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Normalizar la muerte no evita el dolor por la pérdida, pero te ayuda a afrontarlo

Hemos perdido la inmensa sabiduría humana que implicaba asumir la muerte como algo natural. [Foto: Getty Creative]
Hemos perdido la inmensa sabiduría humana que implicaba asumir la muerte como algo natural. [Foto: Getty Creative]

Cada instante de la vida es un paso hacia la muerte”, escribió el dramaturgo Pierre Corneille. A todos nos llega la hora, pero la muerte sigue siendo un tema tabú en nuestra cultura. No solemos hablar de ella. No solemos pensar en ella. Por eso cuando llama a nuestra puerta nos toma desprevenidos y resulta tan devastadora.

Aunque no es necesario tener presente la muerte a diario, necesitamos aceptar nuestra mortalidad y la de quienes nos rodean. Necesitamos mirar de vez en cuando la muerte a los ojos, sin eufemismos, con la convicción de que es un proceso tan natural y universal como nacer.

La burbuja de la negación

“Llorar es hacer menos profundo el duelo” - William Shakespeare [Foto: Getty Creative]
“Llorar es hacer menos profundo el duelo” - William Shakespeare [Foto: Getty Creative]

En 2011, Keith A. Anderson, profesor de la Universidad Estatal de Ohio, condujo un estudio sui generis: analizó las inscripciones de las lápidas remontándose a 1900 hasta la actualidad. Tras revisar 1 214 inscripciones concluyó que “en los últimos 110 años se ha producido una aceptación significativamente menor de la muerte”. Anderson cree que se debe a que “la muerte se ha medicalizado y marginado cada vez más, de manera que la sociedad ha dejado de aceptar la finitud de la vida”.

No es el único que lo piensa. A partir de la primera mitad del siglo XX la muerte comenzó a desaparecer de la vida pública. Y a medida que la muerte se relegaba cada vez más a las camas de hospital, el duelo también se ha ido escondiendo o incluso patologizando.

Los funerales son cada vez más breves y la cremación más frecuente. Los servicios fúnebres se acortan y condensan para intentar soslayar una realidad dolorosa que se ha vuelto demasiado incómoda para muchos. El problema es que los rituales que acompañan a la muerte tienen la función de ayudarnos a lidiar con el dolor, concientizar la pérdida y reencontrar un nuevo equilibrio. Son una especie de “paracaídas emocional” sin los cuales nos precipitamos en caída libre.

Por desgracia, “las sociedades actuales funcionan en ocasiones como una barrera que obliga a los dolientes a recluirse en un mundo interior, impidiéndoles hablar, haciéndoles callar, desde el sano planteamiento de autoprotección social […] dificultándoles encontrar sentido a la muerte”, como explicara el antropólogo A. M. García-Hernández.

La desaparición de los rituales de despedida y el duelo de la práctica social sume a quienes se quedan en un silencio punzante. Pero eludir hablar de la muerte, en especial la de los seres queridos, no nos ayudará a superar ese trance. No borrará el dolor. Al contrario, hará que el duelo sea más cuesta arriba porque es probable que se le sume la vergüenza o incluso la culpabilidad por no ser capaces de seguir adelante como se supone que debemos hacer.

Encerrarnos en la burbuja de la negación es un vano intento por desplazar la sombra de la muerte de nuestra conciencia. Resistirnos a reconocer su existencia y negarnos a hablar de ello no es suficiente para exorcizar los demonios y, a la larga, solo nos causará más daño y prolongará la agonía.

Normalizar la muerte, al contrario, resulta liberador. Un estudio realizado en el Centro Médico Universitario de Hamburgo-Eppendorf con pacientes que tenían cáncer en estadio avanzado reveló que una “elevada aceptación de la muerte fue adaptativa y predijo una menor angustia existencial y ansiedad después de un año”.

