Anuncios

Los niños ricos que quieren derrocar al capitalismo en Estados Unidos

La socialdemócrata Elizabeth Baldwin cerca de su casa en Cambridge, Massachusetts, el 14 de noviembre de 2020. (Kayana Szymczak/The New York Times)
La socialdemócrata Elizabeth Baldwin cerca de su casa en Cambridge, Massachusetts, el 14 de noviembre de 2020. (Kayana Szymczak/The New York Times)

Estos días, Sam Jacobs habla con frecuencia con los abogados de su familia; está tratando de tener acceso a los fondos de su fideicomiso de más de 30 millones de dólares. A los 25 años, llegó a la edad en la que muchos herederos pueden gastarse todo su dinero en negocios descabellados o una colección de autos deportivos. No quiere hacer eso, pero según los estándares de gestión patrimonial, su plan es igual de malo. Quiere regalarlo todo.

“Quiero construir un mundo en el que alguien como yo, un joven que controla decenas de millones de dólares, sea imposible”, afirmó.

Jacobs, socialista desde la universidad, considera que la “riqueza extrema y plutocrática” de su familia es un fracaso tanto moral como económico. Quiere usar su herencia para acabar con el capitalismo y con ello se refiere a usar su dinero para desmantelar los sistemas que acumulan dinero para los que están en la cima y contribuyen en gran medida al aumento de la desigualdad económica y racial.

Los millennials serán los beneficiarios de la mayor entrega generacional de activos en la historia de Estados Unidos, la Gran Transferencia de Riqueza, como la llaman los financieros. Se espera que decenas de billones de dólares pasen de una generación a otra tan solo en la próxima década.

Y ese dinero, como toda la riqueza de Estados Unidos, está extremadamente concentrado en los niveles superiores. Jacobs, cuyo abuelo fue uno de los fundadores de Qualcomm, espera recibir hasta 100 millones de dólares a lo largo de su vida.

Sin embargo, la herencia que la mayoría de los millennials esperan recibir es bastante mala: deudas, escasas perspectivas laborales y una red de seguridad social inexistente. El más joven de estos millonarios tenía 15 años en 2011 cuando Occupy Wall Street trazó una línea entre los que tienen mucho y los demás; los mayores, si tuvieron suerte, trabajaban en una economía posrecesiva incluso antes de la recesión actual. La clase y la desigualdad han sido parte de la conversación política durante la mayor parte de sus vidas adultas.

Ahora, el abismo cada vez mayor entre los ricos y los pobres regresó la política de izquierda a la política establecida de Estados Unidos. El presidente electo Joe Biden estuvo 20 puntos por debajo del senador Bernie Sanders, el candidato socialista, en las primarias presidenciales demócratas de este año. Y en los últimos seis años, los millennials han transformado a los socialdemócratas de Estados Unidos de ser una organización marginal con una edad promedio de 60 años a una fuerza nacional con capítulos en cada estado y una membresía de casi 100,000 personas, la mayoría de ellas menores de 35 años.

Jacobs, quien al mismo tiempo tiene un fondo fiduciario y es anticapitalista, ocupa una posición poco común entre las personas de izquierda que luchan contra la desigualdad económica. Pero no es el único que trata de averiguar, en sus propias palabras, “lo que significa estar con el 99 por ciento, cuando perteneces al 1 por ciento”.

Algunos milénials están usando sus fortunas heredadas para combatir el capitalismo. (Ilustración fotográfica por Jesse Untracht-Oakner/The New York Times).
Algunos milénials están usando sus fortunas heredadas para combatir el capitalismo. (Ilustración fotográfica por Jesse Untracht-Oakner/The New York Times).

Desafiando el sistema capitalista

“Siempre me enseñaron que el mundo es así, que mi familia tiene riqueza mientras que otras no la tienen, y que por eso necesito regalar parte de ella, pero no necesariamente cuestionar por qué estaba allí”, comentó Rachel Gelman, de 30 años, en Oakland, California, quien describe su política como "anticapitalista, antiimperialista y abolicionista”.

Su familia siempre fue generosa con las causas liberales y los grupos de la sociedad civil. Gelman apoya a grupos dedicados a acabar con la desigualdad, como el Movimiento por las Vidas Negras, la Red Nacional de Organización de Jornaleros y Resistencia Crítica, un grupo líder en la abolición de las prisiones.

