Opinión: Estuve en el juicio de Ghislaine Maxwell y vi cómo se desmoronó su fortaleza

Ghislaine Maxwell se mostró confiada el primer día de su juicio por tráfico sexual de niñas jóvenes en nombre de su novio y benefactor Jeffrey Epstein.

La virtuosa socialite estaba llena de energía cuando saludaba a sus abogados con un abrazo cada mañana, escuchaba atentamente los argumentos iniciales, tomaba notas y susurraba a través de su cubrebocas al oído de la abogada principal Bobbi Sternheim.

Le había crecido el cabello hasta los hombros y estaba teñido de negro, y lucía su estilo al vestir con suéteres de colores neutros y pantalones negros.

Su firme caminar la hacía ver de muchos menos años que sus casi 60, sobre todo considerando las condiciones carcelarias inhumanas que tuvo que soportar durante los últimos 18 meses y de las que ya se había quejado. Los defensores de Maxwell dijeron que la mantuvieron en aislamiento junto a una alcantarilla abierta, y que los guardias le iluminaban la cara con una luz cada 15 minutos para comprobar que respiraba.

Maxwell creía de todo corazón en su propia inocencia y parecía disfrutar la oportunidad de limpiar su nombre. Sin duda, también se sintió alentada por algunos de los primeros tropiezos de la parte acusadora.

Después de una demora en la toma de juramento del jurado, el equipo de cuatro tenaces fiscales adjuntos de los EE.UU. decidió llamar al piloto de toda la vida de Epstein, Larry Visoski, como su primer testigo. No querían que la acusadora principal “Jane” empezara su testimonio a última hora de la tarde, solo para que fuera interrumpida por el aplazamiento del primer día. Visoski era un aliado de Epstein que testificó que nunca vio ningún indicio de falta de decoro durante los 30 años que viajó con su empleador alrededor del mundo. Pareció ofrecer evidencia exculpatoria de Maxwell, mientras mencionaba los nombres de algunos de los poderosos pasajeros que subieron a bordo del “Lolita Express” a través de los años.

Pero una vez que Jane empezó a testificar el segundo día del juicio, su evidencia sí fue condenatoria para la adinerada socialite. Jane describió las orgías del grupo y los actos sexuales en los que se vio obligada a participar después de ser atraída a la mansión de Epstein en Palm Beach con la promesa de ser presentada a personas de altos cargos.

En el contrainterrogatorio de Laura Menninger, Jane se enfrentó a discrepancias en su historia. Se mencionó el pago de US$2,9 millones que recibió del fondo de compensación para víctimas de Epstein, y siguió una extensa examinación de su carrera como actriz de telenovelas. Se mostraron escenas de sus papeles como prostituta, sobreviviente de cáncer y mujer que derribó a un cártel mexicano mientras se la acusaba de ser “melodramática”.

Los fiscales luego llamaron a testigos que corroboraron partes de la historia de Jane sobre Epstein: un exnovio, “Matt”; un vicepresidente adjunto de finanzas en el Interlochen Arts Camp, donde conoció a Maxwell; y un experto en abuso sexual infantil.

Mientras tanto, Maxwell siguió escribiendo notas para entregarles a sus abogados por escrito una serie de sugerencias.

Para cuando la segunda acusadora, “Kate”, testificó el sexto día, los fiscales fueron mucho más ingeniosos con sus interrogatorios. Kate le describió a la fiscal Lara Pomerantz con vívidos detalles cómo sufrió manipulación pederasta para realizar masajes sexualizados para Epstein después de que Maxwell los presentara cuando Kate tenía 17 años. Esta vez, Pomerantz le hizo a Kate preguntas difíciles sobre los US$3,2 millones que recibió del fondo de compensación para víctimas de Epstein, sobre sus batallas con la adicción a las drogas y el alcohol, y sobre por qué Kate siguió viendo a Epstein hasta después de haber cumplido treinta años. Esto pareció quitar el mal sabor del interrogatorio de Sternheim.

Era un libro de jugadas que la fiscalía repitió con los acusadores restantes. Les preguntó acerca de las inconsistencias de tal manera que el jurado los vio con ojos compasivos.

La tercera acusadora, “Carolyn”, era la menos segura en el estrado, pero el sufrimiento que soportó como resultado de la influencia de Epstein en su vida le dio autenticidad. La defensa se amparó al confundirla sobre lo que le había dicho al FBI en declaraciones anteriores.

La cuarta testigo que declaró el día 10, Annie Farmer, puso explícitamente a Maxwell en el centro de la manipulación pederasta y contó cómo Maxwell le dio un masaje en topless antes de que Epstein intentara meterse en la cama con ella para “acurrucarse” a la mañana siguiente. Dijeron que fueron técnicas clásicas de abuso. Los fiscales volvieron a plantear preguntas difíciles antes de que pudiera hacerlo la defensa. Así, Farmer tuvo la oportunidad de explicarse en un territorio no hostil.

El peso acumulativo del testimonio de las cuatro acusadoras era obvio; las similitudes en sus historias eran innegables. Para esta etapa, Maxwell había iniciado una disputa constante con los dibujantes de la sala del tribunal, quienes eran el único medio visual permitido para transmitir su apariencia al mundo exterior.

Maxwell claramente se había molestado por el dibujo de su imagen y empezó a dibujar a los artistas. Pero la jugada petulante fracasó cuando los artistas simplemente esbozaron a la socialite dibujándolos. Era un escenario de un dibujo adentro de otro dibujo.

Ya sea por fatiga o por la aceptación de su destino, la energía de Maxwell pareció agotarse cuando la fiscalía terminó la presentación de pruebas al final de la segunda semana.

Cuando la defensa abrió después de un receso de tres días, fue un asunto casi cómicamente caótico. Después de avisar que llamarían a 35 testigos, en algunas ocasiones, los abogados defensores tuvieron dificultades para encontrar a alguien para testificar. Uno, un hombre británico llamado Alexander Hamilton, tenía covid-19. Por otro lado, la jueza Alison Nathan prohibió a tres declarar bajo un seudónimo.

Laura Menninger rogó a la jueza Nathan un aplazamiento para poder llamar al propietario de Nag’s Head en Londres, un hombre de 81 años, para que testificara si Maxwell había sido dueña de una casa en Belgravia, Londres, en 1994, pues “Kate” había dicho previamente que en esa casa comenzó su abuso. En este punto, la acusada debió haberse preguntado a dónde había ido a parar su factura de US$7 millones por servicios legales.

Mientras se ponía de pie para dirigirse a la jueza Nathan el día 12, con el brazo de Sternheim envolviendo su espalda baja, Maxwell todavía proyectaba una resistencia exterior. “Su señoría, el gobierno no ha probado su caso más allá de una duda razonable, por lo que no es necesario que testifique”, dijo.

Sin embargo, durante los duros argumentos finales de una de las fiscales adjuntas más indiferentes de los EE.UU., Maurene Comey, Maxwell se secó los ojos dos veces. Comey atacó la imagen que la defensa intentó representar de las mujeres que testificaron sobre los abusos que sufrieron cuando eran adolescentes. Ella negó levemente con la cabeza y luego bajó la mirada. A pesar de tener una fe inquebrantable en su propia inocencia, esta “depredadora sofisticada” se había agotado después de escuchar dos semanas de verdades sin adornos. Que ella posibilitó el peor de los excesos de Epstein. Que ella participó en el abuso. Que ella era una traficante sexual infantil condenada y que probablemente pasará varios cumpleaños más en la cárcel.