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Opinión: Imaginemos un mundo en el que los hombres tuvieran que amamantar a los bebés

LA LECHE DE FÓRMULA HA SALVADO LA VIDA DE MUCHOS BEBÉS Y LES HA DEVUELTO LA VIDA A LAS MADRES. ¿POR QUÉ LA GENTE ESTÁ AVERGONZANDO A LAS MUJERES QUE LA USAN?

Mi hijo empezó a tomar leche de fórmula cuando tenía 7 semanas de nacido, después de que me llevaron a urgencias en ambulancia porque tenía preeclampsia posparto y me había aparecido un punto ciego en la vista, quizá síntoma de un derrame cerebral.

Toda la experiencia fue aterradora, pero mientras estaba sentada en la sala de urgencias sin haber probado alimento en doce horas, con los pechos que goteaban por toda la bata del hospital, mi mayor preocupación no era que mi cerebro pudiera estar funcionando mal, sino que mi bebé estuviera pasando hambre porque yo no estaba en casa para alimentarlo. Cuando el médico me informó que parecía que tenía un aneurisma cerebral, apenas me di cuenta; lo único en lo que pensaba era cómo amamantaría a mi hijo si tenía que pasar la noche en el hospital. (Afortunadamente, el médico erró en su diagnóstico de aneurisma cerebral, pero lo supe seis semanas después).

Cuando por fin llegué a casa y descubrí que mi bebé había estado feliz bebiendo leche de fórmula y estaba bien, en lugar de sentir alivio, lloré. Sentí que le había fallado en cierto modo al darle leche de fórmula. Ahora me parece ridículo, pero en todo momento la leche de fórmula se me había presentado como una segunda opción distante, una alternativa algo vergonzosa que sirve solo como último recurso.

Cuando la semana pasada se difundió la noticia de la escasez de leche de fórmula para bebés en Estados Unidos, volví a recordar las formas en que la maternidad nueva, venerada en teoría, no es del todo apoyada en la práctica. Voces de todo el espectro ideológico insinuaban que las mujeres simplemente debían amamantar a sus bebés. Mientras observaba cómo se desarrollaba la discusión en torno a esa angustiosa situación, causada en gran parte por un sistema oligopólico y fallas gubernamentales, tuve la inquietante sensación de que las exigencias que la lactancia materna presenta a las mujeres eran precisamente la médula del asunto.

Lamentablemente, la sugerencia de que las mujeres que alimentan a sus bebés con fórmula deberían simplemente amamantar no proviene de la periferia; la expresaron el editor en jefe de una destacada publicación católica y Bette Midler, entre otros. Eric Sammons, el editor de Crisis Magazine, lo articuló así: “Yo también diría que con suerte esta es una llamada de atención para ser más autosuficientes: Dios literalmente diseñó a las madres para que alimentaran a sus bebés”.

Un comentario tan ignorante resulta lamentable. Es insultante para las muchas mujeres que no pueden amamantar o que no pueden producir suficiente leche para alimentar a sus bebés, pero también es ofensivo para las mujeres que eligen fórmula porque es la decisión más racional que pueden tomar, porque sus bebés la necesitan, porque no pueden o no quieren sacarse leche en el trabajo, porque la fórmula permite que los padres participen más.

También vale la pena señalar que la fórmula, independientemente de lo que se piense, es mejor que la alternativa: en muchos casos, dejar que los bebés mueran de hambre. Antes de la creación de la fórmula moderna, eso es lo que sucedía con frecuencia, sobre todo si las mujeres no tenían acceso a comunidades de otras mujeres que pudieran alimentar a sus bebés por ellas. No obstante, que la gente juzgue a las madres por alimentar a sus bebés con fórmula no se trata realmente de autosuficiencia; se trata de justificar el sufrimiento de las mujeres como una virtud maternal.

