COVID-19: si no cambiamos, el sufrimiento será en vano
Vivíamos tan rápido que nos olvidamos de vivir. Trabajo. Obligaciones. Compromisos sociales. Cientos de mensajes. Estar y no estar. Dar un abrazo rápido y pasar a otra cosa. Siempre otra cosa… Siempre distraídos. Siempre con algo más importante que hacer. Como si tuviésemos que apurar la vida, amontonar la mayor cantidad de experiencias posible en el menor tiempo posible, para intentar redimirnos con la cantidad.
Y de repente, para muchos, todo eso ha terminado. Y lo echamos de menos. Por supuesto. Los hábitos son adictivos. Nos cuesta aceptar que este virus nos ha apartado de casi todo lo que había sido real, sólido y seguro en nuestras vidas.
Sin embargo, este aislamiento obligatorio que ha puesto del revés nuestro mundo puede tener un sentido. ¡Debemos darle un sentido! Necesitamos aprender. Porque si no lo hacemos, todo este sufrimiento y sacrificio serán en vano.
Cercanías que se tejen en la distancia
Todo, absolutamente todo, tiene un anverso y un reverso. Un lado positivo y otro negativo. Aunque a veces nos cueste verlo. Este virus no es la excepción. Nos ha acercado en la distancia. Ha hecho resurgir la solidaridad en el corazón de la vulnerabilidad. Y la calma en medio de la tormenta.
En esta situación inédita hemos descubierto una nueva cercanía, esa que proviene de la necesidad mutua. Hemos descubierto que nos hacen falta los abrazos. Los apretones de manos. Y que echamos de menos los besos. Esos que antes dábamos por descontado y a los que prestábamos poca atención.
Muchos hemos descubierto a nuestros vecinos. Y hemos descubierto que tenemos mucho más en común con ellos de lo que creíamos. Hemos descubierto que sentimos lo mismo y luchamos por lo mismo. Y con eso basta.
Hemos comprendido que estamos conectados. De verdad. No solo en la red. Y que nuestros comportamientos y decisiones influyen en la vida de los demás, a veces literalmente. Porque los confines y los muros detrás de los que nos creíamos a salvo en realidad son solo una ilusión. Estamos todos en la misma barca.
También hemos descubierto que necesitamos recuperar las relaciones que se construyen con los ladrillos de la atención, el cariño y la paciencia. Relaciones en las que escuchemos y nos escuchen. De verdad. Sin estar distraídos mirando la pantalla del móvil. Escuchar para comprender las necesidades del otro. Para ponernos en su lugar. Para intuir sus deseos, fatigas y miedos. Para conectar.
Y para lograrlo, necesitamos recuperar las pequeñas cosas - que en realidad son las grandes cosas de la vida. Los gestos de ternura, compasión y amor. Esos pequeños detalles que habíamos perdido en el anonimato y la vertiginosidad de la vida cotidiana.
Pero, sobre todo, hemos descubierto quiénes son las personas importantes para nosotros. Aquellas significativas. Esas que nos preocupan, cuya salud nos angustia y cuya distancia se vuelve casi insoportable. Quizá teníamos que separarnos para reencontrarnos.
Esto no es una pausa, es un cambio radical
Nuestra vida no está en pausa. Esto no es una pesadilla de la que nos despertaremos para retomarlo todo en el mismo punto en que lo dejamos. Ahora, más que nunca, la vida fluye intensamente sumida en el caudal de los sentimientos, esos que yacían aletargados por la cotidianidad.
Necesitamos reorganizarnos. Asumir que no estamos en un impasse. Que aunque estemos confundidos o atemorizados, esta es una oportunidad para dejar atrás los viejos hábitos o incluso a nuestro viejo “yo”.
Este aislamiento nos obliga a mirarnos al espejo. Es una oportunidad para desnudarnos el alma. Redescubrir quiénes somos y qué nos define como humanos. Revisar nuestra escala de valores y centrarnos en lo importante. Lo concreto. Detectar y desechar lo fútil: todo eso que no necesitamos y en pos a lo cual corríamos.
También es una oportunidad para aceptar – de una vez y por todas - que somos vulnerables. Que no importa cuánto avance la tecnología, cuánto crezca el PIB o cuánto creamos controlar, no somos omnipotentes. Nuestras supuestas seguridades se pueden esfumar de la noche a la mañana. Abrazar nuestra fragilidad asusta, pero también nos vuelve mejor persona.
Entonces, si se produce ese cambio, cuando salgamos de esto, podremos mirar al mundo con nuevos ojos. Unos ojos más sufridos, sí, pero también más sabios y humanos.
Sin pretextos para evadirnos
En este mismo momento, muchas personas pueden estar estresadas por la pérdida de ingresos. O porque tienen que trabajar en casa mientras hacen malabares con sus hijos pequeños. O porque temen enfermar. Es comprensible. Sin embargo, también es importante reflexionar sobre lo que significa este cambio abrupto en nuestra rutina.
En vez de quedamos con lo negativo y limitarnos a esperar con angustia que todo pase para volver a la normalidad frenética de nuestras vidas, podemos aprovechar estos momentos de manera diferente. Para crecer y reconstruirnos, si es necesario.
Necesitamos bajarnos de las prisas. Disminuir la velocidad. Aparcar todo lo que queríamos hacer. Programar una cita con nosotros mismos. Ya no tenemos excusas para no hacerlo. Prestar atención al momento. Sin presionar ni juzgar. Solo aceptando lo que ocurre. Dejando ir las expectativas. Y sintiéndonos liberados por ello.
Es difícil predecir lo que sucederá. Tampoco podemos ir atrás en el tiempo para recuperar todo lo que perdimos porque estábamos demasiado ocupados. Pero tenemos el futuro por delante. Podemos aprovechar todo lo bueno que vendrá. Esta vez, de verdad.
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