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Opinión: Por qué los republicanos le dieron la espalda al medioambiente

La silueta de los invitados se proyecta contra coloridos gráficos de video digital sobre el escenario mientras sale un orador y entra otro en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en Orlando, el 24 de febrero de 2022. (Damon Winter/The New York Times)
La silueta de los invitados se proyecta contra coloridos gráficos de video digital sobre el escenario mientras sale un orador y entra otro en la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), en Orlando, el 24 de febrero de 2022. (Damon Winter/The New York Times)

En 1990, el Congreso aprobó una enmienda a la Ley de Aire Limpio de 1970, que, entre otras cosas, planteaba medidas contra la lluvia ácida, la contaminación urbana y el ozono.

Esta fue una ley muy exitosa y redujo bastante la contaminación a un costo mucho menor de lo que habían pronosticado los intereses económicos. En ocasiones, yo veo que la gente pretende usar la lluvia ácida como un ejemplo de alarmismo ecológico; sí, en la década de 1980 fue un gran problema, pero ahora ya casi nadie habla de ella. Sin embargo, la razón por la que no hablamos de ella es que la política resolvió en gran medida el problema.

No obstante, lo que en verdad sorprende de la perspectiva actual es el hecho de que la ley de 1990 fue aprobada en el Congreso por una abrumadora mayoría bipartidista. Entre quienes votaron a favor de ella estaba un senador de Kentucky en su primer periodo llamado Mitch McConnell.

Eso fue entonces, pero ahora, la Ley de Reducción de la Inflación —la cual, a pesar de su nombre, es, primordialmente, un proyecto de ley en torno al clima con un aderezo de reforma de salud— no recibió ni un solo voto de los republicanos. Vamos, esta ley no es un plan de la izquierda para meter al gran gobierno en la vida de todos los estadounidenses: no los obliga a ser más ecológicos y depende de subsidios para promover las tecnologías de emisiones reducidas, cosa que tal vez genere muchos nuevos empleos. Entonces, ¿por qué esa oposición tan intransigente por parte del Partido Republicano?

La respuesta más inmediata es que, con el paso del tiempo, el Partido Republicano se ha vuelto muy antiambientalista. Pero, ¿por qué?

Encuestas del Centro de Investigación Pew demuestran una división partidista cada vez más profunda en relación con la política del medioambiente. Aquellos que se identificaban a sí mismos como republicanos y demócratas en la década de 1990 no eran tan diferentes con respecto a sus opiniones sobre el medioambiente: era menos probable que los republicanos dijeran que se debía hacer todo lo posible para proteger la ecología y más probable que dijeran que las disposiciones en favor del medioambiente perjudicaban la economía, pero las brechas eran relativamente moderadas.

Pero desde entonces, estas brechas se han convertido en abismos y no de una forma proporcionada: los demócratas han estado un poco más a favor de tomar medidas que protejan la ecología, pero los republicanos se han visto mucho menos inclinados a protegerla.

La mayor parte de estas diferencias son muy recientes, pues han aparecido desde más o menos 2008. No puedo evitar señalar que la idea que tienen los republicanos de que la protección al medioambiente perjudica la economía se acentuó precisamente durante el periodo en que el revolucionario progreso tecnológico de las energías renovables estaba haciendo que la reducción de emisiones fuera más barata que nunca.

Es posible que los electores republicanos le estén haciendo caso a los políticos y a las figuras mediáticas. Entonces, ¿por qué los líderes de opinión conservadores se han vuelto antiambientalistas?

No se trata de creer en el libre mercado y oponerse a la intervención del gobierno. Uno de los aspectos más sorprendentes de las recientes discrepancias sobre la energía es la magnitud a la que los republicanos han tratado de usar el poder del Estado para promover las fuentes de energía contaminantes incluso cuando el sector privado prefiere otras alternativas. El gobierno de Trump intentó obligar, sin éxito, a las empresas de electricidad a seguir quemando carbón aun cuando otras fuentes de energía eran más baratas. En la actualidad, como lo ha informado The New York Times, muchos tesoreros estatales republicanos están tratando de castigar a los bancos y a otras empresas que intentan disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero.

¿Y qué decir de la idea cínica de que, sencillamente, los intereses de los combustibles fósiles tienen el control del Partido Republicano? Desde luego que el dinero habla y las aportaciones del carbón y, en menor grado, el gas y el petróleo les llegan principalmente a los republicanos. Pero la Ley de Reducción de la Inflación —la cual abrirá las puertas a muchas oportunidades de negocios— fue aprobada por muchas empresas grandes, entre ellas las compañías energéticas como BP y Shell. Los republicanos se mantuvieron imperturbables.

Yo sostengo que lo que ha sucedido es que la política del medioambiente se ha visto inmiscuida en la guerra cultural, la cual, a su vez, es controlada en gran parte por temas como la raza y la etnicidad y a mí me parece que esto es por lo que se ha agrandado tanto la división partidista con respecto a la ecología después de que Estados Unidos eligió a su primer presidente negro.

Un aspecto especialmente llamativo del reportaje de investigación del Times sobre los tesoreros estatales que castigan a las empresas que intentan limitar las emisiones de gases de efecto invernadero es la manera en que estos funcionarios tachan a esas corporaciones de ser partidarias del movimiento llamado “woke”.

Este movimiento habla, sobre todo, de la justicia social y racial. En la derecha (que se define cada vez más por sus intentos de restringir los derechos de los estadounidenses que no son cristianos blancos puros), el término se ha convertido en un insulto. Es malo enseñarles a los alumnos sobre el papel del racismo en la historia estadounidense porque eso es “woke”. Pero parece que así son muchas otras cosas, como la salchicha sin carne que ofrece el restaurante Cracker Barrel y preocuparse por el cambio climático.

Tal vez esto no tenga mucho sentido a nivel intelectual, pero podemos ver cómo funciona a nivel emocional. ¿Quiénes tienden a preocuparse por el medioambiente? Casi siempre son las personas a las cuales les preocupa la justicia social… o es eso o las élites globales. (La climatología es en gran medida una empresa global).

Ni siquiera los republicanos, quienes deben tener un mejor conocimiento, van a romper con la postura que mantiene el partido en contra de la ciencia. Como gobernador de Massachusetts, Mitt Romney tenía buenos antecedentes ambientalistas, pero se sumó a todos los congresistas republicanos cuando votó en contra de la Ley de Reducción de la Inflación.

Esto significa que es probable que quienes esperan que surjan iniciativas bipartidistas en torno al problema del clima se estén autoengañando. Ahora, la protección al medioambiente forma parte de la guerra cultural y ni los detalles de la política ni el argumento racional tienen ninguna importancia.

© 2022 The New York Times Company