A los promotores de la lactancia materna les gusta insinuar que reduce el riesgo de obesidad del niño (aunque al menos un ensayo aleatorio sugiera que eso no es cierto) y que puede mejorar el coeficiente intelectual (aunque algunos investigadores dicen que los resultados de un estudio ampliamente citado que ilustró esa situación no fueron convincentes), y que, en general, mejora la salud del niño. Pero las investigaciones muestran cada vez más que los beneficios de amamantar fuera de la posible experiencia de vinculación (y hay que decirlo, no siempre es una experiencia de vinculación) tal vez son marginales, especialmente si se toman en cuenta los factores económicos. En Estados Unidos, las mujeres adineradas y con más estudios tienen más probabilidades de amamantar. Si sus hijos tienen mejores resultados en términos de educación y riqueza más adelante, ¿eso es resultado de la lactancia materna o de que el contexto de sus madres es distinto de otros?

Como hija adoptiva, me alimentaron con fórmula por necesidad. Pero en 2015, cuando di a luz a un niño de 3,6 kilos, los médicos, las enfermeras y los libros y artículos que leí me exhortaban enérgicamente a dar pecho. A veces ese ánimo rayaba en la intimidación.

Se habla mucho de los beneficios de la lactancia, pero pocas veces de los costos. La realidad es que me esforcé mucho para que funcionara. Pero después de cuatro meses en los que el bebé no se agarraba a mi pecho, me sacaba leche frenéticamente en casa, volvía al trabajo y no tenía dónde sacarme leche, y de más de una noche porque estuve en el hospital debido a complicaciones posparto (incluyendo el susto del aneurisma cerebral), por fin dejé de intentarlo.

Cuando mencioné el cambio a la leche de fórmula a los profesionales médicos, siempre me encontré con una cascada de preguntas sobre el motivo, normalmente seguidas de una o dos preguntas sobre si había probado varios métodos para prolongar la lactancia materna, algunos de los cuales implicaban equipos costosos y diversos trucos para engañar al bebé con el fin de que se alimentara del pecho cuando era claro que prefería simplemente comer de la forma más fácil posible. Ninguna de las personas que me hicieron esas preguntas parecía estar convencida de que estaba haciendo lo mejor para mi familia y mi hijo, por no hablar de mí misma.

De manera significativa, mi salud y mi bienestar no importaban en esas conversaciones porque la sociedad no puede concebir la maternidad sin considerar a las mujeres sobre todas las cosas como cuidadoras cuyas necesidades son secundarias. Si una mujer se siente miserable en un 90 por ciento, y su bebé se beneficia en uno por ciento de lo que le está causando sufrimiento, la situación se considera una compensación aceptable.

Ese cálculo perverso proviene de la creencia permanente, que a menudo está envuelta en justificaciones religiosas de derecha, acerca de que las mujeres existen principalmente para ser esposas y madres. Es una pieza que se une a los esfuerzos por despojar a las mujeres de su autonomía en general (a través de la reducción del acceso al aborto y a la anticoncepción); a la oposición a la asistencia pública para las mujeres y los bebés; a las políticas inadecuadas de bajas por maternidad remuneradas.

La versión de esta mentalidad que encontré con más frecuencia en Brooklyn, donde vivo, sostiene que las mujeres deben agotarse física, emocional y económicamente para ser buenas madres. En los tableros de anuncios de la comunidad, muchos insistían en que la lactancia materna debía llevarse a cabo hasta que los pezones de la madre prácticamente se cayeran (había muchas descripciones sangrientas de areolas dañadas).

Estas evangelizadoras de la lactancia materna solían ser mujeres con horarios flexibles, largas bajas por maternidad o que no tenían que trabajar, las mismas madres que compartían recetas de purés ecológicos para bebés y arremetían contra los peligros de la comida barata del supermercado. Muchas de ellas se identificaban como liberales y parecían muy conscientes de sus privilegios en otros aspectos, pero parecían no tener ninguna simpatía por las mujeres que alimentaban a sus hijos de forma diferente, ya fuera por elección o por necesidad.

