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El falso mito de la nutrición: azúcar por miel

La miel es básicamente una combinación de <strong>azúcares de origen vegetal y agua. </strong>Aunque sea un producto natural, piensa que cada cucharada de miel que consumes es similar a una cucharada de azúcar. Por lo tanto, no debes abusar de ella. En caso de duda, los nutricionistas recomiendan el uso de <strong>miel cruda</strong> como edulcorante, mejor que el azúcar refinado.(Foto: Getty)

Las redes sociales son un arma de doble filo. Mientras que profesionales, científicos e investigadores las utilizan como una herramienta para informar y 'educar' a sus pacientes compartiendo conocimientos y haciendo una labor de divulgación, otros las usan sin sentido, pudor o remordimientos con el único objeto de conseguir notoriedad.

Cada día hay muchos supuestos influencers que compiten por alzarse con la estatuilla al más descerebrado. Esta semana ya tenemos una candidada; con este tweet un nutricionista da la voz de alarma destapando una falsa receta 'saludable' de las socorridas y demandadas barritas energéticas.

En la publicación aparece una 'fit girl' explicando como fabricar un snack de cereales sin azúcar. El problema es que la alternativa que propone no tiene nada de saludable: echar miel a espuertas, como si no hubiera un mañana, sobre una montaña de granolas machacadas, y añadir una generosa ración de chocolate líquido.

Las barritas que prepara son pura azúcar, y un consumo elevado de esta (en la forma que sea) puede llegar a producir daño en el neurodesarrollo y futuro síndrome metabólico, en niños pequeños y no digamos ya en menores de seis meses, pero también en adultos. Un mal ejemplo para la niña que participa en el video. Por si fuera poco, pareciera que está patrocinado por la marca Kellogg's.

La miel y el azúcar son muy similares. Ambas poseen ventajas y desventajas, por lo que diría que no existe beneficio neto de elegir una o la otra. Las dosis altas de azúcar no solo causan problemas de talla y altura en niños en desarrollo, sino que daña el metabolismo y puede provocar hiperactividad, déficit de atención y problemas para dormir.

Es importante señalar que los bebés y niños menores de un año no pueden comer miel porque puede contener esporas de una bacteria llamada 'clostridium botulinum', la cual produce una neurotoxina bacteriana conocida como toxina botulínica. Estas esporas pueden germinar en el sistema digestivo del bebé o del niño, causando una enfermedad grave que en ocasiones puede ser mortal conocida como botulismo. Además, consumir miel a edades tan tempranas puede favorecer el desarrollo de alergias, debido tanto a las proteínas procedentes de las glándulas de la abeja como a los granos de polen que contiene.

En adultos, un consumo elevado de miel (o azúcar) contribuye al aumento de peso y al cansancio. Además, a largo plazo, aumenta el riesgo de enfermedades crónicas, como la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardíacas. También se han apuntado posibles vínculos entre el consumo excesivo de azúcar y el incremento de los niveles de estrés, ansiedad e incluso depresión, problemas hepáticos y hasta la afectación de nuestras capacidades cognitivas, concretamente, la memoria.

Por eso resulta esencial reducir el consumo de alimentos procesados y aquellos que contienen azúcares, como galletas, cereales, bollería, pan de molde, salsas, embutidos, helados, zumos, batidos, yogures de sabores, etc. “Debemos volver a una alimentación tradicional en la que no existan azúcares añadidos, que aportan muchas calorías y pocos nutrientes”, recomienda la doctora. Pilar García Durruti, jefe de Servicio de Endocrinología y Nutrición de los hospitales universitarios HM Montepríncipe y HM Nuevo Belén. Esto incluye el azúcar ‘del azucarero’, pero también todos los endulzantes alternativos tipo azúcar de coco o de melaza, sirope de ágave, etcétera, ya que todos son azúcares libres, innecesarios en nuestra alimentación. Sin embargo, en vez de hacer esto, nos contentamos con sustituir el azúcar por toneladas de miel pensando que es mejor para la salud, lo cual es un error muy típico.

Es habitual identificar el consumo de azúcar con una decisión poco saludable, mientras que cuando endulzamos con la miel nos da la sensación de haber escogido la opción sana. Culturalmente se tiene la creencia de que “aumenta las defensas”, “ayuda a aliviar los resfriados” y “regula la flora intestinal”. Pero, que el peso de la tradición histórica y cultural de la miel no nos impida valorar su verdadera naturaleza nutricional. Que se lleve utilizando mucho tiempo como remedio casero, no quiere decir que sea cierto, ya que actualmente no existe ninguna prueba científica concluyente que lo certifique.

En realidad, se trata de un falso mito en nutrición. Por ejemplo, sustituir el azúcar por la miel en un plan de alimentación para personas con diabetes no aporta ninguna ventaja. Tanto la miel como el azúcar afectarán los niveles de azúcar en la sangre.

De todos es sabido que el consumo de miel no es adecuada para diabéticos, ni recomendable, ya que posee un mayor poder endulzante que el azúcar y su índice glucémico tiende a ser muchísimo mayor.