Que la muerte forme parte de la vida

Niñas celebrando el "Día de Muertos" disfrazadas de Catrina en Kansas, el 26 de octubre de 2019. [Foto: Mark Reinstein/Getty Images]
Niñas celebrando el "Día de Muertos" disfrazadas de Catrina en Kansas, el 26 de octubre de 2019. [Foto: Mark Reinstein/Getty Images]

No todas las culturas comprenden la muerte de la misma manera. Aunque el dolor es individual, la manera por la que atravesamos por el duelo y la forma de asumir la pérdida está profundamente matizada por las normas de comportamiento social que impone nuestra cultura.

En Ghana, por ejemplo, los funerales están llenos de color y se convierten en una oportunidad para homenajear la vida del fallecido. En Nueva Orleans muchos funerales se celebran a ritmo de jazz porque la música ayuda a quienes quedan a pasar por ese trance y les da fuerza para seguir adelante.

La tradición oriental ve la muerte como parte intrínseca de la vida. Estas personas la asumen como un momento del trayecto vital hacia el cual se encaminan con respeto y serenidad. La cultura occidental ve la muerte con horror y miedo porque la asocia a la oscuridad y el sufrimiento.

Seguimos viendo la muerte como una agresión o un accidente que no debió haber ocurrido. Y a pesar de que todos los días mueren personas, seguimos percibiéndola como algo lejano y ajeno. Pensamos – o queremos pensar – que son otros quienes mueren, que no es algo que nos pase a nosotros o a nuestros seres queridos.

Sin embargo, nuestro concepto de la muerte determinará la manera en que asumamos el duelo. No tener palabras que la dignifiquen y nos permitan asumirla, no solo en el momento final sino a lo largo de nuestras vidas, lacera la forma en que vivimos ese ineludible ritual de paso.

Si aceptamos la muerte como un proceso natural podremos atravesar el proceso de duelo con mayor serenidad. Eso no significa que el dolor, la tristeza y la nostalgia desaparecerán, pero seremos más capaces de enfocarnos en los momentos felices compartidos porque podremos celebrar la vida que fue. Y eso nos reconfortará.

Aceptar nuestra mortalidad no implica asumir una perspectiva pesimista de la vida. Todo lo contrario. Nuestra cualidad efímera es un recordatorio de la necesidad de vivir plenamente, aquí y ahora.

A fin de cuentas, hablar de la muerte también es hablar de la vida. La vida y la muerte son el anverso y el reverso de una misma moneda. Una no existe sin la otra. Como escribiera Jorge Luis Borges: “la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”.

La difícil misión de normalizar la muerte

“La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida” - André Malraux [Foto: Getty Creative]
“La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida” - André Malraux [Foto: Getty Creative]

Hay que normalizar la muerte y aprender a despedirse”, advertía Padilla cuando murió Álex Lequio. Ahora sabemos que sus palabras eran premonitorias: ella misma se estaba despidiendo de su pareja. La presentadora confesó que “estaba preparada para ese adiós” y que, aunque ha vivido un año “muy duro”, los últimos 6 meses junto a su esposo “han sido maravillosos, muy bonitos”.

La pérdida de una persona querida siempre es un duro golpe emocional. Tendremos que adaptarnos a vivir sin ella. Reestructurar nuestro mundo. Asumir que ya no está. A algunos les cuesta más que a otros. Pero la capacidad para sobrellevar ese duelo también dependerá de nuestra habilidad para liberarnos de la noción tradicional de muerte.

Normalizar la muerte no significa restarle importancia ni minimizar la pérdida. Significa afrontarla. Asumirla. Hablar de ella. Compartir nuestros miedos. De hecho, esa es la idea que proponen los Death Cafe, grupos de encuentro que se han extendido por todo el mundo donde se habla sobre la muerte de manera espontánea, sin tapujos, sin guion.

Prever la despedida también es una manera de normalizar la muerte. Realizar un testamento vital o tomar decisiones para cuando no estemos no solo ayuda a aceptar la muerte como algo natural, sino que también facilita ese después para quienes se quedan. Aunque perder a una persona querida es muy duro, saber que estamos haciendo lo que deseaba facilita en la medida de lo posible esa despedida.

La muerte, ya lo sabemos, es algo de lo que no nos gusta hablar. Pero tenemos que hacerlo. Solo así podremos darnos cuenta del auténtico valor de la vida.