Los Óscar también se rinden de amor a 'El poder del perro', y es más que comprensible
Si hace unos años la Academia daba la espalda a Netflix con el comprensible recelo hacia el streaming ante una industria en pleno crecimiento que acechaba a pasos agigantados, ahora la reciben con los brazos abiertos. Prueba de ello es que la plataforma ha vuelto a ser el “estudio” con más cantidad de nominaciones en los Óscar 2022 por tercer año consecutivo. Si en 2020 sumó 20 candidaturas y en 2021 unas 35, ahora se acomoda en el liderazgo con 27. Pero con una gran diferencia en esta ocasión: tiene en su cartera a la gran favorita del año, El poder del perro.
El drama protagonizado por Benedict Cumberbatch es, además, la producción más nominada con 12 candidaturas. Desde mejor película a mejor director para Jane Campion, a mejor guion adaptado y cuatro nominaciones para sus actores principales. Si no fuera por la fuerte competencia que suponen Licorice Pizza o Belfast, ya podríamos darla como ganadora. En otras palabras, la Academia se rinde ante la magia cinematográfica de la primera película de la prestigiosa Jane Campion en más de una década, Y no es para menos. El poder del perro mezcla western y drama con elegancia magistral, arropándonos con magia cinematográfica hasta hacernos latir el corazón de puro amor al cine.
Han pasado 12 años desde que la directora neozelandesa responsable de El Piano, Retrato de una dama y Holy Smoke, estrenara un largometraje. Su última película fue Bright Star en 2009, para luego trasladar su elegancia en la narrativa visual al mundo de las series con las dos temporadas de Top of the lake, creando una serie cuidada y minuciosamente dramática, con un reparto de lujo (con Nicole Kidman y Elisabeth Moss), que fue aclamada por la crítica pero que el gran público pasó por alto (la primera temporada está disponible en RTVE Play en España). En su caso, el paso del tiempo ha sido su aliado, encontrando en El poder del perro una historia que encaja a la perfección con su estilo cinematográfico, dotando de elegancia visual e intimidad gráfica a una historia con personajes profundamente ricos.
Basada en la novela homónima de Thomas Savage publicada en 1967, El poder del perro nos traslada a un rancho del oeste americano en 1925. Allí viven dos hermanos, el bully y homofóbico Phil (Benedict Cumberbatch) y el simple y humilde George (Jesse Plemons). Phil lleva el rancho como líder adorado por sus empleados, compartiendo anécdotas de poderío masculino y siendo la representación del cowboy tradicionalmente machista. Es un hombre inteligente con lengua viperina, que acosa a ese hermano controlándolo a golpe de violencia verbal. Pero todo cambia cuando George contrae matrimonio con Rose (Kirsten Dunst), una mujer viuda con un hijo adolescente que despierta la misoginia y homofobia de Phil.
El bullying de Phil sobre Rose se convierte en una carga emocional tan pesada que logra transformar ese rancho en una cárcel para la nueva esposa, derivando en una trama sobre la pérdida del control personal, mental e íntimo, aportando reflexiones sobre la homofobia como fachada y disfraz de una película mucho más profunda (y cuyos detalles no voy a desvelarles paa proteger la experiencia de cada uno con la historia).
Pero más allá de una trama que camina por senderos similares a Brokeback mountain desde otra perspectiva, El poder del perro es el ejemplo más reciente de ese cine que nos hace derrochar suspiros cinéfilos por la belleza visual que tenemos delante. Porque El poder del perro es mucho más que su historia: es poesía cinematográfica.
Al menos así viví mi experiencia durante los 126 minutos que dura su metraje, admirando cada plano de la directora como si fuera una obra de arte, al ser testigos de cómo recurre a la inmensidad de la naturaleza y el cambio de las estaciones como personajes secundarios que complementan las emociones de la historia. Pero también dejándome arropar por una banda sonora perfecta, tan sutil como intensa de Jonny Greenwood, así como la capacidad de la cineasta para dejar que la historia transcurra por un cauce donde las emociones internas de sus personajes marcan la trayectoria.
Emociones que sus actores logran transmitir con sutileza artística, desde Benedict Cumberbatch embriagando su cuerpo de malicia mientras su mirada nos invita a profundizar en la rabia, el control, los celos e incluso la frustración, mientras Kirsten Dunst y Jesse Plemons representan la soledad desde diferentes ángulos, en el miedo, en la vida en general. Porque en El poder del perro Jane Campion hace gala de su talento para el diálogo con la audiencia, ese que se crea cuando la historia nos habla directamente apelando al reconocimiento de sentimientos y frustraciones universales, sin necesidad de ser explícita. Jane Campion siempre fue una directora con una elegancia natural para la narración en imágenes pero en El poder del perro saca a pasear ese don con sutileza e inteligencia narrativa, contagiando amor por el cine en cada plano.
No digo que el cine no haya conseguido hacernos palpitar en el segundo año de pandemia, Dune sin ir más lejos nos encandiló a los amantes de la ciencia ficción (aunque no todos parecen haber sentido lo mismo), Sin tiempo para morir nos hizo revivir emociones trepidantes del cine de acción y películas como Maixabel nos hicieron sentir orgullosos del cine que tenemos en casa, pero ninguna hasta ahora me había hecho sentir esa conexión incondicional que nos hace suspirar por el séptimo arte.
Y El poder del perro lo consigue. En mi caso, y cuando mi trabajo es ver lo nuevo que llega continuamente, confieso que es la primera vez que me siento enamorada de nuevo del cine en una temporada. Y me encanta. Y aunque West Side Story estuvo cerca de repetir la hazaña como reflejo de un musical perfecto, que el cine independiente logra emocionarnos con la oda a los amores inmaduros en Licorice Pizza de Paul Thomas Anderson, y Belfast nos recuerda el poder del cine en nuestras vidas, personalmente me quedo con este flechazo de la mano de Netflix.
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