Eso sí, como manifiestan muchos nutricionistas, sí es aconsejable el consumo de miel o de cualquier otro tipo de azúcar de rápida absorción cuando se produce hipoglucemia, condición en la que es necesario consumir azúcares simples para aumentar la glucemia en sangre rápidamente.

En realidad, la miel y el azúcar son muy similares. Ambas poseen ventajas y desventajas, por lo que podría decirse que no existe beneficio neto de elegir una o la otra.

Tal y como apunta la FAO: “La miel ha ganado la falsa reputación de ser de especial y tener valor nutritivo. En realidad contiene únicamente azúcar, agua y trazas diminutas de otros nutrientes. Aunque es puramente una fuente de energía, tiene valor sensorial como un alimento agradable para los seres humanos”.

La OMS describe con claridad que los azúcares presentes de forma natural en la miel (80 por ciento) son azúcares libres, diferenciándolos de los azúcares intrínsecos presentes en frutas y verduras enteras y frescas. Las recomendaciones para reducir el consumo de azúcares libres van siendo cada vez menos permisivas, y es que la relación entre su consumo y la probabilidad de sufrir sobrepeso u obesidad con riesgos asociados es indudable. En este momento, la OMS recomienda un consumo de azúcares libres inferior al 5 por ciento de la ingesta calórica total, incluidos los de la miel.

A pesar de esta definición, existe polémica sobre si realmente puede compararse el efecto metabólico producido por edulcorantes naturales y nutritivos, como puede ser la miel, con los producidos por azúcar blanco, por ejemplo. Un estudio publicado en The Journal of Nutricion, diseñado precisamente para resolver este interrogante, acabó confirmando que la miel aumenta la glucemia y afecta negativamente el metabolismo lipídico, así como provoca un aumento de marcadores inflamatorios, del mismo modo que lo hace el azúcar.

La composición nutricional de la miel de abeja es azúcar, agua y trazas diminutas de otros nutrientes. Tanto es así que en 100g de producto, hay 82g de azúcar. La miel proviene del néctar de la planta, la cual es una mezcla de varios azúcares distintos, proteínas y otros componentes en una solución de agua. Mientras que la composición del néctar varía de una planta a otra, y hay un rango de compuestos químicos que son comunes, el azúcar dominante es la sacarosa, es decir, el azúcar doméstico.

Las distintas concentraciones de los diferentes componentes de los néctares, que hacen que haya néctar de muchos tipos, son la razón de que exista un amplio rango de mieles, que dependen del tipo de néctar que las abejas hayan recogido.

Más en detalle, la miel se compone principalmente de azúcares (78 a 80 por ciento) que se dividen, a grandes rasgos, en fructosa o levulosa (la fructosa es el azúcar mayoritario de casi todas las mieles, excepto en algunas como la de colza), glucosa o dextrosa, maltosa, sacarosa y una amplia variedad de polisacáridos. ¡Ah! La miel también contiene alrededor del 17 por ciento de agua.

Pero no podemos pasar por alto que la mayoría de las mieles que consumimos son industriales y, además de las sustancias antes expuestas, incluyen colorantes, aditivos y compuestos aromáticos. Asimismo, los tratamientos de calor a los que somete el producto para tener una consistencia más líquida suelen acabar con la mayoría de antioxidantes, vitaminas y enzimas que podrían aportarno algún beneficio.

En resumidas cuentas, estás sustituyendo el azúcar que querías evitar por el mismo tipo de azúcar, aunque no te lo parezca. Si tomas miel úsala por que te gusta, en vez de pensar que estás disminuyendo la cantidad de azúcar de tu dieta.

"Lo mejor es elegir el edulcorante que cada uno prefiera pero utilizarlo en pequeñas cantidades sin intentar justificarnos ni lavar la conciencia con la propiedades beneficiosas de ninguno", concluye Boticaria García en este revelador video que hemos recuperado por lo aclaratorio que es. "Los azúcares son azúcares y en el cuerpo se comportan como tal".

Quién puede beneficiarse de su consumo

Por supuesto, no hay que demonizar la miel ya que no todo es malo, la miel es un alimento ideal para aquellas personas anémicas o convalecientes que necesitan una ayuda extra para recobrar la vitalidad.

Debido a que 100 gramos de miel aportan unas 300 calorías, su consumo se recomienda especialmente a personas que precisan una dosis adicional de energía como deportistas, niños en etapa escolar, personas mayores, trabajadores que realizan un esfuerzo físico, los que tienen una fuerte carga intelectual o los que quieren hacer una dieta para aumentar peso.

Eso sí, hay que adaptar la dosis a cada caso concreto, sabiendo que se recomienda un máximo tres cucharas de café al día para podernos beneficiar de todas las propiedades de la miel sin pasarnos. Y ¡ojo! también hay que saber elegir la correcta: cruda, de aspecto denso, similar a la cera, no es líquida, ni traslúcida. Es una miel que no se ha procesado y, por tanto, mantiene todas sus propiedades naturales. Huye de las mieles ya procesadas o cocidas. Son mieles líquidas, transparentes y fáciles de manejar. Sigue siendo miel, pero debido a los procesos a los que ha sido sometida, ha perdido gran parte de sus beneficios. Hablaríamos de mieles refinadas.

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