, fue cuando recibió el nombre de Maximón, que en maya significa “el que se ata con cordón o lazo”. Apenas los sacerdotes habían terminado la figura de Maximón, cuando fueron visitados por una bella mujer que los invitó a tomar atol (una bebida de maíz) y a comer pan, para festejar.

Cuando la mujer se despidió la bebida se volvió orina y el pan desechos fecales. Cuentan que en el aire se escuchó una voz de mujer que se reía y festejaba el haber engañado a los sacerdotes. Ellos se pusieron muy felices porque estaban seguros que aquella mujer no era nadie más que el propio Rijlaj Mam.

El miedo de la iglesia

Cuando renació Rijlaj Man en la persona de Maximón, todo cambió en las comunidades del lago Atitlán: las brujas comenzaron a huir y los diablos sucumbieron ante su poder. Rijlaj Man entonces demandó, como premió a su labor por proteger a aquellas comunidades, una sola cosa: quiso ser el patriarca y pidió ser reconocido como el Gran Abuelo.

Con la acción de Maximón sobre brujas y diablos, pronto todo volvió a la paz. Fue tanta la adoración de los Atitlenses sobre la imagen de Maximón que pronto la iglesia católica lo sacó de sus templos. Por orden obispal Maximón fue declarado un santo proscrito de todos los templos religiosos. Por su condición de hacer uso del mal para traer el bien a la población, la Iglesia Católica lo ubicó al nivel de Judas Iscariote, el que traicionó al Cristo.

Sin tener un lugar en donde ser adorado, Maximón iluminó a los sacerdotes nahuales para que crearan las Cofradías, una organización vecinal que funciona como un pequeño gobierno en cada barrio, cuya autoridad es superior frente al propio orden establecido. A través de esas cofradías se estableció que Maximón sería adorado en donde los vecinos lo dispusieran.

Así comenzó el deambular de Maximón por los pueblos lacustres de Atitlán, hasta que un día el propio Maximón decidió quedarse a vivir en la comunidad de Santiago Atitlán, porque consideró que allí había tenido muy buen recibimiento por parte de las cofradías, las que festejaron con alcohol y tabaco, en una interminable fiesta de 365 días, durante el año que fue recibido en esa comunidad.

Por eso Maximón se quedó a vivir en Santiago Atitlán, porque es celebrado todos los días y porque los mayordomos que lo cuidan no dejan de fumar tabaco y beber cualquier bebida alcohólica mientras están de guardia. Eso parece gustarle al Gran Abuelo, el que no deja de fumar y mirar con sus ojos chiquitos a todos lo que lo visitan.

Los que resguardan a Maximón

Ya pasa del medio día. El guía de turista se mira más preocupado por sacarles unos cuantos quetzales a los paseantes en vez de explicar las bellezas de Santiago. El recorrido por la localidad de Santiago Atitlán se hace en mototaxi. “Es para ahorrar tiempo”, dice el guía de turista. En realidad, es porque él también trabaja de moto taxista. Cobra 35 quetzales por el recorrido. Un recorrido incipiente de no ser por la visita a la cofradía que toca resguardar a Maximón.

Desde el principio del recorrido me llamó la atención la visita a Maximón. Bien valió la pena el accidentado trayecto en lancha cruzando el lago Atitlán con el agua picada a tope. Rosendo se ponía más pálido cada vez que la lancha tomada una ola de frente. Alejandro solo se reía con cada sentón que sobre el agua nos dábamos.

Tres turistas norteamericanos comparten nuestro destino. No sé cómo se llama la gringa que viaja detrás de mí en la lancha. Se escucha divertida con cada brinco en el que el bote perece suspenderse en el aire para luego chocar contra el agua. No sé si grita de emoción o de miedo, pero parece que la pasa divertido. Hay otra pareja de gringos más atrás del bote que también parecen pasarla bien.

