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Netflix: por qué El hombre que mató a Don Quijote es una de las producciones más largas, complejas y caóticas de la historia del cine

Netflix: por qué El hombre que mató a Don Quijote es una de las producciones más largas, complejas y caóticas de la historia del cine
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“Y ahora... después de más de 25 años de hacer... y deshacer... un film de Terry Gilliam”. Ese cartel que precede el primer plano de El hombre que mató a Don Quijote, película que desde hace pocos días está disponible en Netflix, podría parecer una exageración provocadora o una simple humorada, pero en verdad esconde una historia de catástrofes naturales, enfermedades, conflictos financieros y peleas entre productores que la convirtieron en una de las producciones más largas, complejas y caóticas de la historia del cine.

Es cierto que el resultado artístico a partir de un libro considerado “imposible de filmar” está lejos de las mejores creaciones de este director estadounidense de 80 años e integrante del mítico grupo cómico Monty Python, pero su estreno mundial en el Festival de Cannes de 2018 fue un triunfo pírrico y algo así como una suerte de reivindicación para el realizador de Brazil, Pescador de ilusiones, 12 monos y Pánico y locura en Las Vegas. “Quiero sacarme esta película de encima”, confesó entonces ante la prensa, como si se tratase más de algo que le pesaba desde hacía demasiado tiempo que de una obra artística que deseaba compartir con el mundo.

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La idea de adaptar el clásico de Miguel de Cervantes Saavedra tomó forma en 1989. Recién en 2000 estuvo a punto de rodarse, con Jean Rochefort y Johnny Depp como el Quijote y Sancho Panza, acompañados por Vanessa Paradis, Miranda Richardson, Christopher Eccleston, Rossy de Palma y un nada despreciable presupuesto de 32 millones de dólares, pero la precaria salud del actor francés (Rochefort debió ser operado de urgencia), la inundación del set y problemas con la compañía de seguros obligaron a suspender la filmación. Aquella fallida experiencia dio lugar a un excelente documental de Keith Fulton y Louis Pepe titulado Lost in La Mancha (2002).

Tras muchos años y reinicios infructuosos (Ewan McGregor, Robert Duvall, Michael Palin, Gérard Depardieu y John Hurt, entre otras figuras, estuvieron a punto de ser los protagonistas), en el octavo intento Gilliam pudo encaminar el proyecto con Jonathan Pryce y Adam Driver. El rodaje se inició en marzo y se completó en junio de 2017, pero luego surgieron fuertes disputas entre los anteriores productores (incluido el portugués Paulo Branco y sus socios de Alfama Films) y los nuevos (entre ellos Amazon Studios, que había adquirido para los Estados Unidos, Canadá y Reino Unido), que terminaron en los estrados judiciales. Terry Gilliam no soportó más la presión y tuvo un microinfarto pocos días de viajar a Cannes, pero finalmente estuvo en la Costa Azul para presentar ese trabajo.

El hombre que mató a Don Quijote comienza con un equipo de rodaje y un Don Quijote que queda colgado de un molino. El director es Toby (el omnipresente y todoterreno Adam Driver), un alter-ego de Gilliam al que todos lo catalogan de “genio visionario”. El realizador ya había filmado en blanco y negro una versión de la novela de principios del siglo XVII como “película de graduación” que le sirvió como “pasaporte a Hollywood” y ahora regresa para una producción mucho más ambiciosa con Stellan Skarsgård como financista.

A los pocos minutos vemos a Toby intimando con la novia del productor y luego escapando en ropa interior por los pasillos del hotel. Ese tono de comedia grotesca y de enredos con mucho slapstick (todos se caen del caballo, por ejemplo) se mantendrá durante las más de dos horas de un film que cabalga entre el presente y el pasado con, por supuesto, las alucinaciones de Don Quijote, sus enfrentamientos imaginarios y los personajes de siempre: Dulcinea, Rocinante y Driver devenido en Sancho (sin) Panza.

En este film –por el que desfilan también intérpretes como Sergi López, Jordi Mollà, Oscar Jaenada, la mencionada Rossy De Palma y Olga Kurylenko– hay constantes paralelismos entre 1605 (la Inquisición y la persecución a los moros) y la actualidad (inmigrantes ilegales, paranoia frente al terrorismo). Nada demasiado sutil, pero que por momentos funciona en ese plan ampuloso que propone el director.

Gilliam bromeó sobre su paso por el hospital antes de la premiere mundial: “Mi cuerpo probablemente se tomará revancha cuando termine el festival, pero por el momento responde bien. El libro es una épica del triunfo sobre el sufrimiento, así que parece que ha funcionado perfectamente para mí”. Y agregó: “En todos estos años el proyecto fue mutando bastante y, creo, para mejor. Se fue profundizando la idea de hacer una película sobre hacer una película”.

Pasó un cuarto de siglo. Más allá de que el film es un poco decepcionante, su exhibición en el principal festival del mundo y luego en un servicio de streaming de la popularidad de Netflix es, sin dudas, un hecho histórico. Como había ocurrido casi dos décadas antes, Gilliam volvió a convocar a Fulton y Pepe para que registraran el nuevo rodaje y la batalla posterior en un nuevo documental titulado He Dreams of Giants (Él sueña con gigantes). A veces la realidad es más insólita, inverosímil, absurda y contradictoria que la propia ficción y el adjetivo “quijotesco” adquiere nuevas y cada vez más épicas dimensiones.