Los “nietos” de Santa Ana en Nicaragua le pagan sus promesas con dolor

Managua, 26 jul (EFE).- En un pequeño pueblo del Pacífico de Nicaragua cada 26 de julio hay una gran fiesta. Sin importar la edad ni parentescos, este día en el municipio de Nindirí todos se consideran nietos de Santa Ana, la abuela de Jesucristo en la fe cristiana, y a quien los hombres pagan promesas con dolor cuando intercede por ellos ante Dios.

Desde temprano, José Rafael Flores y su hijo de tres años lucieron sus sacos (americanas) negros, pantalones blancos y gorros de flores, que compraron con anticipación para lucir elegantes en la fiesta. El atuendo no estaría completo sin su cara pintada de negro con una mezcla de carbón con vaselina, y su regla de chaperno, una madera flexible propia de Mesoamérica, con la que pagan sus promesas a “la abuela”.

Flores, al igual que decenas de “nietos”, paga promesa cada año trenzándose en un duelo violento con un rival que generalmente luce el mismo atuendo y la misma arma, al pie de la imagen de Santa Ana.

“Claro que duele, cada golpe que va entrando, si uno no es rápido, pues los golpes van entrando, y conforme va avanzando la tradición los golpes se van sintiendo”, dijo a Efe Flores, con su moral por los cielos.

Las calles de Nindirí se llenaron de decenas de hombres atacándose con largas piezas de madera, pero lejos de parecer peleas callejeras, las reyertas se desarrollaron bajo múltiples reglas no escritas.

“BAILE DE LOS NEGROS”

Los duelos solamente se daban bajo un ritmo de música específico y eran interrumpidos por un personaje conocido como “yegüita” si los ánimos se ponían candentes. Parecían más un baile predeterminado que un pleito masivo a garrotazos.

El tradicionalista Godofredo Membreño explicó que el denominado “baile de los negros” es en realidad una danza.

“El baile de los negros es viejo, es una sátira del tiempo de la Corona española, ellos (los indígenas) bailaban y ridiculizaban a los españoles de esta manera, se pintaban de negro y salían a las calles”, dijo Membreño.

Aunque hay distintas versiones sobre los bailarines de caras oscuras, conocidos como “chinegros”, el tradicionalista sostuvo que los indígenas se pintaban los rostros para no ser reconocidos y evitar así las represalias por las burlas a los españoles. Sobre el nombre de los personajes, dijo que es una distorsión lingüística a la respuesta afirmativa que daba el hombre pintado de negro cuando se le proponía un duelo.

Pero los golpes eran de verdad y dolían solamente al verlos. “A veces uno sale con los dedos cortados (heridos)”, indicó Flores.

Para que los “chinegros” aguantaran, antes del inicio de la fiesta, uno a uno pasó por la casa de Membreño tomando una bebida tradicional de Nicaragua compuesta por aguardiente y especias, y conocida como “morir soñando”, que ayudaba a coger valor y no sentir tanto el dolor de los golpes.

Quien sintió los golpes más que Flores fue su esposa, Margarita Sandoval, quien arrugaba y agarraba fuerte a su hijo la cara cada vez que su marido entraba en duelo.

Flores dijo terminar con múltiples moretones al final de la jornada. Otros “chinegros”, como José Méndez, dijo sentirse “pinchileado” (molido), ya que en un día podía batirse hasta con 20 hombres.

Los “chinegros” pagaron con dolor sus promesas a la “abuela”, pero nadie se sintió más pletórico que ellos, que una vez al año son admirados y tratados como héroes en un pueblito ubicado a 28 kilómetros de Managua.

(c) Agencia EFE