El trayecto en lancha desde Panajachel hasta San Juan de la Laguna es de solo 20 minutos, pero a mí me han parecido 20 días, por lo ajetreado. Atrás queda la cosmopolita imagen de la calle Santander de Panajachel para caminar ahora sobre la calle principal de San Juan de la Laguna. La belleza Chapina es como un bálsamo en las rodillas para no desistir en el trayecto de la calle en subida. El corazón es joven, pero las rodillas no tanto, me digo en forma de consuelo.

Después de las hermosas hilanderas y las inteligentes curanderas de San Juan, sigue nuestro destino: Santiago. Otra vez lo picado del lago. Otra vez el dolor en las nalgas y el miedo a la zozobra. Sigo pensando en la oferta de ir a ver la deidad maya de Rijlaj Mam, de la que tanto me han hablado. Solo me saca de mi abstracción la bien intencionada plática de Alejandro que hace esfuerzos para distraerme a fin de que no entre en pánico por el miedo que se me nota.

Luego de las fotos obligadas desde el mirador sobre una cola del lago Atitlán, llegamos a la cofradía en donde esta Maximón. Hay una ceremonia en curso. Debemos ser discretos. La entrada por ver la ceremonia de sanación cuesta 10 quetzales y otros diez si se quieren tomar fotos. El guía nos recomienda que solo usemos una cámara y paguemos el mínimo. Se me hace que no le teme a Maximón.

De entrada la imagen es impactante: Maximón está al centro de la habitación. Frente a él está un hombre en estado de trance, descalzo, somnoliento, atosigados por sus propios pensamientos. A la derecha de Maximón hay un Santo Sepulcro con una urna de cristal y dentro un cristo muerto. El santo sepulcro es custodiado por San Andrés a los pies y el Cristo de Luto a la cabecera. Maximón está custodiado por los dos mayordomos que se caen de ebrios. Apenas recuestan la mitad del cuerpo en sus sillas.

La imagen de uno de los mayordomos que custodian a Maximón –el mismo que le enciende los cigarrillos, que ante la sorpresa de todos fuma la deidad- me trae a la mente la imagen de “Scarface”, la película protagonizada por Al Pacino en 1983, en donde un narcotraficante cubano se ve cansado de la vida de vicios, dejando su cuerpo semi acostado en una mullida silla. Me parce que ese mayordomo es la rencarnación de Scarface.

En el aire hay un olor a muerte. No a carne podrida o cuerpos descompuestos, sino olor a muerte. Es el mismo olor que he olido en otras ocasiones. Puede que sea la mezcla del incienso, el tabaco, el alcohol, las flores y la cera de las veladoras. Es un olor extraño que hace que se enchine la piel. El olor huele más extraño con la música que suena en el ambiente.

Desde la bocina se escucha a la Sonora Dinamita cantando: se me suelta y se aparta/ se amarra su pollera/ moviendo la cadera/ sufriendo altanera/ me dice baila… baila, baila/ báilame la suavecita/ mírame trigueña y gózame/ que la cumbia sabrosita/ si la bailas sueltecita/y abriendo los brazos…

Después los Acosta, Los Tigres del Norte, Valentín Elizalde… todo un repertorio de música, mientras Maximón parece hablarle a su mayordomo para que le prenda otro cigarro y se lo coloque en la boca. Como si estuvieran en barrea, un grupo de turistas, evidentemente norteamericanos, observan con ojos grandes la ceremonia de sanación.

Maximón le presta sus zapatos al fiel que esta frente a él. El sacerdote dice sus oraciones en maya y comienza en trance. Algo inunda el ambiente. El fiel se sacude. Hace contorsiones. Termina derrotado y sanado frente a la imagen del viejo Gran Abuelo que parece sonreír –de nervios- a todos los presentes.

El aire sopla dentro de la casa. Las velas y las veladoras apenas tiemblan con la ráfaga de viento que viene de ninguna parte. Maximón parece sonreír. Sonríe con la misma risa de aquella vez que un sacerdote quiso deshacerse de él, y lo tiró al piso, lo macheteo y le disparo con una pistola en la cabeza, pero no lo pudo destruir. No lo destruyó porque una bala le rebotó y terminó por matar al sacerdote, mientras Maximón siguió riendo…

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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.