“Mi dinero, en su mayor parte, está compuesto por acciones, lo que significa que proviene de pagar mal y subestimar a la gente de la clase trabajadora y resulta imposible desvincularlo de los legados económicos del genocidio y la esclavitud indígenas”, dijo Gelman. “Una vez que me di cuenta de eso, no pude imaginarme hacer otra cosa con mi riqueza que redistribuirla a estas comunidades”.

Según la empresa consultora Accenture, la generación silenciosa y los “baby boomers” regalarán a sus herederos hasta 30 billones de dólares para 2030 y hasta 75 billones para 2060. Estas fortunas comenzaron a amasarse hace décadas, en algunos casos siglos. Sin embargo, la concentración de la riqueza se hizo estratosférica a partir de los años setenta, cuando el neoliberalismo se convirtió en la filosofía económica rectora del sector financiero y las empresas comenzaron a buscar obsesivamente mayores rendimientos para los accionistas.

Los herederos cuyas riquezas provienen de una fuente específica a veces usan esa historia para guiar sus donaciones. Pierce Delahunt, “socialista, anarquista, marxista, comunista o todo lo anterior” de 32 años, tiene un fondo fiduciario financiado por el antiguo imperio de centros comerciales de su padrastro donde se venden marcas de prestigio con descuentos (Delahunt usa pronombres sin género).

“Cuando pienso en los centros comerciales de descuento, pienso en la opresión interseccional”, mencionó. Está la tierra originalmente indígena sobre la que se construyó cada centro comercial, además de los bajos salarios pagados a los trabajadores del comercio minorista y de los servicios de comida, mayormente gente de color, y las emisiones de carbono de la fabricación y el transporte de las mercancías. Con eso en mente, Delahunt regala 10.000 dólares al mes, divididos entre 50 pequeñas organizaciones, la mayoría de las cuales tienen una misión anticapitalista y de alguna manera aborda las externalidades de las compras con descuento.

Si el dinero es poder, entonces la verdadera redistribución de la riqueza también significa redistribuir la autoridad. Margi Dashevsky, quien tiene 33 años y vive en Alaska, recibe orientación sobre sus donaciones caritativas de un equipo asesor de tres mujeres activistas de movimientos de poder indígenas y negros. “La casualidad de haber nacido en esta riqueza no significa que sea de alguna manera omnisciente sobre cómo debe utilizarse”, dijo. “En realidad me da muchos puntos ciegos”.

La revolución comienza en la mesa de la cena

Toda persona de izquierda que intente deshacerse de una herencia encontrará en algún momento el camino hacia Resource Generation; todos los herederos de este artículo lo hicieron. La organización, fundada en 1998, es una máquina de politización para ricos de 18 a 35 años.

La organización sin fines de lucro ofrece una programación que alienta a sus miembros a ver el capitalismo no como un ecualizador basado en el mercado que promete una movilidad ascendente, sino como un sistema nocivo basado en, como dice Resource Generation, “tierra robada, trabajo robado y vidas robadas”. De las filas de esos jóvenes atrapados entre sus valores progresistas y su riqueza, salen activistas decididos con un plan de redistribución.

Maria Myotte, directora de comunicación de la organización, dijo que el número de miembros crece cada vez que surge un movimiento que clama por un ajuste de cuentas en la nación: Occupy Wall Street, las elecciones presidenciales de 2016, las dos sacudidas de este año de la pandemia de COVID-19 y el levantamiento contra el racismo antinegro atrajeron a nuevos integrantes. Hay alrededor de 1000 miembros que pagan cuotas en los capítulos locales de Estados Unidos. Según la encuesta interna más reciente, la red más amplia de Resource Generation, que incluye a algunos no miembros, espera controlar en conjunto 22.000 millones de dólares en sus vidas.

Los herederos que quieren redistribuir su riqueza dijeron que, al principio, abordaron la tarea con el fuego justiciero de los revolucionarios y castigaron a los miembros de la familia por su simpatía hacia los privilegios. “Hubo muchas conversaciones acaloradas de sobremesa donde yo era un mocoso impaciente y arrogante”, recordó Sam Vinal, de 34 años, que vive en Los Ángeles. Pero muchos han descubierto que pueden ser más convincentes cuando abordan estas conversaciones como proselitismo amistoso.