Eso es misoginia, venga de donde venga. Nadie exige que los padres dañen su cuerpo para demostrar una crianza decente.

Si pudiéramos imaginar un mundo en el que los hombres tuvieran que amamantar a sus bebés —aprender cómo hacerlo, soportar la frustración de que el bebé no se prenda del pecho y el dolor de los senos agrietados e inflamados, y descifrar cómo seguir amamantando a pesar de las largas horas en el trabajo, el poco apoyo, y el hecho de no tener ningún lugar donde sacarse leche, además de no dormir lo suficiente— optar por la leche de fórmula sería una situación menos grave. En esa realidad alterna, es difícil imaginar que la industria en Estados Unidos estuviera dominada por unas cuantas empresas. En cambio, espero que veamos florecer la multitud de nuevas empresas de leche de fórmula en Silicon Valley. La fórmula no sería estigmatizada porque es una opción que los hombres querrían tener a su disposición.

Eso no quiere decir que la fórmula sea mejor que la lactancia materna, o que la lactancia materna no sea la mejor opción para algunas personas. Por supuesto que lo es. Muchas madres no tienen problemas para lograr que los bebés se agarren al pecho y, dependiendo de cómo esté construido el resto de sus vidas, la lactancia materna puede ser también la opción más conveniente. En países donde es difícil encontrar agua limpia, la lactancia quizá sea la opción más segura.

Además, para muchas personas, la lactancia materna es una experiencia hermosa, y puede tener beneficios para la salud después del parto, para las madres y los bebés. Aun así, no es, como les gusta sugerir a los defensores de la lactancia materna, gratuita o más barata que la leche de fórmula, a menos que se crea que el tiempo y la autonomía de una mujer no valen nada.

La llegada de la leche de fórmula moderna es realmente tan revolucionaria como la llegada del control de la natalidad, porque permitió a muchas mujeres conservar cierto grado de autonomía sobre su tiempo y su salud, al tiempo que proporcionaban nutrición a sus bebés. Para las mujeres que se enfrentan a la depresión y la ansiedad posparto, además de la privación del sueño, la leche de fórmula puede ser un regalo del cielo, algo que les permite recuperar algunos aspectos de una vida normal. Eso debería considerarse importante de manera independiente, y no solo cuando se añade que una madre sana también es buena para el bebé. Las mujeres deben ser felices y estar sanas, y punto.

Aquel horrible día en la sala de urgencias, mientras entraba en pánico al pensar que mi hijo no comería, aunque sabía que teníamos leche de fórmula en casa, pregunté entre lágrimas si alguien podía buscar un sacaleches, pero nadie parecía saber dónde conseguirlo, en el mismo hospital donde, en otro piso, les daban sermones a las madres nuevas sobre la importancia de la lactancia materna.

En retrospectiva, fue una auténtica locura. No dormía y estaba ansiosa, y mi deseo de ser una buena madre me llevó —tras ser una bebé adoptada y alimentada con leche de fórmula— a considerar que alimentar a mi hijo con esa leche era un grave fracaso personal.

Ahora, como madre de un niño sano de casi 7 años, me arrepiento de no haber utilizado la leche de fórmula antes. Creo que los primeros meses de vida de mi hijo habrían sido mucho menos tortuosos para los dos, y ambos habríamos sido más felices y sanos.

En este momento, es probable que aún pasen semanas antes de que las familias dependientes de la fórmula vean satisfechas sus necesidades. Su situación debe abordarse con un sentido de urgencia, no juzgando sus elecciones. Deberíamos apoyar la lactancia materna cuando las mujeres puedan y quieran hacerlo, pero eso no nos obliga a estigmatizar la fórmula ni a las madres que eligen usarla.

Este artículo apareció originalmente en The New York Times a>.

© 2022 The New York Times Company