Me duele mucho no haber conectado con una película como 'Alcarrás'

Este 2022 el cine español alcanzaba un reconocimiento pocas veces obtenido por nuestra cinematografía. Alcarràs, la segunda película de Carla Simóntras Verano 1993, se hizo en febrero con el Oso de Oro en el Festival de Berlín, el certamen alemán donde ninguna producción española desde La colmena de Mario Camus en 1983 había logrado el máximo galardón. Esta buena acogida, que estuvo apadrinada por el director de El sexto sentido M. Night Shyamalan como presidente del jurado del festival, hacía que inevitablemente mis ganas de ver Alcarràs fueran inmensas, sobre todo valorando el torrente de emociones que me transmitió la anterior película de su directora.

Pero había otro detalle por el que Alcarràs se erigía como uno de los títulos que más esperaba de este año, y es que su argumento apelaba a una parte fundamental de mi vida.

Imagen de Alcarràs (Cr. Lluís Tudela, cortesía de Avalon)
Imagen de Alcarràs (Cr. Lluís Tudela, cortesía de Avalon)

La cinta muestra el relato de una familia que lleva desde varias generaciones dedicándose al cultivo de melocotones en una zona rural de Cataluña, una actividad que deberán dejar de lado al verse obligados a abandonar sus tierras por la inminente instalación de un campo de placas solares. Al haberme criado en una familia de agricultores, ver cómo la gente de mi entorno se dedicaba a esta labor y crecer en un lugar de Castilla y León donde esta desaparición del mundo rural tradicional es cada vez más latente, hacía que inevitablemente tuviera un punto de conexión mayor con la propuesta que Carla Simón nos presenta en Alcarràs. Sin embargo, su visionado no fue para nada la experiencia que esperaba.

Al igual que ya hizo en Verano 1993, la directora apuesta por narrar el relato desde un punto de vista puramente contemplativo, mostrando durante sus dos horas de metraje la vida cotidiana de sus protagonistas y apelando al sentimiento nostálgico por ese mundo rural perdido del que muchos espectadores guardarán tan buenos recuerdos. Lo hace con mucha naturalidad, sencillez y sentimiento, no obstante, a mí, a título personal, todo lo que veía en pantalla me resultaba frío, indiferente y distante, cuando debería haber sido todo lo contrario.

Pensé que tal vez las altas expectativas que me había generado en torno a la película me estaban jugando una mala pasada, pero a medida que avanzaba el metraje me di cuenta de que, en verdad, Alcarràs se quedaba en la superficie de un tema en el se podría haber sacado mucho más jugo. Al final, narrar toda la historia desde la mera contemplación impide a la cinta trascender a un nivel al que logre impactar con su temática, que es lo que realmente venía pidiendo a esta propuesta. Entiendo a la perfección que tanto público como crítica hayan caído rendido ante ella, porque ese sentimiento nostálgico al que apela, sobre todo desde la perspectiva de sus personajes más jóvenes, es fácilmente identificable para cualquiera que haya pasado su infancia o cualquier verano en un pueblo o zona rural. Pero es que más allá de esto hay poco a lo que aferrarse. Y creo que debería de haberlo.

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Por ejemplo, me fue inevitable pensar en otras producciones independientes españolas recientes que también apostaban por la simpleza de la contemplación como mecanismo narrativo. Puede ser el caso de Libertad de Clara Roquet, que desde la simple cotidianidad de la vida de sus protagonistas ofrecía un discurso profundo sobre el privilegio de clase. Es decir, que el ser una película de carácter observacional que apela al sentimiento no debería ser impedimento para entrar más en materia.

Además, incluso desde el punto de vista emocional creo que cojea. O al menos comparándola con Verano 1993 siento que su torrente de emociones se queda muy atrás. En aquella apenas tardé unos minutos de metraje en entrar en el ambiente, vida y sentimientos de esa pequeña niña que se enfrentaba a un difícil cambio de entorno en su infancia, mientras que en Alcarràs, creo que debido a su extenso metraje de dos horas, a un reparto más coral y a una narración mucho más dispersa, me costaba conectar con todo lo que veía en pantalla. Y como digo, al apelar tan directamente a mi propia vida y experiencia debería haber experimentado justo lo contrario.

Imagen de Alcarràs (Cortesía de Avalon)
Imagen de Alcarràs (Cortesía de Avalon)

La película, sus diálogos y planos están llenos de detalles que en infinidad de ocasiones he visto en mi familia y entorno, en cambio, los veía como meras referencias que no me llegaban a impactar o emocionar. En todo momento buscaba un sentimiento que emulara lo que en mi familia se ha vivido ante las crisis agrarias, ante esa forma tradicional de ejecutar la profesión, de enfrentarse a los cambios e incluso de esa tristeza que a uno le invade cuando regresa a su pueblo y ve todas las tierras y lugares donde solía ir a andar o en bici repletas de horrendos campos de placas solares o de molinos eólicos, pero creo que la película se ancla tanto en lo contemplativo y en la mirada nostálgica que no consigue alcanzarlo. O al menos yo no lo he encontrado. Y en ese sentido, me ha resultado doloroso que una película de estas características, en la que tenía puestas tantas expectativas, haya acabado siendo una decepción personal tan grande.

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