Cuando la madre de Vinal quiso crear una fundación familiar, algo que por lo general solo incluye un tema caritativo, Vinal vio la oportunidad de crear un vehículo para un cambio más integral. Organizó conversaciones con líderes de varios movimientos sociales para convencer a su madre de cambiar la misión. “A mi madre le abrió los ojos tener noticias directas desde las líneas del frente”, dijo.

La construcción de la ‘economía solidaria’

La brecha de riqueza racial significa que los herederos que quieren redistribuir su riqueza son en su mayoría blancos. Por ejemplo, las personas de color que forman parte de Resource Generation tienden a tener acceso a menos riqueza en general o la heredarán después. Los más ricos son los adoptados transraciales o aquellos que tienen un padre blanco. Esto complica un poco más la estrategia de la redistribución.

“El discurso de regalarlo todo parece estar enmarcado por los herederos blancos”, dijo Elizabeth Baldwin, una socialdemócrata de 34 años de Cambridge, Massachusetts, que fue adoptada de India por una familia blanca cuando era bebé. Los herederos como ella, dijo, deben decidir si redistribuyen el dinero a sus propias comunidades o a las de otros, y lo que significa renunciar al privilegio económico cuando no tienen el tipo de red de seguridad que viene con ser blanco. Ella planea conservar suficiente dinero de su herencia para comprar un apartamento y criar una familia y gozar del tipo de existencia agradable de clase media fuera del alcance de muchas personas de color en Estados Unidos.

Debido a que la riqueza de su familia adoptiva se originó en la propiedad de la tierra y la esclavitud, ella dona a grupos antirracistas y pronto comenzará a otorgar préstamos de bajo interés a empresas cuyos propietarios son negros. “El dinero del que vivo proviene de la explotación de personas que se parecen a mí, por lo que veo mis donaciones como una reparación”, dijo.

Baldwin ha establecido una relación a largo plazo con Grassroots International y Thousand Currents, redes filantrópicas que trabajan en muchos países poscoloniales, como India, cuyo empobrecimiento considera un síntoma del capitalismo occidental. A veces es “extraño”, admitió, estar haciendo reparaciones en su propio pueblo. “Pero nadie más en mi familia habla del origen de ese dinero y siento que tengo que hacerlo”, dijo.

Hay otro problema: como el mercado de valores es a la vez un motor del capitalismo estadounidense y responsable en muchos casos de la enorme riqueza individual de los herederos, pocos quieren relacionarse con él.

“Me enriquezco porque otras personas no lo hacen y no quiero seguir haciéndome más rica por invertir en cosas como Coca-Cola y Exxon-Mobil. Prefiero poner mi dinero en una comunidad a la que se le han negado los recursos económicos y perturbar el sistema”, afirmó Baldwin.

Ella invierte en lo que ella y sus pares llaman “economía solidaria”.

En resumen, significa usar su dinero para apoyar infraestructuras económicas más equitativas. Esto incluye invertir o donar a cooperativas de crédito, empresas propiedad de los trabajadores, fideicomisos de tierras comunitarias y organizaciones sin fines de lucro con la misión de maximizar la calidad de vida a través de la toma de decisiones democráticas, en lugar de maximizar los beneficios a través de la competencia. Emma Thomas, una socialdemócrata de 29 años que también está sacando su dinero del mercado de valores, describió en lo que invierte ahora como “una economía que se basa en el intercambio y la atención de las necesidades, que es cooperativa y sostenible, y que no exige un crecimiento desenfrenado”.

Este verano, fue parte de un equipo que organizó a unas 250 personas para apoyar el Black Land and Power Project, que transfiere fondos de carteras de activos a diez terrenos administrados por personas de color en todo Estados Unidos (debido a la historia de racismo económico de la nación, muchos proyectos de economía solidaria incluyen un elemento de justicia racial).

Para Thomas, la posibilidad de contribuir a una economía solidaria es una manifestación refrescantemente tangible de sus valores, en comparación con la abstracción de acumular rendimientos de cartera. “Hay un punto en el que estos números en la pantalla son imaginarios. Pero lo que no es imaginario es si se tiene techo, comida y una comunidad. Esos son verdaderos retornos de la inversión”, concluyó.

Noticias relacionadas

VIDEO | Cómo planear para el futuro financiero de su hijo

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company