Anuncios

Nicolás Pérez Costa: "Soy una especie de Frankenstein"

Hace rato que Nicolás Pérez Costa sueña con Elizabeth I, la reina Virgen, última Tudor, monarca de Inglaterra e Irlanda en la segunda mitad del siglo XVI. Algo fascinante provocan en su imaginación las mujeres de la Historia, coronadas a inicios de la Edad Moderna: a los 15, en el colegio, escribió y dirigió una obra sobre Isabel la Católica; en 2009, se metió con cuatro soberanas, representadas por Ana Acosta, en Las déspotas; y en 2019, interpretó a Juana la Loca, el unipersonal de su maestro Pepe Cibrián Campoy, la obra que llevó a España unos meses antes de que el mundo cambiara por la pandemia. De vuelta en Buenos Aires en marzo del año pasado, entre el aislamiento y el regreso a lo conocido, maduró el proyecto y estrena su musical soberano el sábado 23 en El Cubo.

"Desde que hice Juana, vengo pensando en estas dos reinas. Y cuando fui a la Torre de Londres encontré una leyenda que tomé para la obra y que decía que la verdadera Elizabeth había muerto durante la peste y había sido reemplazada por un hombre, razón que explicaba su negativa a casarse y sus malos modales. Me pareció tan interesante, tan teatral esa posibilidad que, después de haber escrito otras versiones, me permitió meterme con la identidad de género, el derecho a saber quién es uno, qué quiere hacer y sentir. Creo que el teatro es un lugar de resistencia y en este año difícil aposté a una comedia desopilante con atisbos emotivos", dice Pérez Costa, autor del libro y letras, director y protagonista de Elizabeth I, a quien acompañan Gustavo Monje, Patrissia Lorca, Sacha Bercovich, Jorge Priano y Juani Gé, más la música y dirección musical de Pablo Flores Torres -su socio en las anteriores Los hermanos Grimm y Noche de Reyes- y la coreografía de Verónica Pacenza.

En marzo, junto con su marido Juani Gé, volverá a Madrid, al estímulo del barrio Malasaña, a presentar a la nueva reina. En esa zona, que compara con Palermo Hollywood, encontró un lugar a su medida, El cinco de Velarde, la sala donde además puede dar cursos (y donde está la escuela de la actriz Blanca Oteyza). "Trabajamos mucho y muy bien allá. Generamos velozmente espacios, porque no sé si soy talentoso pero sí, insistente. Seguimos apostando al teatro. Y en febrero ya empiezo a ensayar por zoom una comedia que estrenaremos antes de Elizabeth", dice el artista que decidió cambiar de aire en 2019, cuando aceptó el deseo de su pareja de buscar desafíos en otra ciudad, además de temer la renovación del alquiler de su escuela, el Instituto de Formación Artística (IFA): "Tenía que decidir. Me iba bien, con trabajo, con muchos alumnos pero nos pareció que era el momento, no daba posponerlo. Allá es una vida más segura, los precios se mantienen y el trabajo es mejor recompensado, rinde. Extraño también. Por eso prefiero ir y venir entre las dos ciudades, para actuar, dirigir y dar clases".

La leyenda sobre la reina que lo inspiró también podría interpretaste como un gesto misógino para invalidar la capacidad de mando femenino. También pensó en esa posibilidad, la de una época que no imaginaba mujeres empoderadas. "Yo amo profundamente a las mujeres y tuve la fortuna de dirigir a grandes actrices, los grandes modelos de mi vida son mujeres, me han enseñado tener pensamiento crítico y sensible, empático, algo que a veces los hombres olvidamos", dice.

Cuando a los 15 años se plantó ante sus padres para comunicarles que no soportaba el colegio y que no iba a seguir, volaron platos. Pero esa misma noche, la madre lo llevó a la escuela de teatro musical de Pepe Cibrián Campoy con quien se formó: "Siempre me gustó la Historia y Pepe, sin duda, influyó en ese sentido, sus obras tienen ese tono épico que tanto me impactó de chico", dice sobre el creador de Calígula, ¿A quién le importa Gracy Sanders?, entre otras, donde trabajó. Otra de las marcas fundamentales que reconoce en su carrera es la de la directora Alicia Zanca (La casa de Bernarda Alba, La gaviota, La pulga en la oreja), a quien recuerda con mucho cariño.

"Taurinos los dos, Alicia y Pepe, con ese empuje impresionante, la manera de pelear la profesión y la vida, pelear por lo justo. Pepe me enseñó el musical y a golpear puertas; Alicia, mi otra pasión, el teatro clásico: cuando monto un musical, trato de que tenga las verdades del teatro clásico y cuando hago teatro clásico, trato de que tenga las dinámicas del musical, soy una especie de Frankenstein", dice.

Acerca del camino que recorrió desde sus precoces quince hasta los 36, asume que tuvo mucha suerte, amén de "haber ajusticiado con trabajo", el valor que siempre destaca sobre el talento, "una palabra muy relativa". Esa suerte fue la de aprender con "los últimos mohicanos", de dirigir a Norma Pons (en Doña Flor y sus dos maridos) y a Rita Terranova y Héctor Giovine (en El jardín de los cerezos).

"Esa experiencia me llena de orgullo y de responsabilidad. Porque hay una parte de nuestro trabajo que depende de la tradición oral. Ahora nos formamos en escuelas y talleres y eso es muy bueno, nos da muchas herramientas pero a la vez eso provoca otra cosa, un cielo sin estrellas. Amé ver a estas figuras, conocer a la Campoy y a la Gallo (Ana María y María Rosa, actrices de Las extras, de Cibrián Campoy). Norma, por ejemplo, llegaba al teatro en jogging y se iba vestida de gala para saludar a su público; esas actrices entendían que nuestra profesión es para el público y que el cariño que nos dan se lo tenemos que devolver. A veces veo compañeros contemporáneos o menores que yo que no tienen ganas de sacarse una foto con alguien. Son detalles que no pueden perderse", dice. En su lista de mujeres imponentes suma a Ana Acosta, que dirigió en Las déspotas en 2009 y, desde el inicio del año, en Casa Matriz, junto con su hija Talia Acosta, en el Picadilly: "Es una obra de Diana Raznovich que Ana hizo en los noventa con Lidia Catalano, papel que ella interpreta ahora".

Cada hecho que recuerda o que prepara, Pérez Costa lo cuenta con pasión, como si lo saboreara. Sin embargo, dice que algo del impulso de arranque se desvanece con el tiempo. "Me gustaría seguir teniendo esa decisión explosiva de mi adolescencia pero esa impunidad se va perdiendo y te vas llenando de miedos. Este país te da muchas posibilidades para hacer teatro pero cuesta mucho vivir de esto. En Madrid, hay menos posibilidades pero, por otro lado, podés mantenerte con el teatro independiente, no tenés que hacer otra cosa, tener otros laburos como muchas veces sucede. Es una realidad muy sórdida, muy surrealista la que te toca en este país", dice. Sin embargo, a pesar de los planes disueltos en alcohol en gel, levanta la antorcha que eligió hace lejos: "Hay una bomba en cada teatro y tenemos que sacar los escombros, hay que trabajar y lograr que el público vuelva a ganar confianza".

PARA AGENDAR

Elizabeth I, de Nicolás Pérez Costa y música de Pablo Flores Torres. En El Cubo (Zelaya 3053), sábados, a las 20.30. Por Plateanet: $ 750 o 2 x $ 1200.

Casa Matriz, de Diana Raznovich y dirección de Nicolás Pérez Costa. En Picadilly (Corrientes 1524), viernes, a las 19.30. Desde $ 800.